por Marina Aizen
Redacción Sala de Prensa Ambiental
El fracking debería ser una mala palabra, tanto como un término que provoca injuria. Porque la práctica de extraer petróleo o gas de una roca ubicada a 3 mil metros de profundidad mediante una inyección monumental de agua, productos químicos y arena a alta presión -de eso se trata la fractura hidráulica- tiene efectos demoledores en la salud humana y en el ambiente (tanto en seres vivos como en el paisaje). Además, causa contaminación atmosférica, del agua y cambio climático. Y -como si esto fuera poco- provoca temblores de tierra.
El petróleo o el gas no convencionales (o shale), que es el que existe en Vaca Muerta, está atrapado en la “roca generadora”, distinto del petróleo o el gas convencional que están en depósitos del subsuelo.
Fue en los Estados Unidos, que tiene también enormes cuencas shale en gran parte de su territorio, en donde perfeccionaron la técnica de la hidrofractura, que es necesaria para perforar la llamada “roca madre” para hacer fluir los hidrocarburos deseados hacia la superficie.
La receta del diablo
Para el fracking, primero se hace un pozo vertical y luego ramas laterales en el subsuelo. Una vez consolidadas esas etapas, inyectan agua que se suma a un combo de químicos y arena. Esta última, abre pequeños agujeritos en la roca, lo que permite liberar el hidrocarburo atrapado (petróleo o gas).
La revolución del fracking surgió durante el gobierno de Barack Obama y si algo la hizo posible fue el contexto económico: la crisis financiera de 2008, surgida por una especulación inmobiliaria de escala astronómica. Esto permitió que las pequeñas empresas se lanzaran a hacer fracking (las grandes se mantuvieron al margen hasta hace muy poco) y pudieran endeudarse sin problemas. El capital, siempre ideológico, tenía hambre de petróleo y gas.
Sin embargo, enseguida el fracking ganó mala fama incluso en los Estados Unidos, donde está prohibido en los estados de Nueva York y Vermont. Y esto, por razones simples: la contaminación apareció casi inmediatamente en las cuencas de los arroyos y de los ríos. El agua que entra en los pozos de producción también tiene que salir…y no hay donde tratarla o meterla. Zonas que no eran sísmicas, comenzaron a serlo, como Oklahoma. A los residuos petroleros no hay donde guardarlos. En las zonas de alta producción, y esto está muy bien documentado en Pennsylvania, empezaron a aparecer enfermedades letales, entre ellas, cáncer.
Es cierto: Estados Unidos se convirtió en el primer productor mundial de hidrocarburos, superando incluso a Arabia Saudita. Pero hay una diferencia fundamental entre los dos países: los sauditas pinchan el piso y les brota un manantial negro por años y años. Los frackers norteamericanos, y ahora los argentinos también, deben realizar fractura hidráulica una y otra vez, sin cansarse; y esto es porque la producción es muy fuerte cuando se hace la fractura pero, a los pocos meses, languidece y hay que volver a frackear otra vez. Y eso sale caro. Tan caro, que convierte a esa práctica en insostenible ambientalmente y económicamente.
Es por eso que los frackers la están pasando mal en los Estados Unidos debido a que la crisis del coronavirus, que secó la demanda, se juntó con otro aprieto: la acumulación de deudas que los productores no pueden pagar. Y por lo tanto, hay una ola de quiebras que no se detienen.
En la Argentina pasa lo mismo. La diferencia es que el declino de los pozos no se financia con capital privado, sino con dinero público de un país quebrado. ¿Vieron que a cada rato hay un nuevo plan gas? Es por eso.
Frakers
Fue durante el gobierno de Cristina Kirchner que empezó el festival de subsidios en Vaca Muerta. Desde entonces, se pusieron 10 mil millones de dólares en el fracking. La producción aumentó, pero cuando el gobierno de Mauricio Macri se dio cuenta que no podía mantener el ritmo de pagos que él le había prometido a las empresas mediante la llamada Resolución 46 -de 2017- el declino llegó también aquí.
Ahora, el gobierno de Alberto Fernández les promete más plata con otro plan estridente, llamado GasAr. Tiene el mismo destino. No importa lo que digan los políticos. El ciclo de fracking es así.
El primer lugar donde se hizo fracking en América latina fue en un territorio arrebatado a la comunidad Mapuche de Campo Maripe, y se logró gracias a un acuerdo secreto entre YPF, que recién estaba re estatizada, y la empresa Chevron, que venía con enormes cuestionamientos por derrames de petróleo en la Amazonia ecuatoriana. Fue un acuerdo con cobertura política e ideológica. Aún no sabemos qué dice.
Los daños al ambiente y a la salud de las personas ya son ominosos, tanto en la meseta neuquina como en el Valle del Río Negro, donde las empresas petroleras con la ayuda del Estado nacional buscan avanzar sobre los territorios que tradicionalmente han producido peras, manzana y lúpulo. Lo hacen con poderosos abogados, cuestionando la voluntad de algunos pueblos, como Estación Fernández Oro, donde no quieren fracking dentro de sus ejidos municipales. Acorralan a pequeñas alcaldías contra la justicia, cuya imparcialidad del poder político es una rareza, para torcerles el brazo y hacer lo que quieren.
Donde entra el fracking hay que decirle chau a otro tipo de producciones, porque lo contamina todo. Además, se destruye un suelo que ha estado capturando carbono durante un siglo, algo que está medido por científicos de la Universidad del Comahue. La fruta del valle del Río Negro tiene una virtud que no tienen otras: son carbono negativas, lo cual -en un mundo con cambio climático- representa una oportunidad comercial maravillosa.
Pero las clases políticas provinciales quieren vivir de la supuesta renta petrolera, justo en un momento en que se está produciendo una enorme transición tecnológica por la crisis ecológica. Y solo respiran pasado.
Todo los “daños colaterales” que se vieron en los Estados Unidos, y que hicieron al fracking tan impopular allí, ya están aquí. Hay registros de enfermedades raras en Añelo, como leucemias fulminantes en jóvenes. La localidad de Sauzal Bonito, entre otras, no para de temblar. Sus casas están todas rajadas, algunas destruidas. A sus habitantes no le explican nada: solo saben que sus hijos lloran en la noche cuando, de repente, la tierra tiembla.
Cuando pase el temblor
Los temblores se pueden producir por dos cosas: una, la violencia de las explosiones que se hacen durante la fractura; otra, por el descarte de grandes cantidades de agua en pozos sumideros que, al hidratar una falla tectónica llamada Dorsal de Huincul, se mueve junto con todo lo que tiene arriba.
El Estado argentino, o por caso el gobierno de Neuquén, les niega información.
Sauzal Bonito se entera de cuán fuerte fue un temblor porque le avisa una organización llamada Sismología Chile, que está del otro lado de la cordillera. Hubo temblores de hasta 5 puntos de la escala Richter. La Shell ha llegado a parar la perforación de pozos por sacudones sísmicos, pero luego los reasume, diciendo “lo vamos a estudiar”.
En el Reino Unido, donde también hay shale, el fracking se terminó prohibiendo por temblores de 1 grado.
Ni en Neuquén ni en Río Negro saben dónde guardar los recortes de fracking que vienen contaminados con hidrocarburos y hasta material radioactivo. Los basureros petroleros están colmatados, sujetos al persistente viento patagónico. La verdad es que no saben qué hacer con ellos, y así, ponen en peligro la salud de quienes estén cerca.
Nada, sin embargo, es más impresionante que la postal prohibida de Vaca Muerta: los enormes venteos de los pozos. Entre ellos, el más impactante es el que existe en el yacimiento de Fortín de Piedra, de Tecpetrol, el brazo hidrocarburífero de Techint. Una enorme bola negra, llena de compuestos cancerígenos se hincha y se expande en el límpido cielo azul de la Patagonia, y se esparce y recompone al ritmo del viento, lo que constituye una imagen terrible. Es una situación que nadie controla ni cuestiona.
Y como si esto fuera poco, abundan los accidentes y la cantidad de material particulado que cae sobre los cuerpos de agua de Neuquén, de donde toman poblaciones grandes y pequeñas -entre ellas- las del lago Mari Menuco que abastece a la capital provincial. Nadie analiza esos impactos.
En la industria del gas se producen enormes escapes de metano, un componente mucho más dañino en la atmósfera que el propio CO2, que atrapa el calor del sol y causa cambio climático. Las fugas de metano son invisibles, pero se pueden detectar con cámaras infrarrojas. Con ese instrumento, las ha visibilizado en Vaca Muerta la organización norteamericana Earthworks. Los videos están en YouTube.
En Texas y Nuevo México, donde está la cuenca Pérmica, que se considera la estrella mundial del shale, los escapes de este gas son tan grandes que podrían alimentar 7 millones de hogares según reveló un estudio de la Universidad de Harvard.
Es por este tipo de cosas, que el fracking se metió de lleno en la reciente campaña electoral de los Estados Unidos. Joe Biden, el presidente electo, prometió prohibir la práctica en tierras que pertenecen al Gobierno Federal. ¿Qué pasará si eso se cumple? ¿Se convertirá el fracking nomás en la mala palabra que merece ser?
Fuente:
Marina Aizen, Fracking: Una mala palabra, 2 marzo 2021, Sala de Prensa Ambiental.
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