jueves, 18 de marzo de 2021

El otro "pueblo escondido" de Córdoba


San Virgilio fue durante 70 años un pueblo minero, con 600 habitantes, al sur de las Sierras. Hasta que extraer tungsteno ya no fue negocio. Ahora buscan reabrirlo para el turismo aventura, como Pueblo Escondido.

por Fernando Colautti

Uno sube y sube cerros, llega a una de las partes más altas de las Sierras Grandes, al sur de Calamuchita, donde se presume que no hay otra cosa más que la belleza despojada de montañas tapizadas de piedras y pastizales de altura, atravesadas por arroyos y ríos cristalinos que aún conservan en sus riberas minibosques de tabaquillos. Pero allí aparecen, de sorpresa y a la vista, galpones y un caserío casi ocultos entre las sierras.

La descripción parece ajustada a quienes llegan a Pueblo Escondido, el paraje recreado en el cerro Áspero sobre una mina de tungsteno abandonada, habitada por centenares de personas entre 1900 y 1970. Hace unos 25 años, lo que fue el mayor pueblo minero para su época se reconvirtió en sitio de atracción turística. Miles de visitantes llegan por año, cada fin de semana, para impactarse con su historia y con su paisaje.

Pero hay otro “pueblo escondido” de rico pasado minero y de potencial turístico en esa región: las minas de San Virgilio, en el filo serrano entre Córdoba y San Luis, son menos conocidas que las del cerro Áspero pero hermanas en origen, destino e interés.

Las minas de los cerros Aspero y San Virgilio, son, en realidad, lo que queda de las dos explotaciones mineras más importantes que tuvieron las sierras: la cuenca del tungsteno (o wolframio) de Calamuchita.

Con el abandono de esas explotaciones llegó el de los caminos. Hoy son mecas del turismo aventura, pero sólo para quienes se animan en sus últimos tramos a la caminata serrana, o a conducir en motos enduro o en camionetas 4x4 adaptadas.

El lugar invita a tener los ojos bien abiertos. Pero basta cerrarlos un instante para imaginar una escena de hace 60 años, con cientos de mineros subiendo y bajando faldeos, entrando y saliendo de los oscuros túneles, picando y cargando piedras, habitando un paraje perdido en plena sierra, pero con alto desarrollo tecnológico para su época.

El menos conocido

San Virgilio, sobre una quebrada a 1.700 metros de altura, estuvo abandonado por décadas, desde que los mineros se fueron. El tiempo y el vandalismo se llevaron buena parte de ese pasado, pero no todo.

Quedan en pie, aunque muy deterioradas, varias viviendas de los jefes mineros, lo que fue proveeduría, el frigorífico, la cantina, el dispensario, la escuela y el galpón desde el que se generaba energía eléctrica a fuel oil y cuya usina sobrevive (por su tamaño no pudo ser robada).

Las casas de los obreros, más precarias y de madera, desaparecieron de ese mapa hace décadas.

Jorge Rocha vivió de niño allí, cuando su padre Darío se quedó en la década de 1970 con la explotación en la que trabajó antes como obrero minero. Fue el tiempo de la decadencia, cuando para las compañías mineras ya no era negocio pero los Rocha intentaban aun sacarle algún jugo al negro tungsteno, a puro pico y dinamita.

Jorge señala que las minas del cerro San Virgilio eran más grandes y con mayor producción que las de su hermano Aspero, aunque la infraestructura “urbana” era menor. “En San Virgilio llegaron a trabajar más de 100 personas. Vivían con sus familias, así que eran más de 600”, apunta.

Tras años sin presencia, Rocha acaba de retomar el permiso de uso que su familia tiene sobre la mina, y empezó a recrear el lugar para el servicio turístico. Este verano, cada fin de semana, ofrece no solo comidas a los visitantes sino la posibilidad de alojarse en un par de habitaciones recuperadas que alguna vez habitaron los mineros. Durante los años anteriores, los aventureros llegaban igual, aunque a un sitio sin gente.

Con buen ojo y genes mineros, su hijo Tadeo aun encuentran piedritas con partes negras, que acusan la presencia del tungsteno que, por razones de precio y mercado, ya no conviene explotar.

Cada fin de semana, aunque en menor medida que en el más conocido cerro Áspero, llegan grupos de motoqueros y de vehículos doble tracción adaptados a cualquier terreno. También, amantes del trekking serrano.

Kilómetros de túneles entre las montañas que se entrecruzan, que suben y bajan, con vías abandonadas en los que circulaba el mineral extraído, están allí. Y recorrerlos representa una experiencia singular. Por razones de seguridad, sólo se accede a algunos tramos, guiados por la gente del lugar.

Para Carlos, que llegó con un grupo de San Luis en siete Jeep adaptados para travesías, “es uno de los caminos más atractivos y difíciles del centro del país para hacer en estos vehículos”.

Gonzalo se mostró “asombrado” en su primera vez, por el paisaje del entorno, por “la aventura del camino”, y por la historia que esconde el lugar. “Es increíble que no sea conocido ni para los cordobeses”, plantea, antes de emprender el regreso con su grupo de amigos motoqueros.

Mucho más que una mina

El entorno es otro cuento: para llegar hay que atravesar dos ríos transparentes y atractivos, el Guacha Corral y el Rodeo de los Caballos, que terminan nutriendo al Quillinzo. Entre más arroyos y ondulaciones, sobresale la belleza de la Quebrada del Rayo. Y arriba, la presencia casi cotidiana de cóndores en alto vuelo, una atracción en si misma.

El pueblo que esconde San Virgilio, como el del Aspero, se autoabastecía: tenía matadero para faena, huerta, servicios sanitarios, escuela, energía eléctrica con usina, agua corriente caliente y fría y hasta teléfonos internos, cuando en los años ´40 y ´50 muchas localidades cordobesas no contaban aún con energía, agua de red ni telefonía.

En su época de oro, entre 1930 y 1970, obreros argentinos, bolivianos, chilenos y hasta ucranianos vivían y trabajaban allí.

La exmina y su pueblo son hoy fantasmas de lo que fueron en su apogeo productivo. Pero suman potencial para ser otro centro de turismo de aventura a descubrir en las sierras.

Cómo llegar

Para llegar a San Virgilio, al asfalto hay que dejarlo en Elena, sobre la autovía de ruta 36.

Desde allí se recorren 25 kilómetros de un ripio nada impecable hasta Río de los Sauces. De esa localidad del sur de Calamuchita se desprende el camino de 42 kilómetros que asciende hasta los 1.700 metros de altura del expueblo minero.

Hasta el río Rodeo de los Caballos, ese camino puede ser recorrido por la mayoría de los vehículos, si el conductor no es delicado. En ese punto, sólo siguen las motos enduro, las camionetas preparadas para travesías, las cabalgatas o a píe.

Son unos ocho kilómetros finales, que atraviesan un frondoso pinar, y que se pueden hacer en dos horas de trekking sin apurar el paso, en algo más de una hora en camioneta y en algo menos en motos. No vale el apuro, en esa área de uno de los paisajes serranos menos conocidos y transitados de Córdoba.

En un punto, ya en las Sierras Grandes, aparece una bifurcación que deriva hacia cerro Áspero (a la derecha) o a San Virgilio (a la izquierda).

Al Áspero, más al norte, también se accede, y con mayor fluidez, desde la localidad de La Cruz y pasando por Lutti.

Historias de tungsteno

Desde las minas de los cerros Áspero y San Virgilio miles de toneladas de minerales se extrajeron durante décadas, primero en mulas, luego en Ford A y después en camiones, por caminos que hoy solo, y con mucho esfuerzo, apenas pueden hacer las modernas camionetas de doble tracción.

Si cuesta imaginar para estos tiempos esa vida y semejante actividad, en un sitio al que aún hoy no es sencillo acceder, resulta impresionante representarlo hace 60 o 70 años.

El tungsteno (o wolframio) es raro en la corteza terrestre. No se lo encuentra puro sino combinado con otros elementos.

De todos los metales, es el que se funde a mayor temperatura. Filamentos de lámparas incandescentes, resistencias eléctricas y electrodos, y herramientas para corte (como discos abrasivos y puntas de mechas) son su destino habitual. Para la industria militar fue un insumo estratégico, para aleaciones muy resistentes al calor y al impacto, en el blindaje de vehículos y en proyectiles de cañón, entre otros usos bélicos.

Por esa razón, ambas minas cordobesas tuvieron su mayor nivel de actividad durante las dos guerras mundiales (1914 a 1918 y 1939 a 1945), con exportaciones a Europa.

Los yacimientos cordobeses fueron descubiertos en 1894 por Guillermo Bodenbender, uno de los pioneros de la geología argentina.

San Virgilio y cerro Aspero funcionaron como minas desde un par de años antes del 1900 hasta 1969, cuando cerraron, al menos como empresas de envergadura.

En sus inicios hubo pioneros italianos y luego se instalaron empresas alemanas, pero en su apogeo fueron compañías inglesas las que le dieron el mayor desarrollo.

Durante la Segunda Guerra Mundial, entre ambas minas llegaron a producir y exportar más de 1.500 toneladas de ese mineral negro, duro y resistente.

La sentencia de muerte se dejó adivinar cuando se conjugaron la baja del precio internacional del tungsteno, el agotamiento del mineral de mayor calidad en estas minas y, sobre todo, la entrada en el mercado mundial de China, en la década de 1980. Hoy, el 85 % del tungsteno que utiliza la industria mundial sale de China.


Fuente:

Fernando Colautti, El otro "pueblo escondido" de Córdoba, 12 marzo 2021, La Voz del Interior.

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