por Rosa M. Tristán
Es una de las más expertas jardineras del planeta, de esas personas que han dedicado la vida a conocer cientos de miles de plantas que desde hace al menos 500 millones de años habitan en la Tierra y sin las que la vida tal como la conocemos hoy sería inviable. La bióloga Sandra Díaz, premio Fronteras del Conocimiento de la Fundación BBVA de este año en la categoría de Ecología y Biología, nos ha descubierto, junto a los otros dos galardonados -Sandra Lavorel y Mark Westory-, la función que tienen en su ecosistema desde la hierba en apariencia más insignificante al portentoso árbol. Hemos hablado con ella: “No podemos esperar que nos salve la tecnología a cambio de la naturaleza”.
Gracias a su trabajo, esa biblioteca de la vida que es la biodiversidad cuenta con el mayor volumen jamás conseguido sobre 200.000 especies vegetales, en realidad una base de datos llamada TRY, con 12 millones de entradas. Más allá del portentoso y exitoso intento de esta investigadora de la Universidad Nacional de Córdoba, además de profesora invitada en Oxford, Díaz es hoy una de la voces más reconocidas a nivel global en el estudio de la biodiversidad; fue nombrada por la revista Nature como una de las 10 personas con más influencia en la ciencia en 2019. También ha sido copresidenta del último informe IPBES 2020 (Plataforma Intergubernamental de Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos) sobre el preocupante estado de las especies en el mundo. Habla con El Asombrario en la distancia para hacer balance de este momento, que considera muy preocupante, tanto para las plantas, que tan bien conoce, como para el resto de los seres vivos.
¿Prestamos a las plantas la atención que merecen?
En realidad, mucho menos que a los animales, porque son menos parecidas a nosotros. Las vemos como una escenografía o decorado verde, pero toda la energía que permite la existencia de seres vivos en la Tierra viene de las plantas verdes. Sólo ellas transforman la energía del sol en energía biológica y materia viva. Y sabemos que hay una enorme cantidad de biodiversidad vegetal. El barroquismo de la naturaleza del que hablaba Ramón Margalef se expresa en las plantas vasculares, que son las que estudio, en toda su potencia. Hay casi 400.000 especies conocidas por la ciencia. Y cada una es única. La cuestión es que no se pueden estudiar individualmente. Muchos investigadores han tomado un enfoque estadístico asumiendo que todas las especies tienen las mismas respuestas al ambiente. Pero eso no refleja por qué es importante la biodiversidad. Nosotros buscamos algo intermedio: los modos distintos de ser plantas, es decir, sus profesiones. Para ello, utilizamos el atajo de sus características fisiológicas, morfológicas, la historia de sus vidas que llevan impresas esas profesiones, igual que el cuerpo de una persona nos habla de su estilo de vida.
¿Cuántas ‘profesiones’ de plantas han encontrado?
No hay un número neto, sino un gradiente. Algunas plantas apuestan por vivir peligrosamente: aprovechan espacios donde hay muchos recursos pero en los que duran poco porque son lugares muy inestables, así que tratan de crecer lo antes posible, pequeñas, sin invertir en sus defensas, y de dejar el máximo de semillas posibles. Otras son más conservadoras y prosperan en lugares muy desfavorables pero muy estables, como la alta montaña. Son muy duras porque están preparadas para sobrevivir y crecen muy lentamente, con tejidos que las protegen de los elementos. También las hay monopólicas, preparadas para acumular gran cantidad de recursos, que se instalan y eliminan a otras plantas.
Todas estas estrategias ya se conocían, pero lo que hicimos fue documentar las combinaciones de caracteres a nivel global. Vimos que algunas tienen pocas raíces, como las acuáticas sumergidas, y otras como los cipreses han sobrevivido porque son muy austeras y aguantan muy bien ataques, aunque invierten mucho tiempo en crecer. En realidad, las combinaciones de caracteres fundamentales, filtradas por la selección natural, son pocas. Hay una cantidad limitada de modelos. Y vimos que hay modelos que serían viables, pero que no existen o son de especies muy raras. También que no todos los modelos son igualmente populares. Los hay comunes, en muchas plantas, y otros que están confinados a espacios reducidos.
¿Cómo de responsables somos los seres humanos de haber cambiado la vegetación de la Tierra en estos 10.000 años de actividad agrícola?
Hoy hay huella humana en todos los ecosistemas, incluso en lugares que creemos prístinos. Hoy las plantas muy conservadoras son menos comunes, mientras proliferan las herbáceas, como la maleza. Falta ciencia por hacer al respecto, pero parece que en un pasado remoto no humano el punto caliente de la biodiversidad estuvo desplazado hacia las conservadoras, pero nuestra influencia va en contra de ellas y favorece a las que viven peligrosamente, lo que ha cambiado el lugar donde están las combinaciones más exitosas.
¿Cuál es ahora el peor enemigo de las plantas?
Hace un año hicimos un informe global, del IPHES, para entender las amenazas a la biodiversidad. Concluimos que el peor enemigo es el cambio de uso de la tierra y del mar: la deforestación para cultivos, por infraestructuras, por uso maderero. El siguiente enemigo es la extracción directa, que no destruye el hábitat, pero sí acaba con especies concretas, como ocurre con la tala de maderas preciosas. El cambio climático sería el tercer factor, aunque los modelos apuntan que acabará siendo el más importante. Y, por último, también lo son la contaminación y las especies invasoras. Si hablamos de las plantas verdes, el más importante es el primero.
Con esta perspectiva, ¿cómo será la vegetación terrestre del futuro?
Las proyecciones de cara al futuro, asumiendo que seguimos haciendo todo como hasta ahora, muestran un agravamiento de los efectos del cambio climático, pero los efectos serán muy desiguales por regiones. En 50 años, en algunos lugares no les irá mal, mientras que en otros habrá impactos devastadores. Se acentuará la vulnerabilidad de mucha gente y el estado de injusticia extrema que ya vemos. Procuro no separar el deterioro de la naturaleza del cambio climático. Son dos síntomas del mismo problema: el modelo dominante de apropiación de la naturaleza.
En ese deterioro, que afecta a las plantas muy directamente, está la situación de los insectos. ¿Sabemos lo suficiente de este asunto?
No se puede pensar en ningún modelo basado en seres biológicos en el planeta sin los insectos. Es más fácil pensar en un planetas sin humanos que sin insectos. Y están en todos los lados. Se calcula que existen ocho millones de especies vivas y de ellas, por lo menos 5,5 millones son insectos. Es verdad que los hay que hacen daño, algunos son un incordio, pero otros son imprescindibles para la polinización, los enemigos naturales, la descomposición de la materia orgánica…
Hay un ejemplo famoso: en Australia, como no hay ungulados nativos, no había escarabajos peloteros y tuvieron que introducirlos para hacer estiércol cuando llevaron el ganado, porque no sabían qué hacer con tanto guano. La guerra contra ellos la vamos a perder. Como contraparte, tenemos evidencias de que no son indestructibles y algo les está pasando. Yo vengo de una zona de agricultura industrial en Argentina y antes relacionaba su desaparición con la soja transgénica y los agroquímicos, pero también disminuyen en Alemania. Es un gran enigma lo que les pasa. Sabemos mucho de la extinción de grandes animales, pero muy poco de los insectos. Sólo de las libélulas tenemos un porcentaje: un 10 % de las especies están amenazadas. Ni siquiera de la abejas lo sabemos, porque hay muchas especies, además del caso de las melíferas, que está más documentado.
Con la pandemia del covid-19, se habló mucho del resurgir de la naturaleza. ¿Cree que habrá un antes y un después de esta pandemia?
La crisis del covid nos ha dado un cachetazo. Hemos visto que no nos podemos aislar, que para bien y para mal todos los seres vivos estamos conectados. Abrimos los ojos por un momento. Cuánto de esta conciencia se traducirá en un cambio de modelo de producción es pronto para decirlo. Todos los países han diseñado paquetes de rescate económico y, según organizaciones que analizan sus huellas ecológicas, la tendencia global es francamente negativa. Por más que ha habido una caída en emisiones contaminantes, con estos planes vamos a una situación donde las cosas serían peor que antes. Sólo 12% de los paquetes de rescate, según la consultora Vivid Economics, tienen medidas que pueden recortar las emisiones; el resto las aumentarán. Es decir, con estos planes iremos a peor que sin rescate post-pandemia. Entre lo países que sí muestran un efecto neto positivo está España. También Estados Unidos, que con las medidas que anunció Biden se situaría como el país más positivo del mundo. Pero son los menos. Lo bueno es que ese 12 % demuestra que es posible un mundo diferente. Para que tenga efecto, esas medidas hay que aplicarlas a escala global y de forma rápida y hoy la mayoría de los estamentos gubernamentales son más bien declarativos.
¿Tenemos los humanos una confianza excesiva en que las tecnologías nos van a salvar?
El discurso tecnológico no es ideológicamente ingenuo. La ciencia indica que no puede haber un crecimiento infinito del consumo y los desechos del consumo, como si no fuera un sistema cerrado. Además, ni remotamente tenemos tecnología para reemplazar todo lo que la naturaleza nos aporta. Y sería un mundo más pobre y menos disfrutable. Las contribuciones de la naturaleza van más allá de las calorías que tenemos en el plato. El romance con la biodiversidad está en nuestras moléculas, en nuestro genes. Es más, aunque fuera posible, es infinitamente más difícil esa vía tecnológica que el esfuerzo de cuidar la naturaleza que ya tenemos y lo que requiere es poner límites a un modelo que la devora para beneficio de unos pocos. Es mejor que inventar todo un mundo tecnológico que reemplace al natural.
¿Qué falla para que este mensaje tan claro de la ciencia no cale en todo el mundo?
Lo importante es que las decisiones, al final, se toman por actores sociales en función del balance de poder entre los diferentes grupos. Tenemos un modelo que funciona bien para cierto sector, pero cada vez peor con el resto de los seres vivos. Los científicos damos información, pero la ciencia no va a cambiar el mundo hasta que no se transforme la narrativa de suficientes actores sociales.
Tenemos el ejemplo del tabaco. Se sabía desde hace décadas que era malo para la salud, pero para que llegara a la salud pública y se alertara desde los Estados, pasó mucho tiempo por ese balance de poder. Ahora, los gobiernos saben que sus medidas de reactivación post-covid-19 son malas para el medioambiente, pero los balances de poder no son positivos. Nos han instalado que para crecer hay que innovar y tener cada vez más, que éxito es acumular y consumir. No es la narrativa del bien común. Sí veo movimientos sociales nuevos que están cambiando el juego, gente joven que se moviliza y, si esto es el principio del cambio de balance o es una moda, ya se verá. Ojalá que no. No tenemos ni plan B ni planeta B.
Fuente:
Rosa M. Tristán, Hablamos con Sandra Díaz, una de las mejores jardineras del planeta, 12 marzo 2021, Público.es. Consultado 18 marzo 2021.
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