La familia de Maldonado hoy pide por la aparición del joven de Pedro Luro.
por Adriana Meyer
Santiago hubiera querido que hoy gritáramos, marcháramos y exigiéramos la aparición con vida de Facundo. Hicimos eso por él y apareció, pero sin vida. Hasta hoy la rancia derecha (y algunes que se dicen progresistas) insisten en que se ahogó solo, reacios a rendirse a la evidencia de que en ese momento al límite de su muerte estaba rodeado por gendarmes que seguramente le apuntaban como al chileno Nicasio Luna, el testigo que apreció tiempo después y que relató cómo fue perseguido por los gendarmes y terminó a pocos metros de él, semi sumergido en ese río helado de Chubut.
Ellos eran los wenüy, los amigos blancos de los mapuches de Cushamen que desde 2015 recuperaron territorio ocupado por el magnate Benetton, y habían acudido a reforzar la presencia durante la protesta con corte de la ruta 40 por la represión del 31 de julio de 2017 en Bariloche cuando la comunidad y organizaciones que la apoyaban repudiaron la detención de su lonko, líder político y espiritual, Facundo Jones Huala. A Romina Jones Huala le habían roto la boca los policías, y la mitad de los weichafe (guerreros) de la Pu Lof en Resistencia estaban presos. Santiago partió hacia la Lof casi sin avisar a nadie, su amigo Ariel Garzi no podía ir porque ya estaba fichado, ya lo habían detenido cuatro veces, y en una de ellas fue paseado y golpeado adentro de un patrullero mientras le decía que se dejara de «joder» con su activismo en apoyo de «esos indios de mierda».
ejos del estereotipo hippie y «silvestre», Santiago usaba un abrigo a rayas que no había comprado sino trocado por sus tatuajes, y escuchaba el rap anarquista del grupo chileno 89 Puñaladas mientras dibujaba y pintaba la piel de Facundo. No Castro sino Parodi, el hijo de María Eva Barabini, valiente militante que al igual que todes quienes alzaron su voz cuando El Brujo estaba desaparecido, fueron perseguidos por la maquinaria encubridora y disciplinadora de Cambiemos y las alas adictas a los oficialismos de turno del Poder Judicial. Causas armadas, hostigamiento en redes, espionaje de sus vidas privadas, todo valía para invalidar lo que terminó siendo: Santiago nunca había salido de la Patagonia, cayó ahí porque los gendarmes que salieron a cazar indios por la orden política de Patricia Bullrich y Pablo Noceti entraron a la Lof con balas de plomo. Los peñi ya conocían el sonido de esos disparos, diferentes a los de goma cuando silban cerca.
"Cuando todo esto pase yo sé bien que hacer, tengo los links de todas tus conversaciones", amenazó muy suelto de cuerpo el policía Pablo Reguillón al abogado Luciano Peretto durante un allanamiento, cuando la Bonaerense ya había sido apartada de la causa por la desaparición forzada de Facundo. El joven de 22 años había sido hostigado por la policía de Villarino, al igual que Luciano Arruga, el mapuche Iván Torres y otros pibes que desaparecen, tal como denuncian los organismos de derechos humanos, porque son sistemáticamente el objetivo de intentos de ser reclutados para delinquir por parte de las fuerzas policiales. La impunidad de ayer permite la repetición de los hechos de hoy, y las familias resilientes, víctimas de la represión uniformada, van creando lazos para compartir experiencia. Así, a tres meses de la desaparición de Facundo Castro en 25 de Mayo, la mamá, el hermano y la cuñada de Santiago -Stella, Germán y Carolina- se movilizaron para exigir la aparición con vida del chico de Pedro Luro. Quique, el papá, llora en silencio pensando en el sufrimiento de Cristina Castro.
La voz de Santiago movilizó a miles y trascendió fronteras. En la Italia del imperio Benetton hay grupos de apoyo a la lucha mapuche, allí rompieron el silencio del magnate sobre el caso. En una conferencia de prensa que el Grupo dio en Treviso, su ciudad, un muchacho le mostró la foto de Santiago y le pidió "una palabra para su madre". Luciano Benetton no se esperaba esa pregunta (la escena aparece en la película El camino de Santiago), pero ensayó una respuesta. Recordó su oferta de tierras y dijo que no habían sido aceptadas porque, según él, si lo hacían "se terminaba la historia de los mapuche". Sobre Santiago dijo que no lo conocía, que no sabía nada, que la policía estaba investigando. Como estaba en problemas intervino su secuaz, el fotógrafo Oliverio Toscani: "Soy italiano y no por eso soy responsable de los homicidios que suceden en Italia, tampoco de lo que sucede en mi propiedad, así es la legalidad".
Poco y nada quedó de aquellos días en que Santiago andaba de grupo en grupo, los anarquistas, los feriantes y los mapuches de El Bolsón, ofreciendo yuyos curativos a quien los necesitara. Resistieron todo lo que pudieron pero el acoso de los gendarmes siguió por mucho más tiempo luego de la "aparición" del cuerpo en el río Chubut, el 17 de agosto de 2017. En la feria de Plaza Pagano guardaron su lugar donde ponía la manta y tatuaba. Quedan los murales que gritan "la mirada de Santiago vive en l@s que luchan por verdad y justicia". Santiago hubiera querido que seamos millones en la calle para que aparezca Facundo.
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Fuente:
Adriana Meyer, Tres años sin Santiago, tres meses sin Facundo, 31 julio 2020, Página/12.
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