Un
proyecto ecológico incluye una agenda amplia, que toma aspectos
vinculados a la salud, a la distribución justa de la riqueza: el
resultado es un green new deal.
por
Maristella Svampa y Enrique Viale
Fue
en 1972 que la Asamblea General de las Naciones Unidas proclamó el 5
de junio como Día Mundial del Ambiente, con el objeto de
sensibilizar a la población mundial y, al mismo tiempo, impulsar
acciones políticas proactivas en defensa del planeta. Sin embargo,
casi cincuenta años después, de la mano de un modelo de
globalización neoliberal y depredatorio, la humanidad se encuentra
al borde del colapso ecosistémico y climático: calentamiento
global, extractivismo y destrucción de territorios, extinción
masiva de especies y pérdida de biodiversidad, aumento exponencial
de la huella ecológica, entre otros problemas, ilustran la
consolidación de modelos de (mal) desarrollo que amenazan la vida en
el planeta.
La
gran pandemia mostró el fracaso de este modelo de globalización
consolidado en los últimos treinta años, al calor de la
Organización Mundial del Comercio y la apertura indiscriminada de
los mercados. Por un lado, puso al desnudo y potenció las
desigualdades sociales y económicas, haciéndolas más insoportables
que nunca. Tal como señala el economista Thomas Piketty, los
actuales niveles de concentración de la riqueza son equivalentes a
aquellos de fines del siglo XIX, cuando no existía un Estado
regulador y solo el mercado era el ordenador de las relaciones
sociales. La pandemia de coronavirus evidenció también un retroceso
social que abarca el sistema de salud (debilitado y privatizado), la
producción de alimentos y la degradación del hábitat urbano, sobre
todo en relación con los sectores más vulnerables.
Oportunidad.
Por otro lado, la pandemia tiene también orígenes socioambientales,
aunque se tienda a invisibilizarlos. Como indican numerosos estudios,
virus como el del ébola, la gripe aviar y la porcina, el SARS,
encuentran múltiples causas ambientales, entre ellas la
deforestación indiscriminada, el tráfico de animales silvestres y
la cría de animales a gran escala. Estos son el caldo de cultivo de
los llamados virus zoonóticos, que tienen un alto nivel de
contagiosidad y saltan de los animales a los seres humanos. El
Covid-19 no es seguramente una excepción.
Con
todo lo horroroso que trae la pandemia, la crisis abrió un portal
desde el cual se tornó posible aquello que hace poco tiempo se
consideraba inviable. En esta línea comenzaron a circular diferentes
propuestas globales y nacionales, que en el Sur adoptaron el nombre
de Pactos Ecosociales y Económicos y en el Norte, Green New Deal. Lo
central es que no se trata exclusivamente de propuestas “verdes”,
sino de agendas integrales que articulan justicia social con justicia
ecológica, justicia étnica y de género.
En
América Latina, desde hace unos días circula el Pacto Ecosocial,
Económico e Intercultural y en Argentina, hace más de un mes hemos
lanzado una propuesta firmada por más de 400 intelectuales, artistas
y organizaciones sociales, que propone un Pacto Ecosocial y Económico
con cinco puntos: ingreso universal, reforma tributaria progresiva,
suspensión del pago y auditoría de la deuda externa, paradigma del
cuidado y reforma socioecológica radical (energética, productiva,
alimentaria y urbana). Dicha agenda no se apoya en el vacío; remite
a grandes debates globales, así como a luchas sociales que recorren
el país y el continente.
Economía
y ambiente. Por ejemplo, los debates sobre la necesidad de instalar
un ingreso universal ciudadano, un impuesto a las grandes fortunas y
suspender el pago de la deuda externa, están lejos de ser tópicos
de alcance local. Son, como señalaba en una entrevista a Perfil la
analista Gillian Tett, “una tendencia global”. Atraviesan
declaraciones de organismos internacionales como el FMI, la Unctad,
la Cepal o incluso columnas de diarios hiperconservadores, como el
Financial Times; todos los cuales coinciden en que la crisis exigirá
un rol mayor del Estado y nuevos tiempos redistributivos.
Asimismo,
el debate instalado por las feministas sobre el cuidado, definido
como un derecho, cuenta con una larga historia. Esto aparece más
relevante en el actual contexto de pandemia y exige un
involucramiento mayor del Estado, a través de políticas públicas
que desmercantilicen la salud y que conecten cuidado, salud y
ambiente, para poder afrontar los desafíos del cambio climático y,
muy probablemente, las pandemias que vendrán. También resulta
fundamental visibilizar y revertir el brutal desequilibrio de género
de quienes realizan las tareas de cuidado: las mujeres. El gran
aporte de los feminismos, como el de los pueblos originarios, es su
apuesta radical por colocar en el centro la sostenibilidad de la
vida, hoy amenazada por la lógica destructiva del capital.
Petróleo.
Por último, nuestra propuesta de Pacto Ecosocial y Económico coloca
el acento en la transición socioecológica, en sus diferentes
niveles. Por un lado, la gravedad de la situación requiere que
avancemos en propuestas de transición de la mano de un paradigma
energético renovable, descentralizado, desmercantilizado y
democrático. Aunque el recurso esté disponible (como es el caso de
Vaca Muerta), los impactos de los combustibles fósiles ligados al
cambio climático instalan un límite ecológico. A la par que se
derrumba el precio del petróleo, crecen los movimientos globales de
desinversión en combustibles fósiles, y estos se van convirtiendo
en “activos varados u obsoletos”, al tiempo que se multiplican
las experiencias locales en torno a la energía limpia y sustentable.
Esta tendencia irá acelerándose: por ejemplo, esta semana fue el
Parlamento el que rechazó por cuestiones ambientales el Acuerdo de
Libre Comercio Unión Europea - Mercosur.
De
igual modo sucede con el modelo alimentario. La Argentina debe
promover desde el Estado y la sociedad una nueva ruralidad, basada en
un paradigma agroecológico-biocéntrico y que promueva la soberanía
alimentaria. El modelo de agronegocios imperante, que requiere poca
mano de obra, depende de los agroquímicos, destruye bosque nativo y
produce forraje para ganado, es cada vez más cuestionado por su
concentración, insustentabilidad y sus impactos sobre la salud.
Durante la cuarentena, se produjo la multiplicación del consumo de
productos agroecológicos, sobre todo en las grandes ciudades. Pero
debemos ir más allá. Necesitamos una agricultura con agricultores,
que promueva el trabajo en el campo y que produzca alimentos sanos a
precios justos: esa es la agricultura del futuro. No hay que olvidar
que la agricultura familiar (campesina) produce el 70 % de los
alimentos del mundo, en el 25 % de la tierra; mientras que el
agronegocio, para producir el 25 %, concentra el 75 % de la tierra.
Vinculado
con lo anterior, se torna necesario repensar el modelo urbano.
Nuestras grandes ciudades se transformaron en una trampa mortal,
sobre todo para las poblaciones vulnerables, hacinadas y privadas de
los servicios básicos. Debemos repensar la relación entre lo rural
y lo urbano, promoviendo el arraigo en las ciudades pequeñas y
medianas, garantizando tierra para pequeños y medianos productores
de alimentos con cordones verdes que provean alimentos frescos y
baratos a toda la población, en sintonía con lo propuesto por más
cien movimientos sociales con el “Manifiesto nacional por la
soberanía, el trabajo y la producción”.
En
suma, la pandemia abre grandes desafíos a nivel nacional, regional y
global, lo que nos obliga a salir del sectarismo, de los lugares
comunes y de las falsas soluciones. Sería un grave error que el
gobierno de Alberto Fernández desaproveche esta oportunidad
inmejorable para avanzar en un ingreso único que, de manera
procesual, apunte a la universalidad -tal como lo indica la Cepal-y a una reforma impositiva que incluya impuestos a los que más
tienen. Esa es la puerta de entrada para una serie de
transformaciones de fondo, que deben abarcar necesariamente la
transición socioecológica. No podemos caer en la tentación del
progresismo selectivo buscando la reactivación económica de la mano
de más extractivismo. Si con agronegocio, fracking (Vaca Muerta) y
megaminería tenemos más de la mitad de los niños bajo el nivel de
pobreza y las “soluciones” que se proponen son profundizar más
de lo mismo, ¿no será entonces que llegó el momento de debatir
seriamente los modelos de (mal) desarrollo?
En
el marco de la pandemia, los primeros aciertos de Alberto Fernández
fueron valorados por el conjunto de la sociedad. Pero en un escenario
de disputa pospandemia se requieren medidas económicas, sociales y
ambientales estructurales. Aquí resulta crucial la posición que el
Gobierno adopte en relación con las luchas sociales, esto es, si
decide responder a las demandas que desde abajo apuntan a la
construcción de lo común, en una clave igualitaria y sustentable, o
bien cede a las presiones de los sectores económicos más
concentrados, en defensa de sus privilegios.
Por
último, nuestra propuesta no es un “cuaderno de quejas” ni un
listado de demandas dirigidas a los gobiernos de turno. Constituye,
como afirmamos en el Pacto Ecosocial desde el Sur, junto con otras
voces de América Latina, “un llamado a los diferentes movimientos
sociales y ambientales, organizaciones territoriales, gremiales y
barriales, comunidades y redes, pero también a gobiernos locales
alternativos, parlamentarios, magistrados o servidores públicos
comprometidos con la transformación; para cambiar las relaciones de
fuerza, mediante plebiscitos, propuestas de ley u otras muchas
estrategias con una real incidencia para imponer estos cambios a las
instituciones existentes por parte de una sociedad organizada y
movilizada”.
Maristella
Svampa es socióloga, Enrique Viale es abogado ambientalista
Fuentes:
Maristella Svampa y Enrique Viale: "Es necesario un pacto ecosocial", 4 junio 2020, Perfil.
La obra de arte que acompaña esta entrada es "Madre Campesina", del artista mexicano David Alfaro Siqueiros.
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