Una escuela rural de Entre Ríos, una de las provincias afectadas por las fumigaciones cerca de los centros educativos. Foto: Pablo E. Piovano. |
Esta
semana llegó al Congreso un proyecto de ley para que Nación ponga
un piso de distancia a las fumigaciones, pero la discusión central
sobre el ‘agronegocio’ sigue sin atenderse: hasta cuándo
sostener un sistema tan agresivo con la salud y el medio ambiente.
por
Miriam Campos
“Para
hablar por los pueblos fumigados hay que ir y chocarse con esa
realidad, que pegue en el pecho, ir y plantarse al frente de una
fumigadora, sentir el olor de lo que es el glifosato”, dice el
abogado ambientalista Darío Ávila cuando habla de cómo se abordan
algunas discusiones y planteos en el ámbito legislativo sobre lo que
pasa en las zonas fumigadas.
Esta
semana, llegó al Congreso un proyecto de ley de presupuestos mínimos de protección ambiental para la aplicación de productos agroquímicos. La iniciativa presentada por el legislador nacional
Leonardo Grosso, presidente de la comisión de Recursos Naturales y
Conservación de Ambiente Humano de la Cámara de Diputados,
establece la prohibición de la aplicación, manipulación y
almacenamiento de agroquímicos en áreas urbanas, así como la
aplicación aérea y contempla la prohibición de la aplicación
terrestre, manual o mecánica a menos de 1.500 metros de zonas
urbanas, viviendas permanentes, escuelas rurales, asentamientos
humanos, entre otros.
Según
el proyecto, que retoma la propuesta de Pino Solanas realizada en
2019, la prohibición aérea comenzará a regir “a partir de los
dos años de sancionada la ley”, contempla que “hasta tanto se
cumpla dicho plazo, se prohíbe la aplicación aérea de agroquímicos
a menos de 5.000 metros del perímetro de zonas urbanas”, entre
otras cuestiones.
Visto
así el proyecto es alentador, no sólo vuelve a poner en la agenda
del Congreso el tema ambiental sino que en términos concretos, de
aprobarse, traerá un poco de aire a las bastas zonas afectadas por
los agroquímicos. Sin embargo, habrá que seguir de cerca cómo se
aborda el debate porque la cuestión de fondo, sigue sin discutirse.
“El
problema no es un tema de distancia de 1.000 o 1.500 metros para
habilitar fumigaciones sino que es algo más complejo y de fondo. El
problema es el modelo agropecuario que tenemos, eso es lo que hay que
discutir”, retoma Ávila y agrega que el proyecto puede poner un
freno a la agresión ambiental, que claramente beneficiaría a los
vecinos afectados, pero a la vez, si se esquiva la centralidad del
asunto, la contaminación seguirá llegando a través de los
alimentos, y sin dudas, no es una manera de “zanjar el problema”.
Ávila
trabajó en varios procesos ambientales de Córdoba, acompañó la
lucha de las madres de barrio Ituzaingó, la causa por el derrame de
Taym, los reclamos contra la instalación de la planta Cormecor,
asesora a los vecinos de Dique Chico, es miembro de la Red de
Abogados de América Para la Defensa de Soberanía Alimentaria y
también colaboró en la redacción de la ley provincial de Política
Ambiental. Con ese recorrido, para el abogado, está claro que para
abordar una discusión a nivel legislativo ya no estamos en la etapa
de implementar el “principio precautorio” sobre lo que sucede con
los agroquímicos en el país.
¿Por
qué es tarde ya para abordar la problemática desde lo preventivo?
-
El principio precautorio se aplica en las etapas iniciales de un
conflicto o una discusión cuando no se puede vislumbrar qué efectos
producirá algo a largo plazo porque no hay suficiente evidencia
científica. Por ejemplo, hoy no podemos establecer a ciencia
cierta, cuáles son los efectos, -la exposición a determinado
riesgo-, que podemos sufrir a largo plazo con respecto a ciertas
tecnologías modernas que se están empezando a usar. En ese caso
puede funcionar el principio precautorio pero para abordar en el país
el tema de los agroquímicos, ya no podemos basarnos en esto, porque
a esta altura hay mucha evidencia científica que da certezas de que
la exposición a los agroquímicos genera patologías. Incluso la
Organización Mundial de la Salud (OMS) ha dicho que el glifosato es
probable cancerígeno. ¿Vamos a seguir discutiendo hoy respecto a
eso?, no deberíamos porque ya no hay dudas, hay certezas. Llegamos
tarde con el principio precautorio, por eso corresponde hablar del
principio de prevención.
¿Cuál
es el valor de lo preventivo?
-
El principio de prevención dice que las causas y fuentes generadoras
del impacto ambiental deben ser atendidas de manera prioritaria.
Entonces en materia de agrotóxicos, la causa y fuente generadora del
conflicto son estos mismos productos, por lo tanto, hoy debería ser
prioritario y preventivo, el no uso de los mismos. Hablamos de una
actividad que contamina el ambiente y esa contaminación repercute en
la salud de la gente.
Lo
que menciona Ávila no es menor a la hora de focalizar la discusión
parlamentaria sobre qué hacer con los agroquímicos, puesto que
hablar de limitar su implementación se aborda solo una parte del
conflicto. La exposición de las poblaciones al uso de agrotóxicos
está muy bien instalada en la sociedad que se opone, sin dudarlo, a
que fumiguen sobre sus cabezas. En Córdoba, años atrás era
impensado movilizar a más de 20.000 personas por el centro de la
ciudad, para defender el bosque nativo, pero ahora, producto de las
luchas, la judicialización de los daños y sobre todo el impacto
innegable que los agroquímicos están dejando, es menester debates y
leyes acorde a los tiempos. Y mientras no se discuta el trasfondo,
como destaca el letrado: “Estamos discutiendo una problemática en
función de la distancia pero no en función del modelo”. Un modelo
agropecuario tan redituable en el país, un tótem de ganancia
económica, que ningún gobierno, pese al estrago ambiental que
muestran las provincias, avanzó para derribarlo.
Después
del juicio de Ituzaingó donde se dijo que los agrotóxicos son
veneno y enferman a la gente, “la salida rápida del agronegocio
para seguir sosteniendo el modelo, fue decir que lo ocurrido en
Ituzaingó, fue el resultado de las malas prácticas y de gente que
violaba las normas, por lo que rápidamente, se abocaron a plantear
buenas prácticas agropecuarias y el respeto a la ley provincial”,
explica Ávila y agrega: “Pero al día de hoy con ‘las buenas
prácticas’, seguimos sosteniendo el modelo y esto es lo que hay
que cuestionar”.
Desmonte
y pandemia, todo se relaciona con todo
La
Evaluación Global de la Plataforma Intergubernamental sobre
Biodiversidad y Servicios de los Ecosistemas (IPBES, por sus siglas
en inglés), que demandó tres años de trabajo, publicó en 2019 un
informe donde se reportaron las cifras del desastre ambiental que
atravesamos. Allí, los científicos hablan de una “una extinción
masiva” de especies que ahora están bajo riesgo.
En
este daño, la sobreexplotación de los recursos, es una de las
mayores causas y eso tiene que ver con mal uso del suelo, la
sobrepesca y la generación de gases de efecto invernadero. Para dar
un ejemplo del registro, se rebeló que entre 2010 y 2015 se
perdieron 32 millones de hectáreas de bosques primarios o en
recuperación de zonas del trópico.
Alrededor
del 25 % de las emisiones de gases de efecto invernadero son causadas
por el desmonte, la producción de cultivos y la fertilización, y
los alimentos de origen animal contribuyen en un 75 % a esa cifra.
El
informe del IPBES habla acerca de la pérdida, es un indicador muy
fuerte sobre la destrucción de la biodiversidad, que es aquel
espacio donde se desarrolla toda la trama de la vida. Allí se
encuentran los ecosistemas, las especies terrestres, acuáticas, los
bosques, que constituyen el paisaje de la naturaleza, justamente esa
manifestación latente de la vida.
“Este
informe es lapidario, y dice, entre otras cosas, que el 75% de la
superficie terrestre ha recibido un impacto por el que ha sido
transformada y cuando se analizan las causas de esa pérdida de
biodiversidad, la principal causa es el cambio del uso del suelo que
está dado por la deforestación”, explica Ávila.
Lo
que señala el letrado ambientalista, se relaciona con la pérdida de
los bosques nativos asociados, o que van de la mano, al avance de la
frontera agropecuaria. Y ahí, una de las complicaciones surgidas es
el de la zoonosis -las enfermedades infecciosas transmitidas de forma
natural por los animales-. Aparece así, este fenómenos de las
pandemias, como la que atravesamos en este momento, que se da por el
contacto humano con los animales silvestres y esto viene a raíz,
precisamente, de los desmontes.
“Cuando
uno analiza todo esto, se puede ver que ya hay evidencias para dar
una discusión de fondo en cuanto a sostener el modelo agropecuario
que tenemos porque está probado que ha fracasado en todos los
aspectos, lo social, lo ambiental, y únicamente ha sido exitoso en
lo económico”, agrega Ávila.
“Creo
que este fenómeno de encierro, de aislamiento, nos ha interpelado a
más de uno en relación a esta forma de desarrollo o ‘de mal
desarrollo’ que nos impusieron desde algún lado, que no tiene nada
que ver con nuestras características, nuestra idiosincrasia, con
nuestra cultura, nuestra forma de ser. Me parece que la pandemia ha
puesto en evidencia eso, que es un modelo capitalista, injusto,
absolutamente frágil porque justamente un virus puso en jaque a la
economía mundial" , dice el letrado y completa: "Hay que
plantear las discusiones desde ahí, lo que hay que cambiar. Las
normas, las políticas de Estado se dan tras la lucha social y desde
lo ambiental, para la construcción de un futuro, está claro que la
salida a esto es únicamente colectiva”.
Fuente:
Miriam Campos, Fumigaciones: “El problema no es la distancia sino el modelo agropecuario", 26 junio 2020, La NUEVA Mañana. Consultado 26 junio 2020.
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