lunes, 1 de junio de 2020

Adiós a Fessenheim


Cierran finalmente los dos reactores más antiguos de Francia. Pero los residuos que allí quedan se guardan en piscinas cercanas a un canal, en un área seísmica y sobre la mayor fuente de aguas subterráneas de toda Europa. En consecuencia, el movimiento Stop Fessenheim no se va a ninguna parte.

por Linda Pentz Gunter

Artículo publicado originalmente en Beyond Nuclear International.

Un soleado día de octubre de 2009, un pueblo de la frontera franco-germana fue asediado. No había virus, pero sí una invasión de algún modo.

Llegaban protestantes contra la central nuclear Fessenheim. Pero a las autoridades franceses quienes les preocupaban no eran sus propios ciudadanos, eran más bien los “alborotadores” alemanes.

Estábamos en Colmar, en Alsacia, una región que ha generado varios conflictos entre Francia y Alemania a lo largo de la historia, cambiando de manos hasta finalmente convertirse en francesa al final de la Segunda Guerra Mundial.

Quizás por haber visto demasiados vídeos de protestantes alemanes en Gorleben, o quizás por alguna otra razón, la policía francesa cerró Colmar de arriba abajo.

El lugar original de la protesta iba a ser la plaza Rapp, en el centro, pero se cambió a última hora por las afueras del pueblo, junto a la estación de tren.

Desplegaron helicópteros, la policía bloqueó las intersecciones con sus perros (alsacianos, claro) y camiones en los que se leía la palabra “caballos” se amontonaban en las calles laterales.

Antes del mediodía, el único sitio disponible para tomar una taza de café era la carnicería local, todo lo demás estaba cerrado. Y cuando en Francia cierran las cafeterías, es que algo muy serio va a suceder.

Cinco mil personas se presentaron, todas pacíficas, muchas vistiendo de amarillo, cantando canciones antinucleares tradicionales.

Y entonces, pasando por delante de toda la seguridad, dos protestantes se subieron al techo del banco y desplegaron una gran pancarta en la que se leía “La nuclear mata el futuro”. La policía, sus perros y sus caballos se quedaron mirando como ovejas, por mantener las referencias animales.

Finalmente, este pasado marzo, uno de los reactores de Fessenheim, el de mayor edad y menor envergadura, cerraba. El segundo lo hará el 30 de junio. La central se comisionó en 1977.

Como informara Deutsche-Well, “las autoridades alemanas y suizas habían demandado desde hacía tiempo a las francesas que cerraran la envejecida central nuclear de Fessenheim, junto a sus propias fronteras y cerca de Friburgo, en el sudoeste alemán”.

Y muchas personas francesas habían exigido lo mismo. En este caso, no eran “autoridades” pero sí la ciudadanía, que criticaban la fragilidad, los errores y defectos de la central desde hacía décadas.

En Francia, si eres antinuclear, las posibilidades de que la prensa te haga caso, por no decir que simpaticen contigo, son prácticamente inexistentes. El activismo antinuclear francés ha operado desde la ignominia durante mucho tiempo.

Consecuentemente, el activista Jean-Luc Thierry calificó el cierre de Fessenheim como “más un alivio que una victoria”, en una celebración agridulce en la que no se descorchó ninguna botella de champán.

La ausencia de festejos se debe a los planes del gobierno central para la central decomisionada. El nuevo “Tecnocentro“ propone ”reciclar“ metal en el desmantelamiento de esta y otras centrales europeas, para hacer tostadoras, cazuelas, estufas y demás productos domésticos. Es la manera perversa que tiene el gobierno francés de recategorizar la energía nuclear como ”renovable”.

La sobriedad entre el activismo francés también viene por su sano escepticismo, o cuestionamiento sistemático de todo lo que venga de EDF, la empresa estatal, supervisada por una autoridad de seguridad nuclear bastante complaciente. Dudan de que se vaya a proceder con un desmantelamiento que respete las medidas de seguridad establecidas.

Es más, participantes de la coalición Stop Fessenheim supieron leer entre líneas y se percataron de que EDF espera que los/as constribuyentes de Francia paguen por la electricidad no producida por sus reactores cerrados, hasta 2041.

Se han escrito libros enteros con todos los problemas de Fessenheim, construida en una zona sísmica y desencandenando décadas de activismo antinuclear en Francia, Suiza y Alemania. La central nunca ha adoptado al 100 % las medidas de seguridad en caso de terremotos.

De forma más temeraria, la central se construyó a ocho metros y medio bajo el nivel del agua del Gran Canal de Alsacia, y solo la separa un dique, por lo que existe riesgo de inundación. Pese a esta vulnerabilidad ante inundaciones, fugas y derrames, por no mencionar accidente nuclear, la central se halla sobre la mayor fuente de agua subterránea de Europa.

Meses después de nuestra protesta en Colmar, en diciembre de 2009, la central tuvo un accidente con pérdida de refrigerante (LOCA, por sus siglas en inglés). Esto sucedió tras un gran número de incidentes y desconexiones de seguridad en la central.

La central sufre de varios problemas de fragilidad. No hay generadores diésel de reserva para emergencias. Fessenheim 2 fue uno de los reactores que padeció disfunciones en su generador de vapor, fruto de las piezas defectuosas de la fragua Le Creusot, instaladas en otros reactores, probablemente también en los Estados Unidos.

La central podría haber cerrado fácilmente con anterioridad y sin ningún inconveniente para los consumidores. Como explicara en TV André Hatz, presidente de Stop Fessenheim, “ambos reactores ya han dejado de funcionar a la vez y puedo asegurar que nadie en Alsacia ha necesitado encender las velas”.

Pero el parque nuclear francés sigue adelante, pese a las promesas en 2012 del ex-presidente François Hollande de cerrar Fessenheim en 2017 y reducir la dependencia francesa de la energía nuclear.

Incluso una vez se cierre, los riesgos no desaparecerán. Fessenheim ha producido un inventario de residuos demasiado cerca del canal adyacente, sin protección frente a ataques o sabotajes.

Así que no hay necesidad de aclarar que Stop Fessenheim no se va a ningún lado. En vez de eso, su vigilancia continuará más allá de cierre de junio, porque, como dijera el grupo en una nota de prensa:

Alrededor de 216 toneladas métricas de residuos radioactivos permanecerán en estanques de enfriamiento al menos hasta 2023. 56 reactores siguen operando en Francia junto con otros 4 en Suiza y los problemas al decomisionar una central o gestionar residuos no han encontrado solución, y nunca lo harán”.

Al menos 7 millones de personas viven en un radio de 100 kilómetros de Fessenheim. Ahora pueden respirar con alivio, ya que el riesgo contra su salud y su seguridad se ha reducido significativamente. Pero se espera que el proceso de desmantelamiento dure hasta 2040. Y mientras siga habiendo residuos, nadie en la región puede dormir con tranquilidad.

Traducción de Raúl Sánchez Saura

Fuente:
Linda Pentz Gunter, Adiós a Fessenheim, 1 junio 2020, El Salto Diario. Consultado 1 junio 2020.

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