Cierran
finalmente los dos reactores más antiguos de Francia. Pero los
residuos que allí quedan se guardan en piscinas cercanas a un canal,
en un área seísmica y sobre la mayor fuente de aguas subterráneas
de toda Europa. En consecuencia, el movimiento Stop Fessenheim no se
va a ninguna parte.
por
Linda Pentz Gunter
Artículo
publicado originalmente en Beyond Nuclear International.
Un
soleado día de octubre de 2009, un pueblo de la frontera
franco-germana fue asediado. No había virus, pero sí una invasión
de algún modo.
Llegaban
protestantes contra la central nuclear Fessenheim. Pero a las
autoridades franceses quienes les preocupaban no eran sus propios
ciudadanos, eran más bien los “alborotadores” alemanes.
Estábamos
en Colmar, en Alsacia, una región que ha generado varios conflictos
entre Francia y Alemania a lo largo de la historia, cambiando de
manos hasta finalmente convertirse en francesa al final de la Segunda
Guerra Mundial.
Quizás
por haber visto demasiados vídeos de protestantes alemanes en
Gorleben, o quizás por alguna otra razón, la policía francesa
cerró Colmar de arriba abajo.
El
lugar original de la protesta iba a ser la plaza Rapp, en el centro,
pero se cambió a última hora por las afueras del pueblo, junto a la
estación de tren.
Desplegaron
helicópteros, la policía bloqueó las intersecciones con sus perros
(alsacianos, claro) y camiones en los que se leía la palabra
“caballos” se amontonaban en las calles laterales.
Antes
del mediodía, el único sitio disponible para tomar una taza de café
era la carnicería local, todo lo demás estaba cerrado. Y cuando en
Francia cierran las cafeterías, es que algo muy serio va a suceder.
Cinco
mil personas se presentaron, todas pacíficas, muchas vistiendo de
amarillo, cantando canciones antinucleares tradicionales.
Y
entonces, pasando por delante de toda la seguridad, dos protestantes
se subieron al techo del banco y desplegaron una gran pancarta en la
que se leía “La nuclear mata el futuro”. La policía, sus perros
y sus caballos se quedaron mirando como ovejas, por mantener las
referencias animales.
Finalmente,
este pasado marzo, uno de los reactores de Fessenheim, el de mayor
edad y menor envergadura, cerraba. El segundo lo hará el 30 de
junio. La central se comisionó en 1977.
Como
informara Deutsche-Well, “las autoridades alemanas y suizas habían
demandado desde hacía tiempo a las francesas que cerraran la
envejecida central nuclear de Fessenheim, junto a sus propias
fronteras y cerca de Friburgo, en el sudoeste alemán”.
Y
muchas personas francesas habían exigido lo mismo. En este caso, no
eran “autoridades” pero sí la ciudadanía, que criticaban la
fragilidad, los errores y defectos de la central desde hacía
décadas.
En
Francia, si eres antinuclear, las posibilidades de que la prensa te
haga caso, por no decir que simpaticen contigo, son prácticamente
inexistentes. El activismo antinuclear francés ha operado desde la
ignominia durante mucho tiempo.
Consecuentemente,
el activista Jean-Luc Thierry calificó el cierre de Fessenheim como
“más un alivio que una victoria”, en una celebración agridulce
en la que no se descorchó ninguna botella de champán.
La
ausencia de festejos se debe a los planes del gobierno central para
la central decomisionada. El nuevo “Tecnocentro“ propone
”reciclar“ metal en el desmantelamiento de esta y otras centrales
europeas, para hacer tostadoras, cazuelas, estufas y demás productos
domésticos. Es la manera perversa que tiene el gobierno francés de
recategorizar la energía nuclear como ”renovable”.
La
sobriedad entre el activismo francés también viene por su sano
escepticismo, o cuestionamiento sistemático de todo lo que venga de
EDF, la empresa estatal, supervisada por una autoridad de seguridad
nuclear bastante complaciente. Dudan de que se vaya a proceder con un
desmantelamiento que respete las medidas de seguridad establecidas.
Es
más, participantes de la coalición Stop Fessenheim supieron leer
entre líneas y se percataron de que EDF espera que los/as
constribuyentes de Francia paguen por la electricidad no producida
por sus reactores cerrados, hasta 2041.
Se
han escrito libros enteros con todos los problemas de Fessenheim,
construida en una zona sísmica y desencandenando décadas de
activismo antinuclear en Francia, Suiza y Alemania. La central nunca
ha adoptado al 100 % las medidas de seguridad en caso de terremotos.
De
forma más temeraria, la central se construyó a ocho metros y medio
bajo el nivel del agua del Gran Canal de Alsacia, y solo la separa un
dique, por lo que existe riesgo de inundación. Pese a esta
vulnerabilidad ante inundaciones, fugas y derrames, por no mencionar
accidente nuclear, la central se halla sobre la mayor fuente de agua
subterránea de Europa.
Meses
después de nuestra protesta en Colmar, en diciembre de 2009, la
central tuvo un accidente con pérdida de refrigerante (LOCA, por sus
siglas en inglés). Esto sucedió tras un gran número de incidentes
y desconexiones de seguridad en la central.
La
central sufre de varios problemas de fragilidad. No hay generadores
diésel de reserva para emergencias. Fessenheim 2 fue uno de los
reactores que padeció disfunciones en su generador de vapor, fruto
de las piezas defectuosas de la fragua Le Creusot, instaladas en
otros reactores, probablemente también en los Estados Unidos.
La
central podría haber cerrado fácilmente con anterioridad y sin
ningún inconveniente para los consumidores. Como explicara en TV
André Hatz, presidente de Stop Fessenheim, “ambos reactores ya han
dejado de funcionar a la vez y puedo asegurar que nadie en Alsacia ha
necesitado encender las velas”.
Pero
el parque nuclear francés sigue adelante, pese a las promesas en
2012 del ex-presidente François Hollande de cerrar Fessenheim en
2017 y reducir la dependencia francesa de la energía nuclear.
Incluso
una vez se cierre, los riesgos no desaparecerán. Fessenheim ha
producido un inventario de residuos demasiado cerca del canal
adyacente, sin protección frente a ataques o sabotajes.
Así
que no hay necesidad de aclarar que Stop Fessenheim no se va a ningún
lado. En vez de eso, su vigilancia continuará más allá de cierre
de junio, porque, como dijera el grupo en una nota de prensa:
“Alrededor
de 216 toneladas métricas de residuos radioactivos permanecerán en
estanques de enfriamiento al menos hasta 2023. 56 reactores siguen
operando en Francia junto con otros 4 en Suiza y los problemas al
decomisionar una central o gestionar residuos no han encontrado
solución, y nunca lo harán”.
Al
menos 7 millones de personas viven en un radio de 100 kilómetros de
Fessenheim. Ahora pueden respirar con alivio, ya que el riesgo contra
su salud y su seguridad se ha reducido significativamente. Pero se
espera que el proceso de desmantelamiento dure hasta 2040. Y mientras
siga habiendo residuos, nadie en la región puede dormir con
tranquilidad.
Traducción
de Raúl Sánchez Saura
Fuente:
Linda Pentz Gunter, Adiós a Fessenheim, 1 junio 2020, El Salto Diario. Consultado 1 junio 2020.
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