viernes, 1 de mayo de 2020

“Nos aplicarán un sistema de control y bioseguridad como el de Chernóbil”

Kate Brown aborda en “Manual de supervivencia. Chernóbil, una guía para el futuro” las consecuencias de los errores políticos ante una catástrofe.

por Núria Escur

Cuando Kate Brown, profesora del MIT (Massachussetts Institute of Technology), inició su investigación sobre el desastre de la central nuclear de Chernóbil era la típica viajera occidental convencida de la superioridad de su sociedad, segura de que democracia y capitalismo poseían atributos evidentes y escéptica ante las verdades soviéticas. “Esas convicciones hicieron de mi, como de otros tantos occidentales que cruzaban el telón de acero, una oyente desatenta y una observadora miope”, confiesa. Nos invita a abrir los ojos.

Manual de supervivencia”(Capitán Swing) es hoy una advertencia futura. Viajes, archivos, entrevistas e investigaciones de la autora, reveladoras de cómo se puede engañar a toda una sociedad. “¡Camaradas! Hemos analizado la radioactividad de los alimentos que ingerís y del territorio donde residís. Los resultados demuestran que ni adultos ni niños corréis peligro alguno por trabajar y vivir aquí”. Así empezaba un folleto del Ministerio de Salud de Ucrania.

Subestimaron las consecuencias de la catástrofe. Murieron muchos a causa de la radioactividad y, como apunta Kate Brown, “ningún estudio internacional midió bien el daño, lo que ocasionó que se cometieran los mismos errores, décadas después, en la catástrofe de Fukushima. Nos responde desde Washington, D.C. Vive junto a un gran parque boscoso que se extiende 65 kilómetros por donde todavía ella y su familia pueden pasear. “La ciudad está tranquila y silenciosa. A diferencia de Nueva York o Detroit, aquí no tenemos tantos casos de coronavirus”.

Cuando empezó a investigar el accidente en la central nuclear de Chernóbil también usted pensó que habían exagerado con lo de la radioactividad. ¿Quién engañó?

El recuento oficial de muertes (entre 33 y 54 personas) parecía muy bajo, pero consideré que las agencias de las Naciones Unidas que habían dado esa información estaban acreditadas. ¡Las cifras debían ser legítimas! Al revisar los registros de archivos del Ministerio de Salud soviético me di cuenta de que Chernóbil había desencadenado un desastre de salud pública en los territorios contaminados alrededor de la central nuclear. No fue tanto un engaño como el rechazo a creer lo que en realidad estaba pasando.

¿Qué descubrió?

Que en lugar de 300 personas hospitalizadas, como se había dicho, 40.000 personas fueron hospitalizadas después por haber estado expuestas a Chernóbil. ¡De ellas 11.000 eran niños! Eso no se correspondía con la creencia científica del momento, que afirmaba que las dosis bajas de radiación eran seguras, lo suficiente para no preocuparse.

¿Entre todas las falsedades cuál fue la más dañina?

Que los líderes aseguraban a la gente que estaba a salvo cuando los expertos que avalaron eso no tenían ni idea de la veracidad de esa declaración. Los líderes soviéticos hicieron esas declaraciones antes de haber reunido suficientes pruebas. Para blindar las industrias nucleares No tardaron en contar con el respaldo de científicos que trabajaban en industrias nucleares en Europa Occidental. A los líderes de las industrias nucleares occidentales les preocupaba que, tras el accidente nuclear de Three Mile Island en 1979 en Estados Unidos y el de Chernóbil seis años después, la opinión pública perdiera la fe en la energía nuclear.

¿Temió por su propia salud?

En territorios altamente radiactivos me angustié, claro. Una vez mi contador Geiger indicó niveles de radioactividad muy altos en el Bosque Rojo, cerca del reactor quemado. Los incendios habían liberado radioactividad almacenada en la hojarasca y la madera que se convirtieron en humo radioactivo y cenizas. Incendios similares arden ahora en los territorios de Chernóbil en Ucrania. Pero yo pasaba pocas horas en el bosque y la gente que sale en mi libro estuvo expuesta a mucha más radioactividad. La radiación causó muchas muertes en Ucrania. Décadas después líderes japoneses repitieron los mismos errores en el desastre de Fukushima.

El coronavirus va multiplicando muertes en todo el mundo. ¿Qué lección saca de eso?

La energía nuclear prometía producir energía “demasiado barata para medirla”. El coronavirus se produjo porque la gente presionó a los animales salvajes de los bosques de China. A medida que los seres humanos rastrean el mundo en busca de más lugares donde cultivar, extraer metales raros, excavar en busca de petróleo y construir ciudades y fábricas, lo que hacemos es desplazar al mundo natural y, al hacerlo, liberamos patógenos. El coronavirus es una de las 200 nuevas enfermedades infecciosas mortales que han surgido en las últimas décadas. El mayor indicador individual de enfermedades emergentes es la densidad de población. Esta última catástrofe nos enseña que las promesas de la modernidad tienen un costo muy elevado. Debemos tomar en consideración estos costos en el precio de los bienes “baratos”.

¿Tras la publicación de “Manual de supervivencia” recibió presiones o amenazas?

Un par de científicos de los que reciben dinero de las industrias nucleares y algunos activistas de organizaciones pronucleares me atacaron públicamente. Me lo esperaba. Lanzaron ataques personales pero no pudieron alegar nada sobre los documentos que había encontrando trabajando en 27 archivos. Creo que de alguna forma ayudaron a promocionar el libro.

De todos los testimonios con los que pudo hablar, recuerde alguna historia personal que le marcara…

Me impresionaron la honestidad y el coraje de aquellos que habían desafiado a sus jefes cuando se les había dicho que callaran. Algunas de estas personas fueron relegadas, otras despedidas, pero esos individuos valientes sintieron el deber de proteger a los demás.

En su libro insiste en el valor de algunas mujeres...

En 1986 Natalia Lozistskaya era profesora de Física en Kiev. Tenía acceso a un detector de radiación. Tras el accidente, su marido y ella empezaron a medir los niveles de radiación en el trabajo, en casa, en el parque. Halló motas minúsculas de polvo con elevados niveles de radioactividad. Pegó las motas en trozos de papel y día tras día medía la radioactividad que desprendían. Calculó los diversos complejos de isótopos radioactivos en el papel.

¿Qué destapó Lozistskaya?

Que los líderes soviéticos mentían a la opinión pública. Dijeron que el reactor nuclear había sufrido una explosión química, por vapor. Con cinta adhesiva y papel Lozistskaya comprendió -treinta años antes que nadie- que el accidente había sido causado por una explosión nuclear. Trató de explicárselo a cualquier que estuviera dispuesto a escuchar. Envió cartas a los líderes sin recibir jamás respuesta. Visitó oficinas pero no la recibían. Finalmente, al saber que iba a celebrarse una gran conferencia internacional con científicos extranjeros, se disfrazó de mujer de la limpieza y se coló en el centro de convenciones. Cuando estaba a punto de entregar sus papeles a un científico estadounidense, cuatro agentes del KGB la agarraron del brazo y la expulsaron del recinto. Hemos pasado de una catástrofe nuclear como aquella a una catástrofe viral.

Chernóbil estaba geográficamente delimitado pero el coronavirus afecta a todo el mundo. ¿Cómo cree que cambiará nuestra sociedad, nuestro día a día, después de esto?

La mayoría aprendemos a pensar como los supervivientes de Chernóbil. Estamos más seguros cuando estamos encerrados en nuestras casas. Hemos empezado a sospechar de patógenos invisibles en el aire, en los alimentos y en las superficies. Hemos perdido la fe en muchos de nuestros líderes políticos y científicos, que no tienen buenas respuestas para los problemas a los que nos enfrentamos… aunque hace tiempo que nos dicen que sí, que no nos preocupemos.

¿Aprenderemos a vivir de otro modo como hicieron los supervivientes de Chernóbil?

Claro, nuevas maneras de vivir con la incertidumbre y la mortalidad. Después de esto nos aplicarán un nuevo régimen de control y bioseguridad, un sistema, que se hará eco del paisaje post-Chernóbil, en el que la que gente tuvo que adaptarse para medir la radioactividad en sus alimentos, en sus hogares y en sus escuelas. Confío en que el coronavirus nos enseñe que vivimos, no en la tierra, sino dentro de un océano microscópico de aire. Conociendo lo penetrables que son nuestros cuerpos aprenderemos que cuidar del medio ambiente que nos rodea es cuidar de nosotros mismos y nuestros seres queridos. ¡Ahora nos hemos dado cuenta de que nuestras acciones afectan profundamente a los demás! Los cuidados y la comunidad, esas son las lecciones que estamos aprendiendo.

¿Cree en las teorías conspirativas sobre el coronavirus?

Creo en los biólogos moleculares que han confirmado que la huella del nuevo coronavirus que circula por el mundo no procedía de un laboratorio.

Su “Manual de supervivencia” es una advertencia futura. Ahora, que necesitamos instrumentos para remontar juntos, ¿qué recomendaría especialmente a esos jóvenes que ha visto truncados sus proyectos justo cuando tienen toda la vida por delante?

He pensado mucho sobre esa misma cuestión, he reflexionado sobre el futuro de mi hijo de veinte años y el de sus amigos, que han vuelto a casa de la universidad. Pienso en el final de “El clamor de los bosques”, la galardonada novela de Richard Powers. Su mensaje es que deberíamos ser más como los árboles... ¡y quedarnos “quietos”!

¿Árboles vinculados a sus raíces?

El coronavirus nos ha obligado a reducir la velocidad, a caminar en lugar de volar, a cocinar en lugar de pedir comida a domicilio, a hacer en lugar de comprar. En Estados Unidos los jóvenes de clase media han sido cuidadosamente preparados por sus padres, han ido a buenos colegios y se les ha entrenado en universidades y con periodos de prácticas. Pero a menudo ellos mismos no saben lo que quieren o cómo concretar sus propios deseos.

¿Les servirá de algo lo que está ocurriendo?

La pandemia nos ofrece un buen momento para repensar “qué necesitamos” (y no qué deseamos); para revisar cómo medimos el valor y el éxito; para volvernos más auténticos nosotros mismos. Se nos va a pedir que vivamos con menos. Pero siento que para mucha gente, menos será más y más gratificante.

¿Cómo se definiría políticamente?

No parece que los políticos actuales, instalados en la mediocridad, estén al nivel que la sociedad merece. Me siento de izquierdas. Me gustaría ver que Estados Unidos saliera de la pandemia con un estado de bienestar social mucho más fuerte, donde los cuidados sean para todos, no solo para los triunfadores. En nuestro país, los políticos nacionales nos han fallado. Nuestro sistema electoral otorga mucho más peso a las voces de blancos de avanzada edad que viven en zonas rurales o suburbanas que a las urbanitas, las voces de personas de color, los más jóvenes y pobres. Con la administración Trump avanzamos poco a poco hacia una oligarquía dirigida por la riqueza y engrasada a base de corrupción. Tengo la esperanza de que la enorme decepción que algunos sentimos ante la respuesta lenta, vacilante y codiciosa de nuestros líderes nacionales a la pandemia les obligue a dejar el cargo en las elecciones del próximo otoño.

¿Qué teme que ocurra en cuanto a maniobras geopolíticas tras el coronavirus? ¿Acabaremos bajo un estado de vigilancia y control donde ya no existirá la privacidad?

Estaremos bajo una vigilancia biológica y médica aún mayor, será la condición previa a nuestra reincorporación en la sociedad. Me temo que aquellos que quieran privacidad tendrán que quedarse en casa. Pienso en el tipo de transición que hicimos después del 11S, cuando los protocolos del estado de seguridad nuclear se expandieron de las instalaciones nucleares a todos los aeropuertos, edificios gubernamentales y acontecimientos en masas. Este nuevo ajuste será incómodo y aportará al estado un control todavía mayor sobre sus nuestras vidas personales. Deberemos estar vigilantes, ganar garantías que nos protejan del abuso.

¿Cuál es su último proyecto?

Estoy trabajando en un libro llamado “Plant People” sobre personas que a lo largo de los siglos han aprendido a comunicarse con las plantas. Ahora que la ciencia occidental ha comprobado que las plantas tienen memoria, inteligencia y capacidad de comunicarse entre las especies, quiero retroceder en el tiempo y observar a los agricultores, a los inventores y a los científicos inconformistas que captaron esta realidad por primera vez.

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Fuente:
Núria Escur, “Nos aplicarán un sistema de control y bioseguridad como el de Chernóbil”, 30 abril 2020, La Vanguardia. Consultado 30 abril 2020.

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