Kate
Brown aborda en “Manual de supervivencia. Chernóbil, una guía
para el futuro” las consecuencias de los errores políticos ante
una catástrofe.
Cuando
Kate Brown, profesora del MIT (Massachussetts Institute of
Technology), inició su investigación sobre el desastre de la central nuclear de Chernóbil era la típica viajera occidental
convencida de la superioridad de su sociedad, segura de que
democracia y capitalismo poseían atributos evidentes y escéptica
ante las verdades soviéticas. “Esas convicciones hicieron de mi,
como de otros tantos occidentales que cruzaban el telón de acero,
una oyente desatenta y una observadora miope”, confiesa. Nos invita
a abrir los ojos.
“Manual
de supervivencia”(Capitán Swing) es hoy una advertencia futura.
Viajes, archivos, entrevistas e investigaciones de la autora,
reveladoras de cómo se puede engañar a toda una sociedad.
“¡Camaradas! Hemos analizado la radioactividad de los alimentos
que ingerís y del territorio donde residís. Los resultados
demuestran que ni adultos ni niños corréis peligro alguno por
trabajar y vivir aquí”. Así empezaba un folleto del Ministerio de
Salud de Ucrania.
Subestimaron
las consecuencias de la catástrofe. Murieron muchos a causa de la
radioactividad y, como apunta Kate Brown, “ningún estudio
internacional midió bien el daño, lo que ocasionó que se
cometieran los mismos errores, décadas después, en la catástrofe
de Fukushima. Nos responde desde Washington, D.C. Vive junto a un
gran parque boscoso que se extiende 65 kilómetros por donde todavía
ella y su familia pueden pasear. “La ciudad está tranquila y
silenciosa. A diferencia de Nueva York o Detroit, aquí no tenemos
tantos casos de coronavirus”.
Cuando
empezó a investigar el accidente en la central nuclear de Chernóbil
también usted pensó que habían exagerado con lo de la
radioactividad. ¿Quién engañó?
El
recuento oficial de muertes (entre 33 y 54 personas) parecía muy
bajo, pero consideré que las agencias de las Naciones Unidas que
habían dado esa información estaban acreditadas. ¡Las cifras
debían ser legítimas! Al revisar los registros de archivos del
Ministerio de Salud soviético me di cuenta de que Chernóbil había
desencadenado un desastre de salud pública en los territorios
contaminados alrededor de la central nuclear. No fue tanto un engaño
como el rechazo a creer lo que en realidad estaba pasando.
¿Qué
descubrió?
Que
en lugar de 300 personas hospitalizadas, como se había dicho, 40.000
personas fueron hospitalizadas después por haber estado expuestas a
Chernóbil. ¡De ellas 11.000 eran niños! Eso no se correspondía
con la creencia científica del momento, que afirmaba que las dosis
bajas de radiación eran seguras, lo suficiente para no preocuparse.
¿Entre
todas las falsedades cuál fue la más dañina?
Que
los líderes aseguraban a la gente que estaba a salvo cuando los
expertos que avalaron eso no tenían ni idea de la veracidad de esa
declaración. Los líderes soviéticos hicieron esas declaraciones
antes de haber reunido suficientes pruebas. Para blindar las
industrias nucleares No tardaron en contar con el respaldo de
científicos que trabajaban en industrias nucleares en Europa
Occidental. A los líderes de las industrias nucleares occidentales
les preocupaba que, tras el accidente nuclear de Three Mile Island en
1979 en Estados Unidos y el de Chernóbil seis años después, la
opinión pública perdiera la fe en la energía nuclear.
¿Temió
por su propia salud?
En
territorios altamente radiactivos me angustié, claro. Una vez mi
contador Geiger indicó niveles de radioactividad muy altos en el
Bosque Rojo, cerca del reactor quemado. Los incendios habían
liberado radioactividad almacenada en la hojarasca y la madera que se
convirtieron en humo radioactivo y cenizas. Incendios similares arden
ahora en los territorios de Chernóbil en Ucrania. Pero yo pasaba
pocas horas en el bosque y la gente que sale en mi libro estuvo
expuesta a mucha más radioactividad. La radiación causó muchas
muertes en Ucrania. Décadas después líderes japoneses repitieron
los mismos errores en el desastre de Fukushima.
El
coronavirus va multiplicando muertes en todo el mundo. ¿Qué lección
saca de eso?
La
energía nuclear prometía producir energía “demasiado barata para
medirla”. El coronavirus se produjo porque la gente presionó a los
animales salvajes de los bosques de China. A medida que los seres
humanos rastrean el mundo en busca de más lugares donde cultivar,
extraer metales raros, excavar en busca de petróleo y construir
ciudades y fábricas, lo que hacemos es desplazar al mundo natural y,
al hacerlo, liberamos patógenos. El coronavirus es una de las 200
nuevas enfermedades infecciosas mortales que han surgido en las
últimas décadas. El mayor indicador individual de enfermedades
emergentes es la densidad de población. Esta última catástrofe nos
enseña que las promesas de la modernidad tienen un costo muy
elevado. Debemos tomar en consideración estos costos en el precio de
los bienes “baratos”.
¿Tras
la publicación de “Manual de supervivencia” recibió presiones o
amenazas?
Un
par de científicos de los que reciben dinero de las industrias
nucleares y algunos activistas de organizaciones pronucleares me
atacaron públicamente. Me lo esperaba. Lanzaron ataques personales
pero no pudieron alegar nada sobre los documentos que había
encontrando trabajando en 27 archivos. Creo que de alguna forma
ayudaron a promocionar el libro.
De
todos los testimonios con los que pudo hablar, recuerde alguna
historia personal que le marcara…
Me
impresionaron la honestidad y el coraje de aquellos que habían
desafiado a sus jefes cuando se les había dicho que callaran.
Algunas de estas personas fueron relegadas, otras despedidas, pero
esos individuos valientes sintieron el deber de proteger a los demás.
En
su libro insiste en el valor de algunas mujeres...
En
1986 Natalia Lozistskaya era profesora de Física en Kiev. Tenía
acceso a un detector de radiación. Tras el accidente, su marido y
ella empezaron a medir los niveles de radiación en el trabajo, en
casa, en el parque. Halló motas minúsculas de polvo con elevados
niveles de radioactividad. Pegó las motas en trozos de papel y día
tras día medía la radioactividad que desprendían. Calculó los
diversos complejos de isótopos radioactivos en el papel.
¿Qué
destapó Lozistskaya?
Que
los líderes soviéticos mentían a la opinión pública. Dijeron que
el reactor nuclear había sufrido una explosión química, por vapor.
Con cinta adhesiva y papel Lozistskaya comprendió -treinta años
antes que nadie- que el accidente había sido causado por una
explosión nuclear. Trató de explicárselo a cualquier que estuviera
dispuesto a escuchar. Envió cartas a los líderes sin recibir jamás
respuesta. Visitó oficinas pero no la recibían. Finalmente, al
saber que iba a celebrarse una gran conferencia internacional con
científicos extranjeros, se disfrazó de mujer de la limpieza y se
coló en el centro de convenciones. Cuando estaba a punto de entregar
sus papeles a un científico estadounidense, cuatro agentes del KGB
la agarraron del brazo y la expulsaron del recinto. Hemos pasado de
una catástrofe nuclear como aquella a una catástrofe viral.
Chernóbil
estaba geográficamente delimitado pero el coronavirus afecta a todo
el mundo. ¿Cómo cree que cambiará nuestra sociedad, nuestro día a
día, después de esto?
La
mayoría aprendemos a pensar como los supervivientes de Chernóbil.
Estamos más seguros cuando estamos encerrados en nuestras casas.
Hemos empezado a sospechar de patógenos invisibles en el aire, en
los alimentos y en las superficies. Hemos perdido la fe en muchos de
nuestros líderes políticos y científicos, que no tienen buenas
respuestas para los problemas a los que nos enfrentamos… aunque
hace tiempo que nos dicen que sí, que no nos preocupemos.
¿Aprenderemos
a vivir de otro modo como hicieron los supervivientes de Chernóbil?
Claro,
nuevas maneras de vivir con la incertidumbre y la mortalidad. Después
de esto nos aplicarán un nuevo régimen de control y bioseguridad,
un sistema, que se hará eco del paisaje post-Chernóbil, en el que
la que gente tuvo que adaptarse para medir la radioactividad en sus
alimentos, en sus hogares y en sus escuelas. Confío en que el
coronavirus nos enseñe que vivimos, no en la tierra, sino dentro de
un océano microscópico de aire. Conociendo lo penetrables que son
nuestros cuerpos aprenderemos que cuidar del medio ambiente que nos
rodea es cuidar de nosotros mismos y nuestros seres queridos. ¡Ahora
nos hemos dado cuenta de que nuestras acciones afectan profundamente
a los demás! Los cuidados y la comunidad, esas son las lecciones que
estamos aprendiendo.
¿Cree
en las teorías conspirativas sobre el coronavirus?
Creo
en los biólogos moleculares que han confirmado que la huella del
nuevo coronavirus que circula por el mundo no procedía de un
laboratorio.
Su
“Manual de supervivencia” es una advertencia futura. Ahora, que
necesitamos instrumentos para remontar juntos, ¿qué recomendaría
especialmente a esos jóvenes que ha visto truncados sus proyectos
justo cuando tienen toda la vida por delante?
He
pensado mucho sobre esa misma cuestión, he reflexionado sobre el
futuro de mi hijo de veinte años y el de sus amigos, que han vuelto
a casa de la universidad. Pienso en el final de “El clamor de los
bosques”, la galardonada novela de Richard Powers. Su mensaje es
que deberíamos ser más como los árboles... ¡y quedarnos
“quietos”!
¿Árboles
vinculados a sus raíces?
El
coronavirus nos ha obligado a reducir la velocidad, a caminar en
lugar de volar, a cocinar en lugar de pedir comida a domicilio, a
hacer en lugar de comprar. En Estados Unidos los jóvenes de clase
media han sido cuidadosamente preparados por sus padres, han ido a
buenos colegios y se les ha entrenado en universidades y con periodos
de prácticas. Pero a menudo ellos mismos no saben lo que quieren o
cómo concretar sus propios deseos.
¿Les
servirá de algo lo que está ocurriendo?
La
pandemia nos ofrece un buen momento para repensar “qué
necesitamos” (y no qué deseamos); para revisar cómo medimos el
valor y el éxito; para volvernos más auténticos nosotros mismos.
Se nos va a pedir que vivamos con menos. Pero siento que para mucha
gente, menos será más y más gratificante.
¿Cómo
se definiría políticamente?
No
parece que los políticos actuales, instalados en la mediocridad,
estén al nivel que la sociedad merece. Me siento de izquierdas. Me
gustaría ver que Estados Unidos saliera de la pandemia con un estado
de bienestar social mucho más fuerte, donde los cuidados sean para
todos, no solo para los triunfadores. En nuestro país, los políticos
nacionales nos han fallado. Nuestro sistema electoral otorga mucho
más peso a las voces de blancos de avanzada edad que viven en zonas
rurales o suburbanas que a las urbanitas, las voces de personas de
color, los más jóvenes y pobres. Con la administración Trump
avanzamos poco a poco hacia una oligarquía dirigida por la riqueza y
engrasada a base de corrupción. Tengo la esperanza de que la enorme
decepción que algunos sentimos ante la respuesta lenta, vacilante y
codiciosa de nuestros líderes nacionales a la pandemia les obligue a
dejar el cargo en las elecciones del próximo otoño.
¿Qué
teme que ocurra en cuanto a maniobras geopolíticas tras el
coronavirus? ¿Acabaremos bajo un estado de vigilancia y control
donde ya no existirá la privacidad?
Estaremos
bajo una vigilancia biológica y médica aún mayor, será la
condición previa a nuestra reincorporación en la sociedad. Me temo
que aquellos que quieran privacidad tendrán que quedarse en casa.
Pienso en el tipo de transición que hicimos después del 11S, cuando
los protocolos del estado de seguridad nuclear se expandieron de las
instalaciones nucleares a todos los aeropuertos, edificios
gubernamentales y acontecimientos en masas. Este nuevo ajuste será
incómodo y aportará al estado un control todavía mayor sobre sus
nuestras vidas personales. Deberemos estar vigilantes, ganar
garantías que nos protejan del abuso.
¿Cuál
es su último proyecto?
Estoy
trabajando en un libro llamado “Plant People” sobre personas que
a lo largo de los siglos han aprendido a comunicarse con las plantas.
Ahora que la ciencia occidental ha comprobado que las plantas tienen
memoria, inteligencia y capacidad de comunicarse entre las especies,
quiero retroceder en el tiempo y observar a los agricultores, a los
inventores y a los científicos inconformistas que captaron esta
realidad por primera vez.
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Fuente:
Núria Escur, “Nos aplicarán un sistema de control y bioseguridad como el de Chernóbil”, 30 abril 2020, La Vanguardia. Consultado 30 abril 2020.
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