La
socióloga Maristella Svampa postula la idea de un "pacto
ecosocial" como salida a esta "tragedia anunciada". El
coronavirus puso de relieve las enormes desigualdades que se han
consolidado en este sistema, así como la importancia de las causas
socioambientales, advierte Svampa.
por
Dolores Curia
El
encierro no la encuentra aletargada ni confundida. Maristella Svampa
no hace otra cosa que pensar en la pandemia y escribir. “La crisis
abre procesos de liberación cognitiva”, dice. Y ella la tiene en
la cabeza “desde la mañana hasta que se acuesta”. La
conversación va a la velocidad de su pensamiento, porque sabe que
este estado de excepción va a ser breve. La crisis del coronavirus
es una oportunidad, un portal que se abre pero no por mucho tiempo,
en el que eventualmente va a haber que elegir entre más “capitalismo
del caos” o un New Green Deal, del que se está hablando acá y en
el mundo, y que a su paso va sumando las firmas de intelectuales y
políticos, como Bernie Sanders, Alexandría Ocasio Cortez, Noam
Chomsky.
Es
que esta crisis no es producto del azar, sino una tragedia que viene
siendo anunciada desde la Organización Mundial de la Salud, entre
otras agencias oficiales de Naciones Unidas. Y a las causas de la
enfermedad que recorre el mundo hay que buscarla, dice Svampa, entre
la relación depredatoria con la naturaleza, el modelo agroindustrial
y las ansias de ganancia a cualquier precio.
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¿Por qué es éste un momento especialmente oportuno para pensar lo
social en clave ambiental?
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La humanidad vive tiempos de descuento. Se ha convertido en una
fuerza que impacta en términos destructivos en el tejido de la vida.
Es una alarma que ha saltado hace bastante tiempo. La gravedad de la
crisis climática y el colapso ecosistémico son evidentes. El
coronavirus viene a poner de relieve las enormes desigualdades que se
han consolidado en este sistema y, por otro lado, la importancia de
las causas socioambientales. No estamos viviendo un Leviatán
climático, pero sí un Leviatán sanitario. Las causas de este
fenómeno sin precedentes tienen que ver con la devastación de los
ecosistemas, las enfermedades zoonóticas, como lo han explicado
tantos especialistas, y también se desprenden del modelo
agroalimentario. Las megagranjas industriales que son un caldo de
cultivo y de transmisión de estos virus. Es una crisis que abre
interrogantes acerca de hacia dónde queremos ir como sociedad, cómo
vamos a pensar los vínculos sociales desde ahora en adelante y
nuestro vínculo con la naturaleza. Las grandes crisis son portadoras
de demandas ambivalentes. Por un lado, hay demandas de
transformaciones radicales. Las crisis tornan viable aquello que
hasta hace poco era considerado inviable. Por otro lado, hay voces
conservadoras que claman por un retorno a la normalidad. Cuando en
realidad, el retorno a la normalidad significaría una falsa
solución.
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No se habla de causas socioambientales en el prime time. ¿A qué se
debe para usted esa invisibilización?
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En principio no aparecen en el discurso público de ningún político.
Desde Angela Merkel a Alberto Fernández. Aparece sólo lo sanitario
y ligado a un discurso bélico que tiende a obturar esta discusión.
Es una crisis que ha abierto dos ejes. Primero, ha develado la
profundidad de las desigualdades. No sólo entre el Norte y el Sur
sino al interior de nuestras sociedades. Thomas Picketty subraya que
la concentración de la riqueza hoy es comparable a la que había a
fines del siglo XIX. Y están las causas socioambientales que
anuncian, como dicen tantos investigadores, que habrá nuevas
pandemias. Y que además debemos afrontar el cambio climático, que
combinará muchos de estos elementos, además de las enfermedades
ligadas a la contaminación y un proceso masivo de refugiados
ambientales.
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¿De qué se trata el pacto ecosocial del que viene escribiendo,
junto al abogado especialista en Derecho Ambiental Enrique Viale?
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Es algo de lo que se viene hablando en todo el mundo. También es
conocido como Green New Deal. En Estados Unidos y en Europa hay un
imaginario instalado relacionado con la necesidad de un gran pacto
como salida de las crisis, como el New Deal y el Plan Marshall. En
Argentina lo que tenemos es una tradición ligada a la concertación
como, por ejemplo, la que promovía el Peronismo con los Planes
Quinquenales. Pero no hay un imaginario ligado a un pacto social,
entendido como una recuperación integral. Hoy, sí se está hablando
más del tema. Es importante promover una visión integral, porque
hay una tendencia a encapsular a los pactos en su dimensión social y
económica, desliándolo de los temas ecológicos, que son el gran
desafío que enfrenta la humanidad en los días por venir. Preferimos
no llamarlo “Nuevo Pacto Verde” porque cada vez que aparece esa
palabra se tiende a acotar, a pensar que sólo hablamos de la
reducción de los gases del efecto invernadero. Cuando en verdad
estamos hablando de abordar la desigualdad, la cuestión sanitaria,
la educación y la dimensión socioambiental.
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¿Por qué cree que el tema de la transición energética es una
discusión que sólo se plantea marginalmente en Argentina?
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Entra y sale de las agendas de muchos países y se ve cercado por
tensiones e intereses. Acá Vaca Muerta ha obturado la posibilidad de
pensar una transición hacia energías limpias. Es un punto ciego que
atraviesa diferentes gobiernos, con sus modalidades. Se instaló la
idea de que, explotándola, Argentina se va a convertir en una
potencia energética exportadora. Esa imagen se ha venido
desmoronando y hoy está en su mínima expresión. Pero no sólo
porque en todo el mundo hay fuertes controversias ambientales, sino
porque en términos económicos y financieros Vaca Muerta es
inviable. No sólo por la caída del precio del barril de petróleo.
Es necesario salir de esa encerrona y pensar en una línea diferente
en sintonía con las energías limpias y cómo transicionamos hacia
ellas.
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Hay toda una discusión sobre el litio que todavía no se ha dado en
Argentina, por lo menos, no cabalmente…
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Se está dando en muchos países. Se piensa cómo crear una Agencia
Nacional del Litio que promueva un entramado tecnológico y
productivo diferente, con métodos de extracción no contaminantes y
acuerdos con las comunidades indígenas del norte argentino. Si no
pensamos cómo implementarlo acá, lo que haremos, que ya está
pasando, es destruir nuestros territorios, atropellar a las
comunidades que viven allí y facilitarles la transición energética
a los países más poderosos como China, Japón y Alemania.
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¿Se abre con este nuevo gobierno las posibilidades de dar esos
debates?
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Sí, son temas que bien podrían ser abordados. Sobre todo, teniendo
en cuenta la coyuntura. También soy consciente de que estos son
procesos cortos. Son oportunidades, portales que, así como se abren,
también se pueden cerrar en muy poco tiempo. Pero podría suceder
que la respuesta sea reactivar la economía con más extractivismo,
por ejemplo. Durante el confinamiento ha habido más desmonte en el
Norte y también en provincias como Chubut, donde se le ha dicho que
no a la mega minería, se está aprovechando la crisis para promover
la minería como una solución. Insisto con que la transición es un
proceso complejo y no tenemos un manual. La vieja imagen de YPF
sirvió, a mi entender, hasta los años 70. Hoy los combustibles
fósiles no forman parte del futuro. En el caso del litio es
diferente, pertenece a los dos mundos. Por un lado, es minería de
agua y es altamente insustentable. Para su extracción se utiliza
millones de litros de agua en ecosistemas frágiles como son las
salinas. Pero, por otro lado, es una de las claves para acceder a
energías limpias, libres de combustibles fósiles. Ahí hay un
dilema. Tendríamos que tratar de pensar en un escenario con energías
post fósiles, limpias, renovables, para construir una sociedad
solidaria y resiliente. Si queremos pensar en términos de justicia
distributiva y de transición energética, lo que el Gobierno
arregló, cediendo a la presión de las compañías petroleras, como
un precio especial al crudo o un "barril criollo", es un
total desatino. Un grave retroceso. Los costos que va a traer al país
son enormes. Estoy incluyendo en esto a los gobernadores. Hay que
pensar cómo desarticular esa alianza perversa entre grandes
compañías, gobernadores y sindicatos petroleros, para volver a
pensar en el país, en los trabajadores del sector, en los
consumidores y en la transición.
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Al calor del confinamiento, mucha gente cuenta que se está
replanteando su relación con el consumo…
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Es que si vamos a reemplazar los combustibles fósiles por el litio
pero vamos a conservar el mismo modelo de consumo, centrado, por
ejemplo, en automóviles individuales, no cambiamos nada. No sólo el
planeta es limitado. El litio también es limitado y en algún
momento se va a agotar. Es lógico que todos nos estemos replanteando
la diferencia entre aquello que es accesorio y aquello que es
necesario. Por eso digo que la pandemia es una oportunidad de rever
la insustentabilidad y todas las injusticias que implica este modelo
de consumo tan ligado a la globalización neoliberal.
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Otro de los ejes que entreteje la propuesta del Pacto Ecosocial y
Económico es el Ingreso Universal Ciudadano.
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También lo pensamos como un proceso. Implicaría una salida de la
trampa de la pobreza y el clientelismo, tan ligados a los planes
sociales focalizados. Debe ser pensado junto a una reforma fiscal
progresiva. No somos los únicos que hablamos del tema. Intelectuales
como José Nun lo han trabajado históricamente, Rubén Lo Vulo,
inclusive Beatriz Sarlo. La idea sería que no se castigue a los
sectores más vulnerables, a través de impuestos indirectos como el
IVA. Sino impuestos a las grandes fortunas, a los daños al medio
ambiente, al capital financiero, a la herencia. No tenemos impuesto a
la herencia porque Martínez de Hoz lo voló de un plumazo. Cuando
decimos que América latina tuvo una oportunidad de crecimiento
económico durante el ciclo progresista y usó renta extraordinaria
proveniente del extractivismo en mejorar las condiciones de vida de
los trabajadores y los sectores populares, hay que decir también que
no se promovió mayor justicia social a través de la reforma del
sistema fiscal. El tercer eje del pacto es la deuda externa.
Argentina está en virtual default, gracias a lo que nos dejó el
Gobierno anterior. Muchos organismos internacionales están llamando
a contemplar la situación de fragilidad que atraviesan los países
del Tercer Mundo. Algunos hablan de un jubileo de deudas como la
nuestra, que es insustentable y que ni siquiera mejoró la situación
de los sectores menos favorecidos.
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La idea de reforma fiscal que grave a la renta financiera suena muy
bien, pero estamos viendo la resistencia quye provoca un impuesto a
las grandes fortunas. ¿Le parece practicable?
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Estamos ante una crisis civilizatoria. Ni hablar de la recesión
económica que ya se está instalando en el país. A eso hay que
sumar que el virus está llegando a las poblaciones más vulnerables.
Estamos a una situación de tal gravedad que queda claro que los
sectores que tiene que aportar son los que más tienen. El impuesto a
las grandes fortunas no es una locura peronista, como se quiere
instalar, sino una cuestión lógica de justicia distributiva. Es
necesario salir a apoyar esa medida desde todos los sectores. Las
cartas no están marcadas.
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También han hecho foco en el tema de los cuidados, desde la
perspectiva de la economía feminista.
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Creemos que se debe implementar un sistema nacional público de
cuidados. Es central para pensar la nueva sociedad en la que se
pongan en juego el respeto y la reciprocidad como elementos
fundamentales para la reproducción social. Se trata de plantear otra
mirada de las relaciones entre los seres humanos y de los seres
humanos con la naturaleza, una visión que no piensa al ser humano
como alguien autónomo, sino como alguien que necesita del otro para
poder sobrevivir. Las feministas populares lo han dejado en claro
cuando colocan la ética del cuidado en un lugar central. Hoy el
cuidado aparece en el discurso oficial y de hecho este Gobierno ha
incorporado a numerosas mujeres profesionales, economistas,
intelectuales. Ojalá sus presencias en esos puestos colaboraren a
profundizar esta visión.
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Mientras tanto se organiza una “marcha contra el comunismo”, se
cacerolea contra la prisión domiciliaria para presos en situaciones
vulnerables, y podríamos seguir…
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Todas esas personas siempre estuvieron ahí. Vivimos un momento de
regresión política en el cual hay corrientes sociales ligadas a un
pensamiento reaccionario de derecha y derecha extrema, que buscan una
expresión política partidaria. Y que, en algunos países, como
Brasil, la ha encontrado. La crisis de 2008 en Europa y Estados
Unidos abrió la puerta a una reconfiguración económica y social
negativa: se hizo en beneficio de los sectores financieros y
perjudicó a sectores medios y populares. Esos sectores buscaron
otras soluciones por la vía de una narrativa xenófoba y
nacionalista. En América Latina lo vimos en Bolivia: a partir del
derrocamiento a Evo Morales se hizo presente una derecha radical,
anti-indígena, que creíamos derrotada. El modelo de la
globalización neoliberal se agotó. Corremos el peligro de avanzar a
un colapso ecosistémico de la mano de una derecha radical y
nacionalista que propone un cierre cognitivo a través del miedo. En
2011, cuando surgieron movimientos como Ocupy Wall Street o los
indignados en España, una de las consignas era “Somos el 99 % de
la población contra el 1 % de los súper ricos”. Luis González
Reyes, un ecologista español, dice que hay que complejizar esa
consigna: hay un 20 % de la población que es permeable al mensaje
fascista. Entonces, en verdad, somos el 79 % versus el 21 %. No se
puede negociar con los fascismos, al fascismo se lo combate a través
de frentes políticos.
¿Por
qué Maristella Svampa?
Maristella
Svampa se define como intelectual anfibia, todo terreno, pero oriunda
de la Patagonia. Es Licenciada en Filosofía por la Universidad
Nacional de Córdoba, magister en Filosofía en la Universidad de
París I y doctora en Sociología por la Escuela de Altos Estudios en
Ciencias Sociales, de París. Es investigadora principal del Conicet
y tiene una veintena de libros publicados, entre ensayos,
investigaciones y novelas. Svampa es una pensadora, se diría,
especializada en crisis: en la crisis del mundo popular y el
desarrollo de las organizaciones piqueteras en la convulsionada
Argentina post 2001 (pero también, su contracara: la vida en los
countries y barrios privados), la crisis del peronismo (La plaza
vacía. Las transformaciones del peronismo) y, desde hace años, su
gran tema ha sido el de la devastación medioambiental. Sus últimos
libros lo demuestran: Chacra 51. Regreso a la Patagonia en los
tiempos del fracking y Las fronteras del neoextractivismo en América
Latina.
Fuentes:
Dolores Curia, "La humanidad vive tiempos de descuento", 25 mayo 2020, Página/12.
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