por
Antonio Turiel
MADRID,
22 may 2020 (IPS) - El año 2019 marcó sin duda un hito en la
concienciación ecológica global, sobre todo en lo que se refiere al
cambio climático. Sin duda, gracias al trabajo de Greta Thunberg y
de movimientos como Fridays for Future (Viernes para el futuro), pero
también por la concatenación de eventos meteorológicos de gran
impacto a lo largo de los últimos años.
La
gente de la calle acepta, porque lo ve con sus propios ojos, que un
cambio de gran calado se está dando en el clima, y también en el
medio ambiente en el sentido más amplio. El problema es ahora
conocido y, más importante, reconocido.
La
degradación ambiental de nuestro planeta no solo tiene una seria
repercusión en la seguridad de las personas, sino también y
directamente sobre su salud.
Como
explica el profesor Fernando Valladares, la actual pandemia de
covid-19 ha sido favorecida por la pérdida de biodiversidad (cuantas
más especies, más barreras a la transmisión de enfermedades desde
los animales); además, las zonas donde la infección ha tenido mayor
incidencia y letalidad, como Lombardía o Wuhan, son zonas de alta
contaminación atmosférica, donde sus residentes tienen ya afectados
los mecanismos de defensa de sus pulmones.
La
proliferación de plásticos en toda la cadena de alimentación y en
el agua, el aumento de los metales pesados, la presencia de dioxinas
en todo el ambiente y muchos otros problemas completan el cuadro del
impacto en la salud de la actividad humana desbocada.
La
transición ecológica
Es
evidente que hace falta reaccionar rápidamente y de una manera
eficaz, so pena de convertir nuestro planeta en un lugar inhabitable,
al menos para nuestra especie.
Gobiernos
y empresas han recogido el guante y están preparando los paquetes de
medidas adecuados para hacer frente a la emergencia climática, y, en
menor medida, al problema ambiental general. Se habla repetidamente
de transición ecológica, y ya son muchos los estados que han creado
sus propios departamentos y hasta ministerios para preparar esa
transición.
Pero,
¿qué es la transición ecológica? ¿En qué consiste esa
transición? Sabemos cuáles son sus fines últimos: combatir el
cambio climático y, en menor medida, otros problemas ambientales
como por ejemplo la contaminación por plásticos. La pregunta
pertinente es cómo pretenden llevar a cabo una tarea grandiosa.
Comencemos
por lo más básico: aunque obviamente hay que dirigir los esfuerzos
de la sociedad a luchar contra el problema que plantea el cambio
climático (y demás problemas ambientales), hay que saber que ya no
estamos a tiempo de detenerlo.
El
balance radiativo de la Tierra no está equilibrado ahora mismo, y le
llevará por lo menos un par de siglos antes de que llegue a una
nueva temperatura en la que la emisión infrarroja que escapa al
espacio tenga la misma energía que la radiación solar absorbida por
la Tierra.
No
sabemos si ya es demasiado tarde para reaccionar
Eso
quiere decir que, aunque detuviéramos hoy, de golpe, las emisiones
de gases de efecto invernadero, la temperatura de la Tierra seguiría
subiendo aún un par de siglos antes de estabilizarse, aunque
ciertamente lo haría cada vez más lentamente.
Con
la cantidad de gases de efecto invernadero ya acumulados en nuestra
atmósfera, la inercia climática podría ser suficientemente grande
como para alcanzar alguno de esos puntos críticos que
desencadenarían un calentamiento incontrolado del planeta por la
liberación de grandes masas de gases de efecto invernadero hoy
retenidas en la superficie del planeta.
No
tenemos ninguna seguridad de que no sea ya demasiado tarde, y no
tenemos capacidad de parar el calentamiento global; solamente podemos
no agravarlo más y rezar para que no superemos ningún punto de
inflexión.
Habida
cuenta de la extrema gravedad del problema, se podría pensar que se
van a proponer medidas radicales y drásticas para hacerle frente.
Nada
más lejos de la verdad. El discurso oficial sobre la transición
ecológica, a ambas orillas del Atlántico y extendiéndose por todo
el globo, está basado en el Green New Deal (GND), el Nuevo Pacto
Verde que nos ha de permitir descarbonizar nuestra economía, al
tiempo que crea millones de puestos de trabajo y reduce la pobreza
global.
Capitalismo
verde, ese oxímoron
Como
idea de principio, no hay mucho que objetar: ¿quién no querría una
reducción de emisiones, al tiempo que se genera empleo y disminuye
la pobreza? Solamente hay dos problemas. El primero, que el GND es
físicamente imposible. El segundo, que sus proponentes lo saben de
sobra.
El
planteamiento del GND es, esencialmente, una recuperación de la idea
del capitalismo verde que empezó a impulsarse hace unas dos décadas.
El
leit motiv del capitalismo verde es que es posible reconvertir los
modos de producción del actual capitalismo para conseguir que sean
“verdes”. Es muy importante el uso del adjetivo verde, porque se
pretende eludir la cuestión de fondo, y es que lo que se le debería
pedir a nuestro sistema económico y productivo es que sea
sostenible.
Como
formuló la comisión Bruntland en 1991, “sostenibilidad es
utilizar los recursos actuales de manera que las generaciones futuras
puedan seguir usándolos de la misma manera”.
Hay,
en el concepto de sostenibilidad, una idea de autocontención, de no
exceder los límites de los recursos que de manera renovable nos
proporciona el planeta, y de no generar residuos a un ritmo mayor de
lo que el planeta pueda absorber.
Pero
es bien conocido que el capitalismo no es un sistema autocontenido,
pues la base del mismo es el crecimiento -sin crecimiento económico
la tasa de regeneración del capital es cero o negativa, lo cual
destruye el beneficio del capital y con ello al capitalismo-.
Por
eso mismo, capitalismo verde es un oxímoron o contradicción en
términos, del mismo que lo fue y lo ha sido siempre crecimiento
sostenible -nada que crezca siempre puede ser sostenible a largo
plazo-.
El
GND recupera las ideas caras al capitalismo verde, a saber, que se
puede conseguir una sustitución de las actuales fuentes de energía
fósiles por energías renovables, y eso, combinado con el ahorro y
la eficiencia, nos van a permitir mantener el actual sistema
económico y productivo, el capitalismo, que está orientado al
crecimiento.
Por
eso, todos los planes internaciones (el GND europeo) como la
nacionales (como la ley española de Transición Ecológica) están
orientados a estos principios: renovables, electrificación, ahorro y
eficiencia.
La
realidad es que todos esos principios están completamente errados si
el objetivo real fuera conseguir un sistema capitalista basado en las
energías renovables.
Sé
que esto choca radicalmente con el discurso principal en nuestra
sociedad, y por eso he dedicado mucho tiempo para discutirlo en
extenso en múltiples artículos y ensayos, sobre todo en mi propio blog.
Aunque
la extensión de este artículo no permitirá explicar con todo
detalle por qué es imposible el capitalismo basado en renovables,
intentaré enunciar las cuestiones más relevantes.
Límites
a la producción
La
primera cuestión a tratar es la de los límites a la producción
renovable.
A
pesar de que la energía que nos llega del Sol equivale a casi 10 000
veces el consumo energético de toda la Humanidad, esta energía
llega dispersa sobre toda la superficie del planeta y con poca
exergía -capacidad de hacer trabajo útil-: es preciso concentrarla
y capitalizarla con los sistemas adecuados -presas hidroeléctricas,
aerogeneradores, placas fotovoltaicas- para poderla aprovechar.
Esa
necesidad de concentración y procesamiento es lo que impone límites
al aprovechamiento renovable: no todas las localizaciones son
idóneas, no en todas ellas se consigue un buen rendimiento -relación
entre la energía que se usa para el despliegue y la que finalmente
recupera-, no todas las soluciones tecnológicas son adecuadas -por
el uso de materiales escasos o de extracción/producción altamente
contaminante-, y la cantidad de energía finalmente aprovechable es
finita en última instancia.
Sobre
cuál es el máximo potencial renovable hay todavía bastante
discusión.
Existen
grupos de investigación muy optimistas, como el del Mark Jacobson en
la Universidad de Stanford, que opinan que podríamos producir varias
veces la energía que se consume hoy en día en el mundo usando
medios renovables.
Y
hay otros bastante más pesimistas, como el Grupo de Energía,
Economía y Dinámica de Sistemas (GEEDS) de la Universidad de Valladolid, que muestran que el potencial renovable de la Tierra se
sitúa, en el mejor de los casos, en torno al 30-40 por ciento de la
energía que se consume hoy en día, y eso sin contar con otros
problemas como la escasez de recursos, la dependencia en los
combustibles fósiles o el bajo retorno energético.
Justamente
GEEDS es el modelizador principal en los proyectos europeos MEDEAS y
LOCOMOTION, y los resultados de su trabajo de modelización es que
hay muchos obstáculos en el camino para la transición y que, en
todo caso, la cantidad de energía renovable que se podrá explotar
es finita y mucho más limitada de lo que se piensa.
Los
límites de la energía renovable aprovechable
Sea
como fuera, ni los investigadores más optimistas niegan que haya un
límite a la energía renovable aprovechable, y eso significa que
nuestro consumo de energía no podrá crecer por siempre y
forzosamente el capitalismo, tal y como se entiende hoy en día,
deberá terminar en algún momento.
Hay
infinidad de otros problemas que van a limitar en la práctica el
aprovechamiento renovable: que éste se dirija a la producción de
electricidad cuando en nuestra sociedad solo un 20 por ciento de la
energía final es eléctrica y el otro casi 80 por ciento es de
difícil o imposible electrificación; que se necesitan grandes
cantidades de combustibles fósiles para su despliegue y
mantenimiento, cosa que es comprometida no solo por las emisiones,
sino también de la próxima escasez de combustibles fósiles; que
los rendimientos son muy bajos en algunos casos; que se necesitan
grandes cantidades de materiales a extraer, con un gran impacto
ambiental y con dificultad de provisión en el futuro; y así un
largo etcétera.
Ahorro
y eficiencia
La
otra gran falacia del capitalismo verde tiene que ver con el ahorro y
la eficiencia, conceptos que se engloban en la noción más amplia de
la desmaterialización de la economía.
La
tesis desmaterializadora sostiene que, gracias a las ganancias en
eficiencia, cada vez se consume menos energía y materiales por
unidad de PIB producida, y que por tanto, siguiendo esta tendencia
histórica, se llegará a un momento en que el consumo energético y
material disminuirá mientras el PIB sigue creciendo.
Lo
cierto es que ningún país ha podido disminuir de manera persistente
su consumo material y energético y al tiempo seguir creciendo.
Lo
único que se ha visto, en países como Estados Unidos, es que el PIB
(producto interno bruto) ha crecido más deprisa de lo que crecía el
consumo energético, mejorando la llamada “intensidad energética”;
pero aquí lo que ha pasado es la externalización de las actividades
más contaminantes y energéticamente costosas hacia países como
China, donde ahora se producen los bienes que se consumen aquí,
gastando más energía en el transporte.
De
hecho, si se analiza el consumo tanto de energía como de materiales
implicado por los países occidentales -contando lo que se gasta en
otros países aunque se acabe consumiendo aquí-, en realidad no ha
dejado de aumentar y de hecho lo ha hecho vertiginosamente durante
las dos últimas décadas por culpa de la globalización.
En
realidad, toda la entelequia de la desmaterialización no resiste un
análisis económico serio: como muestra el economista Gaël Giraud,
de cada punto que sube el PIB, 0,6 puntos corresponden al aumento del
consumo de energía y aún 0,1 puntos más vienen de las mejoras en
eficiencia, suponiendo trabajo y capital solo los 0,3 puntos
restantes.
El
capitalismo se está muriendo
La
realidad de nuestro mundo es que el capitalismo, de hecho, se está
muriendo; de una muerte lenta y agónica, pero se está muriendo.
De
lo que nadie está hablando es que nosotros no vamos a abandonar de
grado los combustibles fósiles, sino que son los combustibles los
que nos están abandonando a nosotros.
La
producción de petróleo crudo cae lentamente desde 2005 porque ya no
quedan yacimientos rentables que explotar, y los malos sucedáneos de
petróleo con los que hemos intentado compensar esta caída son
ruinosos -que se lo expliquen a Repsol, qué le pasó con Talisman-.
El
carbón y el uranio también han comenzado su proceso de declive, el
gas natural se espera que empiece su declive final antes de que acabe
la década. La grave crisis económica que se está desatando por la
crisis sanitaria de la COVID-19 hará que aún se invierta menos en
exploración y desarrollo de pozos de petróleo, lo cual acelerará
aún más el proceso de declive de los combustibles fósiles.
Durante
los próximos años veremos que el precio del petróleo oscila
salvajemente mientras la producción petrolera decae de manera
precipitada e irrecuperable. Estamos ya en la era del declive
energético inevitable, y nos va a faltar energía cuando más falta
nos hacía para financiar la transición.
No
va a haber un capitalismo verde, porque ni las energías renovables
van a dar una energía ilimitada, ni las energías fósiles, ya en
retroceso, van a aportar excedentes para construir un nuevo modelo.
Pase lo que pase, vamos a decrecer, vamos a ir a menos.
Podemos
pretender que eso no está pasando y mantener la entelequia de que
vamos a mantener este sistema pero con energía verde, que tras la
covid-19 vamos a volver a la normalidad: la consecuencia será que
solo los ricos podrán beneficiarse y el resto de la población se
empobrecerá y será desposeída.
La
alternativa es explicar correctamente a qué le tenemos que hacer
frente y organizar un decrecimiento ordenado y lo más igualitario
posible.
¿Por
qué apuestan ustedes?
Este
artículo fue publicado originalmente por The Conversation.
RV:
EG
Este
es un artículo de opinión de Antonio Turiel, científico titular
del español Instituto de Ciencias del Mar (ICM-CSIC).
Fuente:
Antonio Turiel, Emergencia climática y covid-19 pregonan futuro incierto del capitalismo, 22 mayo 2020, Inter Press Service. Consultado 26 mayo 2020.
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