por
Mariela Jara
HUASAO,
Perú, 5 may 2020 (IPS) - Son las ocho de la mañana y Pascuala
Ninantay está llevando en su carretilla dos grandes recipientes de
agua para preparar con sus vecinas, agricultoras como ella, 200
litros de abono orgánico que luego se repartirán para fertilizar
sus cultivos, en una localidad de las altiplanicies andinas de Perú.
«Aquí
producimos sin químicos para tener alimentos sanos y nutritivos»
relata a IPS, sobre la agricultura sostenible que practica en Huasao,
un pueblo de alrededor de 1500 habitantes ubicado en la provincia de
Quispicanchi, a 3300 metros sobre el nivel del mar, en el
departamento de Cusco, en el centrosur del país.
Les
tomará cuatro horas preparar el biol, un abono líquido compuesto
por insumos naturales que cada agricultora aporta, dentro de una
labor colectiva característica de la cultura del pueblo quechua, al
que pertenecen la mayoría de los pobladores de Huasao y las otras
localidades altoandinas de la zona.
“Nos
hemos distribuido para traer todos los ingredientes, pero nos ha
faltado el agua así que he ido al manante a llenar mis galoneras
(recipientes con capacidad de varios galones)” explica Ninantay.
Reunidas
en la casa de Juana Gallegos, trabajan en comunidad. Mientras unas
cortan las plantas repelentes de insectos como la ortiga y la muña
(Minthostachys mollis, una planta altoandina), otras alistan el
enorme cilindro de plástico donde harán la mezcla que incluye
ceniza y estiércol fresco de ganado.
No
se detienen hasta culminar con el recipiente hermético lleno de 200
litros del abono que tras dos meses de fermentación se distribuirán
equitativamente.
La
preparación del abono orgánico es una de las prácticas
agroecológicas que Ninantay y sus 15 compañeras han introducido en
su labor de campesinas para obtener alimentos beneficiosos para la
salud y con capacidad de adaptación al cambio climático.
Ellas
son parte de las casi 700 000 mujeres que según cifras oficiales se
dedican en Perú a las actividades agropecuarias, y que cumplen una
función clave en la seguridad y la soberanía alimentaria de sus
comunidades, pese a que lo hacen en condiciones de desigualdad pues
tienen menor acceso a la tierra, a la gestión del agua y al crédito.
Así
lo destaca Elena Villanueva, socióloga del no gubernamental Centro de la Mujer Peruana Flora Tristán, institución que desde hace dos
años promueve la formación técnico productiva y en derechos de
campesinas dedicadas a la pequeña agricultura en Huasao y otras seis
zonas de la región, con apoyo de dos instituciones del español País
Vasco: la Cooperación Vasca para el Desarrollo y la oenegé Mugen
Gainetik.
“En
este tiempo constatamos el poder que han ido ganando las ochenta
mujeres a las que acompañamos, como resultado de su conciencia de
derechos y de su manejo de técnicas agroecológicas. En una realidad
de marcado machismo, ellas están logrando reconocimiento a su
trabajo, antes invisibilizado”, indicó a IPS.
Este
grupo de productoras está convencido de la necesidad de contar con
alimentos nutritivos que no dañen la salud de las personas ni a la
naturaleza y se sienten satisfechas de hacer su pequeña parte para
que eso suceda en su entorno.
“Queremos
tener alimentos variados y permanentes, pero cuidando nuestro suelo,
nuestra agua, nuestras plantas, nuestros árboles, nuestro aire”,
sostiene Ninantay.
“Nosotras
ya no usamos químicos, con las capacitaciones nos dimos cuenta cómo
los suelos y nuestros cultivos se habían hecho tan dependientes de
esas sustancias, pensábamos que solo con eso tendríamos un buen
rendimiento pero no, con nuestros propios abonos sacamos lechugas,
tomate, acelgas, alcachofas, rabanitos y todas nuestras hortalizas
grandes, bonitas, ricas. Todo es orgánico”, subraya Gallegos.
Tras
consolidar la producción agroecológica de las hortalizas,
decidieron transformar también en orgánicas sus siembras de papas y
de maíz. “Yo veo que las plantitas están más contentas y más
verdecitas las hojitas ahora que las abono de modo natural”,
comenta Ninantay.
Para
Villanueva, estas decisiones sobre qué sembrar y cómo hacerlo
aportan a nuevas formas de producción agrícola que responden a las
necesidades alimentarias de las mujeres y sus familias y contribuyen
además al desarrollo sostenible de sus localidades.
“Con
la agroecología enriquecen su conocimiento sobre la resistencia de
los cultivos al cambio climático, realizan el manejo integral de
plagas y enfermedades y tienen herramientas para mejorar la
planificación de su producción”, explicó.
Y
lo que es aún más importante, “este proceso levanta su autoestima
y afirma su ciudadanía porque son conscientes de que están cuidando
la biodiversidad, diversificando sus cultivos e incrementado su
rendimiento”, agregó.
Gracias
a ello, estas campesinas están obteniendo excedentes que ahora
comercializan.
Tres
veces por semana, Ninantay y sus compañeras se organizan para
instalar su puesto en la plaza mayor de Huasao donde venden sus
productos a la población local y a turistas que llegan en busca de
los curanderos de la zona, de gran fama por sus adivinaciones y
curaciones, en que incorporan rituales y ceremonias ancestrales.
El
coronavirus altera dinámicas
Sin
embargo, las medidas dictadas el 15 de marzo por el gobierno central
para frenar la expansión de la pandemia de covid-19 ha reducido el
comercio, al no permitirse la entrada de foráneos al municipio
rural, conocido en los alrededores como “el pueblo de los brujos”,
por sus curanderos.
Pero
el trabajo en el campo no se ha detenido y por el contrario demanda
mucho más de la participación de las mujeres.
“Antes
teníamos el ingreso de mi esposo que trabajaba en la ciudad pero con
el estado de emergencia ya no puede salir, así están también mis
compañeras, por eso seguimos cosechando y vendiendo en la plaza y lo
que ganamos es para comprar medicinas, mascarillas, lejía y otras
cosas del hogar”, comenta Ninantay.
Inicialmente,
cuenta, los esposos eran reacios a que participasen en el proyecto y
durmieran fuera de casa para asistir a talleres de capacitación,
pero al ver el ahorro en alimentos en el hogar y el dinero que ellas
aportan, “ahora reconocen que nuestro trabajo es importante”.
Sus
parejas, como la mayoría de los hombres de Huasao, no laboran en el
campo, Trabajan en la construcción o servicios en la ciudad de
Cusco, distante unos 20 kilómetros, o migran por temporadas a otras
regiones mineras en busca de mejores ingresos.
Así
que las tierras comunitarias, en que cada familia tiene derecho de
usufructo en parcelas de tres hectáreas, quedaron en manos de las
mujeres, pese a que la titularidad suele ser de los hombres. Con la
oportunidad del proyecto de Flora Tristán ellas han incrementado sus
cosechas y producen no solo para el autoconsumo.
Pese
a la pandemia, las campesinas consiguieron el permiso de las
autoridades y recibieron una capacitación sobre las medidas de
cuidado y prevención a seguir para comerciar sus productos en
condiciones seguras para ellas y la clientela.
Su
puesto en el mercado al aire libre en la plaza mayor del pueblo ya es
conocido por ofrecer alimentos saludables y los lunes, martes y
jueves se acaban las hortalizas y otros productos que ofertan, al
mismo tiempo que participan en otras ferias y mercados.
Su
puesto en el mercado municipal es visto también como una alternativa
para volver a lo natural ante el creciente cambio en los patrones
alimenticios en las zonas rurales.
“Muchas
personas no quieren comer la quinua, la oca (Oxalis tuberosa, un
tubérculo andino), prefieren los fideos, el arroz, los niños se
llenan con dulces y comida chatarra pero no se nutren, eso no está
bien. Hay que educar en lo que es alimentación saludable si queremos
nuevas generaciones fuertes”, reclama Ninantay.
Ese
compromiso lo relaciona con la importancia de que las personas
entiendan que la naturaleza, “la madre tierra”, debe ser
respetada.
“Tenemos
que recuperar la sabiduría de nuestros ancestros, de nuestras
abuelas para cuidar todo lo que nos permite vivir, si no lo hacemos
nuestros nietos, sus hijos, no tendrán agua para tomar, semillas
para sembrar, alimento para comer”, alerta.
Con
esa perspectiva, Villanueva, del Flora Tristán, anunció que las 80
agricultoras del programa participarán en iniciativas para la
recuperación de prácticas de siembra y cosecha de agua en base a la
forestación y zanjas de infiltración, usando árboles nativos
conocidos como chachacomas (Escallonia resinosa) y queñuas
(Polylepis).
Las
productoras aspiran a que su experiencia y conocimientos se amplíen
a gran escala, pues si bien ellas comparten con sus familias, vecinas
y parientes lo que van aprendiendo, creen que se necesita la acción
del Estado para que se expanda adecuadamente.
“Quisiéramos
que no solo Huasao, sino todo Cusco sea una región agroecológica,
así ayudaríamos a la naturaleza y garantizaríamos alimento sano a
las familias del campo y de la ciudad”, dice Gallegos, convencida
que si ellas lo lograron, todos pueden.
Ed:
EG
Fuente:
Mariela Jara, A campesinas ecológicas del altiplano andino el coronavirus no las frena, 5 mayo 2020, Inter Press Service.
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