La
isla Decepción, en la que está la base Gabriel de Castilla,
mantiene en alerta continua a sismólogos, vulcanólogos y militares:
cada día hay decenas de pequeños seísmos.
por
Rosa M. Tristán
Base
Antártica Gabriel de Castilla
La
caldera de la isla Decepción tiene forma de corazón. Y como tal
late continuamente para recordarnos que es un volcán vivo. También
habla, aunque para entender su idioma hay que ser un especialista.
Desde hace más de 30 años, investigadores españoles tienen
controlados todos sus movimientos, que son decenas al día, y van
transformando sin cesar esta "rosquilla con un mordisco",
en la que está la base Gabriel de Castilla, la única abierta ahora
en este extraño pedazo de tierra negra y roja, y blanca cuando se
tiñe de nieve.
Las
universidades de Granada y Cádiz, cada una complementaria de la
otra, son las responsables desde hace décadas del seguimiento
volcánico en Decepción, un nombre que en español no hace justicia
a una belleza que podría decirse extraterrestre. En realidad la
bautizó un británico -"deception" significaba "engaño",
porque parecía otra isla normal y resultó ser un sorprendente
volcán-. Hoy, investigadores andaluces son quienes, a lo largo de la
campaña polar, envían los datos que permiten saber al Comité Polar
español si es posible acercarse o no a su inundada caldera.
¿Y
cómo lo saben? Alrededor de esa isla en forma de herradura tienen
instaladas seis estaciones sismológicas y un sistema con 12 canales
que actúan como audífonos para captar los sonidos que surgen de las
entrañas de la Tierra. De lo que les transmiten, en buena medida,
depende la vida los que habitan la base como de los muchos miles de
turistas que la visitan cada temporada veraniega antártica.
"Ciertamente, el volcán nos habla y nosotros tenemos aparatos
que nos permiten escucharlo y grabarlo; luego, tras mucho trabajo
científico, comprendemos lo que nos dice", resume Alfonso
Ontiveros, de la Universidad de Jaén, miembro del grupo de
sismología Bravoseis.
En
la isla, dos científicas de Granada pasan las horas observando unas
pantallas llenas de gráficas. En ellas reciben al momento lo que
envían los sensores vía wifi: "Estamos pendientes casi las 24
horas de cada cambio pequeño. Este año llevamos registrados unos
30.000 eventos. De ellos, sobre 1.200 son grandes desprendimientos de
hielo de los glaciares, pero la mayoría son movimientos de fluidos
internos. Si hubiera algún aumento importante de actividad,
inmediatamente avisaríamos al Comité Polar para que se cambie el
color del semáforo, que este año está en amarillo, y propiciar una
evacuación. Nunca ha ocurrido desde que está la base en 1989",
explica Vanessa Jiménez. Su compañera Ithaisa González, con la que
hace relevos, y que es una de nuestras científicas en el extranjero
(actualmente, en la británica Universidad de Leeds), reconoce que en
el fondo son "espías" de cuanto acontece en el volcán.
A
su lado, en el mismo "módulo de laboratorio" de la Gabriel
de Castilla, tres investigadores de la Universidad de Cádiz
controlan, a su vez,cómo se deforman los mismos fluidos en
movimiento. Lo hacen con sensores situados en puntos estratégicos de
la isla, así como puntos geodésicos que les permiten medir al
milímetro ese "latido" que describe Carlos González
Abellá, teniente coronel y, en esta campaña, colaborador en los
trabajos de geodesia, tanto en este lugar como en otras islas donde
también se han instalado dispositivos. "Este año detectamos
que había una deformación de más de un centímetro, que no es
poco, por lo que el Comité Polar decidió encender el semáforo
amarillo. Por ello, la vigilancia ha sido más estrecha, pero puede
ser que igual que haya crecido luego disminuya. Como un corazón que
se expande y se contrae", señala González Abellá.
Por
la tarde, intento seguir su ritmo mientras subimos a Cerro Caliente,
uno de los puntos ardientes de la isla, situado a más de 100 metros
de altitud. Allí, a tan sólo 80 centímetros de la superficie hay
80ºC . Con un viento gélido en contra, llego sin resuello. "Todo
controlado", asegura María del Carmen Soto, Mirenchu,
investigadora gaditana, que también sube y es la encargada de
descargar los datos.
En
la base, los 13 militares de la dotación que permiten mantener esta
base científica abierta, bajo la batuta del comandante Joaquín
Núñez Regodón, siguen atentos la evolución del volcán. Están
preparadas varias rutas de evacuación, todas hacia la parte externa
del rosco-isla antártico, por si fuera necesario.
Todos
tienen muy presentes que al otro lado de la bahía aún son visibles
y visitables por muchos cruceros los hierros retorcidos y las maderas
medio enterradas en piroclasto de lo que fue una base científica
chilena, totalmente destruida por una erupción en 1970.
"Un
terremoto no se puede predecir, pero una erupción volcánica envía
señales previas. Sería importante tener información de lo que pasa
en esta isla durante todo el año, es decir, que recibiéramos los
datos on line para estar totalmente seguros de cómo evoluciona antes
de estar aquí. Ese es el reto que tenemos por delante", apunta
Rafael Abellá, del Instituto Geográfico Nacional, integrado también
en Bravoseis.
El
corazón de Decepción sigue latiendo, con altibajos y alguna angina
de pecho menor que aumenta su vigilancia. De momento, no se espera
infarto ni habla de una explosión... Y en Gabriel de Castilla, la
vida sigue, camino de su tercer mes desde que abrió sus puertas
sobre el volcán.
Fuente:
Rosa M. Tristán, El latido de la Tierra se escucha en la Antártida, 9 marzo 2020, El País. Consultado 9 marzo 2020.
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