Segunda
parte del epílogo del libro Silencios y deslealtades, sobre el
incidente de Palomares de 1966.
por
José Herrera Plaza
Viene
de la primera parte.
Con
esta acción se muestra una vez más el respeto que sienten por los
habitantes de Palomares los que moran a 525 km. de distancia. Han
considerado que era mejor alternativa depositar esa basura nuclear en
el lugar más contaminado radiológicamente de España, en medio de
una zona agrícola y aledaño a donde habitan 2.000 seres humanos,
que otras opciones fuera de normativa pero más seguras y menos
dañinas para el ser humano, como su depósito provisional en el
cementerio del Cabril.
Por
otra parte, la Abogacía del Estado ha presentado en la Audiencia
Nacional las conclusiones de la demanda contencioso-administrativa
que le interpuso Ecologistas en Acción por no actuar de oficio y
aceptar las rebajas impuestas por los norteamericanos. En ellas
niegan de nuevo y vanamente el haber traicionado sus propios
criterios radiológicos de 2003, e incluso se atreven a recordar un
par de veces, con la presunción del que perdona vidas que, el nivel
de intervención es de 1 mSv/año y es el valor mínimo, podría
teóricamente haberse fijado en un máximo de 20 (pág. 5,
Conclusiones CSN de 05/09/2018). Es decir, legalmente se les podría
condenar a los palomareños a sufrir la misma radiación que padecen
los ciudadanos que viven en torno a 50 km de la central nuclear de
Fukushima Daichi.
Lo
desalentador es que lo afirmado por el CSN de la legalidad de
incrementar en un 2.000 % la dosis radiactiva recibida por año es
cierto. Nuestros legisladores europeos traicionaron hace muchos años
a sus electores, al tiempo que saneaban las finanzas de sus partidos.
Se vendieron a la poderosa industria nuclear, en manos de los grupos
financieros asociados a la Banca. Redactaron unas directivas
relacionadas con la protección radiológica basadas en los
organismos dependientes de la industria atómica (OIEA, ICRP) sin que
la Organización Mundial de la Salud pudiese opinar. Después
obligaron a su transposición en las legislaciones nacionales de los
países miembros. En España le llaman «Reglamento sobre protección
de la salud contra los riesgos derivados de la exposición a las
radiaciones ionizantes». Más que proteger la salud, protege a las
centrales nucleares de los tribunales y de un alto incremento en las
primas de seguros de responsabilidad civil. Mientras, se saltan toda
evidencia científica independiente, como la de que no existe umbral
de radiación seguro, o la discriminación de dosis según seas
trabajador o público, como si los organismos, la radiosensibilidad
de los individuos fuesen diferentes. También se la saltan
diferenciando situaciones “normales” (1-20 mSv/año) o de
emergencia, con incrementos de hasta un 10.000 % (20-100 mSv/año).
En tales estados no atienden a la sensibilidad de embarazadas o niños
en su consideración de público, como si la radiosensibilidad de
nuestros cuerpos, de nuestros órganos y células variaran según
abstracciones normativas (situación normal o de emergencia) o el
trabajo.
Estas
evidencias se tornan aún más sangrantes con incongruencias en el
resto de la legislación nuclear. La normativa europea y española
establece unos criterios de descontaminación radiactiva 10 veces más
estrictos en las instalaciones nucleares a desmantelar, donde no
viven personas, como es el caso de las antiguas centrales Vandellòs
I o Zorita, que la que se aplicaría a la llamada Zona 3, en pleno
centro urbano de Palomares, donde residen los vecinos.
El
público en general desconoce la magnitud real y el tipo de los
efectos potenciales de la radiación, como ignora nuestro marco
jurídico que la regula y la dependencia de los organismos de
control, financiados con nuestros impuestos, teóricamente para
protegernos. La ignorancia, la falta de una información
independiente, facilita estos entornos sin hallar oposición, que
además pueden generar reacciones bipolares: sesgo optimista, que
consiste en percibir que los accidentes suceden a los demás,
indiferencia negligente, o temor desbocado, irracional, que raya en
la paranoia. Las posturas intermedias quedan para los que se
esfuerzan o tienen acceso al conocimiento, la información, el
análisis, evaluación, o la gestión de riesgos y problemáticas.
Pido
disculpas a quien esto lea por extenderme en la descripción de la
normativa que teóricamente nos protege de las radiaciones. Creo que
es indispensable contextualizar, especificar quién manda realmente,
dónde estamos y si al respecto podemos confiar en la buena voluntad
de nuestras instituciones hacia la rehabilitación radiológica de
Palomares y demás áreas con semejante problemática, o en caso de
infortunio, que vivamos alguna de las experiencias de
Windscale-Sellafield, Three Mile Island, Chernóbil o Fukushima, ya
sea en España o en países cercanos, sometidos a unos niveles
legales nada seguros ni saludables, con unas potenciales
consecuencias imposibles de reclamar y compensar.
La
mejor radiactividad es la que se aproxima a cero. Suficiente tenemos
con el radón de nuestras casas, el aire de las ciudades, los
emisores radiactivos en el cemento, la naturaleza, los rayos cósmicos
y una larga lista de carcinogénicos incorporados en las últimas
décadas a la cotidianeidad de nuestras vidas.
La
pregunta recurrente sobre si aquella zona será alguna vez
descontaminada tiene un horizonte de incertidumbre que atenaza
cualquier pronóstico. La pugna por el derecho de una comunidad a
vivir en un entorno sin contaminación radiactiva ha de continuar. Es
una lucha por la dignidad de un pueblo quebrantado por sus gobiernos
y los Estados Unidos, que soportan en el pasado y presente los
rigores y ultrajes de un destino que no es el suyo, de un sino por
otros impuesto a base de silencios y deslealtades. Ante tal escenario
no creo por tanto que nos hayamos de plantear nuestro compromiso y
esfuerzo en aras del rédito de las acciones vindicativas. A pesar de
sus avances y retrocesos, siempre he percibido el sentido progresivo
de la historia. El esfuerzo por mejorar la calidad democrática de
nuestros sistemas puede que vea sus frutos algún día. Para cuando
así sea, resulta primordial mantener ardiente el rescoldo, la
memoria viva de causas como la que hemos tratado en este libro, lejos
de las fauces del olvido.
José Herrera Plaza es co-autor de "Silencios y deslealtades"
Fuente:
José Herrera Plaza, Epílogo de Silencios y deslealtades II, 20 enero 2020, El Salto Diario.
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