Travesía
a la Antártida. La contaminación acústica confunde la comunicación
de las ballenas, así como su sentido de dirección.
por Eliane
Brum
A
bordo del Arctic Sunrise
Imagínenselo.
El mar de un azul profundo. Hielo de diferentes tonos de blanco y
azul. Están en la Antártida, el continente más inaccesible del
planeta. Pingüinos que nadan sincronizados, leopardos marinos que
digieren pingüinos mientras hacen la siesta en un iceberg, ballenas
cazando alrededor del barco. ¿Cuál es el sonido que se imaginan en
este lugar que se llama bahía Paraíso?
Cierren
los ojos e intenten imaginarlo.
Esta
vez les mostraré una foto, para ayudarles.
Ahora
se lo cuento.
That’s
the way. Aha. Aha. I like it.
En
serio.
La
$%ˆ&*$%* del barco turístico que ha atracado en la bahía justo
al lado del nuestro está dando una fiesta “disco”. Los
pasajeros, en su mayoría chinos, están bailando locamente Aha Aha I
like it. Eso es, amigos. Vienes al fin del mundo para escuchar Aha
Aha I like it.
Quiero
dejar claro que no tengo nada en contra del Aha Aha I like it.
Incluso lo he bailado mucho.
Mi
duda es solo sobre la adecuación geográfica.
(el
barco hoy se balancea más que una batidora. he tenido que parar de
escribir para llegar lo antes posible al camarote que comparto con
otra persona. mi litera es la de abajo, lo cual es prometedor. si
vomito, la pizza no le cae a nadie en la cabeza. escribir con el
barco balanceándose produce migrañas a quien no tiene migrañas. he
tenido que parar y acostarme. he dormido. ahora intento escribir
acostada para ver si es posible, pero no estoy usando letras
mayúsculas para no sobresaltarme. hacemos de todo)
hemos
estado tres días anclados en la bahía paraíso. no puedo afirmarlo
con seguridad, pero creo que había unas mil personas en la bahía.
nosotros solo somos 33, que ya es bastante. pero había tres cruceros
llenos de turistas. estos barcos transportan de 150 a 500 personas.
también había un pequeño velero, sin duda el barco que causa menos
daño.
fui
a la base argentina almirante brown y charlé con la jefa del puesto,
astrid zafiro. (Me siento mejor ahora. voy a volver a utilizar
mayúsculas, porque ella no merece minúsculas. Astrid es minúscula
en tamaño, pero MAYÚSCULA en todo lo demás.) Es su quinta misión
en la Antártida. En este momento, es la única civil entre siete
militares. Todavía no hay científicos. Astrid es pequeña, es mujer
y es magnífica. Está en uno de los lugares más fríos del planeta,
pero su sonrisa nos calienta. Astrid registra a los turistas que van
a la base. El verano austral de 2014-2015, cuando comenzó, registró
2.000. El verano pasado, del 2018-2019, este número se había
disparado a casi 8.000. La mayoría de los turistas son chinos.
La
de la foto de abajo es Astrid. Suele sostener la radio en una mano y
la bombilla de mate en la otra. Cumplirá los 33 en la Antártida, el
próximo 7 de febrero.
No
es solo la cantidad de turistas lo que ha crecido. También ha
aumentado el calor y el derretimiento del hielo. Es lo que indica la
observación empírica de Astrid. Repite varias veces que no es
científica, su área es el turismo. Astrid solo puede observar. “Lo
que solía estar cubierto de nieve ahora ya no lo está. Antes
nevaba, ahora llueve más que nieva. Hay muchos más desprendimientos
de hielo, todo parece más fino”, dice. “Me entristece. Creo que
la gente no se da cuenta de que cada gesto que haces, incluso tu
basura, impacta aquí”. El cambio es muy rápido. Entre 2014 y 2020
Astrid ya sufre por la Antártida. Documenta en fotos personales las
diferencias de un año a otro.
Subimos
la montaña. Estrictamente hablando, es la primera vez que piso el
continente antártico. Antes estaba en el mar y en las islas. Estamos
entre pingüinos. Desde arriba, vemos que la bahía Paraíso está
llena de botes turísticos. Se escucha un crac y un trozo enorme de
hielo se desprende. Un turista chino dice “hola” en mandarín.
“Todo lo que comentamos está sucediendo ahora, a la vez”, dice
Astrid. “La bahía llena de turistas, el hielo rompiéndose...”.
¿Qué
estará pensando el pingüino que tenemos delante, me pregunto?
La
escena me conmueve. Nosotros, animales humanos, por los más diversos
motivos, lo ocupamos todo. Debatimos mucho sobre la violencia entre
nosotros, la desigualdad de fuerzas. Pero lo que hacemos con los
animales no humanos es de otro calibre. Como dice la actriz Marion
Cotillard, que también está en el Arctic Sunrise, “los humanos
creen que todos los lugares son su casa”.
Aquí
está Marion.
Rodeado
de turistas, en su casa que ahora se derrite, un pingüino macho
busca una piedrecita con el pico y, con toda la delicadeza, la
deposita en el nido. Debe sentir la inseguridad de su mundo, quizás
preferiría que no lo observaran, pero no tiene otra opción. Por lo
que hace lo que sabe hacer. Pone la piedrecita en el nido para
garantizar la supervivencia de su especie.
Es
una pequeña escena en un universo que se derrite. En cierto modo, lo
que la mayoría de nosotros hacemos es poner piedrecitas en el nido.
Torpes, incongruentes, a veces ignorantes, desesperadamente
intentamos poner la piedrecita en el nido mientras nuestro mundo se
desmorona. A veces, lo único que nos mantiene vivos es justamente
poner la piedrecita en el nido mientras nuestros compatriotas eligen
a un déspota para que nos gobierne, mientras aparece un nuevo virus
en China, mientras Donald Trump juega a la guerra, mientras la
Antártida se derrite y el nivel del mar amenaza con tragarse cada
vez más espacios que hace pocos años eran tierra firme.
Quizás
sea esta la principal dificultad para enfrentar la crisis climática.
No somos pingüinos. Posiblemente, si lo fuéramos, sería mejor para
todas las demás especies. El planeta sin duda estaría mejor sin los
humanos. Nuestra especie ha provocado la crisis climática. Por lo
que hacer solo lo que sabemos hacer, hacer solo lo que tenemos que
hacer para sobrevivir cada día -y sé que para muchos esto es una
tarea superior a sus fuerzas-, no es suficiente.
Somos
responsables de lo que nuestra especie ha provocado, aunque la
contribución al sobrecalentamiento global sea desigual. Hacer algo,
como cambiar los hábitos de consumo y presionar a los gobiernos para
que lleven a cabo políticas públicas para contener el horno del
planeta, es una obligación ética. Si la ética no es importante
para algunos, es necesario darse cuenta de que no hay otra opción.
El colapso climático que los humanos han provocado afectará a todos
los humanos. Nos afectará a todos, aunque mucho más y primero a los
que son menos responsables. La crisis climática es una apelación a
ser mejores. Este es uno de esos momentos. Esos momentos en que vivir
exige mucho. Tenemos que seguir poniendo la piedrecita en el nido,
pero también tenemos que hacer más que eso. Todos nosotros. Juntos.
No
quiero dejarlos con That’s the way. Aha Aha I like it. Por lo que
voy a hablarles de Tim Lewis, un biólogo marino autónomo que
escucha ballenas. Las ballenas sufren con la contaminación acústica
de los océanos. Escuchando con Tim, sabemos cuánto contaminan los
mares los motores de los barcos y botes, al igual que los
generadores. Y también están los sonares militares. La
contaminación acústica confunde la comunicación de las ballenas y
su sentido de la orientación. Científicos del Reino Unido han
relacionado casos de muerte simultánea de varios zifios (ballenas
picudas) al uso de sonares militares. Los científicos también están
investigando si, debido al exceso de ruido, algunas no regresan
demasiado rápido a la superficie y tienen un aneurisma cerebral. En
la Antártida, el número de barcos turísticos muestra que el Aha
Aha I like it es el menor de los problemas.
Algunas
especies de ballenas sufren más que otras. Creo que, para las más
sensibles, la invasión humana de los océanos ha transformado su
vida cotidiana en una especie de rave permanente por lo que se
refiere al ruido. Tim las escucha por todo el mundo. Los delfines
tienen un vocabulario propio, cada individuo puede tener su propia
firma o identidad. Las ballenas se identifican en clanes. Cuando
viajan juntas, aprenden. Un clan puede incorporar frases de otros. Se
convierten en ellas y también en otras después de haber vivido la
experiencia de estar juntas.
Tim
es un hombre extremadamente amable. Es el tipo de persona que pisa
con cuidado incluso dentro del barco, para no molestar a nadie, y
siempre está dispuesto a ayudar a alguien a quitarse las botas de
expedición, una pequeña tortura diaria. Cuando escucha el fondo del
mar, su rostro cambia de expresión varias veces. Creo que, al igual
que Dori, el personaje de la película de animación Nemo, de Pixar,
Tim habla balleno. O mejor. Escucha.
Este
es Tim, el escuchador de ballenas.
De
momento, no hemos conseguido escuchar ballenas. No nos hemos acercado
lo suficiente a ninguna. El martes, Tim escuchó el fondo del mar
frente a un iceberg, a 20 metros de profundidad. Hay tanta vida en el
fondo del mar. Me recordó una vez, en 2007, cuando hice una
meditación vipassana de 11 días y descubrí un cuerpo que era mío,
pero que no conocía. Había tanto movimiento y ruido y vida dentro
de mí, y me había pasado más de 40 años sin escucharme. El océano
es así, lleno de ruidos que desconocemos. Como la selva amazónica.
En ninguno de estos mundos hay silencio. Hay voces de cosas vivas,
hay una diversidad de cantos y movimientos. No identifico lo que
escuché, pero ahora tengo otras palabras dentro de mí. Me gusta
saber que algunas seguirán siendo desconocidas para siempre. Creo
que es importante convivir con lo desconocido de mí y de fuera de
mí. En parte, escribo para que, cada vez más, me falten palabras
para nombrar la vida.
Me
llevo ese sonido para que ustedes también puedan escucharlo cuando
vuelva. Y les parezca extraño. Y se maravillen ante la extrañeza.
Por ahora, cierren los ojos e intenten imaginar el fondo del mar
antártico con los oídos. La capacidad de imaginar lo que aún no
existe es nuestro mayor talento como especie. Imaginación es lo que
necesitamos para volver a imaginar un futuro en el que podamos vivir
sin someter a las ballenas a That’s the way. Aha Aha. I like it.
Hasta
pronto. Espero. El barco se agita sobre el mar. Pronto alcanzaremos
el otro barco de Greenpeace. Se llama Esperanza.
Traducción
de Meritxell Almarza
Fuente:
Eliane Brum, El sonido de la Antártida, 25 enero 2020, El País. Consultado 27 enero 2020.
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