Primera
Guerra Mundial. Los bosques de Verdún quedaron marcados para
siempre. El nivel de contaminación es tal que se prohibió el acceso
a las personas.
Pasaron
103 años desde aquel mes de diciembre de 1916 en que voló la última
bala en los bosques de Verdún, aunque en esta región francesa
pareciera que la Primera Guerra Mundial nunca terminó. Los
proyectiles, los perdigones, las bombas, las minas y los gases
mortales siguen instalados en este terreno que quedó tan contaminado
que cualquier tipo de vida allí es imposible.
Una
vez finalizada la guerra se definió a esta región como Zona Roja y
se restringió el ingreso a las personas por los altísimos niveles
de arsénico, plomo, mercurio y cloro, entre otros gases y materiales
tóxicos, que quedaron en el ambiente y agua.
Inicialmente
se trataba de 1200 kilómetros cuadrados a lo largo de Francia, que
fueron cerrados a las personas, aunque con el correr de los años el
espacio inhabitado se fue reduciendo.
Un
informe de la posguerra sobre estos campos de batalla describió a
esta región de manera tajante: "Completamente devastada. Daños
a propiedades: 100 %. Daños a agricultura: 100 %. Imposible de
limpiar. Vida humana imposible". De acuerdo a estimaciones se
necesitarán 700 años para limpiarlo completamente.
"Todos
los sitios del campo de batalla donde el gobierno francés pensó que
sería demasiado costoso limpiar el suelo para restaurarlos a tierras
agrícolas fueron declarados zona roja", explicó Guillaume
Rouard, un guardabosques de la Oficina Nacional de Bosques de Francia
(ONF).
Contra
todos los pronósticos, la naturaleza fue ganando lentamente su
espacio. Sin ninguna persona transitando aquellas ruinas de ciudades,
lo que era tierra arrasada, barro y restos humanos y animales, pasó
a ser un enorme campo verde, donde los árboles volvieron a crecer y
algunas especies lograron desarrollarse.
Sin
embargo, la marca de la guerra resulta imborrable y así, los grandes
animales que comenzaron a habitar la zona como el jabalí o el
venado, presentaron en sus hígados niveles anormalmente altos de
plomo. Al mismo tiempo, en algunos de los sectores de la Zona roja se
encontró que el 99 % de las plantas todavía muere, y el arsénico
puede constituir hasta el 17 % del suelo.
Al
mismo tiempo, todas las ciudades que fueron arrasadas por la guerra
dejaron los esqueletos de lo que alguna vez fue vida. Apenas algunos
carteles quedaron como referencia de aquellos lugares en los que hace
100 años había grandes avenidas, escuelas o plazas.
"El
efecto es fantasmal. En todas partes, las ciudades y pueblos
desaparecidos están marcados con carteles que reflejan lo que una
vez estuvo allí. 'Aquí estaba la iglesia'", describió el
especialista Paul Cooper, que añadió: "Es un paisaje dedicado
a lo que ha desaparecido, apuntando solo a la ausencia".
Guy
Momper es el jefe del equipo de desminado de Metz, en diálogo con
CNN explicó que sólo en una semana de octubre pasado, sacaron seis
toneladas de proyectiles de artillería alemana del lecho del río
Mosa.
Sin
embargo, asegura que el legado más peligroso de la Primera Guerra
Mundial tiene que ver con los acontecimientos que siguieron tras la
guerra. Particularmente un sector, donde se concentra el mayor nivel
de contaminación ha sido bautizado como "La place a Gaz"
(algo así como ‘El lugar tiene gas’, en español). Allí, las
empresas contratadas por las autoridades francesas quemaron envases
de gas venenoso no utilizados después de la guerra.
"Lo
quemaron durante años, básicamente durante toda la década de 1920
y nunca pensamos en las consecuencias", explicó el historiador
Moizan. Un estudio ambiental de 2007 determinó que el suelo mantiene
los niveles de arsénico hasta 35.000 veces más alto que los niveles
usuales.
La
batalla que marcó a la guerra
Con
prácticamente un año de duración (desde febrero hasta diciembre de
1916), en los bosques de Verdún se desarrolló el enfrentamiento más
largo y el segundo más sangriento de toda la Primera Guerra Mundial.
A
lo largo de 303 días se lanzaron 14 millones de proyectiles entre
los ejércitos de Francia y Alemania, dejando un saldo de 300 mil
muertos y medio millón de heridos. Un total de 9 pueblos fueron
arrasados en esta extensa batalla y de ellos sólo 3 han sido
reconstruidos nuevamente, aunque sólo de manera parcial.
El
inicio se debió a una estrategia del jefe del Estado mayor alemán,
el general Erich von Falkenhayn, quien había preparado con detalles
la toma de la ciudad fortificada de Verdún. Su estrategia se basaba
en un ataque que obligara a Francia a movilizar tropas hacia un mismo
punto y una vez en él, hostigarlas para diezmar a su ejercito y la
moral de sus soldados.
La
zona de Verdún era ideal para sus propósitos: matar y herir a
cuantos más franceses fuera posible. Una batalla planteada con un
único objetivo: desangrar Francia.
Sin
embargo el plan no se desarrolló como esperaba, la resistencia
francesa se convirtió en una lucha de todo el país para sostener la
ciudad (esta batalla se popularizó por el famoso "¡No
pasarán!" dicho por el comandante francés Robert Nivelle) y
eso provocó un enfrentamiento excesivamente sangriento.
Las
bajas fueron espantosas en ambos bandos debido a tipos de armas como
el lanzallamas y el gas venenoso. La guerra de trincheras y de
desgaste fue brutal. Finalmente, el 19 de diciembre de 1916, después
de una ofensiva al norte del fuerte de Duaumont y mes y medio después
de recuperar el simbólico Fort Vaux, acabó la batalla, a pesar que
los combates en los alrededores de Verdún continuaron hasta 1918.
Más
de 100 años después, la naturaleza y la humanidad intentan
recuperarse de lo que fue una de las batallas más sangrientas y más
dañinas para el planeta.
Fuente:
Qué es y qué hay en la “Zona roja” de Francia, el área que lleva más de 100 años sin poder ser habitada, 30 noviembre 2019, Clarín.
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