La
industria de los desechos electrónicos está en auge en el sureste
asiático. Al centro de este negocio está Tailandia, en donde los
residentes están preocupados por su salud.
por
Hannah Beech y Ryn Jirenuwat
KOH
KHANUN, Tailandia - Sentadas en cuclillas en el suelo de una fábrica
mal iluminada, las mujeres revisaban las vísceras descartadas del
mundo moderno: baterías, placas de circuito y atados de cables.
Clasificaban
esos desechos -conocidos como residuos electrónicos peligrosos- con
martillos y sin guantes. Los hombres, algunos con los rostros
cubiertos con trapos para no inhalar los gases, tiraban los desechos
con una pala en una máquina que emite ruidos metálicos y se encarga
de recuperar el material reutilizable.
Mientras
trabajaban, el humo se esparcía sobre las aldeas y las granjas
cercanas. Los residentes no tienen idea de lo que hay en ese humo:
plástico, metal, ¿quién sabe? Lo único que saben es que apesta y
los enferma.
Esta
fábrica, New Sky Metal, forma parte de una próspera industria de desechos electrónicos en todo el sureste asiático que surgió
cuando China decidió que ya no aceptaría los residuos electrónicos
del mundo, los cuales estaban envenenando sus tierras y a las
personas. Tailandia, en especial, se ha convertido en el centro de
esta industria incluso cuando los activistas la rechazan y su
gobierno lucha por equilibrar los intereses contrapuestos de la
seguridad pública con las ganancias que se obtienen de este negocio
lucrativo.
El
año pasado, Tailandia prohibió la importación de residuos
electrónicos extranjeros. Sin embargo, expertos industriales y
supervisores del medioambiente afirman que están abriendo fábricas
nuevas en todo el país y están procesando toneladas de basura
electrónica.
“Los
residuos electrónicos tienen que ir a alguna parte”, dijo Jim
Pucket -director ejecutivo de la Basel Action Network, una
organización que se opone al depósito de desechos en países
pobres-, “y los chinos están trasladando todas sus operaciones al
sureste asiático”.
“La
única forma de ganar dinero es conseguir grandes volúmenes de
mercancía con mano de obra barata e ilegal y contaminar el
medioambiente de manera desmesurada”, añadió.
Según
las Naciones Unidas, cada año se producen 50 millones de desechos
electrónicos en el mundo debido a que los consumidores tienen el
hábito de tirar el modelo del año anterior y adquirir el siguiente.
La
idea de reciclar estos dispositivos suena loable: un ciclo infinito
de utilidad tecnológica.
Pero
extraer cantidades pequeñísimas de metales preciosos -como oro,
plata y cobre- de los teléfonos, las computadoras y los televisores
usados es un trabajo sucio y peligroso.
Durante
años, China aceptó gran parte de los desechos electrónicos del
mundo. Luego, en 2018, Pekín cerró sus fronteras a la basura
electrónica. Tailandia y otros países del sureste asiático -los
cuales suelen tener una aplicación laxa de las leyes ambientales,
una facilidad para explotar a la fuerza laboral y vínculos cercanos
entre empresas y gobiernos- vieron una buena oportunidad.
“Todos
los circuitos y los cables son muy lucrativos, en especial si no se
les da importancia a los trabajadores ni al medioambiente”, dijo
Penchom Saetang, director de Ecological Alert and Recovery Thailand,
un organismo de vigilancia del medioambiente.
Aunque
países del sureste asiático como Indonesia, Malasia y Filipinas no
han admitido envíos individuales de basura procedentes de países
occidentales, Tailandia fue el primero en rechazar de manera más
sistemática los desechos electrónicos que inundaban sus puertos.
En
junio del año pasado, el Ministerio de Industria de Tailandia
anunció con bombo y platillo la prohibición de los desechos
electrónicos extranjeros. La policía realizó una serie de redadas de gran repercusión mediática en al menos diez fábricas,
incluyendo New Sky Metal.
“Ahora
New Sky está cerrada, totalmente cerrada”, dijo en septiembre
Yutthana Poolpipat, director de la oficina de aduanas del puerto de
Laem Chabang. “Ya no llegan residuos electrónicos a Tailandia.
Nada”.
No
obstante, en una visita reciente a la aldea de Koh Khanun, vimos que,
al igual que muchas otras fábricas, esta sigue funcionando, lo que
refleja un sistema frágil de regulación y de corrupción que ha
mancillado al país.
A
pesar de los encabezados sobre la redada, a New Sky Metal le
impusieron una sanción máxima de solo 650 dólares por cada una de
las transgresiones a su permiso.
Desde
la prohibición de los desechos electrónicos, 28 fábricas nuevas de
reciclaje, de las cuales la mayoría maneja residuos electrónicos,
comenzaron a trabajar en Chachoengsao -una provincia al este de
Bangkok donde se localiza Koh Khanun-, de acuerdo con las
estadísticas de esta localidad. Este año, se les otorgaron permisos
para procesar basura electrónica a catorce empresas de la provincia.
En
octubre de este año, la asamblea nacional de Tailandia dio a conocer
normatividades laborales y ambientales más relajadas para todas las
fábricas, una medida que ha beneficiado a la industria de los
residuos electrónicos. De acuerdo con una de las disposiciones, ya
no se vigilan los niveles de contaminación de las empresas pequeñas.
Al
mismo tiempo, un proyecto de ley que garantizaría un control más
estricto de la industria de los residuos electrónicos de Tailandia
ha quedado varado en un calvario legislativo.
Si
algunos tipos de desechos electrónicos no se incineran a
temperaturas lo suficientemente altas, las dioxinas -que pueden
causar cáncer y problemas de desarrollo- se infiltran en el
suministro de alimentos. Sin un almacenamiento adecuado, los metales
pesados tóxicos se filtran por el suelo y las aguas subterráneas.
Las
personas de la localidad que lucharon contra la avalancha de desechos
han sido atacadas.
“¿Por
qué no reciclan su propia basura en Occidente?”, preguntó Phayao
Jaroonwong, una granjera del este de Bangkok, quien señaló que sus
cultivos se habían secado luego de que una fábrica de residuos
electrónicos se instaló al lado de sus tierras.
“Tailandia
ya no puede más”, dijo. “No deberíamos ser el basurero del
mundo”.
En
el Centro de Tratamiento de Residuos Electrónicos Rey Aibo, una de
las fábricas cerca del templo, los calendarios escritos en chino
señalan las fechas en que llegarán los envíos. Cuando hicimos una
visita en fechas recientes, los tres trabajadores que estaban en la
oficina eran chinos.
“Sabemos
que hay personas que vienen de China que abren fábricas en
Tailandia”, dijo Banjong, del departamento de trabajos
industriales. Pero señaló que desde que se instituyó la
prohibición de desechos electrónicos, “somos más estrictos”.
Rey
Aibo es una de las fábricas que comenzaron operaciones este año.
Otras
fábricas nunca cerraron pese a las continuas infracciones.
En
septiembre, el activista Sumate Rianpongnam hizo campaña en contra
de la industria de la basura electrónica que contamina su pueblo
natal, Kabin Buri. Esa noche, unos hombres montados en motocicleta
dispararon tiros al aire cerca de su casa y se fueron a toda
velocidad.
Poco
después, unos hombres a bordo de una camioneta lanzaron granadas,
conocidas como bombas “ping pong”, a la casa de su amigo. Las
granadas explotaron, pero el amigo no resultó herido.
Otras
personas no tuvieron tanta suerte.
En
2013, un jefe de aldea denunció que se estaban tirando desechos
tóxicos de manera ilegal. Le dieron cuatro disparos a plena luz del
día. El hombre acusado de haberlo mandado matar, un funcionario del
departamento local de trabajos industriales, fue absuelto en
septiembre.
Sumate
y su amigo estaban haciendo campaña en contra de un vertedero en el
que mezclan ilegalmente residuos electrónicos y residuos domésticos.
Cuando fueron a un terreno privado adyacente al basurero, unos
hombres corpulentos a bordo de una camioneta intentaron obstruirles
la salida.
“He
decidido hacer este trabajo”, comentó Sumate. “No le tengo miedo
a la muerte”.
En
la sombra de la chimenea corroída de New Sky Metal, Metta Maihala
contemplaba su plantación de eucalipto. El lago que alimenta la
granja se ha ensombrecido y el olor es nauseabundo.
De
pronto, dos trabajadores birmanos salieron de entre las hileras de
árboles. El hombre tenía quemaduras en los brazos por su trabajo en
New Sky Metal, pero dijo que no tenía idea de cuál había sido el
líquido que le provocó tales lesiones.
La
mujer, Ei Thazin, señaló que recibía diez dólares al día por
clasificar el metal. “No sabía que era un trabajo peligroso”,
comentó.
En
Tailandia, millones de trabajadores indocumentados de países más
pobres como Birmania y Camboya son vulnerables a sufrir abusos,
afirmaron los vigilantes del medioambiente y añadieron que aumentará
la necesidad de trabajadores de ese tipo.
De
las catorce fábricas a las que se les otorgaron permisos para
procesar los desechos electrónicos este año en la provincia de
Chachoengsao, seis están en Koh Khanun. Cinco están vinculadas con
el sujeto cuyo nombre se asocia con New Sky Metal, o con su esposa.
“No
podemos elegir el aire que respiramos”, comentó Metta, la
productora de eucalipto. “Ahora habrá todavía más fábricas.
Todos vamos a sufrir una muerte lenta”.
Hannah Beech ha sido la jefa del buró del sureste asiático, con sede en Bangkok, desde 2017. Antes de unirse al Times cubrió la región desde Shanghái, Pekín, Bangkok y Hong Kong para la revista Time durante veinte años. @hkbeech
Hannah Beech has been the Southeast Asia bureau chief since 2017, based in Bangkok. Before joining The Times, she reported for Time magazine for 20 years from bases in Shanghai, Beijing, Bangkok and Hong Kong. @hkbeech
Fuente:
Hannah Beech, Ryn Jirenuwat, El precio de reciclar computadoras viejas: humos tóxicos en el aire de Tailandia, 10 diciembre 2019, The New York Times. Consultado 18 diciembre 2019.
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