viernes, 5 de julio de 2019

Yonke Fénix: la historia del Chernobyl mexicano

Una máquina de radioterapia vendida como chatarra provocó la contaminación de toneladas de acero las que se distribuyeron a lo largo y ancho de México. Y su descubrimiento fue casual. Casas demolidas y personas enfermas fue el saldo.

por Felipe Retamal N.

Es 1984. Una cuadrilla de hombres vestidos con un extraño traje blanco recorren la periferia de Ciudad Juárez (en la foto), en el norte de México, para limpiar la zona de material radioactivo detectado en la zona. No era un asunto menor. Según informó en su momento el periódico Proceso, las autoridades aztecas en conjunto con la Comisión Nacional de Seguridad Nuclear y Salvaguardias (CNSNS), determinaron que la Fundición de Aceros de Chihuahua produjo unas 6,000 toneladas de varillas contaminadas. Y estaban distribuidas en todo el territorio mexicano.

Todo había comenzado en diciembre del año anterior. A los hornos había llegado una gran cantidad de chatarra que iba a ser usada como insumo para la elaboración de varillas. El problema es que parte del material que se entregó había estado en contacto con una fuente radioactiva.

Los datos posteriores apuntaron a un empleado del Centro Médico de Especialidades de la ciudad, quien sacó la unidad de radioterapia que estaba almacenada en dicho recinto, sin mucho uso, a fin de venderla como basura. Esta había sido adquirida en 1977, pero como no había personal capacitado para instalarla, se dejó en una bodega. La máquina contaba con una poderosa fuentes de Cobalto-60, “la cual se introdujo al país sin cumplir con todos los requisitos de importación vigente”, señaló en su informe el CNSNS, en 1984.

Según detalla el escrito, durante el traslado de la unidad hacia el depósito de chatarra Yonke Fénix comenzó la filtración de material. “La fuente radiactiva fue extraída de su blindaje principal (cabezal), colocada en una camioneta pick-up, y ahí, por curiosidad, fue perforada la cápsula de la fuente. La fuente fue llevada al depósito de chatarra ‘Yonke Fénix’ y vendida como chatarra, iniciándose así la dispersión de los gránulos de Cobalto”.

El local, a su vez, vendía el metal a distintas fundiciones del país, entre ellas Aceros de Chihuahua, Fundival, de Torreón; Grupo Urrea de Guadalajara, Industrial del Hierro y del Acero de Atizapán, y Fundidora Frontera de Ciudad Juárez. Por ello, se estimó que varios productos elaborados con material contaminado se distribuyeron en construcciones y puntos de venta en Chihuahua, Sonora, Baja California, Sinaloa, San Luis Potosí, Zacatecas, Guanajuato, Morelos, Hidalgo, Nuevo León, Coahuila, Querétaro, Tamaulipas, Durango, Baja California Sur y Aguascalientes.

Según estableció la investigación posterior, el descubrimiento del material contaminado fue absolutamente casual. Un camión cargado con varillas de acero contaminadas pasó cerca del laboratorio Los Álamos, en Estados Unidos, momento en que los detectores de radiación instalados allí, saltaron al detectar la presencia del cobalto. En enero del 84’, el Departamento de salud del estado de Texas informó al CNSNS de la contaminación, e incluso aventuraron que podía tratarse de cobalto-60.

Posteriormente, se iniciaron las labores de descontaminación en las fábricas en que se elaboró el acero y la camioneta en que se transportó la maquinaria -se encontró en una calle de Ciudad Juárez lo que obligó a enviar a los vecinos a exámenes- aunque con dificultades. “Hay una cantidad importante de varilla, ya detectada, en obras en construcción y en edificaciones ya terminadas. El problema es grave: colocada en muros, castillos o losas, la varilla contaminada emite radiaciones constantes que pueden causar daños severos a los ocupantes de esas casas o edificios Es irremediable demoler esas construcciones Según el ingeniero Treviño Arizpe, el número de viviendas que requieren demolición es de ‘unas 50’ en todo el país”, informaba Proceso.

Por ello, el proceso para descontaminar las construcciones y zonas fue extremadamente complejo, considerando que no todos los estados mexicanos contaban con los recursos adecuados para ello, y muchas veces, según consta la prensa de la época, se recurrió a personal poco capacitado en las faenas de trabajar con material radioactivo.

En diversas regiones, como en Hidalgo, se improvisó a modestos inspectores de Salubridad como ‘expertos’ nucleares y fueron ellos los encargados de detectar las radiaciones y decidir sobre incautaciones de varilla y demoliciones. Sin mayor instrucción -ni siquiera la elemental para su protección personal-, se puso un contador geiger de radiaciones en manos de personas habitualmente dedicadas a inspeccionar sanitarios de comercios y revisar licencias y permisos. El delegado de la SSA en Mazatlán, Roberto Reyes Castro, reconoció su impotencia. ‘No tenemos ni conocimientos ni recursos técnicos para manejar este problema’, dijo a la corresponsal Rosa María Palencia. Indicó que el rastreo fue parcialmente realizado por tres técnicos de la CNSNS a fines de marzo y que ‘quedaron de volver’ a mediados de mayo, pero no han vuelto”, informó Proceso en su nota de junio de 1984.

Ello, sin considerar las casas y edificios para las que no se encontró otra solución que la demolición. “Tan solo en el estado de Sonora las autoridades sanitarias han levantado 164 actas de demolición En la zona de Tula, en Hidalgo, hay ya 47 órdenes similares En Sinaloa, se ha determinado el derrumbe de 19 casas, aunque la semana pasada se esperaba que los técnicos dieran su veredicto sobre otras 150 viviendas presuntamente afectadas”, detalló el periódico citado.

Además, el matutino denunciaba la falta de transparencia en la entrega de información, tal como años después, se acusó al gobierno soviético en el accidente de Chernobyl. “Otra deficiencia seria en el manejo de este accidente ha sido la ausencia de una información veraz, amplia y oportuna a la población Esto ha dificultado la detección de varilla radiactiva en muchos lugares, porque la gente no está debidamente enterada de los riesgos que corre La desinformación ha causado también confusiones y rumores alarmistas”.

En su informe, el CNSNS fijó una cifra de posibles afectados. “Se estima que, como resultado del accidente, aproximadamente cuatro mil personas han resultado expuestas a la radiación, de éstas, casi 80 por ciento recibieron dosis inferiores a los 500 mrem; 18 por ciento recibió dosis entre 0.5 y 25 rems y, que dos por ciento restante, o sea alrededor de 80 personas, recibieron dosis superiores a los 25 rems”.

Pero para otros, es probable que esa cifra oficial sea baja. “El daño de la contaminación a la que se expuso la comunidad con esa cápsula de Cobalto puede tardar (en manifestarse) 10, 15, 20 ó hasta 25 años, de acuerdo al grado de exposición que tuvo cada persona”, afirma Agustín Horcasitas Cano, el ex gerente de producción en Aceros de Chihuahua, citado por el portal regeneración radio, cuando presentó su libro El gran engaño (1998, Proteo Editores) en que presenta sus tesis sobre el suceso. En esa oportunidad, Horcasitas aseguró que hay 10 mil toneladas de varilla contaminada que jamás se recuperaron.

Los habitantes de la zona, especialmente quienes estuvieron expuestos al cobalto manifestaron enfermedades. “Ramiro Ayala (…) junto con otros 67 empleados vivió tres meses en la zona más contaminada, y nunca lo supo. Desde entonces vive con mutaciones, las uñas de su pie izquierdo lucen permanentemente negras, sus defensas son escasas y ha visto morir a tres de los 15 trabajadores que decidieron quedarse en el Fénix”, detalla regeneration radio.

Las varillas se enterraron en una suerte de cementerio nuclear en el predio de Cereso de Ciudad Juárez. “La obra tendrá un costo de unos 50 millones de pesos -se requiere una profundidad mínima de 15 metros y una gruesa plancha de concreto de alta densidad- y en ella participan técnicos de la Sedue y la CNSNS”, detalló Proceso.

Fuente:
Felipe Retamal N., Yonke Fénix: la historia del Chernobyl mexicano, 30 mayo 2019, La Tercera. Consultado 5 julio 2019.

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