Una
máquina de radioterapia vendida como chatarra provocó la
contaminación de toneladas de acero las que se distribuyeron a lo
largo y ancho de México. Y su descubrimiento fue casual. Casas
demolidas y personas enfermas fue el saldo.
por
Felipe Retamal N.
Es
1984. Una cuadrilla de hombres vestidos con un extraño traje blanco
recorren la periferia de Ciudad Juárez (en la foto), en el norte de
México, para limpiar la zona de material radioactivo detectado en la
zona. No era un asunto menor. Según informó en su momento el
periódico Proceso, las autoridades aztecas en conjunto con la
Comisión Nacional de Seguridad Nuclear y Salvaguardias (CNSNS),
determinaron que la Fundición de Aceros de Chihuahua produjo unas
6,000 toneladas de varillas contaminadas. Y estaban distribuidas en
todo el territorio mexicano.
Todo
había comenzado en diciembre del año anterior. A los hornos había
llegado una gran cantidad de chatarra que iba a ser usada como insumo
para la elaboración de varillas. El problema es que parte del
material que se entregó había estado en contacto con una fuente
radioactiva.
Los
datos posteriores apuntaron a un empleado del Centro Médico de
Especialidades de la ciudad, quien sacó la unidad de radioterapia
que estaba almacenada en dicho recinto, sin mucho uso, a fin de
venderla como basura. Esta había sido adquirida en 1977, pero como
no había personal capacitado para instalarla, se dejó en una
bodega. La máquina contaba con una poderosa fuentes de Cobalto-60,
“la cual se introdujo al país sin cumplir con todos los requisitos
de importación vigente”, señaló en su informe el CNSNS, en 1984.
Según
detalla el escrito, durante el traslado de la unidad hacia el
depósito de chatarra Yonke Fénix comenzó la filtración de
material. “La fuente radiactiva fue extraída de su blindaje
principal (cabezal), colocada en una camioneta pick-up, y ahí, por
curiosidad, fue perforada la cápsula de la fuente. La fuente fue
llevada al depósito de chatarra ‘Yonke Fénix’ y vendida como
chatarra, iniciándose así la dispersión de los gránulos de
Cobalto”.
El
local, a su vez, vendía el metal a distintas fundiciones del país,
entre ellas Aceros de Chihuahua, Fundival, de Torreón; Grupo Urrea
de Guadalajara, Industrial del Hierro y del Acero de Atizapán, y
Fundidora Frontera de Ciudad Juárez. Por ello, se estimó que varios
productos elaborados con material contaminado se distribuyeron en
construcciones y puntos de venta en Chihuahua, Sonora, Baja
California, Sinaloa, San Luis Potosí, Zacatecas, Guanajuato,
Morelos, Hidalgo, Nuevo León, Coahuila, Querétaro, Tamaulipas,
Durango, Baja California Sur y Aguascalientes.
Según
estableció la investigación posterior, el descubrimiento del
material contaminado fue absolutamente casual. Un camión cargado con
varillas de acero contaminadas pasó cerca del laboratorio Los
Álamos, en Estados Unidos, momento en que los detectores de
radiación instalados allí, saltaron al detectar la presencia del
cobalto. En enero del 84’, el Departamento de salud del estado de
Texas informó al CNSNS de la contaminación, e incluso aventuraron
que podía tratarse de cobalto-60.
Posteriormente,
se iniciaron las labores de descontaminación en las fábricas en que
se elaboró el acero y la camioneta en que se transportó la
maquinaria -se encontró en una calle de Ciudad Juárez lo que obligó
a enviar a los vecinos a exámenes- aunque con dificultades. “Hay
una cantidad importante de varilla, ya detectada, en obras en
construcción y en edificaciones ya terminadas. El problema es grave:
colocada en muros, castillos o losas, la varilla contaminada emite
radiaciones constantes que pueden causar daños severos a los
ocupantes de esas casas o edificios Es irremediable demoler esas
construcciones Según el ingeniero Treviño Arizpe, el número de
viviendas que requieren demolición es de ‘unas 50’ en todo el
país”, informaba Proceso.
Por
ello, el proceso para descontaminar las construcciones y zonas fue
extremadamente complejo, considerando que no todos los estados
mexicanos contaban con los recursos adecuados para ello, y muchas
veces, según consta la prensa de la época, se recurrió a personal
poco capacitado en las faenas de trabajar con material radioactivo.
“En
diversas regiones, como en Hidalgo, se improvisó a modestos
inspectores de Salubridad como ‘expertos’ nucleares y fueron
ellos los encargados de detectar las radiaciones y decidir sobre
incautaciones de varilla y demoliciones. Sin mayor instrucción -ni
siquiera la elemental para su protección personal-, se puso un
contador geiger de radiaciones en manos de personas habitualmente
dedicadas a inspeccionar sanitarios de comercios y revisar licencias
y permisos. El delegado de la SSA en Mazatlán, Roberto Reyes Castro,
reconoció su impotencia. ‘No tenemos ni conocimientos ni recursos
técnicos para manejar este problema’, dijo a la corresponsal Rosa
María Palencia. Indicó que el rastreo fue parcialmente realizado
por tres técnicos de la CNSNS a fines de marzo y que ‘quedaron de
volver’ a mediados de mayo, pero no han vuelto”, informó Proceso
en su nota de junio de 1984.
Ello,
sin considerar las casas y edificios para las que no se encontró
otra solución que la demolición. “Tan solo en el estado de Sonora
las autoridades sanitarias han levantado 164 actas de demolición En
la zona de Tula, en Hidalgo, hay ya 47 órdenes similares En Sinaloa,
se ha determinado el derrumbe de 19 casas, aunque la semana pasada se
esperaba que los técnicos dieran su veredicto sobre otras 150
viviendas presuntamente afectadas”, detalló el periódico citado.
Además,
el matutino denunciaba la falta de transparencia en la entrega de
información, tal como años después, se acusó al gobierno
soviético en el accidente de Chernobyl. “Otra deficiencia seria en
el manejo de este accidente ha sido la ausencia de una información
veraz, amplia y oportuna a la población Esto ha dificultado la
detección de varilla radiactiva en muchos lugares, porque la gente
no está debidamente enterada de los riesgos que corre La
desinformación ha causado también confusiones y rumores
alarmistas”.
En
su informe, el CNSNS fijó una cifra de posibles afectados. “Se
estima que, como resultado del accidente, aproximadamente cuatro mil
personas han resultado expuestas a la radiación, de éstas, casi 80
por ciento recibieron dosis inferiores a los 500 mrem; 18 por ciento
recibió dosis entre 0.5 y 25 rems y, que dos por ciento restante, o
sea alrededor de 80 personas, recibieron dosis superiores a los 25
rems”.
Pero
para otros, es probable que esa cifra oficial sea baja. “El daño
de la contaminación a la que se expuso la comunidad con esa cápsula
de Cobalto puede tardar (en manifestarse) 10, 15, 20 ó hasta 25
años, de acuerdo al grado de exposición que tuvo cada persona”,
afirma Agustín Horcasitas Cano, el ex gerente de producción en
Aceros de Chihuahua, citado por el portal regeneración radio, cuando
presentó su libro El gran engaño (1998, Proteo Editores) en que
presenta sus tesis sobre el suceso. En esa oportunidad, Horcasitas
aseguró que hay 10 mil toneladas de varilla contaminada que jamás
se recuperaron.
Los
habitantes de la zona, especialmente quienes estuvieron expuestos al
cobalto manifestaron enfermedades. “Ramiro Ayala (…) junto con
otros 67 empleados vivió tres meses en la zona más contaminada, y
nunca lo supo. Desde entonces vive con mutaciones, las uñas de su
pie izquierdo lucen permanentemente negras, sus defensas son escasas
y ha visto morir a tres de los 15 trabajadores que decidieron
quedarse en el Fénix”, detalla regeneration radio.
Las
varillas se enterraron en una suerte de cementerio nuclear en el
predio de Cereso de Ciudad Juárez. “La obra tendrá un costo de
unos 50 millones de pesos -se requiere una profundidad mínima de 15
metros y una gruesa plancha de concreto de alta densidad- y en ella
participan técnicos de la Sedue y la CNSNS”, detalló Proceso.
Fuente:
Felipe Retamal N., Yonke Fénix: la historia del Chernobyl mexicano, 30 mayo 2019, La Tercera. Consultado 5 julio 2019.
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