Los
actuales debates en torno al modelo energético y productivo se
centran en una sola alternativa: la explotación masiva de Vaca
Muerta a través del fracking. Pero, ¿qué queda detrás de eso?,
¿cuáles son sus impactos y qué es lo que ocultan estos discursos?
La investigadora Lorena Riffo aborda estos debates, poniendo en
relieve las contradicciones que ha tenido la explotación petrolera
en la Norpatagonia, y las dificultades que un modelo centrado en la
ganancia de las grandes empresas pueda derivar en una transición
energética. “La intervención del Estado nos permite pensar y
proyectar un modelo energético más justo”, sostiene aunque
advierte; “ese nuevo modelo energético es prefigurativo, se va
haciendo en el aquí y ahora, pero pensar en otra sociedad implica
pensar en un modo de producción que esté organizado a partir de las
necesidades de la mayoría de la población mundial y no que las
necesidades de la gente se organicen a partir del modo de producción
y acumulación de capital”.
Lorena
Riffo es parte del Instituto Patagónico de Estudios de Humanidades y
Ciencias Sociales y docente en la Licenciatura en Comunicación
Social en la Universidad Nacional del Comahue. Investiga en torno a
los conflictos sociedad-naturaleza en el marco de la expansión de la
frontera hidrocarburífera no convencional, a partir de la
explotación del megaproyecto Vaca Muerta. También es militante de
la Corriente Social y Política Marabunta, desde donde participó en
espacios como la Multisectorial contra la Hidrofractura, que
protagonizó las principales movilizaciones en contra de la
explotación del fracking en la región. Desde esa posición como
investigadora y como militante sostiene que el principal consecuencia
de Vaca Muerta está vinculada a “la re-legitimación de la
actividad hidrocarburífera en dos sentidos: como parte de la
principal actividad económica de la provincia por su ingreso rápido
de divisas en dólares y como confirmación de la continuidad de un
modelo energético de alto impacto social, cultural y territorial,
sin tener en cuenta ni la naturaleza ni las personas que viven en la
provincia. En definitiva, Vaca Muerta genera una gran cantidad de
conflictos socioambientales y termina negando la posibilidad de
realizar una transición energética ni productiva.”, señala.
La
historia del petróleo en Neuquén se remonta a un siglo antes de la
explotación masiva a través del fracking, proceso que marcó la
historia de estos territorios y de quienes lo habitan. Riffo
caracteriza algunas de estas particularidades. Sostiene que la
incorporación de la Patagonia se dio de manera tardía -debido a que
ocurrió recién durante la segunda mitad del siglo XIX y a través
del genocidio de sus habitantes originarios- y de manera subordinada.
Esto marcó la inserción de la zona en el proceso de acumulación de
capital en el marco del naciente Estado argentino. “Primero se
utiliza a la región para el pastoreo de animales que ya no eran
rentables en la pampa húmeda, como las chivas. Luego, cuando a nivel
nacional se consolida el modelo industrializador por sustitución de
importaciones, la región se fortalece como proveedor de energía a
los centros industriales del país: Santa Fe, Buenos Aires y Córdoba,
principalmente. En esta configuración regional, Neuquén aporta
energía hidroeléctrica con la represa de El Chocón y luego todo el
complejo de hidroeléctricas sobre el río Limay, que son muy
importantes. Por otra parte está la explotación hidrocarburífera
que se intensifica con el descubrimiento del yacimiento de Loma La
Lata en la década del 70, con consecuencias que vemos hasta hoy. Ni
hablar ahora de lo que está pasando con las reservas de no
convencionales en las formaciones Vaca Muerta, Quintuco y Los
Molles”, señala.
-
En los discursos de todos los sectores políticos hoy Vaca Muerta
aparece de manera acrítica, como la única solución al problema
energético. ¿Qué oculta ese relato?
En
Vaca Muerta no hay grieta y ese consenso oculta desigualdad y
contaminación. En ambos sectores, se presenta como la solución a la
crisis energética. La única diferencia estaría en que el peronismo
está proyectando cierto desarrollo industrial a partir de esa
energía producida en el país, mientras Cambiemos la ve solamente
como recurso para exportación. En cualquier caso, el objetivo es el
ingreso de dólares a la economía nacional. Esto refuerza un esquema
energético fosilizado, centralizado y estructurado en base a la
desigualdad territorial que configura lugares de producción de
energía y lugares de consumo.
Esto
fue muy evidente con el apagón del domingo 16 de junio. Por una
parte, una línea de alta tensión del litoral del país se ve
afectada por una tormenta y todo el país, e incluso países vecinos,
se quedan sin energía eléctrica. Por otra parte, en Río Negro y
Neuquén estamos cerca de grandes centros de producción de energía
y el regreso de la electricidad fue el más tardío del país, por
decisión política del gobierno nacional que priorizó la reconexión
de los grandes centros urbanos. Son cuestiones difíciles de entender
y explicar, excepto en el marco del capitalismo cuya base de
sustentación es la desigualdad en todas las dimensiones de la vida.
-
¿Cómo caracterizarías ese modelo energético?
El
sistema energético en la actualidad está orientado para seguir
sosteniendo el modo de acumulación. Si partimos que ese modo de
acumulación a grandes rasgos se divide entre quienes tienen y
quienes no tienen los medios de producción, desde el sistema
energético no sólo se sostiene esa diferencia sino que se
contribuye a profundizarla. En el caso de Argentina, además, esto
empeora ya que esos sectores, sean o no de capitales locales, muchas
veces forman parte del sistema extractivo. Entonces tanto desde la
extracción de combustibles fósiles como de la actividad que estos
alimentan energéticamente, se afecta a la naturaleza de una forma
exagerada e innecesaria para el bienestar colectivo.
A
su vez, al ser el sistema energético en extremo inequitativo, suele
suceder que tanto en términos ambientales como sociales, quienes más
se ven afectades por éste, ni siquiera pueden gozar de su beneficio.
Por ejemplo, tenemos vecines en Neuquén capital, en barrios alejados
al centro, como Valentina Norte Rural, que están consumiendo gas de
garrafa, que es mucho más caro que el de red, cuando a menos de una
cuadra pueden llegar a tener un aparato de bombeo extrayendo esos
bienes hidrocarburíferos. Entonces tienen que andar peleando para
poder conseguir ese bien para abastecerse, cuando el recurso en sí
mismo está saliendo del patio de su casa.
-
¿Cuales crees que son los principales impactos que genera este
modelo?
Creo
que están a distintos niveles. Si se lee en clave histórica,
siempre ha habido una especie de orgullo de ser petrolero, sobre todo
en la Patagonia, por estar de alguna manera contribuyendo al
desarrollo del país. Esa línea impactó muy fuerte e hizo que se
cuestionen poco las consecuencias que la extracción tenía para
poblaciones cercanas, tanto para quienes trabajaban en la industria,
como para la naturaleza en sí misma. Luego, con la privatización de
YPF podemos decir que se comienzan a expresar múltiples conflictos.
Personas que vivían de esa actividad se quedan sin trabajo y en un
contexto de crisis más generalizada, no estaban pudiendo conseguir
otros trabajos, entonces el primer conflicto que aparece con
hidrocarburos en Argentina, es un conflicto relacionado a lo que
podríamos decir, la contradicción capital-trabajo que es la
contradicción que organiza todo lo que tiene que ver con en el
movimiento piquetero en la zona por ejemplo, de Cutral Co y Plaza
Huincul, donde se dan dos de las puebladas más importantes del país
previo a la crisis del 2001.
Al
mismo tiempo se desata un conjunto de conflictos que tienen que ver
con la contradicción capital-naturaleza producto de la explotación
intensiva que hicieron las empresas de capitales extranjeros. A
partir de las poblaciones cercanas al principal yacimiento de gas que
es Loma la Lata, empezamos a conocer cuáles eran las consecuencias a
la salud por parte del petróleo. Gracias a la movilización de
comunidades mapuche como Kaxipayiñ y Paynemil, hoy conocemos la
consecuencia que tiene en la salud de las personas y la contaminación
de las aguas. De alguna manera ahí se empieza a desnaturalizar esa
actividad que estaba tan instalada como potencialidad y
favorablemente en la mayoría de la población.
Ahora
bien, hay que tener en cuenta que cualquier producción de energía
va afectar a la naturaleza. Lo que tenemos que tratar es que sea lo
menos posible y que sea desde un plano armónico en que la naturaleza
tenga la capacidad de re-absorber esos impactos. Y, hoy no se está
pensando en esa clave, todo lo que fue el desarrollo del capitalismo,
no se pensó en esa clave y estamos viendo esas consecuencias, como
el cambio climático. Todo el desarrollo del capitalismo, y ahí la
energía juega un rol fundamental, se hizo a través de la aplicación
de una lógica extractiva, voraz que ni siquiera ha contribuido a
tener un mundo más justo en términos sociales y políticos. La
lógica voraz del capital no puede convivir con un sistema energético
democrático e inclusivo. Otro modelo energético necesariamente va
ligado a otro modo de acumulación o, mejor dicho, a otro modelo de
sociedad.
-
¿Como pensás que debería ser ese otro modelo?
Desde
algunos sectores de izquierda pensamos la transición en muchos
niveles: transiciones hacia un mundo más justo, en el que no haya
pobreza, ni desigualdad estructural. En esa clave, pensar la
transición energética implica pensar otra relación
sociedad-naturaleza y también un acceso igualitario y participativo
en el desarrollo de un modelo energético. En función de eso
discutir la transición energética requiere que pensemos ¿qué
consumimos? ¿para qué consumimos? y ¿quiénes consumimos?. Y luego
problematizar esa desigualdad que hoy existe, entre quien está
apropiándose de la mayor producción energética y quienes están
padeciendo sus consecuencias, porque muchas veces quienes padecen las
consecuencias no son quienes se benefician de ese consumo. Esto
implica, necesariamente, buscar un camino más armónico e inclusivo
para pensar el acceso a la energía minimizando la afectación
ambiental. En el mismo sentido, entendemos el acceso a la energía
como un derecho público y social. Esto limita la mercantilización
que se produce sobre los bienes comunes. Si entendemos a la energía
como un derecho, el Estado debe intervenir para, al menos, garantizar
su mínimo acceso.
-
Se entiende, entonces, como clave el rol del Estado en dicho proceso
Es
que la intervención del Estado nos permite pensar y proyectar un
modelo energético más justo, a través de un rol activo en el
sector, lo que permite de alguna forma sacarle el potencial
mercantilizador que tiene el bien de la energía. Las mercancías, en
general, en el capitalismo, tienen un valor de uso y un valor de
cambio, que se define por el trabajo de quien la produce, por la
apropiación del excedente del capitalista y por los vaivenes del
mercado. La intervención del Estado lo que hace es controlar ese
valor de cambio, habilitando otras formas de acceso y financiandolo
desde sus arcas. De esta manera, se prioriza el valor de uso que es
lo necesario en derechos básicos como la salud, la educación y
también la energía.
¿Qué
nos permite la energía? Cosas como calefaccionarnos, comer,
transportarnos, trabajar y entretenernos. No podemos permitir que los
derechos de las mayorías de las personas queden en manos de empresas
cuyo único objetivo es el rédito económico. Es necesario pensar el
sistema de manera integral y proyectar un acceso amplio. En ese mismo
sentido, esta intervención del Estado es fundamental para no avanzar
en la mercantilización de otras energías que aún no están del
todo desarrolladas. Si la base de la transición queda en manos
privadas, seguiremos reforzando las diferencias entre el acceso y la
percepción de las consecuencias del modelo energético que se elija.
A
su vez, en el Estado hay trabajadores y trabajadoras estatales que es
más fácil que entiendan las problemáticas del acceso desigual a la
energía por cercanía con quienes tienen menos acceso, por empatía,
por organización sindical, por la conexión con otros tipos de
luchas y resistencias. Entonces si es el Estado el que se ocupa, esta
mirada compleja puede ir constituyéndose desde estos enfoques
propuestos por las y los trabajadores. Ya no estaríamos hablando
sólo de un acceso equitativo e inclusivo, sino también de
participación en la planificación estatal para crear ese nuevo
modelo energético que es prefigurativo, se va haciendo en el aquí y
ahora, pero siempre con la perspectiva de que hay que cambiar la
sociedad para poder hacer un mundo más justo.
-
¿Qué rol tomarían en ese proceso las energías renovables?
Las
energías renovables en este momento histórico, de alguna manera
solo están complementando la fósil, pero no tienen un gran
desarrollo por si mismas, ni están pudiendo afrontar toda la demanda
energética del capitalismo, porque el capitalismo es voraz en el
consumo de energía y estas nuevas alternativas no dan a basto para
poder generar ese movimiento del mundo que necesita el capital para
garantizar su acumulación. Al mismo tiempo al interior del mismo
sistema se están pensando en alternativas que en el contexto de la
crisis climática quieren sostener el modelo. A partir de la década
de 1970 hubo todo un sector, que podríamos denominar capitalismo
verde, que empieza a entender como problemática a la relación que
se estaba teniendo con la naturaleza. Es una respuesta que también
desarrolla el capital para seguir sosteniendo su esquema de
acumulación y poder absorber esas demandas. Todo esto lo aplica a
través de medidas que podríamos considerar parches y que incluso
han tenido consecuencias ambientales negativas. Si pensamos en el
marco de la energía, particularmente el capitalismo verde lo que ha
hecho es proyectar ese cambio de matriz a partir de la
desfosilización, por las consecuencias negativas para el cambio
climático, que tiene la quema de hidrocarburos. Pero de ninguna
manera cuestiona el consumo o hacia qué tipo de desarrollo está
orientada la producción de energía, entonces pensar solo en la
generación sin pensar en el consumo, es no pensar en la totalidad
del sistema. Por eso las energías renovables pueden ser una de las
soluciones pero este cambio no se basa solamente en las fuentes.
Pero
no podemos pensar un modelo energético más limpio sin pensar en
modificar el modo de acumulación porque de alguna manera u otra eso
va traer consecuencias para la población y para la naturaleza. Por
eso desde algunos sectores planteamos como modelo el ecosocialismo,
haciendo referencia a tres ejes que se van conectando y que son
centrales modificar para pensar y prefigurar esta sociedad nueva que
queremos: el modo de producción, las relaciones de producción y el
patrón de consumo. En primer lugar, pretendemos cambiar el modo de
producción, en base a problematizar de qué manera se producen los
medios que necesitamos para vivir. En segundo lugar, buscamos
transformar las relaciones sociales que estructuran esa vida social,
que en estos momentos está dividida en quienes tienen los medios de
producción y quienes no. Entonces quienes no tenemos los medios de
producción, sólo tenemos nuestra fuerza de trabajo, manual o
intelectual, para vender y poder sobrevivir en este contexto. Por
último, en tercer lugar, necesitamos cuestionar nuestro modo de
consumo: todo lo que consumimos hoy ¿lo necesitamos para vivir o hay
elementos que podríamos dejar de consumir?, ¿qué hacemos con
nuestros residuos?, por ejemplo. Este cambio centrado en modificar
hábitos culturales es fundamental también.
Cambiar
esos ejes es clave para poder proyectar nuevos modelos de sociedad,
donde la relación sociedad-naturaleza no puede estar por fuera. Por
eso el modo de producción es algo que se comenzó a cuestionar en
algún momento, pero pretendiendo sostener todo el resto de la
estructura del capitalismo. Es necesario que discutamos si
construiríamos una sociedad nueva en función de la lógica
industrializadora que hoy es la que rige el esquema mundial con los
componentes del capitalismo financiero y demás. Pensar en otra
sociedad implica pensar en un modo de producción que esté
organizado a partir de las necesidades de la mayoría de la población
mundial y no que las necesidades de la gente se organicen a partir
del modo de producción y acumulación de capital.
Esta
publicación es financiada con recursos de la Fundación Rosa
Luxemburgo con fondos del Ministerio Federal de Cooperación
Económica y Desarrollo de Alemania (BMZ). El contenido de la
publicación es responsabilidad exclusiva de OPSur, y no refleja
necesariamente una posición de la FRL.
Fuentes:
Felipe Gutiérrez, “En Vaca Muerta no hay grieta y ese consenso oculta desigualdad y contaminación”, 19 junio 2019, Observatorio Petrolero Sur. Consultado 5 julio 2019.
Dibujo Chelo Candia.
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