Militares observan la prueba nuclear Able, en Bikini el 1 de julio de 1946. Foto: NHHC. |
El
fondo del mar, suelos y las frutas del atolón Bikini tienen niveles
de radiación mayores a los de Fukushima o Chernóbil.
por
Miguel Ángel Criado
Aún
no había pasado un año desde que las bombas sobre Hiroshima y
Nagasaki acabaron con la Segunda Guerra Mundial, cuando Estados Unidos inició
su programa de ensayos nucleares en las Islas Marshall, entonces bajo
administración estadounidense. Entre 1946 y 1958, estallaron en este
archipiélago en mitad del Pacífico 67 armas atómicas. 60 años
después, un exhaustivo estudio independiente recuerda que los fondos
marinos, suelos y hasta las frutas de atolones como Bikini o Enewetak
acumulan partículas radiactivas muy por encima de los niveles
permitidos y, localmente, en concentraciones superiores a los medidos
en áreas afectadas por los desastres de Chernóbil o Fukushima.
"Hasta
ahora no había habido investigaciones independientes de la
contaminación radiactiva y sus consecuencias", dice la española
Mónica Rouco, que era subdirectora del Proyecto K=1, el centro de
estudios nucleares de la Universidad de Columbia (Estados Unidos), cuando sus
científicos realizaron una serie de misiones científicas a las
Marshall entre 2015 y 2018. Hasta este trabajo, los únicos estudios
llevados a cabo en la antigua colonia española sobre los efectos de
tanto ensayo nuclear los habían hecho científicos y militares
gubernamentales, en especial del Laboratorio Nacional Lawrence Livermore. "Hay una falta de conocimiento y confianza en datos
previos por parte de la poblacion de las islas", añade Rouco.
Los
científicos del Proyecto K=1 pudieron analizar en sucesivas campañas
los niveles de radiación gamma ambiental, cuyos primeros resultados publicaron en 2016, y más recientemente también la concentración
de varios elementos radiactivos, como el plutonio-238, americio-241 o
cesio-137 en muestras de suelos y fondos marinos y frutas
recolectadas por todos los atolones e islas que soportaron las bombas
o su lluvia radiactiva.
Las
Marshall están integradas por una treintena de atolones y varias
islas. Los ensayos nucleares de Estados Unidos se concentraron en dos de
ellos, los de Enewetak y Bikini, situados al norte. Muchas de las
explosiones tuvieron lugar dentro de las lagunas pero hubo algunas
sobre pequeñas islas que se vaporizaron. Aunque las 67 bombas apenas
suponen el 6 % del total de ensayos nucleares estadounidenses,
liberaron más de la mitad de los megatones: 108,5 Mt de los 196 Mt.
Un megatón equivale a la energía liberada por un millón de
toneladas de trinitrotolueno o TNT.
Los
autores del nuevo estudio, publicado también en PNAS, midieron la
radiación gamma en una decena de islas de cuatro atolones, los ya
mencionados y los de Rongelap y Utirik. En estos no hubo ensayos pero
sí recibieron su lluvia radiactiva aún estando alejados hasta 600
kilómetros. También tomaron centenares de muestras de suelo para
medir la concentración de cinco elementos radiactivos. Del fondo de
la laguna de Bikini, donde los militares estadounidenses
explosionaron Castle Bravo, su mayor bomba termonuclear, tomaron 129 cilindros de la capa de sedimentos.
"Nuestro
estudio del cráter de Castle Bravo es la primera investigación
sistemática con un número de muestras lo suficientemente grande
como para obtener un mapa del alcance de la contaminación por
diferentes radioisótopos", comenta en un correo la actual
directora del Proyecto K=1, Ivana Nikolic-Hughes, coautora del
estudio. En esta especie de zona cero, apenas hay rastro de
plutonio-238 y cesio-137, pero sí hay una elevada actividad de otros
tres elementos, el plutonio-239,240, el americio-241 y el
bismuto-207, todos también radiactivos. La concentración multiplica
por 10 o hasta por 100 la detectada en otras zonas de las Marshall.
En
cuanto a la radiación gamma ambiental, las peor paradas son las
islas Bikini, del atolón homónimo, y Naen, en Rongelap. En ambos
casos decenas de mediciones alcanzan y superan los cinco milisieverts
(unidad que mide la dosis de radiación absorbida por la materia
viva). En comparación, la radiación natural que recibe un ser
humano al año ronda los 2,4 mSv, según una guía del Consejo de Seguridad Nuclear.
Pero
lo peor está en el suelo. Aunque apenas detectaron la presencia de
plutonio-238, sí hallaron de otros cuatro isótopos radiactivos y en
concentraciones muy altas. Baste un ejemplo: Estados Unidos estableció cómo
límite máximo de seguridad para uno de ellos, el americio-241, la
cifra de 1.110 beckereles por kilogramo de materia, en este caso
tierra (el beckerel es la unidad de actividad nuclear de un isótopo
radiactivo). En la isla de Naen, llegaron a medir 3.090 Bq/kg. De
otros elementos, como el cesio-137, en Bikini llegaron a medirse
7.140 Bq/kg. Aunque localizados, son números que superan, y de
largo, los registrados en zonas cercanas a Chernóbil una década
después del estallido del reactor número 2 o los medidos tras el
maremoto que desmanteló la central de Fukushima.
"Para
cada radioisótopo (Am-241, Cs-137, Pu-238, y Pu-239,240) buscábamos
comparar los valores que obtuvimos con los estándares y/o
concentraciones disponibles que se han medido en otras regiones del
mundo afectadas por la radiación provocada por los humanos",
explica Nikolic-Hughes. "En concreto, la comparación de las
concentraciones de Pu-239,240 con los valores medidos en las regiones
afectadas por los accidentes de Fukushima y Chernóbil apunta a que
son significativamente mayores en algunas de las islas del norte de
las Marshall", añade. Pero la directora del Proyecto K=1 aclara
que para poder comparar habría que disponer de muchos más registros
de las diversas fuentes y tipos de radiación de las áreas a
cotejar.
En
2018, la investigación fue más allá en la búsqueda de otras
fuentes de riesgo de radiación: se detuvieron en la posibilidad de
que se colara en el cuerpo con alimentos contaminados. En estas
islas, la parte vegetal de la dieta local está formada casi
exclusivamente por cocos y pandanos, una fruta que recuerda a la
piña. Los miembros del Proyecto K=1 recolectaron dos centenares de
ambas frutas de once de las islas castigadas por las bombas o la
lluvia radiactiva.
Aquí
midieron la presencia solo de cesio-137. "Es extremadamente
soluble, se combina rápidamente con la capa superficial del suelo y
de ahí lo capturan las raíces de las plantas", recuerda Rouco.
Tras el accidente de Fukushima, las autoridades japonesas
establecieron un máximo de 600 Bq/kg para el cesio-137 en frutas.
Algunos de los cocos y pandanos cosechados en Bikini superaron los
3.700 Bq/kg.
Fuente:
Las bombas nucleares de EE UU aún contaminan varias islas del Pacífico 60 años después, 16 julio 2019, El País. Consultado 16 julio 2019.
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