Una
historia poco conocida del tremendo accidente nuclear en Ucrania. En
abril de 1990, pocos meses después de la explosión del reactor,
comenzaron a llegar niños para atenderse en Cuba. Fueron 23.000 en
total.
por
Gustavo Veiga
Chernobyl
es por estos días una tragedia que ha vuelto hecha ficción. La
miniserie de HBO y Sky revive la amenaza del holocausto nuclear, pero
como en toda construcción de sentido, recorta y pega, cuenta una
verdad a medias. Afuera quedaron muchas historias como las de
Aleksander Savchenko y Román Gerus, dos niños ucranianos -hoy
adultos- que fueron víctimas del desastre que desparramó
radioactividad sobre 142 mil kilómetros cuadrados de territorio
europeo. Pero sus casos, a diferencia de los miles de muertos, las
estadísticas sobre la contaminación que perdura y los héroes
anónimos que presenta la producción televisiva, serían dignos de
otra película. Para su escenografía natural deberían elegirse las
playas de Tarará, muy próximas a La Habana y donde el 29 de abril
de 1990 comenzó una epopeya solidaria que tiene escasa prensa. Unos
23 mil chicos afectados por el escape nuclear llegaron a Cuba para
rehabilitarse mediante un tratamiento gratuito. Aleksander y Román
estaban entre ellos. El primero se quedó a vivir en la isla y tuvo
una hija. El segundo recuerda cómo disfrutó cada uno de sus tres
viajes de rehabilitación a 9.458 kilómetros de su país.
Con
precisión quirúrgica, los cubanos llevan mensuradas sus propias
cifras de Chernobyl, con las que se involucraron de manera directa.
Se trata de 26.114 ucranianos, bielorrusos y rusos que viajaron a
tratarse en el complejo de Tarará. Los datos son del Ministerio de
Salud. De ese número, 23 mil eran niños. El gobierno de Fidel
Castro los alojó en un conjunto de edificaciones que hasta la década
del 50 había servido de balneario a la casta civil y militar que
respaldaba al dictador Fulgencio Batista. Su entorno es de ensueño.
Playas de fina arena blanca, mar de color turquesa que encandila y
pequeñas palmeras mecidas por el viento caribeño. Ese fue el
recibidor donde Cuba acogió, atendió, curó y despidió a esos
chicos afectados por el accidente del reactor construido por la Unión
Soviética.
La
mayoría volvió a sus naciones de origen. Savchenko se casó y
permaneció en Cuba. También se recibió de estomatólogo. Su
historia es contada por la periodista Rosa Miriam Elizalde en el
sitio Cubadebate, quien además cita un posteo reciente de aquel en
Facebook: “50 niños ucranianos serán atendidos en Cuba, como
parte de un nuevo programa de cooperación inspirado en el programa
‘Niños de Chernobyl’”. La solidaridad cubana se extiende en el
tiempo mucho más allá de los tratamientos en las suaves arenas de
Tarará –acaso las mejores playas del Este de La Habana– que se
prolongaron entre 1990 y 2011.
La
isla tiene una tradición inalterable de ayuda humanitaria que
jóvenes como Aleksander y Boris reconocen. No solo la recibieron los
niños de Chernobyl. También los que sufrieron el terremoto de
Armenia en 1988 y hasta “los brasileños que manipularon una fuente
radioactiva de Cesio 137 en la ciudad de Goiânia, otro accidente
nuclear que contaminó a cientos de personas en 1987, un año después
de Chernobyl y del cual no se habla”, completa Elizalde.
Gerus
fue entrevistado por la cadena BBC y recuerda que viajó tres veces a
la isla. “No era como estar en un hospital. Hasta los niños más
enfermos la pasaban bien”, cuenta. Cuando se trató la primera vez
a los 12 años estuvo seis meses. Cuando regresó con 14 permaneció
tres meses y a los 15 volvió por 45 días. “Cada vez fue
diferente, pero todas ellas las disfruté. Es algo que recuerdo con
cariño. Quiero regresar a Cuba con mi familia para mostrarles la
isla”, dice agradecido.
Un
dato no menor es que el programa de asistencia a las víctimas del
desastre se mantuvo en pleno período especial. Se había
desintegrado la Unión Soviética y Cuba atravesaba la peor etapa de
su historia revolucionaria. Pese esa dificultad, se siguieron
recibiendo pacientes con cáncer, parálisis cerebral, malformaciones
y hasta trastornos psicológicos. El programa de rehabilitación
estuvo dirigido por los doctores cubanos Julio Medina y Omar García,
que clasificaron a los pacientes en cuatro grupos de acuerdo a su
estado. Los que padecían enfermedades graves y permanecieron varios
meses en el complejo de Tarará. Aquellos que debían recibir
atención hospitalaria pero que no sufrían patologías severas. Los
que estaban bajo tratamiento ambulatorio y quienes estaban en mejores
condiciones y como mucho permanecían en la isla dos meses.
Una
de ellas fue la ucraniana Khrystyna Kostenetska. Entrevistada por la
cadena británica comentó que fue a Cuba en dos viajes sucesivos en
1991 y 1992: “Las dos veces estuve allí 40 días. Se supone que
ése es el período en el que el cuerpo humano tiene la capacidad de
recuperarse de una dosis baja de radiación”. La mujer también
recordó que había “niños con vitíligo que tenían que llevar
manga larga y cubrirse del sol. A pesar de eso, el clima de Cuba sanó
a algunos de ellos y aceleró la recuperación de muchos otros”.
Fidel
Castro enfundado en su clásico uniforme verde olivo recibió a esos
chicos al pie del avión. En las fotos que se conservan de aquel
momento se percibe la incredulidad y la sorpresa de esos niños
rubios de ojos celestes y rasgos eslavos. Juventud Rebelde en su
edición del 31 de marzo de 1990 tituló: “Carta a Fidel en nombre
de padres de Chernóbil” y “Para pequeños príncipes se tiende
la mano amiga”. Hoy los hijos de aquellos menores en los 90 son
esperados en la isla para tratarse bajo el nuevo convenio de
cooperación con Ucrania. Porque las secuelas de una catástrofe
atómica como la que describe la miniserie dirigida por el sueco
Johan Renck y guionada por el estadounidense Craig Mazin perduran en
las generaciones siguientes.
También
perdura el sentimiento de agradecimiento hacia Cuba en los países
más afectados por el accidente del 26 de abril de 1986. La explosión
en el reactor 4 de la planta de Chernobyl, cerca de la ciudad
fantasma de Prypiat que se evacuó por completo al norte de Ucrania y
muy próxima a la frontera con Bielorrusia. A 9.458 kilómetros de
ahí miles de niños encontraron alivio para tratar las secuelas que
les dejó uno de los dos desastres nucleares más grandes de la
historia (el otro es el de Fukushima ocurrido en Japón). La mayoría
regresó sana a su país. Otros quieren volver a La Habana para
recorrer nuevamente las playas de Tarará donde pasaron acaso los
mejores momentos de su infancia. El médico Savchenko es un cubano
más en la isla. Y Chernobyl es un recuerdo incómodo transformado
ahora en miniserie que se volvió en contra de la burocracia
soviética que pretendió ocultarlo.
Fuente:
Gustavo Veiga gveiga@agina12.com.ar, Los chicos de Chernobyl atendidos en La Habana, 16 junio 2019, Página/12.
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