Durante siglos,
el monte nativo convivió con el desmonte que realizaron los pueblos
originarios. Pero desde fines del siglo XIX hasta la fecha la
sociedad moderna desmontó más del 95 por ciento del bosque nativo.
por Lucas Viano
La noticia cosechó
críticas de varios sectores. El título era provocador: “Hallan
evidencias de que los pueblos originarios desmontaban los valles
serranos”. Fue publicado en lavoz.com.ar el 12 de abril.
El Museo de
Antropología de la Universidad Nacional de Córdoba escribió una
“respuesta” que dice: “La intención del título invita a
pensar que, si siempre se desmontó, es natural hacerlo, en tanto se
trata de una necesidad de la gente hoy y ayer. Si siempre fue así,
pues así ha de ser”.
Quizá alguien
mal intencionado pueda justificar los desmontes actuales con los que
se hicieron hace cientos de años. De todas formas, sería un
argumento que no resistiría ningún debate. Es incluso peligroso.
Imaginemos las cosas terribles que se podrían realizar
justificándonos en el pasado.
Buscar “un
chivo expiatorio del pasado” no es el objetivo de la antropología,
de la arqueología ni de cualquier otra disciplina que analiza la
historia de los seres humanos.
“Las
investigaciones arqueológicas producen conocimiento sobre el
funcionamiento de las sociedades, y su impacto sobre los ecosistemas
es indispensable para ubicarnos en el presente y mejorar nuestra
calidad de vida, o definitivamente torcer el curso de la historia”,
cuenta Matías Medina, investigador de Conicet, autor del trabajo al
que se refiere la nota de este diario.
En cierta medida,
el artículo del Museo de Antropología coincide: “La antropología
ofrece testimonio de múltiples formas de existencia tanto en el
presente como en el pasado, y, en este sentido, la etnografía y la
arqueología son justamente herramientas potentes para repensar estos
esquemas, al tiempo que sus aportes e interpretaciones juegan un rol
político no menor”.
Días después de
ese artículo, La Voz publicó un informe sobre los desmontes
ilegales detectados en 2018 por la Provincia. El año pasado se
intervinieron sin autorización 7.413 hectáreas. Equivalen a 27,4
canchas de fútbol afectadas cada día. La cifra, de por sí alta, no
computa el desmonte autorizado, del cual la Provincia no da cifras.
A la luz de estos
amargos datos de la realidad, ¿qué puede enseñarnos el hallazgo de
que los antiguos habitantes de Córdoba también intervenían en el
monte? Quizá algo que es obvio: que las modificaciones que
realicemos sobre el ambiente deben ser sustentables.
Durante siglos,
el monte nativo convivió con el desmonte que realizaron estos
pueblos originarios. Pero desde fines del siglo XIX hasta la fecha,
apenas un atardecer en la historia de la geografía cordobesa, la
sociedad moderna desmontó más del 95 por ciento del bosque nativo.
El resultado es
un desequilibrio en los ecosistemas que se traduce en campos
inundados en la llanura, crecidas devastadoras en las zonas serranas,
temporadas con escasez de agua para las poblaciones y menos paisaje
para nuestros turistas.
Algunas
comunidades campesinas siguen obteniendo comida, remedios y
protección de nuestro monte. Desmontar también expulsa y empobrece
a estas comunidades que deciden interactuar con la naturaleza
siguiendo los principios de aquellos primeros pobladores serranos.
La arqueología y
la antropología pueden ayudarnos a entender esa lógica y esa
relación con nuestro entorno natural, para poder adaptarla a modos
de vida modernos. Un “chivo expiatorio del pasado” para cuidar el
presente de nuestra tierra.
Fuente:
Lucas Viano, Desmontes de ayer y de hoy, 18/04/19, La Voz del Interior.
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