por Daniel Gutman
LOS BLANCOS,
Argentina, 6 nov 2018 (IPS) - “Desde que tengo 8 años me
acostumbré a acarrear agua. Hoy, que tengo 63, lo sigo haciendo”,
dice Antolín Soraire. Es un campesino alto y de rostro castigado por
el sol, que vive en Los Blancos, un pueblo de unas pocas decenas de
casas y anchas calles de tierra en la provincia de Salta, en el norte
de Argentina.
En esta zona del
Chaco, la llanura tropical de más de un millón de kilómetros
cuadrados compartida con Bolivia, Brasil y Paraguay, las condiciones
de vida no son fáciles.
Durante unos seis
meses al año, entre mayo y octubre, no llueve. En el verano austral
las temperaturas pueden tornarse crueles: llegan hasta 50 grados
centígrados.
Gran parte de los
hogares del municipio donde se asienta Los Blancos, Rivadavia Banda
Norte, y de otros cercanos está dispersa en parajes rurales, que
quedan aislados cuando llueve. La mitad tiene sus necesidades básicas
insatisfechas, según datos oficiales, y el acceso al agua es todavía
un privilegio, más cuando no hay ríos en el área.
Las perforaciones
rara vez se han revelado como una solución. “El agua de las napas
es salada y tiene arsénico naturalmente. Hay que ir a más de 450
metros de profundidad para sacar agua buena”, explica Soraire a IPS
en esta localidad de unos 1.100 habitantes.
Fue un novedoso
sistema autogestionado el que en los últimos tres años trajo
esperanza a muchas familias de esta zona, una de las más pobres de
la Argentina: la construcción de techos de latón recolectores de
agua de lluvia, que es conducida por cañerías a cisternas de
cemento enterradas en el suelo.
En cada una de
esas cisternas, herméticamente cerradas, se almacenan 16.000 litros
de agua de lluvia, lo que se calcula que necesita una familia de
cinco personas para beber y cocinar durante los seis meses que suele
durar la sequía.
“Cuando yo era
chico pasaba el tren una vez por semana y nos dejaba agua. Después
el tren dejó de pasar y la cosa se complicó”, recuerda Soraire,
que es lo que aquí se conoce como un criollo: es descendiente de los
hombres y mujeres blancos que llegaron al Chaco argentino desde fines
del Siglo XIX en busca de tierras para criar sus animales, detrás de
las expediciones militares que sometían a los indígenas de la
región.
Hoy, aunque han
pasado los años y la pobreza en la mayor parte de los casos los
iguala, todavía se percibe una tensión latente entre criollos e
indígenas, quienes viven en comunidades rurales aisladas, en
localidades como Los Blancos o en periferias de cascos urbanos.
El ferrocarril
que menciona Soraire unió desde principios del siglo XX los 700
kilómetros que separan las ciudades de Formosa y Embarcación, y era
prácticamente la única vía de comunicación de esta zona del
Chaco, que hasta hace apenas 10 años no tenía ninguna ruta
pavimentada.
El tren se detuvo
definitivamente en la década de los 90, durante la ola de
privatizaciones y recortes de gastos que impuso el presidente
neoliberal Carlos Menem (1989-1999).
Aunque se
prometió varias veces recuperarlo, en los pueblos del Chaco salteño
hoy quedan apenas unos ruinosos recuerdos del ferrocarril: las vías,
cubiertas de vegetación, y los viejos edificios de ladrillo a la
vista construidos como estaciones ferroviarias, que desde hace años
albergan familias sin hogar.
Soraire, quien
cría vacas, cerdos y cabras, es parte de uno de los seis equipos -tres de criollos y tres de indígenas- que la Fundación para el
Desarrollo en Paz y Justicia (Fundapaz) capacitó para construir
cisternas recolectoras de agua de lluvia en la zona cercana a Los
Blancos.
“Aquí todos
quieren su cisterna. Entonces hacemos relevamientos para ver cuáles
son las familias que tienen mayores necesidades”, cuenta a IPS en
Los Blancos, Enzo Romero, técnico de Fundapaz, una organización no
gubernamental que trabaja hace más de 40 años en el desarrollo
rural de los asentamientos indígenas y criollos del Chaco argentino.
El director de
Fundapaz, Gabriel Seghezzo, explica que “la familia beneficiada
debe hacer un pozo de cinco metros de diametro por 1,20 de
profundidad, en el que se entierra la cisterna. Además, tiene que
darle alojamiento y comidas a los constructores durante la semana que
lleva la construcción”.
“Que le cueste
esfuerzo a la familia es muy importante. Para que esto salga bien es
imprescindible que los beneficiarios se involucren”, agrega
Seghezzo a IPS en Salta, la capital de la provincia.
Fundapaz
“importó” el sistema de las cisternas de Brasil, gracias a sus
muchos contactos con organizaciones sociales de ese país, en
espacial con aquellas que también promueven soluciones para los
embates de la sequía crónica en la región del Nordeste.
Romero precisa
que hasta ahora se ha construido unos 40 techos recolectores y
cisternas -a un costo de unos 1.000 dólares cada sistema- en el
municipio de Rivadavia Banda Norte, de unos 12.000 kilómetros
cuadrados y unos 10.000 habitantes. Es, por supuesto, una muy pequeña
parte de lo que se necesita.
“Ojalá todo el
Chaco se sembrara con cisternas y no tengamos que llorar más la
falta de agua. No queremos pozos de 500 metros de profundidad u otros
grandes proyectos. Confiamos en las soluciones locales”, dice
Romero, quien estudió Ingeniería Ambiental en la Universidad Nacional de Salta y hace varios años se mudó a Morillo, la cabecera
del municipio, unos 1.600 kilómetros al norte de Buenos Aires.
En la ruta
nacional 81, la única carretera asfaltada en la zona, conviene
transitar despacio: como en la zona no hay alambrados, cerdos,
cabras, gallinas y otros animales que crían indígenas y criollos se
cruzan permanentemente.
En los
alrededores de la vía, metidas dentro del monte, viven comunidades
indígenas, como las conocidas como Lote 6 y Lote 8, que ocupan
antiguos terrenos fiscales cuya propiedad fue reconocida a
integrantes de la etnia wichí (persona o gente en su lengua), una de
las más numerosas de la Argentina, con unas 51.000 personas, según
cifras oficiales que se consideran un subregistro.
En el Lote 6,
Dorita, madre de siete hijos, vive con su esposo Mariano Barraza, en
una casa de ladrillos y techo de latón, en cuyo alrededor pasean
cabras y gallinas. Los hijos y sus familias vuelven por temporadas
desde Los Blancos, donde los nietos van a la escuela, que no hay en
la comunidad, ni tampoco transporte.
A unos cien
metros de la vivienda, Dorita, que prefirió no dar su apellido,
muestra a IPS una pequeña laguna con aguas verdosas. Es lo que en el
Chaco salteño llaman “represa”: un pozo cavado por la familia,
para almacenar agua de lluvia.
Las familias del
Lote 6 hoy tienen un techo recolector y una cisterna almacenadora,
pero antes tomaban el agua de las represas, la misma que los animales
utilizaban también para abrevarse o incluso para sus deposiciones.
“Los chicos se
enferman. Pero las familias muchas veces consumen esa agua
contaminada de las represas porque no tienen más alternativa”,
explica a IPS la religiosa católica Silvia Reynoso, quien trabaja
para Fundapaz en la zona.
En el vecino Lote
8, el wichí Anacleto Montes, quien tiene un techo recolector de 80
metros cuadrados, explica: “Esto fue una solución. Porque nosotros
le pedimos al municipio que nos traiga agua, pero hay veces que el
camión no está disponible y el agua no llega”.
Lo que Montes no
dice es que el agua en el Chaco salteño ha sido también utilizada
como una mercancía del clientelismo político.
Lalo Bertea,
quien encabeza la Fundación Tepeyac, una organización vinculada a
la Iglesia Católica que hace 20 años trabaja en la zona, explicó a
IPS: “Habitualmente en épocas de sequía, la municipalidad reparte
agua. Y elige adónde llevar por razones políticas. La gente de la
zona ya está tan acostumbrada que lo considera normal”.
“La escasez de
agua es el problema social más grave en esta zona del Chaco”, dice
Bertea, que sostiene que la recolección de agua de lluvia también
tiene sus límites y está experimentando con la compra de bombas
mexicanas, para extraer de napas donde existe agua potable a una
profundidad razonable.
“Lo increíble
de este drama es que el Chaco no es el desierto del Sahara. Hay agua,
pero la gran cuestión es cómo recolectarla”, subraya.
Edición:
Estrella Gutiérrez
Fuente:
Daniel Gutman, Captura de agua de lluvia apacigua lucha diaria en Chaco argentino, 06/11/18, Inter Press Service. Consultado 09/11/18.
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