Cientos de
ecologistas llevan años ocupando la zona para evitar que la
multinacional RWE corte los árboles.
por Álvaro
Sánchez
La tala del
bosque de Hambach tendrá que esperar, tal vez indefinidamente. Un
tribunal de la localidad alemana de Münster ha paralizado este
viernes su próxima devastación a la espera de que se resuelva un
recurso presentado por la organización ecologista Amigos de la
Tierra. La justicia ha determinado que el gigante energético RWE,
que planea podar la mitad de su superficie para ensanchar una mina de
carbón, "no tiene derecho a deforestar el bosque" hasta
que se resuelva la apelación. El giro de guion, celebrado por los
activistas como un triunfo tras años de ocupación y semanas de
tensos choques con la policía, aviva las esperanzas de salvar el
último reducto verde de la zona, reducido a solo 200 hectáreas de
las 4.100 iniciales. En un comunicado, la multinacional ha mostrado
su "sorpresa", por la resolución del tribunal. Y ha
informado al mercado de valores de que tendrá un importante impacto
en sus cuentas. Tras conocerse el varapalo judicial, las acciones de
RWE se hundieron un 8,52% en la Bolsa alemana.
El disputado
bosque está a medio camino de Colonia y Aquisgrán, en el Estado de
Renania del Norte-Westfalia. Y su futuro se ha convertido en símbolo
de una lucha que no solo atañe a un pedazo de tierra. Confronta dos
visiones del mundo. Capitalismo frente a ecologismo. Explotación del carbón ante activismo climático. El campo de batalla es una
extensión boscosa de 100 hectáreas y 12.000 años de antigüedad en
la que habitan 142 especies de aves. RWE, su dueña desde hace
décadas, tenía intención de talarla para ampliar una gigantesca
mina de carbón. La policía ha expulsado a cientos de activistas
instalados en la zona que pretendían evitarlo.
La tensión había
crecido en las últimas semanas ante la amenaza de tala inminente.
Todos los intentos de apaciguar los ánimos han fracasado. Portavoces
de los ecologistas se reunieron con la compañía el 11 de
septiembre. RWE ofreció retrasar hasta diciembre la deforestación,
pero Greenpeace y Amigos de la Tierra se negaron a aceptar nada que
no fuera el total abandono de los planes de ampliación. La empresa
volvió entonces al calendario inicial y preveía empezar a derribar
los árboles a mediados de este mes, pero ahora la justicia ha
frenado sus intenciones.
El desalojo del
bosque se ha convertido en un mal sueño para la mayor firma de
energía de Alemania, un coloso con un valor bursátil de más de
11.000 millones de euros. La primera ocupación se produjo en 2012 y
desde hace cuatro años una comunidad de ambientalistas, anarquistas,
idealistas, o meros ciudadanos comprometidos vive allí de forma
ininterrumpida. El lugar se ha convertido en centro de peregrinación
para los que consideran su deforestación la máxima expresión del
capitalismo salvaje. Y la lucha que se escenifica en él (una
multinacional que pretende destruir un bosque para ensanchar una mina
de carbón contaminante) tiene todos los ingredientes para canalizar
una rebeldía anestesiada por el bienestar del pleno empleo y los
plácidos indicadores económicos.
Un muerto
Desde que
naufragaron las negociaciones a mediados del mes pasado se han
producido episodios de violencia en la zona. La policía de Aquisgrán
denunció solo un día después del fracaso del diálogo que varios
de sus miembros resultaron heridos por pedradas de enmascarados.
Enfrente, los activistas aseguran ser víctimas de la brutalidad
policial y han difundido vídeos de agresiones. Incluso hubo una
víctima mortal el 13 de septiembre, cuando el periodista Steffen
Mein, de 27 años, cayó accidentalmente de una pasarela que unía
dos casas en lo alto de los árboles. Los altercados no han ablandado
al Gobierno de Renania del Norte-Westfalia, que no ha tratado de
revocar el permiso de tala.
La empresa ha
repetido con insistencia que no habría marcha atrás. En juego hay
toneladas de dinero. Su consejero delegado, Rolf Martin Schmitz,
calcula que si abortan el proyecto dejarían de ingresar hasta 5.000
millones de euros. "No hay ninguna posibilidad de dejar el
bosque en pie", afirmó tajante al diario Kölner Stadt-Anzeiger
antes de que el tribunal estropeara su plan. Frente a las críticas
que les acusan de provocar un daño ambiental irreparable, la
compañía alega que su contribución a la reforestación de la
región es notable. Y ofrece datos: ha creado 87 kilómetros
cuadrados de bosque y ha plantado más de 10 millones de árboles.
Sus argumentos no
convencen a los conservacionistas. El aullido del bosque de Hambach
se oye a cientos de metros a la redonda. En el pequeño campamento
contiguo a la arboleda, donde decenas de jóvenes despiertan en casas
improvisadas o tiendas de campaña. Uno de ellos prepara el desayuno
al aire libre, descalzo y disfrazado de oso. Cerca hay una biblioteca
con ejemplares sobre ecología o luchas sociales. También un local
con ropa en el que está permitido arramblar con lo que se considere.
No es mala idea. Al internarse en la arboleda, sumida en la neblina y
bajo una lluvia suave, la temperatura parece descender varios grados.
Hasta hace poco,
no era necesario internarse demasiado en la arboleda para toparse con
un paisaje de tintes surrealistas. Bajo el denso ramaje un activista
corea lemas ecologistas mientras camina en las alturas sujeto con un
arnés. Un policía tira al suelo de un empujón a un hombre de metro
noventa que le afea el enésimo desahucio. Una sierra abre camino a
la policía hacia una casa construida en la copa de un árbol a punto
de ser destruida. Una joven llora de rabia.
La policía ha
ido desmontando pacientemente la estrategia de resistencia de los
inquilinos de Hambi, apelativo con el que estos llaman al bosque. La
última casa cayó este miércoles. El ritual se había asentado.
Grúas que ascienden y militantes que bajan. La oposición ha sido
feroz. Conforme las casas eran reducidas a astillas, se construían
otras nuevas. La táctica era clara, había que "ganar tiempo
para que el Gobierno cambie de idea", según relata Momo, uno de
los veteranos, más de año y medio viviendo en el bosque. Aquí
nadie desvela su identidad por temor a represalias.
Hasta la entrada
en juego de los jueces, el reloj corría en su contra. Pese a las
barricadas, las sentadas y los encontronazos, las autoridades
destruían las casas de los árboles en menos tiempo del que
empleaban los carpinteros ecologistas en levantarlas. Y todavía hay
dudas sobre que se pueda evitar que las máquinas arrasen con todo.
Pase lo que pase, cierto sentimiento de victoria flota en el
ambiente. Hay quien cree que se puede perder un bosque y ganar una
causa que yacía adormecida. El microcosmos surgido de la protesta ha
devuelto vigor al movimiento ecologista alemán bajo una filosofía
horizontal: en Hambi no hay líderes. Todo el mundo puede opinar y
ser escuchado.
En las
profundidades del bosque, Dos raíces, de 25 años, levanta troncos,
ata nudos y cava con una pala. Nacido en Baviera, ha elegido el apodo -"mi nombre de bosque"- por sus orígenes: padre
peruano y madre alemana. Ha sido scout, estudió Ciencias Políticas
y Sociología, y ha dejado su trabajo en un café para viajar. "Es
una lucha simbólica. No creo que la desaparición del bosque suponga
una derrota. Buscamos influir en el discurso político",
reflexiona.
La decisión de
la justicia de analizar la legalidad de la tala ha dotado de una
nueva vida al bosque justo cuando se preparaba el golpe final. Esta
semana RWE cavó una trinchera para dificultar el acceso de
ecologistas e impedir que volvieran a crear un enjambre de casas en
los árboles. Pero las excavadoras, listas para actuar, no podrán
internarse en el bosque de momento. Con esa parálisis generándole
importantes pérdidas, la firma ha reclamado a los tribunales la
máxima celeridad en pronunciarse.
Mientras tanto,
la justicia ha autorizado una manifestación convocada para este
sábado pese al intento de las autoridades por prohibirla. La marcha,
que se prevé multitudinaria, recorrerá la zona entre proclamas por
la salvación de Hambi. Lo que en un principio se suponía un intento
desesperado con aires de funeral, se plantea, tras la decisión del
tribunal de Münster, como un festejo colectivo. Los activistas
siguen comprando tiempo.
Alemania, un país
adicto al carbón
Mientras Bruselas
anima a los Estados a fiar su futuro a las energías limpias, el
carbón sigue representando una parte fundamental del mix energético
alemán: supone el 40 % frente al 36 % de renovables. Esa disfunción
está bajo estudio: una comisión compuesta por representantes
políticos, miembros de la industria, organizaciones sociales y
expertos está abordando la mejor manera de abandonar esa dependencia
sin traumas, pero aunque se le ha pedido, ha rechazado opinar sobre
el caso del bosque de Hambach.
La eurodiputada
de Los Verdes Terry Reintk acudió la semana pasada al bosque para
mediar en la crisis. En entrevista con El País, resalta la
contradicción entre la reputación ecologista de Alemania y su
explotación de recursos contaminantes. "El Gobierno no entiende
que el lignito una fuente de energía sucia más propia del pasado".
El Ejecutivo alemán, embarcado en el cierre de centrales nucleares,
defiende que el proyecto es necesario para garantizar el suministro
eléctrico.
La mina no solo
puede acabar con el bosque: varios pueblos han sido vaciados y sus
habitantes reubicados. La inmensa explanada de la mina es visible
desde un mirador con hamacas habilitado por RWE. Un paisaje lunar
donde gigantes de acero trabajan día y noche.
Fuente:
Álvaro Sánchez, Alemania detiene la tala del bosque de Hambach, que iba a ser arrasado por la ampliación de una mina, 05/10/18, El País. Consultado 06/10/18.
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