Lo nuestro es
darlo todo por hecho hasta que algo falle.
por John William
Wilkinson
Se puede vivir
sin luz eléctrica, gas, calefacción o aire acondicionado. Incluso
se puede vivir perfectamente sin la gran mayoría de las cosas que
erróneamente consideramos imprescindibles. Hasta se puede vivir sin
ropa o dinero, utensilios o cobijo de cualquier tipo. La única cosa
de la que no podemos prescindir es del agua. El agua es vida; el agua
es riqueza.
Nadie tenía que
explicarles a nuestros antepasados semejante obviedad, puesto que
ellos nunca conocieron los adelantos tecnológicos de los que
disfrutamos sin tan siquiera cuestionarlos. Lo nuestro es darlo todo
por hecho. Hasta que algo falle.
En los anos
setenta y ochenta del último siglo se producían cada dos por tres
apagones que más que nada fastidiaban a los afectados, pero sin
causar prejuicios insalvables. Algo similar ocurre ahora con los
virus cibernéticos.
Una larga cola
Ahora bien, otra
cosa es abrir el grifo y que no te salga nada. Estés en Etiopía o
Estepona, lo único que puedes hacer en un caso tan extremo es acudir
a la fuente o el pozo más cercano, donde guardarás cola largo
tiempo a fin de conseguir llenar algún recipiente con el apreciado
líquido. Y si por mucho que reces a los dioses para que llueva
siguen pasando de largo las nubes, irte a otra parte.
Siempre ha habido
sequías, algunas muy prolongadas. Con el cambio climático, empero,
seguramente habrá más y en sitios insospechados. Hace ya algún
tiempo que se habla de que las guerras del petróleo darán paso en
el siglo XXI a las del agua.
Hace ya algún
tiempo que se habla de que las guerras del petróleo darán paso en
el siglo XXI a las del agua
España tuvo la
suerte de contar tanto con los acueductos romanos como con los
sistemas de regadío árabes. La desértica Almería era antes de la
reconquista un auténtico vergel. Hoy, los hiperproductivos
invernaderos de El Ejido no existirían sin asesoramiento israelí,
pueblo que se ha volcado en investigar maneras de convertir el
desierto en un huerto.
Pero ni romanos,
ni árabes ni israelíes contaban con la explosión demográfica, el
turismo de masas o el alcance del cambio climático. Queda cada vez
más patente que el clima mediterráneo, siempre proclive a sufrir
esporádicas sequías, no da para tan desmesurada demanda.
El azote de la
sequía
Relata J.G.
Frazer en “La rama dorada”(1911-1915) el caso de un pueblo
siciliano asolado por una prolongada sequía. Tras comprobar que eran
inútiles sus rezos para que lloviera a una serie de santos y
vírgenes, los desesperados habitantes del pueblo azotaron sus
estatuas sin piedad. Viendo que ni así llovía, las arrojaron al
mar.
La primavera del
2008 dio la vuelta al mundo la imagen de un buque cisterna entrando
en el puerto de Barcelona con agua para los sedientos barceloneses.
Fue un momento tan crítico que el conceller de Medio Ambiente,
Francesc Baltasar, agnóstico confeso, no vio otra salida que la de
rogarle a la virgen de Montserrat que lloviera. Y llovió.
Si no llueve y
mucho antes, se calcula que a partir del 11 de mayo de los grifos no
saldrá ni gota de agua
Este episodio
causó un considerable revuelo a lo largo y lo ancho del
Mediterráneo. Un par de años más tarde, se produjo en Malta, en
pleno verano, un apagón que duró lo suficiente como para que los
malteses se diesen cuenta de que, de prolongarse el apagón más allá
de tres días, se quedarían sin agua potable, por estar paradas, por
falta de corriente, las imprescindibles plantas desalinizadoras.
Desde el 1 de
febrero el límite de consumo de agua en Ciudad del Cabo es de 50
litros por persona y día. Si no llueve y mucho antes, se calcula que
a partir del 11 de mayo de los grifos no saldrá ni gota de agua. La
gente tendrá que hacer cola en uno de los 180 puntos de distribución
para recibir 25 litros al día. O sea, ni para empezar. Al menos no
dentro de las pautas de derroche al que estamos (mal)acostumbrados.
Éxodo urbano
Se prevé que,
sólo en los próximos meses, un millón de personas -un cuarto de
la población- dejará la ciudad. El hasta ahora boyante sector
turístico se verá interrumpido. Aún queda por ver cómo se las
apañarán los que se queden.
Por mucho que el
Gobierno local diga que hace lo que puede para aliviar la situación,
no puede esconder la endémica mala planificación. Las
infraestructuras son inadecuadas o obsoletas; se calcula que las
fugas son de casi el 40 % del agua que tendría que llegar a la
inmensa área metropolitana muerta de sed.
La falta de
inversiones se refleja en el auge de corrupción, el crimen
organizado y la burbuja inmobiliaria.
La falta de
inversiones se refleja en el auge de corrupción, el crimen
organizado y la burbuja inmobiliaria, que no sólo han servido para
que Ciudad del Cabo esté a punto de convertirse en la primer urbe
del mundo sin agua, sino también en la escalofriante tasa de pobreza
extrema que promete disparase en los próximos meses.
Quizá pueda
hacer algo para aliviar la sed de los capenses el nuevo presiente
sudafricano Cyril Ramaphosa, que a buen seguro lo hará mejor que su
antecesor, el inefable Jacob Zuma. Sea como sea, es de esperar que
entre ahora y el 11 de mayo les llegue del cielo a los capenses la
salvación, en forma de lluvia.
Fuente:
John William Wilkinson, Se acerca el día en el que en Ciudad del Cabo de los grifos no saldrá ni gota, 03/03/18, La Vanguardia. Consultado 03/03/18.
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