Unquillo, 15 de febrero de 2015. Una vivienda arrasada por la furia del arroyo Saldán. Foto: J Stepanoff/ La Voz |
Esa fue la mayor carencia que reflejó aquella inundación del 15 de febrero de 2015. Una ciudadanía no educada para saber qué hacer frente a semejante desastre y un Estado que tuvo que despertarse cuando el agua ya estaba a la altura del cuello.
por Lucas Viano
Aquel febrero de
2015 fue un mes extraordinario en términos de precipitaciones. En la
estación que el Servicio Meteorológico Nacional tiene en el
aeropuerto de Córdoba cayeron 556 milímetros, el 70 por ciento de
lo que llueve en todo el año.
Y en Sierras
Chicas fueron cerca de 300 milímetros durante unas 48 horas.
La frase del
entonces gobernador José Manuel de la Sota fue contundente y no
exenta de polémica: “Nos cayó un tsunami del cielo”. ¿Fue sólo
eso? Claro que no.
En las Sierras de
Córdoba ocurre un tipo de inundaciones repentinas que casi no dan
tiempo a reacciones para salvar vidas y bienes materiales.
Se requiere un
sistema de alerta muy aceitado para tener éxito. Para ello, además
de tecnología, se necesita una sociedad bien educada.
Esa fue la mayor
carencia que reflejó aquella inundación del 15 de febrero de 2015.
Una ciudadanía no educada para saber qué hacer frente a semejante
desastre y un Estado que tuvo que despertarse cuando el agua ya
estaba a la altura del cuello.
Tras aquel
episodio, Provincia y municipios decidieron mejorar los sistemas de
alerta de crecidas con más equipamiento, pero parece que la
concientización aún es materia pendiente.
¿Cuántas
escuelas, localidades, barrios de Sierras Chicas ensayaron algún
simulacro de evacuación?
Un embudo
pavimentado
Además, ese
“tsunami del cielo” cayó en un embudo pavimentado. La única
estimación de cuánta agua arrastró la crecida fue realizada por
investigadores del Centro de Estudios y Tecnología del Agua (Ceta),
a partir de videos de vecinos.
Por un arroyo que
habitualmente tiene un caudal de menos de un metro por segundo,
durante la crecida corrieron 290 metros por segundo.
Los científicos
sostienen que puede tener errores, pero es el único dato disponible
y el que usa la Provincia para realizar obras públicas en las
Sierras Chicas.
La imagen del
embudo es válida si se tienen en cuenta las pendientes de la zona.
Hay varios miles de hectáreas con niveles de pendiente de 12 a 60
por ciento. Esto significa que en 100 metros el terreno se eleva (o
se deprime) 60 metros.
El agua escurrió
rápido por las bajadas, se fue encajonando por las localidades. No
dio tiempo a que se infiltrara o se evaporara, sus otras dos vías de
escape.
Y no hubo
infiltración porque el embudo estaba pavimentado. En las Sierras
Chicas, la urbanización se dio en toda la cuenca e incluso invadió
la ribera de ríos y arroyos.
El cuello de ese
embudo estuvo formado por las viviendas y otras construcciones. De
los 1.760 kilómetros cuadrados que hay al este de las Sierras
Chicas, unos 420 están urbanizados.
Es un 50 por
ciento más que hace 15 años, según un estudio de Joaquín Deón,
geógrafo de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC), que realizó
varios estudios en esta región.
Donde hay cemento
no hay monte, el cual funciona como una esponja que ayuda a infiltrar
el agua. Un estudio realizado por Alicia Barchuk, Víctor Díaz y
Alberto Daghero (UNC) da cuenta de que en los siete años anteriores
a la crecida fatal se habían perdido dos mil hectáreas de bosque en
la zona.
El trabajo de
estos expertos determinó que hay 12.052 hectáreas sin riesgo de
inundación, por tener buena presencia de bosque nativo y pastizales
y porque están a mayor altura. En otras 6.500 hectáreas, el riesgo
es bajo o medio. Finalmente, 1.290 hectáreas están con riesgo alto
y extremadamente alto, y son las que están más urbanizadas.
Lo llamativo es
que este mapa de riesgo se elaboró antes de la crecida. Los
científicos avisaron, pero pocos escucharon.
Fuente:
Lucas Viano, No fue sólo un “tsunami del cielo”, 15/02/18, La Voz del Interior.
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