“El río cortó
terreno por el medio de las casas, tirando tapias. Nunca entendimos
cómo no se llevó esa casa -en la que vive Fátima con sus padres
y hermanas-, porque esa casa quedó en el medio de lo peor”,
explicó Mario De Elías, el abuelo de la niña.
Tan sólo cuatro
días de vida tenía Fátima cuando el arroyo Saldán rompió la
resistencia de su hogar e inundó tanto su casa como la de su abuelo,
en la parte delantera del terreno que comparten en Cóndor Bajo,
Villa Allende.
La crecida fue
tal que primero se refugiaron sobre una mesa, pero luego tuvieron que
abandonar ese espacio y escapar por el techo.
Una bolsa de
supermercado fue la guarida de la pequeña para que en un pasamanos
entre familiares llegara a tierra firme, a un lugar a salvo de la
correntada.
Mientras la niña
era bajada del techo su madre avisaba que la bolsa llevaba en su
interior lo más valioso.
“Ahí va
Fátima”, gritó en varias oportunidades.
“El río cortó
terreno por el medio de las casas, tirando tapias. Nunca entendimos
cómo no se llevó esa casa -en la que vive Fátima con sus padres
y hermanas-, porque esa casa quedó en el medio de lo peor”,
explicó Mario De Elías, el abuelo de la niña.
Las maderas de
quebracho aguantaron el embate del arroyo, los vidrios y puertas
cedieron, y casi medio metro de barro tapó el verde césped.
Tres años
después Fátima juega con sus hermanitas en el mismo patio que hoy
nuevamente tiene pasto. El barro lo genera ella tirando agua para
crear helado ficticio y ofrecerlo a su abuelo, quien hoy puede reír
recordando la situación; sólo hubo daños materiales y muchas manos
amigas que ayudaron a borrar las marcas.
Sin imágenes de
Fátima
Son distintas
elecciones: la familia de Fátima no quiso mostrarla ni permitir
fotos con ella. Contaron la historia de sus vidas luego de la
inundación, sin imágenes. Es una decisión tan respetable como la
de la familia de Milagros, que no tuvo problemas en mostrarla y
mostrarse, sin reservas.
Fuente:
El recuerdo de “¡Ahí va Fátima!”, 15/02/18, La Voz del Interior.
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