Los medios
artesanales y la falta de electricidad para conservar el género
impiden sacar el máximo partido a la pesca en Haití. Comenzamos una
serie de reportajes para conocer la realidad del país menos
desarrollado de América.
por Pablo Linde
Excepto basura y
pobreza, en Haití no sobra casi nada. Comida, desde luego, no. Y
mucho menos pescado, una valiosa fuente de proteínas para un país
en una emergencia crónica que tiene a la mitad de su población desnutrida. No le sobra a Figaso Lecede, que cada mañana sale a las
seis en su precaria canoa a capturar peces en Aquin, al sur de la
isla. Cada jornada en las turquesas aguas que bañan esta localidad
es una incógnita. Y lo que pasará con el género una vez que
regresen, también. Porque otra cosa que escasea es la electricidad
y, con ella, las cámaras frigoríficas para preservarlo durante unos
días; a menudo tiene que malvenderlo o fiarlo antes de que se le
pudra.
El potencial
pesquero de Haití, con 1.700 kilómetros de costa, es inmenso, pero
las artes que emplean son tan artesanales que solo capturan alrededor
de una décima parte de lo que podrían. Los haitianos consumen 17.000 toneladas de pescado al año, de las que tan solo producen 5.000, el resto es importado. Mientras la plataforma continental está
sobreexplotada, en altamar prácticamente no se pesca. Canoas como la
de Lecede, que no deja de ser un tronco vaciado en su parte central,
son la embarcación predominante para salir a faenar. Algunos cuentan
con otras algo más sofisticadas, construidas a base de tablones. La
fuerza motriz en ambos casos son los remos o las velas confeccionadas
con plásticos, lo que no da para aventurarse en las profundidades
del Caribe.
Y cuando llegan a
la costa, normalmente con pescados pequeños, los que se encuentran a
esta distancia, se topan con el problema de la electricidad. Solo un tercio de la población de Haití tiene acceso a ella, y nunca es
continua. Quien quiera asegurarse el suministro tiene que tirar de
generadores, lo que hacen los hoteles y restaurantes que frecuentan
sobre todo los cooperantes que viajan por el país.
“En Aquin hay
electricidad uno o dos días al mes”, explica Syles Choumont,
presidente de la asociación de pescadores. Cuenta que en los años
noventa pusieron en marcha un sistema que se fue deteriorando. Hoy,
la única forma que tienen para alargar la vida del pescado es
comprar bloques de hielo, que son “caros y poco eficientes y no
siempre están disponibles”.
Esta comuna, como
buena parte del país, donde no existe la recogida de residuos ni su
tratamiento, está rociada con envases y plásticos. Lo que desde el
mar parece un paraíso tropical rodeado por un manglar va
convirtiéndose, según se va acercando la costa, en un pueblo de
construcciones precarias, cuando no destruidas, sin luz (por
supuesto), baños ni agua potable. Nada extraordinario en Haití, por
otro lado, donde solo seis de sus 11 millones de habitantes tienen una fuente potable a menos de 500 metros de su casa. Es una de las
razones por las que es, con diferencia, el país menos desarrollado de América y ocupa el lugar 163ª de 188 en el mundo, según el
PNUD.
La pesca genera
alrededor de 77.000 empleos a tiempo completo (52.000 directos y
25.000 indirectos) en el país. En 420 localidades (en nueve de sus
diez departamentos) se practica de forma artesanal, según datos del
Banco Interamericano de Desarrollo (BID), que facilitó la logística
para este reportaje. Revitalizar y modernizar este sector es una de
las áreas donde se está concentrando este organismo, el mayor
donante en Haití. “El objetivo es mejorar las ganancias de los
pescadores de manera sostenible trabajando con sus asociaciones,
fortaleciéndolas, construyendo infraestructuras y ofreciendo
subsidios para equipamiento”, explica Sebastien Gachot,
especialista del banco en el sector.
Una de las
estrategias es facilitar barcas de fibra de vidrio y motor a las
asociaciones de pescadores, pero no de forma totalmente gratuita,
sino implicando a los trabajadores en su compra para que tomen mayor
responsabilidad con ellas. Gracias a ellas se puede navegar más
seguro y más lejos. Otra de las formas para quitar presión sobre la
plataforma continental es instalar lo que se conoce como FAD, siglas
de Fish Aggregating Devices, unos dispositivos de material biológico
que se anclan con un cable al fondo del mar para que la vida surja en
torno a ellos: es una forma de atraer a todo tipo de especies de
paso. “Cuando se instalan, los pescadores pueden ir mucho más allá
de lo que normalmente pescan, y extraer grandes ejemplares que no
encuentran en las cercanías de la costa; además, reparten mejor el
esfuerzo de pesca en recursos actualmente menos amenazados, como los
mahi mahi y algunas especies de atún”, explica Gachot.
El problema es
que son aparatos caros, de unos 10.000 dólares por unidad, que no
siempre resisten las embestidas de los fenómenos meteorológicos que
azotan estas costas. Algo totalmente fuera del alcance de los
pescadores, por lo que tiene que ser la cooperación internacional la
que se encargue de instalarlos. Este proyecto para mejorar las
ganancias de los pescadores tendrá una inversión de 16,5 millones
de dólares (15 del BID y 1,5 del Gobierno haitiano), de los cuales
todavía solo se han ejecutado un par de ellos.
De momento,
incluso mejorando las artes de pesca, sus equipamientos y aumentando
la cantidad y calidad de las capturas, a la vuelta a la costa el
problema sigue ahí. Incluso magnificado, pues conservar y vender
estos grandes ejemplares resulta todavía más complicado que los
pequeños.
En una reunión
de los pescadores de Aquin con un representante del gobierno haitiano
encargado de implantar el proyecto, Lecede se queja de esta carencia:
“Es frustrante. Estamos atrapados en la pobreza y pidiendo
limosnas, pero podríamos sacar mucho más dinero con nuestros
propios medios si tuviéramos electricidad para una cámara
frigorífica. Podríamos mantener el pescado y congelarlo, de forma
que no dependeríamos tanto de la temporalidad, podríamos negarnos a
vender si no nos ofrecen buenos precios y guardar el excedente para
tiempos mejores”.
Este problema
ejemplifica muy bien los retos a los que se enfrenta este país
castigado por la pobreza y las catástrofes. No hay proyecto que se
saque adelante con facilidad; no hay iniciativa que no dependa de
decenas de factores sistémicos -falta de electricidad,
infraestructuras- para salir adelante. Pero por algún lado hay que
empezar. Empoderar a los pescadores para que cooperen y se movilicen
por lo que consideran necesario es un punto de arranque. Los nuevos
equipamientos ayudan, solo falta electricidad para que el pescado de
Aquin no se pudra.
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Fuente:
Fuente:
Pablo Linde, La lucha contra el pescado podrido de Aquin, 07/02/18, El País.
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