Campo Alegría es hoy un área enmontada, aislada, de casas resquebrajadas, donde hasta han avisado animales salvajes. Foto: Humberto Matheus |
Albert, un niño risueño de 6 años, es un exiliado en su propia casa, la número 727-A de la calle Cojedes del asentamiento petrolero Campo Alegría en Lagunillas, uno de los municipios más ricos en reservas y explotación de hidrocarburos de Venezuela.
por Gustavo Ocando
Alex
Su cuarto de
colores alegres dejó de ser suyo hace dos años. Los suelos de su
antigua habitación y de un anexo no dejan de hundirse. Sus paredes
se quiebran.
Una hendidura se
bifurca desordenadamente a sus espaldas mientras ve, absorto, una
serie animada en la televisión el primer viernes de noviembre.
No hay día en el
que el pequeño no exprese pavor.
"¿Qué
sonó?", le pregunta sobresaltado a Gaye, su madre, siempre que
las paredes crujen. El traquido y su duda son cada vez más
frecuentes.
Las grietas
emanan de esos espacios de acceso prohibido hasta abrazar muros,
vigas, pisos. Las fisuras se multiplican cual virus dentro de huésped
sin defensas. Rompen bloques de cemento y dinteles de puertas. Ya
ocupan tres de las cuatro piezas de la residencia de los Chirinos.
Su hogar puede
desplomarse en cualquier segundo.
Es una certeza
que reposa en el informe elaborado el 9 de abril de 2016 por los
bomberos e ingenieros de Protección Civil tras evaluar las
condiciones de riesgos de las 354 casas existentes entonces en Campo
Alegría.
La zona, donde
habitan desde hace 89 años trabajadores activos y jubilados de la
industria petrolera, sus viudas y familiares, la declararon "de
alto riesgo e inhabitable" por culpa del "hundimiento
continuo y progresivo del terreno, salitre, corrosión y licuefacción
o inconsistencia de los suelos".
Gerardo Núñez,
profesor de Geología de la Escuela de Ingeniería Geodésica de la
Universidad del Zulia, explica que el descendimiento de la superficie
es un fenómeno natural en áreas donde se extraen hidrocarburos,
como Lagunillas.
"El
hidrocarburo está contenido en los poros de la roca del subsuelo.
Estas rocas son areniscas, poco consolidadas. Cuando extraes su
fluido, contenido a presión, la misma sobrecarga provoca que los
granos de esa roca se reordenen y el suelo cede".
Hay técnicas que
pueden rehabilitar los yacimientos, como la inyección de agua o gas,
pero advierte que solo contrarrestan el efecto sin solventarlo por
completo.
"No es algo
que se pueda revertir. Ese terreno en Campo Alegría va a colapsar".
Cinta plástica
para el estrés
"Reubicación
ya". "S.O.S.". "Se hunde nuestra casa". Los
mensajes de alerta, escritos con letras azules, se reproducen en
decenas de fachadas en Campo Alegría. Los clamores se han
descolorado con el tiempo.
Protección Civil
recomendó hace 18 meses el desalojo inmediato de todos los
residentes, quienes no son dueños de las viviendas sino que el
Estado venezolano se las asignó.
El plan
Subsidencia Cero permitió reubicar a las poblaciones empobrecidas de
La Obrerita, Tacovén, Turiacas, Párate Ahí, Cabeza de Toro y las
Coreas, entre otras.
Petróleos de
Venezuela (Pdvsa), dueña y consignadora de las casas, trasladó a
diez familias de Campo Alegría en una primera fase y luego a 75,
todas de empleados activos de la industria. En mayo del año pasado
cesaron las mudanzas.
Hoy 437 familias
habitan las 291 residencias que permanecen aún de pie. Son 4.000
habitantes aproximadamente, según la asociación vecinal Campo
Alegría Somos Todos.
Los expertos
identificaron en 2016 a 81 casas como "prioridad uno" para
el desalojo. La misma comunidad alerta que, año y medio después,
sus viviendas están en peores condiciones, hasta el punto de
presentar características dignas de un éxodo urgente.
Los Chirinos aún
esperan.
"Estamos
rogando a Dios que no pase nada. Dormimos con un ojo abierto. Esto es
una bomba de tiempo. Vamos a morir todos tapiados", cuenta Gaye,
elevando su antebrazo para mostrar cómo se le erizó la piel al
disparar la frase.
Alberto, su
esposo, un expetrolero de 52 años que hoy labora en la tabacalera
Bigott, advierte que su vivienda está en peor estado que el año
pasado, cuando funcionarios de la gobernación, Corpozulia, el
Ministerio de Vivienda, Pdvsa y la empresa Desarrollos Urbanos de la
Costa Oriental del Lago (Ducolsa) los visitaron para realizar un
censo.
BBC Mundo intentó
sin éxito contactar por vía telefónica y correos electrónicos a
voceros de Pdvsa.
Caminar dentro
del hogar de los Chirinos es como descender en una pendiente. Es un
subibaja con mareo garantizado.
El piso es un
volcán de mugre: regurgita polvo a diario entre sus lozas quebradas.
A veces también emanan charcos de la lluvia o hedores a gas y aguas
residuales.
Albert y sus
padres convirtieron la sala en dormitorio. Las patas de la cama
matrimonial se acaban de romper por el desnivel de la superficie.
El niño propuso
a sus padres tapar los orificios de las paredes con cintas adhesivas
y papeles blancos. Esas aberturas son autopista libre para roedores,
serpientes y murciélagos. Ha habido avistamientos de cunaguaros y
rabipelados en la vecindad.
La decoración de
Albert, aunque fútil, es terapéutica. Alivia su estrés.
"No me
quiero morir"
Justiniano
García, un extrabajador de la filial petrolera Maravén de 72 años,
tropieza sin querer con la pared frontal de la vivienda, mientras
trata de espantar a dos perros bravos de pelaje negro que custodian
su hogar en una calle transversal de Campo Alegría.
Está hecha de
cemento, pero igual la remece.
La sección está
inclinada hacia adelante. Un baño y un cuarto que hoy sirve de
taller de computación a Reinaldo, "El cachorro", como
llama a su hijo menor, se separaron diez centímetros del armazón
principal.
García culpa a
los constructores originales de la destrucción de su hogar. "Pegaron
puro bloque con la pared", dice. Él hubiese propuesto reforzar
las uniones entre las habitaciones con cabillas.
Una boina roja,
una foto de un sonriente Hugo Chávez, un cuadro de Bolívar, una
bandera y una constitución nacional guindan de una pared en la
entrada. Un afiche de próceres completa el altar patrio.
Es un hombre
"ciento por ciento chavista".
María Trinidad,
su esposa desde 1967, escucha las paredes chillar de noche. Huye por
temporadas: prefiere vivir con uno de sus tres hijos en el poblado
rural de Coloncito, en el vecino estado Trujillo, en caso de que la
casa "se venga abajo".
"Casi no me
la paso aquí. Yo no me quiero morir", dice la doña, menuda,
resguardada por una bata dormilona.
La opción que
les brinda el Estado venezolano es vivir en el complejo habitacional
Fabricio Ojeda, un recinto de 7.000 apartamentos culminados, ubicado
a unos 30 kilómetros. También es posible mudarse a urbanismos como
El Danto, Simón Bolívar y Fondur.
Tauriko Márquez,
gerente de Ducolsa, empresa creada en el estado Zulia para construir
residencias para afectados por la subsidencia, informó a BBC Mundo
que los gobiernos de Hugo Chávez y Nicolás Maduro han consignado
5.875 soluciones habitacionales y pagado 2.224 indemnizaciones a
familias de 18 sectores perjudicados.
Confirmó que
están aún en deuda con 12 zonas hundidas por la extracción
centenaria del petróleo: Barrio Venezuela, El Playón, Silencio I,
entre otras. Pero obvió a Campo Alegría.
Explicó que las
invasiones de viviendas en ese asentamiento y la negativa de algunas
familias a abandonar sus casas para mudarse a apartamentos han
dificultado la tarea. Fiscalía y Defensoría del Pueblo median en
estos casos.
Garantizó,
luego, que sí darán respuesta a sus residentes.
"Así como
ellos están otros sectores. Están dentro de la agenda de
reubicación. Estamos sobre un 70 % de solución al tema de la
subsidencia. Los gobiernos de la cuarta república (antes de Chávez)
solo atendieron a 200 familias".
El gobierno prevé
entregar 752 viviendas del complejo Fabricio Ojeda a afectados por
subsidencia antes de marzo de 2018. El plan es construir 3.520
residencias y 36 edificios sociales adicionales.
El expresidente
Rafael Caldera ya había impulsado en 1993, luego de una inundación,
un proyecto de mudanza de los campos petroleros de Lagunillas
afectados por el hundimiento de los suelos.
El decreto,
publicado en la Gaceta Oficial 35.063 de hace 34 años, no priorizó
a los campos petroleros antes de sus barrios aledaños. Tampoco
aportó alternativas habitacionales viables y masivas.
Campo Alegría
yace en un limbo.
Giovanny
Villalobos, quien atendió el hundimiento de los suelos en campos
petroleros cuando ejerció como secretario de gobierno de la gestión
del exgobernador oficialista Francisco Arias Cárdenas, indicó que
Campo Alegría aún está habitado porque los estudios técnicos que
el gobierno maneja no suponen allí una emergencia o una alerta roja.
"Esas
viviendas están en dificultades desde hace añales", declaró
Villalobos, quien consideró que las estructuras aún pueden
resistir.
Su explicación
contraría lo reportado por Protección Civil Lagunillas en abril de
2016 y la versión del mayor Márquez.
A García, el
petrolero jubilado, le despreocupa la diatriba. No quiere marcharse.
"Yo me quedo aquí tranquilo", advierte con voz ronca,
encogido entre sus hombros.
Tierra que
destierra
Campo Alegría
hizo honor a su nombre en la época dorada de la bonanza petrolera
desde mediados del siglo pasado. Sus residentes no necesitaban salir
del asentamiento para vivir a plenitud.
Tenían escuela,
club social, sala de cine, estadio deportivo, clínica e iglesia a
unas pocas cuadras de distancia. Solo las dos últimas se mantienen
en pie entre el monte y el aislamiento.
Aquel estilo de
vida se desvaneció a medida que Venezuela se atragantó con su peor
crisis económica de los últimos 50 años.
El gobierno de
Maduro, flagelado por una inflación rampante y el déficit de
divisas, acaba de anunciar el deseo de reestructurar su deuda externa
por US$150.000 millones a pesar de regir el país con las mayores
reservas petroleras del mundo.
Oraida Basalo,
vocera principal de la comunidad, cree que si no hay dinero en Pdvsa
para cambiar un bombillo o desmalezar Campo Alegría, menos habrá
voluntad para reubicar a sus cerca de 4.000 habitantes.
Marcelo Monnot,
presidente del Colegio de Ingenieros del estado Zulia, cree que los
campos petroleros de Venezuela se asemejan a los estudios de series
televisivas de corte apocalíptico como The Walking Dead.
"Deberían
estar desalojados todos ya. No es un lujo. Es una necesidad, una
obligación del gobierno. ¿Vamos a esperar que haya un desastre para
tomar cartas en el asunto y tomar conciencia?", se pregunta.
Campo Alegría se
encuentra a 8,7 metros por debajo de las aguas del lago de Maracaibo.
Un dique costeño de mínimo mantenimiento lo separa del estuario.
Otra razón más para la urgencia.
Basalo, hija de
un petrolero en el retiro, cree que el suelo les ha desterrado.
Lluvia de polvo y
riesgo
La casa 926 es
atípica. Su viga principal, en vez de tener la tradicional
estructura de V invertida, tiene forma de M. Ha colapsado en el
medio.
El cuadro de San
Miguel Arcángel de la puerta de entrada no enmascara el collage de
brechas que colman sus paredes blancas.
Ileana Padrón,
sus tres hijos y su esposo, un ingeniero de relaciones industriales,
viven allí a pesar de que una grieta monumental ha destrozado sus
cuartos y la sala de estar.
La mujer no se
atreve a mover de sitio el escaparate de madera de la habitación del
fondo. Es un mueble de doble propósito: alberga ropa y sirve de cuña
para evitar un desplome.
Desde hace cuatro
años comenzó a rellenar las grietas con bolsas plásticas. También
mantiene reservas de cemento blanco en la cocina para sellar las
resquebrajaduras crónicas.
Hace tres días
enmendó la separación de dos esquinas en el cuarto de juego de sus
niños. Uno de ellos colocó una pelota en ese rincón, pidiéndole a
Ileana que viera cómo rodaba hasta el otro extremo sin siquiera
tocarla. El suelo es una vertiente.
El peor momento
es cuando llueve. Cae más agua, piedra y arena adentro que afuera.
Felícita, su
madre, tuvo que abandonar el lugar porque el polvillo la llevó a
recaer de su neumonía. Vive con otra hija en un campo petrolero
cercano, el Florida Grande.
Allá no reina la
decadencia que echa raíces bajo Campo Alegría.
Fuente:
Gustavo Ocando Alex, "Es una bomba de tiempo. Vamos a morir tapiados": el campo petrolero de Venezuela que está al borde del colapso con 437 familias dentro, 13/11/17, BBC Mundo. Consultado 18/11/17.
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