¿Realmente se
decidirá el destino del mundo en Bonn en los próximos dos días?
Por supuesto que no. Teniendo en cuenta los beneficios de la COP23,
los costos son absolutamente desproporcionados, opina Felix Steiner.
Se ha convertido
en un ritual en el calendario político anual: a mediados de
noviembre o principios de diciembre se celebra la Conferencia de las
Partes (COP), en la que se reúnen los signatarios del Acuerdo de las
Naciones Unidos sobre el Cambio Climático. Estamos hablando de
representantes de 196 países, así como de la Unión Europea.
Incluso si cada signatario solo enviara a un representante, se
necesitaría una gran sala de conferencias.
Pero, desde
luego, la COP anual es mucho más que eso. La conferencia, que ahora
se lleva a cabo por vigésimo tercera vez, se propuso nada menos que
salvar el mundo. Por lo tanto, cada año, en estas fechas, aparece
una serie de estudios científicos cada vez más alarmantes,
destacando escenarios catastróficos: la Tierra se está calentando
más rápido que nunca, las tormentas están empeorando, los
glaciares de los polos se están derritiendo. Y esa es también la
razón por la cual un número cada vez mayor de países insulares
desaparecerá pronto en el océano.
Una conferencia
para salvar el mundo
Por lo tanto, es
lógico que uno de esos Estados insulares, en este caso Fiyi, lidere
la conferencia de este año, a pesar de que se realice en Bonn,
Alemania. Eso no es porque Fiyi esté en peligro de desaparecer bajo
las olas del mar en las
próximas dos semanas: su punto más elevado se encuentra a 1.324 metros sobre el nivel del mar. La ciudad alemana de Bonn solo se encuentra a 60 metros sobre el nivel del mar. Eso hubiese sido, por lo tanto, una decisión algo ilógica. No, Fiyi simplemente no tiene la capacidad para albergar a los 25.000 invitados. Bonn, como sede de la Secretaría del Clima de la ONU, se mostró feliz de poder ayudar, y pulir a la vez su imagen como sede de la ONU. Y el contribuyente alemán también aportó felizmente más de 100 millones de euros.
próximas dos semanas: su punto más elevado se encuentra a 1.324 metros sobre el nivel del mar. La ciudad alemana de Bonn solo se encuentra a 60 metros sobre el nivel del mar. Eso hubiese sido, por lo tanto, una decisión algo ilógica. No, Fiyi simplemente no tiene la capacidad para albergar a los 25.000 invitados. Bonn, como sede de la Secretaría del Clima de la ONU, se mostró feliz de poder ayudar, y pulir a la vez su imagen como sede de la ONU. Y el contribuyente alemán también aportó felizmente más de 100 millones de euros.
La conferencia
comenzó con una gran dosis de folclore fiyiano: hombres semidesnudos
presentaron con orgullo sus tradiciones. El hecho de que algunos de
ellos acabaran con un resfriado ciertamente se puede interpretar como
una buena señal. El calentamiento global al menos aún no ha tenido
un gran efecto en la nebulosa región del Rin.
Un evento de
segunda categoría
La agenda de las
negociaciones en Bonn no refleja la importancia de este evento: la
conferencia multinacional más grande que se haya celebrado en
Alemania. Dos años después de que se firmara el acuerdo
internacional sobre el clima en París, la tarea de esta conferencia
en Bonn es establecer quién debe hacer qué en la lucha contra el
cambio climático y cómo se podrán medir los resultados. No se
trata de medidas vinculantes, esas serán tratadas el próximo año,
cuando los signatarios se reúnan una vez más, esta vez en Katowice,
Polonia.
¿Y por qué la
canciller alemana, Angela Merkel, el presidente francés, Emmanuel
Macron, y otros 25.000 invitados asisten a un evento de segunda
categoría? La presencia de los mandatarios de Alemania y Francia
tiene un valor simbólico. El mensaje es: Trump se despide del
acuerdo, pero para nosotros el tema es importante. Y los votantes,
cada vez más convencidos de que se acerca el fin del mundo, se
tranquilizan con esas señales simbólicas.
Una buena
conciencia
La mayoría de
los 25.000 participantes de la conferencia ni siquiera participan en
las negociaciones. Junto con los periodistas, la mayoría de los
asistentes proviene de organizaciones no gubernamentales: grupos
ecologistas, científicos y empresas. Su presencia es una señal de
transparencia, dicen los organizadores. También se podría agregar
que la presencia de estos miembros de ONGs también ayuda a obtener
nuevos subsidios con los cuales se puede financiar el próximo
estudio sobre catástrofes naturales.
El hecho de que
la enorme aldea de carpas construida para la conferencia es mucho más
grande que el sitio donde negocian los gobiernos nacionales muestra
la dimensión de la parte autorreferencial de este circo climático
anual. Y para que los participantes no tengan tan mala conciencia
porque su viaje a Alemania ya dañó gravemente el clima, la ciudad
de Bonn fue muy ingenuosa: todos los autobuses eléctricos
disponibles en Alemania fueron llevados a Bonn para proporcionar a
los participantes un servicio de transporte ecológico.
Sería de mal
gusto preguntar por la huella de carbón que deja esta conferencia,
especialmente sabiendo que la mayor parte de la electricidad que se
usa en Bonn proviene de plantas de carbón de la región. Pero eso ya
sería demasiado para el estado de ánimo de quienes habitan este
universo paralelo subvencionado por los contribuyentes.
Fuente:
Felix Steiner, Opinión: COP23, un circo climático en Alemania, 16/11/17, Deutsche Welle.
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