La guerrera amazónica Antônia Melo da Silva recibe a los 68 años el Premio Soros por defender los derechos de 30.000 indígenas desplazados por la construcción de la hidroeléctrica Belo Monte en Brasil.
por Lola Hierro
Antônia Melo da
Silva (Piripiri, Brasil, 1949) no es una cara nueva en la lucha por
los derechos humanos y medioambientales. Lleva más de dos décadas
en la primera línea de una batalla que se resiste a perder; la que
ella -y cientos, miles como ella- mantienen en contra del
complejo de presas de Belo Monte, a orillas del río Xingu, en el
Estado brasileño de Pará, que forzó a 30.000 personas a abandonar
sus tierras. Su tenacidad y valor le ha valido ser reconocida a sus
68 años con el premio anual de la Fundación Alexander Soros, una
organización destinada a promover los derechos civiles, la justicia
social y la educación mediante la concesión de subvenciones a
movimientos que destacan en esta labor. Antonia recogió el galardón
el 10 de octubre en Nueva York en representación de Xingu vivo para siempre, la asociación que ella misma fundó y con la que ha dado a
conocer su causa por todo el mundo.
El asesinato de
activistas medioambientales se ha convertido en el pan de cada día -200 cayeron solo en 2016 en todo el mundo-, y la propia Antônia
se ha encontrado amenazada por pistoleros en más de una ocasión,
pero ella sigue enfrascada en una lucha titánica. En Nueva York
está, y hasta esa ciudad de rascacielos y hormigón ha llevado un
pedacito de Pará, de la región que tanto amor y tristezas le
produce: envuelta en collares de conchas, guijarros, semillas de coco
y açaí, de pulseras de cuentas y luciendo una melena salvajemente
rizada, Antônia es más que nunca una guerrera amazónica. Dice en
una entrevista a través de videoconferencia que no siente miedo. "Sé
que estoy haciendo lo correcto; lucho en defensa de los que menos se
pueden defender, por los derechos humanos, por la vida. Es un
compromiso que está dentro de mi y que me mueve a no desistir",
afirma. Para ella es importante saber que no está sola, que hay
mucha gente a su lado que le da fuerza y coraje para seguir.
La activista ha
dedicado su vida a batallar en contra de una de las 500 presas que comen terreno a la Amazonía y la amenazan de muerte. "Soy hija
de campesinos, desde niña aprendí con mis padres el valor de la
lucha por la tierra, por nuestros derechos", afirma con orgullo.
Militó desde joven en la defensa de las políticas públicas, y en
los ochenta se sumó a la causa de los indígenas afectados por la
incipiente construcción de la presa de Belo Monte. En esa década
los pueblos originarios lograron parar el proyecto, así que en los
noventa se centró más en los derechos de las mujeres y en el acceso
a la salud. Cuando Lula da Silva llegó al poder y este proyecto se
volvió a poner en marcha, en 2003, las comunidades se movilizaron y
crearon el movimiento Xingu vivo para siempre, con Antônia Melo al
frente.
Lo ocurrido en
Belo Monte ha sido definido de las maneras más salvajes:
"monstruario de crímenes medioambientales" es una de las
más acertadas. El proyecto, pensado en la dictadura y ejecutado en
la democracia, se trata de la tercera mayor hidroeléctrica del planeta después de la de Tres Gargantas en China y la de Itaipú en
la frontera paraguayo-brasileña. Incluida en el Plan de Aceleración
Económica de la era de Lula da Silva y Dilma Rousseff, este
megaproyecto ha inundado 500 kilómetros cuadrados de selva amazónica
y desplazado a miles de personas que han perdido sus modos de vida,
su casa, su alimentación, su seguridad y su felicidad. "Se
llevó a cabo sin consultar a la sociedad local ni a los pueblos
indígenas", denuncia, incansable, Melo.
Las consecuencias
ya son bien palpables y, para la activista, "terribles e
irreversibles". En la actualidad, la planta hidroeléctrica está
parcialmente operativa, con seis de sus 18 turbinas funcionando desde
hace un año. "El primer impacto fue la división de los
pueblos, que fue una estrategia de la empresa [Norte Energía, un
consorcio con participación pública] y del Gobierno para fragilizar
a los pueblos, que fueron divididos y pasaron a pelear unos contra
otros", relata. Ella se refiere a las compensaciones económicas
otorgadas a los afectados. "Nunca habían tenido acceso a
dinero, eran 30.000 reales (unos ocho mil euros) por comunidad para
hacer frente a los cambios que iban a sufrir, pero este tipo de
acción fue una estrategia para dividir: se incrementaron de 19 a 40
comunidades", explica. Quienes recibían los fondos eran los
caciques, así que hubo quien decidió separarse de su comunidad y
formar otra para convertirse en jefe y recibir esa compensación.
"Eso fragmentó la lucha de los pueblos", afirma.
Los otros grandes
impactos fueron la invasión de los territorios ancestrales y las
enfermedades provocadas por la alteración repentina y descontrolada
de los hábitos alimentarios. "Antes cultivábamos para nuestro
propio consumo y dependíamos del río, pero se secó y ya no pudimos
usarlo más". Esto conllevó enfermedades como diabetes,
hipertensión y neumonía; entre los niños, problemas intestinales
como la diarrea y desnutrición. "Todo está muy vinculado con
el cambio de dieta; al no poder obtener alimento de nuestros ríos y
huertos, tenemos que comer comidas más industrializadas y
procesadas". El relato de Antônia coincide con los hallazgos de un informe del Instituto Socioambiental Brasileño: entre 2010 y
2012, la desnutrición infantil aumentó un 127 % afectando a un
cuarto de los niños de la región y la demanda de atención
sanitaria había aumentado un 2000 %, entre otros datos.
Sabe bien de lo
que habla Antônia Melo, pues ella y su familia estuvieron entre los
30.000 desalojados por la fuerza. El 11 de septiembre de 2015 perdía
la casa donde se habían criado sus hijos y nietos, donde había
plantado semillas, ya convertidas en árboles, traídas de su ciudad
natal. Un refugio que no era solo suyo, también de todos sus vecinos
y afectados por la mega infraestructura. Pegado a la selva misma, a
él se acudía en busca de consejo, de ayuda, de fortaleza, en busca
quien escuchara, abrazara y animara a no desfallecer. El baluarte de
la resistencia. Aún llora cuando recuerda: "Mi experiencia fue
de una gran violencia, de mucho sufrimiento, no deseo que eso le pase
a nadie nunca. No quería salir de mi casa, no estaba a la venta, no
había ninguna oferta mía", solloza. Ahora vive lejos de donde
se crío y no se acostumbra a su nuevo emplazamiento, un vecindario
distante donde ni siquiera tiene acceso a infraestructuras, como
miles de familias. "Me siento como un pez fuera del agua".
La guerra está
ahora en conseguir que reparen a los afectados. "Demandamos el
cumplimiento de lo que se contemplaba en las condiciones ambientales
y sociales para la construcción del proyecto", proclama la
activista. "En una de ellas se decía que las nuevas casas
serían de tres dimensiones distintas, según el tamaño de las
familias, y también que contarían con los servicios mínimos
básicos, como escuelas y hospitales". Cinco años después,
nada es como se prometió. "La calidad de las viviendas es muy
mala, se están cayendo, tienen grietas", afirma Melo. También
demandan la mejora de las condiciones de vida de Altamira, la ciudad
donde ahora vive la activista con sus parientes. Está muy afectada
por el aumento de la población que ha traído el proyecto y no se ha
invertido debidamente en servicios: "La población clama por
agua. Tampoco hay saneamiento. El Gobierno y la empresa tienen una
deuda inmensa, impagable, con la población de Xingu y Altamira".
El incumplimiento
de estos requisitos ha dado lugar a dos importantes decisiones
judiciales federales. En abril, la Justicia suspendió todas las actividades de la hidroeléctrica hasta que la empresa proporcionara
a las comunidades un sistema adecuado de eliminación de aguas
residuales. El pasado 13 de septiembre, otro tribunal canceló la licencia ambiental de Belo Monte debido a irregularidades en las
viviendas de las comunidades reasentadas. La empresa, sin embargo, no
ha detenido la construcción, y actualmente está bajo riesgo de
sanciones financieras e incluso de intervención policial para forzar
el cumplimiento. Al mismo tiempo, el esquema de corrupción que se está revelando en Brasil en los últimos tiempos (caso Petrobras,
Lava Jato...) ha llegado a Belo Monte: el consorcio Norte Energía
está siendo investigado por pagar millones en sobornos a partidos
políticos.
El premio que
recibió ayer Antônia Melo no la devolverá a su hogar perdido, pero
es un aliciente. "Es un reconocimiento que va a fortalecer la
lucha de personas que han sido amenazadas, que luchan contra el
proyecto, y para que todos y todas los que defienden la justicia
medioambiental y los derechos humanos sepan que merece la pena
seguir", dice con determinación. Más ahora que un nuevo
atropello, la mina abierta Belo Sun, amenaza con ahogar aún más la región del Xingú. O ahora que los ignorados pueblos ribereños -cuyos derechos no están reconocidos en la Constitución, a
diferencia de los indígenas- empiezan a conseguir que se les tenga
mínimamente en cuenta. Ahí está ahora la lucha. Y así, Antonia
Melo advierte: "Pese a todo lo que ha pasado a lo largo de estos
años, Belo Monte no es un hecho consumado, así que seguiremos
peleando contra lo que representa: un modelo de desarrollo
destructivo".
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Fuente:
Lola Hierro, “Lucho por los que tienen menos capacidad para defenderse”, 11/10/17, El País. Consultado 11/10/17.
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