por Ernesto
Tenembaum
Tarde o temprano,
la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner iba a conceder
reportajes. La democracia tiene esas maravillas. Si alguien quiere
ganar una elección, tiene que responder preguntas molestas. Tarde o
temprano, alguien le iba a preguntar sobre la Tragedia de Once.
Finalmente, ocurrió ayer, durante la entrevista con el hábil Samuel
"Chiche" Gelblung. Cristina respondió: "El tren frenó
en todas las estaciones antes, pero el chofer no accionó el freno.
Si vos no frenás y te estrellás, bueno". Para entender la
magnitud de lo que dijo la ex presidente, es preciso recordar algunos
hechos concretos que, habitualmente, se olvidan cada vez que se
reabre el debate sobre uno de los hechos más dolorosos de la
historia democrática argentina.
La tragedia de
Once, como se sabe, ocurrió el 22 de febrero de 2012. El Gobierno
había tenido varios avisos de que eso podía ocurrir. Desde la
asunción de Néstor Kirchner hasta el día fatal, hubo, por ejemplo,
cuatro rebeliones de usuarios. El lector recordará esos episodios
donde tiraban piedras contra locales, incendiaban vagones y
estaciones enteras, caminaban furiosos por las vías, mientras la
policía reprimía como le salía.
Cada vez que
ocurría eso, los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner acusaron a
inocentes: un maestro del Partido Obrero -al cual se señalaba con
nombre y apellido por televisión-, el director de cine Pino
Solanas, la agrupación Quebracho, o el sindicalista ferroviario
Rubén Pollo Sobrero. Nunca pudieron acercar una sola prueba que
sostuviera esas acusaciones. Pese a ello, muchas personas fueron
detenidas arbitrariamente: la policía tiraba la red y levantaba
sospechosos.
El caso de
Sobrero fue el más grave porque un juez dispuso su detención, luego
de declaraciones públicas en su contra de Aníbal Fernández, Nilda
Garré y Juan Pablo Schiavi. Mientras estaba detenido, el diario
Tiempo Argentino, de Sergio Spolszki, y el programa 678, que fue
elogiado la semana pasada por CFK, justificaban su prisión. Fue
liberado por falta de pruebas. "Aníbal Fernández es un hijo de
puta", dijo, al salir.
Esas rebeliones
generaron decenas de estremecedores informes televisivos donde se
mostraba cómo viajaban los trabajadores de la zona oeste cada mañana
y cada tarde de sus vidas. El lector recordará las imágenes de
ellos colgados de los andenes, gateando por los techos o esquivando
los sectores de los vagones que no tenían piso, para no caer a las
vías o las investigaciones que exhibían cómo temblaban las vías
cuando pasaba el tren, o cómo se trababan las señales o cómo se
quemaban los tableros eléctricos. Decenas de miles de pobres se
sometían todos los días a esa ruleta rusa.
Once fue la
tragedia más anunciada de la historia argentina, pero no solo porque
los usuarios avisaron en cada rebelión, o porque la televisión
mostró lo que estaba pasando. En la causa constan, además, muchos
informes de organismos de control donde detallaban el desastre y
advertían, textualmente, que si no se producían cambios urgentes,
se avecinaba una tragedia.
Algunos de estos
informes provenían de la Comisión Nacional de Regulación del
Transporte, que se cansó de aplicar multas que no se cobraban, y
otros de la Auditoría General de la Nación, que iban directo al
despacho del ministro Julio de Vido.
Para tener noción
de lo que esto significa vale recordar el antecedente de la tragedia
de Cromañón. El ex jefe de Gobierno Aníbal Ibarra fue destituido
por haber desoído las recomendaciones de un solo informe –uno
solo– de la Defensoría del Pueblo de la Ciudad de Buenos Aires,
que advertía sobre el funcionamiento irregular del boliche. En el
caso de Once que, encima, sucedió después de Cromañón, los avisos
fueron múltiples.
Como si todo esto
hubiera sido poco, antes de la tragedia, y en este clima, se
produjeron accidentes con muchos muertos. El más recordado de ellos
fue el de Flores. Ocurrió en una madrugada. La barrera no andaba. El
chofer de un colectivo, entonces, decidió jugársela y cruzar. Un
tren lo embistió. Hubo seis muertos y el doble de heridos. A
Cristina no le pareció importante referirse a ese asunto. Unos días
después, celebraría con los empresarios la fabricación de trenes
de dos pisos.
Desde el 22 de
febrero, el Gobierno de entonces intentó instalar que la culpa del
desastre era exclusivamente del eslabón más débil de la cadena: un
trabajador ferroviario. Periodistas, militantes, activistas de las
redes se esmeraron en exculpar a empresarios multimillonarios y a
burócratas venales para que todo cayera sobre las espaldas de un
obrero. Eso mismo volvió a hacer ayer Cristina Fernández de
Kirchner, la jefa de un Gobierno que debía controlar y conducir lo
que ocurría en ese ferrocarril.
Por una vez, en
este caso, la Justicia actuó bien, a tal punto que el veredicto del
juicio principal respecto de Once se produjo apenas unos días
después de la salida de Cristina del poder. O sea: no se puede
acusar por él a Macri.
El primer
funcionario que investigó los hechos fue el fiscal Federico Delgado,
tal vez el más irreprochable de los integrantes de la justicia
federal. Seguramente Cristina Fernández no lo sepa, pero Delgado fue
el fiscal que imputó a Mauricio Macri por la aparición de su nombre
en las empresas familiares reveladas en los Panamá Papers.
En esa etapa
temprana de la causa, Delgado concluyó que la tragedia no hubiera
ocurrido sin la actuación venal de funcionarios de primer nivel y
poderosos empresarios de transporte. Por eso, ya en el mismo año
2012, cuando todavía Cristina era fuerte en el poder, Delgado pidió
el procesamiento de De Vido: faltaban más de tres años para la
asunción de Macri.
La causa, como se
sabe, le tocó al juez Claudio Bonadio, quien siempre tuvo una
relación conflictiva con Delgado. Bonadio realizó un documentado
trabajo de investigación sobre las razones que llevaron al desastre.
Al referirse a la responsabilidad del maquinista, Bonadio incluyó un
párrafo memorable:
"Nunca se
sabrá con certeza absoluta por qué el chapa número 16 corrió más
de trescientos metros a casi 27 kilómetros por hora casi sin frenar
y terminó chocando contra el paragolpe de la estación Once de
Septiembre. Lo que sí se sabe es que Córdoba (el maquinista) estaba
al comando de un tren sobrecargado de peso. Con un sistema de freno
que si bien en las anteriores oportunidades había respondido, lo
hacía con dificultad, carecía de dos compresores lo que hacía que
la recuperación de presión demorara más tiempo que lo aconsejable
por los estándares de prudencia y el manual del fabricante. Córdoba
solo tenía dos años de experiencia, conducía un tren viejo con un
importante diferimiento en cuanto a su mantenimiento general. Este
tribunal no puede afirmar que Marcos Córdoba no haya cometido algún
error en esos críticos momentos, por inexperiencia, miedo o
desconocimiento, lo que sí puede afirmar es que se le había
encomendado a un joven de 26 años, con dos de experiencia, la vida y
la seguridad de más de dos mil quinientas personas y se le había
dado una herramienta vieja, corroída e insegura".
¿Habrá leído
la causa la doctora Kirchner?
Bonadio aceptó
el pedido de Delgado de procesar a empresarios y funcionarios del
área, con una sola excepción: Julio De Vido. Fue una decisión
extraña. Si las cosas fueron como las describió Bonadio, De Vido
debía ser procesado. Bonadio argumenta que prefirió demorar la
decisión porque le faltaban pruebas.
Luego le tocó
revisar el proceso al fiscal de Cámara y a la propia Cámara. Todos
coincidieron en el enfoque: la tragedia no se produjo por un error
del maquinista sino por responsabilidad de funcionarios y
empresarios. Por eso, confirmaron los procesamientos y la causa llegó
a juicio oral. En esa instancia, el fiscal acusó y pidió penas
altas, que los jueces del tribunal oral, en gran parte, concedieron.
El esquema conceptual que llevó a las condenas fue siempre el mismo:
los muertos y heridos fueron producto de un sistema plagado de
desidia y corrupción, que, en su cúspide, era conducido por la
secretaría de Transporte y por la empresa TBA.
Cuando Cristina
dice que la culpa de todo fue del pobre maquinista ignora fallos de
todos los niveles de la Justicia.
Es una frase
hecha muy ofensiva, propia de su abogado Gregorio Dalbón.
Yo no fui, está
diciendo. Cuando debería haber dicho perdón, es algo que no me deja
dormir.
Pero no.
Prefiere echarle
la culpa de todo lo que su Gobierno hizo y no hizo, a un trabajador,
que estaba atrapado en el sistema de poder que se contruía desde la
Casa Rosada.
Si Marcos Córdoba
no salía, lo castigaban y perdía el trabajo con el que daba de
comer a su familia. Si salía, corría el riesgo de matar gente. A
ese dilema lo sometían. Así eran las cosas. Y resulta que la ex
presidente ahora lo delata. A Julio De Vido, en cambio, le regaló
sus fueros al incluirlo como candidato a diputado nacional en la
lista sábana de la provincia de Buenos Aires.
Luego de la
tragedia, Cristina Kirchner tardó cinco días en aparecer. Esa fue
la primera perversión. Su reaparición fue en Rosario. Ese día,
cuando todavía los familiares velaban a sus muertos, gritó desde la
tribuna: "Vamos por todo". Esa fue la segunda perversión.
Unos meses después, encabezó un acto en la terminal de Once.
"Vámonos rápido porque en cualquier momento viene una
formación y nos lleva puestos", dijo. Fue la tercera
perversión.
La frase fue, por
ahora, la última perversión de Cristina Kirchner.
Fuente:
Ernesto Tenembaum, Once: la última perversión de Cristina Kirchner, 28/09/17, Infobae. Consultado 29/09/17.
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