por Fabiana
Frayssinet
RODELAS, Brasil,
26 sep 2017 (IPS) - Los tuxás habitaban desde hacía siglos en el
norte del estado brasileño de Bahia, en las riberas del río São
Francisco, pero en 1988 su territorio fue inundado por la central
hidroeléctrica de Itaparica y desde entonces se convirtieron en un
pueblo indígena sin tierra. Sus raíces quedaron bajo las aguas del
embalse.
Dorinha Tuxá,
una de las lideresas de esa comunidad originaria, que cuenta
actualmente con entre 1.500 y 2.000 habitantes, canta a la orilla de
lo que siguen llamando “río”, aunque ahora solo es el embalse de
828 kilómetros cuadrados, en el nororiental estado de Pernambuco en
su límite con el de Bahia, al sur.
Mientras entona
la canción dedicada a su “sagrado” río y fuma su “marakú”,
una pipa con tabaco e hierbas rituales, mira con ensoñación las
aguas donde quedó sumergida la isla de Viúva, una de las que
salpicaban el curso bajo del São Francisco y en las que vivían los
miembros de su comunidad.
“Este canto es
para pedir unión a nuestra comunidad porque estamos en la lucha
pidiendo la fuerza de nuestros ancestros para que nos ayuden en la
recuperación de nuestro territorio. Indígena sin tierra es un
indígena desnudo. Pedimos que nuestros ancestros nos bendigan en
esta batalla y protejan a nuestros guerreros”, explicó a IPS.
La planta
hidroeléctrica, con una capacidad para 1.480 megavatios, es una de
las ocho instaladas por la Compañía Hidroeléctrica De São
Francisco (CHESF), cuyas operaciones se centran en ese río que
recorre buena parte de la región del Nordeste brasileño, con 2.914
kilómetros desde su naciente en el centro del país hasta su
desembocadura en el océano Atlántico, en el noreste.
Tras la
inundación, los tuxás fueron trasladados a tres municipios. Una
parte fue asentada en Nova Rodelas, una aldea dentro del municipio
rural de Rodelas, en el estado de Bahia, donde vive Dorinha Tuxá.
Tras una batalla
legal de 19 años, las 442 familias tuxás realojadas recibieron
finalmente una indemnización de CHESF, pero todavía esperan por las
4.000 hectáreas que fueron acordadas cuando se les desplazó y que
deben entregarles organismos del Estado.
“Que nostalgia
de aquella tierra bendecida donde nacimos y que no dejaba que nos
faltara nada. Aquél río donde pescábamos. Tengo tanta nostalgia de
ese tiempo desde mi niñez hasta mi matrimonio. En verdad éramos un
pueblo sufrido pero optimista. Cultivábamos arroz, teníamos
bastante cebolla, cosechábamos mangos. Todo aquello se fue”,
recordó a IPS el cacique Manoel Jurúm Afé.
La aldea poco
tiene que ver con la de antaño en su isla.
Apenas una cancha
de fútbol, donde juegan los niños, conserva la forma de las típicas
construcciones indígenas tuxás.
Pero los mayores
se esfuerzan por transmitir su memoria colectiva a lo más jóvenes
como Luiza de Oliveira, a la que bautizaron con el nombre indígena
de Aluna Flexia Tuxá.
Ella estudia
derecho para continuar la lucha territorial y “de género” de su
pueblo. Su madre, como muchas otras mujeres tuxás, también tuvo un
papel relevante como cacica, o lideresa comunitaria.
“Parecía que
ellos vivían en un paraíso. No necesitaban estar mendingando al
gobierno como ahora. Antiguamente plantaban todo, frijol, mandioca
(yuca). Convivían en plena armonía. Ellos hablan de eso con
nostalgia. Era un paraíso que acabó. Quedó inundado”, contó.
Después de tres
décadas de convivir con otros pobladores, los tuxás dejaron de
vestir sus ropas indígenas, aunque para ocasiones especiales y
rituales se ponen sus “cocares” (tocas tradicionales de plumas).
Reciben a IPS con
su “toré”, una danza colectiva y abierta. Otro culto religioso,
“el particular”, es reservado para miembros de la comunidad. Así
homenajean a los “encantados”, sus espíritus o antepasados
reencarnados.
Pero también son
católicos y muy devotos de San Juan Batista, patrono de Rodelas, que
lleva el nombre del Capitán Francisco Rodelas, considerado el primer
cacique que luchó al lado de los portugueses contra la ocupación
holandesa del noreste de Brasil en el siglo XVII.
Armando Apaká
Caramuru Tuxá es un “pajé”, el guardián de las tradiciones
tuxás.
“Las aguas
cubrieron la tierra donde nuestros antepasados vivían. Yo vi muchas
veces a mi abuelo sentado al pie de un jua (Ziziphus joazeiro, un
árbol típico de la ecorreigion del Semiárido nordestino), allá en
la isla hablando con ellos allá encima (en el cielo)”, ilustró.
“Todo eso
perdimos. Ese lugar que era sagrado para nosotros quedó bajo el
agua”, dijo con dolor.
Por siglos
pescadores, cazadores, recolectores y agricultores, en su nueva
ubicación los tuxás prácticamente abandonaron sus cultivos de
subsistencia.
Algunos compraron
pequeñas parcelas de tierra y se dedican a cultivos comerciales,
como la del coco.
“Necesitamos
mejorar nuestra calidad de vida. Antes vivíamos de lo que
producíamos con la agricultura y la pesca. Hoy no es posible,
entonces queremos volver a la agricultura y para eso tenemos que
tener nuestra tierra”, explicó a IPS el cacique Uilton Tuxá.
En el 2014, un
decreto declaró de “interés social” un área estimada de 4.392
hectáreas, a fin de su expropiación y entrega a los tuxás.
En junio de este
año obtuvieron una victoria en la justicia federal, que dictaminó
que la gubernamental Fundación Nacional del Indígena (Funai) tiene
tres meses de plazo para crear un grupo de trabajo que inicie el
proceso de demarcación. También estipuló una nueva indemnización.
Pero desconfiados
de la burocracia estatal y de la justicia, los tuxás decidieron
ocupar Surubabel, la zona cercana a su aldea, a orillas del embalse,
que fue expropiada para demarcarla a su favor, sin que ello haya
sucedido.
Allí comenzaron
a construir una nueva aldea en lo que llaman “la retoma” de sus
tierras.
“La ocupación
de esta tierra por nosotros, los tuxás, significa reencender la
llama de nuestra identidad como pueblo indígena originario de esta
orilla del río. Desde los inicios de la colonización, aún en el
siglo XVI cuando llegaron los primeros catequizadores, ya estábamos
por aquí”, argumentó Uilton Tuxá.
“Queremos
construir esta pequeña aldea para que el gobierno cumpla sus
obligaciones y la orden de delimitar nuestro territorio”, subrayó.
Durante la semana
tienen otras actividades. Son empleados públicos o trabajan en sus
parcelas. Pero los sábados cargan sus herramientas en sus vehículos
y construyen sus casas a la usanza tradicional.
“Hoy mucha
tierra está siendo invadida por personas no indígenas y también
por indígenas de otras etnias en este territorio sagrado de los
tuxás”, reforzó a IPS la cacica Xirlene Liliana Xurichana Tuxá.
“Fuimos los
primeros indígenas en ser reconocidos del noreste y estamos siendo
los últimos en tener el derecho a nuestra tierra. Esto es apenas el
comienzo. Si la justicia no nos otorga nuestro derecho de seguir
dialogando, vamos a tomar medidas de fuerza, a movilizarnos. Estamos
cansados de ser los buenitos”, advirtió al intervenir como
lideresa comunitaria.
Mientras tanto,
lo poco que no quedó bajo las aguas de su tierra ancestral y las que
ocupan ahora son amenazadas por nuevos megaproyectos.
Esas tierras
quedaron en el medio de dos canales, en el eje norte del trasvase del
río São Francisco, una obra todavía en construcción con la que se
promete abastecer de agua a 12 millones de habitantes.
“Los tuxás
hemos sufrido impactos en conjunto que no solo es una represa.
Tenemos también el del trasvase y la posibilidad de que construyan
una planta nuclear que también nos impactará”, señaló Uilton
Tuxá fumando su marakú en un momento de descanso.
Aseguran que el
marakú atrae a las fuerzas protectoras. Y esta vez esperan que ellas
les ayuden a que les entreguen la tierra que les prometieron cuando
les quitaron la de sus antepasados, y que no vuelvan a perderla por
nuevos megaproyectos.
Editado por
Estrella Gutiérrez
Fuente:
Fabiana Frayssinet, El paraíso indígena de los tuxás, sumergido bajo las aguas, 26/09/17, Inter Press Service. Consultado 29/09/17.
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