En La Izquierda Diario compartimos la investigación sobre las consecuencias del “radio” y la contaminación sufrida por las trabajadoras como consecuencia de la manipulación del producto.
por Luciano Andrés
Valencia
A comienzos de la
década de 1920, Mollie Maggia, de 24 años, sufrió “una muerte
dolorosa y terrible” tras haber padecido quebraduras espontáneas y
la extirpación de su mandíbula. La causa oficial de su muerte fue
atribuida a la sífilis, enfermedad con un fuerte estigma social
debido a su trasmisión sexual. En 1922 la cajera de banco Grace
Fryer empezó a sufrir la pérdida inexplicable de dientes y su
mandíbula presentaba inflamación y degradación ósea. Ambas tenían
algo en común: habían trabajado en la United States Radium
Corporation, siendo expuestas a contaminación por radio.
El Radio (Ra) fue
aislado por primera vez en estado puro por Marie Sklodowska de Curie
en 1898, estableciendo su condición como el elemento número 88 de
la Tabla Periódica. El trabajo de experimentación con material
radiactivo le valió a la científica dos premios Nobel (el primero
en colaboración con su esposo Pierre Curie) y una anemia aplásica
que acabaría con su vida. Aún hoy sus cuadernos y anotaciones deben
ser manipulados con protección porque la radiactividad de sus
isótopos más estables perdura por 1620 años.
En 1902 el
inventor William J. Hammer visitó el laboratorio del matrimonio
Curie y se llevó como obsequio algunas sales de radio. Por entonces
se desconocía el peligro de la radiación, pero su brillo verdoso
era algo que resultaba asombroso. Al combinarlo con pegamento y
sulfuro de zinc, Hammer obtuvo una pintura que brillaba en la
oscuridad. El producto fue conocido como Undark e inmediatamente pasó
a tener numerosas aplicaciones industriales. En Suiza se decía que
los pintores de radio eran reconocidos en la calle, porque brillaban
en la oscuridad.
En 1914 se
constituyó en NewYork la Radium Luminous Material Corporation, que
más tarde cambiaría su nombre por US Radium Corporation. Con el
ingreso de Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial en 1917 las
operaciones de la compañía se expandieron rápidamente por la
concesión de contratos militares para pintar con radio diversos
objetos de las fuerzas armadas: relojes que permitían ver la hora en
la oscuridad sin necesidad de prender la luz y delatar la posición,
velocímetros para automóviles, y puntas de mira para pistolas. Al
final de ese año la empresa contaba con 300 trabajadores y
trabajadoras en sus plantas de Newark, Jersey City y Orange en el
estado de New Jersey. En los años siguientes llegó a tener más de
4000 personas empleadas y comercializaban sus productos para uso no
militar como números de las casas, interruptores de luz y ojos
luminosos para muñecas.
Fue en la planta de Orange en donde ingresó el mayor número de jóvenes trabajadoras en los años siguientes a la guerra. Por ese entonces había pocas empresas que daban empleo a mujeres y el salario era superior a otros lugares, por lo que unas 70 jóvenes se acercaron alentadas por la idea de que estaban ayudando a sus familias y sirviendo al país.
El trabajo consistía en pintar a mano con un pincel de pelo de camello las manecillas y diales de los relojes y contadores, sin la protección adecuada, cobrando 1,5 centavos de dólar por cada producto. Por indicación laboral, debían chupar el pincel para afilar la precisión de las pequeñas brochas. Les decían que un poco de radio era beneficioso para la salud y que los únicos efectos secundarios eran unas mejillas más rosadas.
Aunque hoy nos
parezca extraño en Estados Unidos y Gran Bretaña se comercializaban
productos comestibles como leche, chocolate y manteca mezclados con
radio para “para mejor bienestar de los clientes”. En tiendas
británicas era posible hallar cosméticos a base de radio para
obtener “belleza brillante”. Había tabletas energéticas de
radio y ropa interior radiada para mejorar la vida sexual.
Pese a esta
creencia generalizada, los directivos de la compañía sospechaban de
sus posibles efectos adversos y se protegían con máscaras y guantes
de plomo. Entre 1921 y 1923 se desempeñó como Director del
Laboratorio de Investigaciones de la compañía el doctor Víctor
Franz Hess, quién en 1936 sería galardonado con el Premio Nobel de
Física por el descubrimiento de la radiación cósmica. Esto nos
lleva a pensar que la patronal conocía los peligros a los que
exponía a sus trabajadoras, pero no actuó en consecuencia,
privilegiando sus ganancias por sobre las vidas obreras.
Desconociendo sus
consecuencias, las trabajadoras se pintaban las uñas y los dientes o
se frotaban el cabello con radio para sorprender con el brillo a sus
parejas. Con esto llevaban la radiación a sus hogares y sus
familias.
Al poco tiempo
las trabajadoras comenzaron a enfermar de anemias, neoplasias,
necrosis de los huesos y la degradación bucal que sería llamada
“Mandíbula de Radio”. Cuándo Grace Fryer enfermó en 1922,
decidió buscar a sus antiguas compañeras para iniciar una demanda.
Les costó años encontrar a un joven abogado de Newark recién
recibido de Harvard, Raymond Berry, que aceptó representarlas en
contra de la poderosa compañía. En 1927 se presentó la demanda de
Grace por daños y perjuicios, a las que se unieron otras cuatro
trabajadoras y dos hermanas de la fallecida Mollie Maggia.
Recordemos que la
Radium Corporation era contratista militar del gobierno
estadounidense por lo que poseía dinero e influencias. Redactaron
informes en donde señalaban que la dosis de radio era muy baja para
ser tóxica. Si bien esto era cierto para los productos que se
comercializaban, no era así para los talleres en donde la exposición
era mayor. En el cuerpo de las obreras la concentración de radio era
de una dosis de 50 a 500 veces superior a la que actualmente se
considera inofensiva para la salud. También pagaron a profesionales
de la salud para que dieran fallos a su favor, y se atacó a las
trabajadoras con argumentos machistas y moralistas diciendo que la
causa de su muerte fue la sífilis contraída por la vida sexual que
llevaban.
La presión mediática logró que el caso llegara a juicio. La compañía trató de retrasarlo, esperando la muerte de las trabajadoras enfermas. En enero de 1928 comenzó el juicio de las “Radium Girls”, como las bautizó la prensa, contra la US Radium Corporation. Cuándo Grace Fryer se presentó ante el Tribunal era incapaz de andar, necesitando de un corsé ortopédico para sostenerse y había perdido los dientes. El resto de las demandantes presentaba patologías similares, lo que les dificultó prestar juramento.
Sin embargo el
estado de salud de las trabajadoras no fue prueba suficiente, por lo
que se autorizó la exhumación de los huesos de Mollie Maggia. Se
procedió a colocar los restos en un cuarto oscuro cubierto de papel
fotográfico. En la misma habitación colocaron los huesos de una
persona no afectada a modo de “caso testigo”. Al cabo de diez
días el papel fotográfico que estaba sobre el cuerpo de la pintora
fallecida se había velado, mientras que en el otro caso no mostró
ninguna impresión. Esto se debe a que el radio se comporta de manera
similar al calcio, acumulándose en los huesos y llevando a su
necrosis. También afecta la médula ósea provocando anemias y
sangrados.
Mientras se
desarrollaba el juicio Marie Curie envió una carta desde París en
donde expresaba que “estaría feliz de cualquier ayuda que
necesitara” y explicaba que es imposible destruir la sustancia una
vez que entra al cuerpo.
A la siguiente
audiencia, que se llevó a cabo en el mes de abril, las demandantes
no pudieron asistir dado que el estado de sus huesos hacía que se
rompieran al intentar incorporarse. Pese a las objeciones del abogado
Berry, el juez pasó la audiencia al mes de septiembre porque los
directivos de la empresa se hallaban veraneando en Europa. El editor
del New York World, Walter Lippman, catalogó a esto como una
“parodia de justicia”.
La indignación popular hizo que la audiencia se realizara el mes de junio. En esa oportunidad, el juez del distrito William Clarck aceptó realizar una mediación por fuera del Tribunal. Pese a conocer que el juez era accionista de la corporación, Berry y las “Chicas del Radio” aceptaron la mediación que fijo una indemnización por 10 mil dólares (habían solicitado 25 mil), más gastos médicos y legales, y un pago anual de 600 dólares durante el resto de su vida a cada una de las afectadas.
Sin embargo la
mayoría no llegaron a cobrar esta indemnización porque murieron al
poco tiempo, incluida la iniciadora de esta lucha Grace Fryer. La
última de las “Chicas del Radio” en fallecer fue Katherine
Schaub en 1933 a la edad de 30 años. Había ingresado a los 15 años
en 1917 y soñaba con convertirse en una escritora famosa. Al año
siguiente falleció la descubridora del radio Marie Curie.
El tener que
pagar una indemnización bastante onerosa para la época y la toma de
conocimiento de los peligros del radio provocó que poca gente
quisiera trabajar en la Radium Corporation, lo que llevó al cierre
de la compañía.
Siguiendo el
ejemplo de las trabajadoras de Radium Corporation, las obreras de
Radium Dial en Ottawa (Illinois) iniciaron una demanda que culminó
en la condena de la empresa por “negligencia grave” en 1938. Su
lucha también influyó para que en 1949 el Congreso de los Estados
Unidos aprobara una ley por la que todas las enfermedades laborales
eran indemnizables, y ampliaba los tiempos para descubrir la
enfermedad y realizar las reclamaciones. También se modificaron los
procedimientos para la manipulación de sustancias radiactivas.
La pintura undark
se siguió utilizando hasta 1968, aunque hacía muchos años que se
habían comprobado sus efectos radiactivos.
En la actualidad
todavía se puede medir la radiación emitida desde las tumbas de las
“Chicas del Radio”.
Fuente:
Luciano Andrés Valencia, Las “Chicas del Radio”: el caso de las trabajadoras envenenadas por radiación, 09/08/17, La Izquierda Diario.
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