Una cantera de cal hizo nacer un pueblito que sólo habitaban sus obreros en el noroeste cordobés. Todas las casas son de la empresa. Pero la mitad de sus empleados fueron echados el año pasado y el resto, ahora. Sin cantera no habrá pueblo: las demoliciones ya comenzaron.
por
Fernando Agüero
La vieja capilla está en pie en Quilpo. Es lo único que quedó de la
“parte de arriba” -como le llaman los lugareños- del caserío
en el que hasta hace menos de un año vivían las familias de los
obreros de la cantera.
Rodrigo
Lucero (26) se persigna ante la única cruz que se salvó, detrás de
donde estaba el altar.
Y
cuenta: “Los jefes ordenaron a los parleros que voltearan la
capilla también, pero ninguno quiso hacerlo y por eso es lo único
que quedó de esa parte”. Al otro sector del pueblito lo llaman “la
cuesta”.
Rodrigo
es uno de los que se quedó sin trabajo hace una semana. Igual que su
hermano Alan (23). El padre de ambos, Orlando (53), fue despedido en
noviembre del año pasado.
Al
lado de la capilla estuvo alguna vez el club Quilpo.
También,
el viejo edificio donde funcionó la primera escuela. Desde hace
varios años, de eso sólo quedan escombros.
La
noticia del cierre de Cefas, la empresa minera que explotó las
canteras de Quilpo hasta hace una semana, corrió como un rayo entre
los 70 empleados que aún trabajaban allí.
El
domingo pasado, caminaron hasta la puerta de la planta como cualquier
otro día laboral y se toparon con una guardia de gendarmes y
policías que les impidieron el ingreso. De forma verbal, a secas,
les comunicaron lo que habían visto en sus celulares: “Cerró
Cefas”.
Este
jueves, cuando La Voz recorrió lo que queda del pueblo, en las
callecitas blancas de cal y piedra se respiraba un aire similar al de
los cementerios. Los vecinos se cruzaban, se saludaban, hablaban. No
existe otro tema. Las palabras telegrama, cierre, currículum se
repiten.
“No
me acostumbro al silencio”, dice Roque Arce (46), otro de la última
tanda de despedidos que ya extraña los ruidos que producía la
planta de cal. Su hermano, Jorge, también quedó afuera. A fines de
2016, unos 80 empleados habían sido cesanteados en etapas. Los 70
restantes comprendieron que el final estaba cerca. Y llegó este 24
de junio.
Las
20 familias que aún quedan viviendo dentro del predio fabril de
Quilpo deben agregar al peso del desempleo el del desarraigo: pronto
tienen que abandonar las casas en las que viven, que son propiedad de
la empresa. Tras los despidos de 2016, cada vez que un obrero dejó
la casa que habitaba, por atrás llegaban las topadoras dejando un
paisaje similar al de un pueblo bombardeado.
El
pueblo, entre montañas rotas por la dinamita, desaparece.
La
despedida
Osvaldo
Lucero escribe en un papel celeste la frase con la que cada obrero se
despide de su pueblo. Nadie sabe bien quién la escribió por primera
vez, pero se transformó en un rezo colectivo: “Adiós, pueblito de
Quilpo, ventanitas de papel; adiós, amigos; algún día los veré”.
Con
Rodrigo y Alan como ayudantes, Osvaldo y su mujer juntan todo lo que
tienen en cajas y desarman lo que construyeron en la que fue su casa
durante 28 años. La mudanza está lista y la vigilancia policial no
permite traspasar el vallado a los que no viven sus últimos días en
ese sector.
El
pueblo es de la empresa. Sus casas y lo que queda en pie lo son,
menos la escuela, que como es de la Provincia es una especie de
embajada de lo público en Quilpo.
Antes
de su última noche, previo a mudarse a la vecina Cruz del Eje,
Osvaldo dice: “Es triste, no es fácil. Nos vamos a otro lugar, y
yo tengo casa. Pero acá es tranquilo. Tengo rabia por tantos años
de trabajo y tanta gente que queda afuera. Nosotros estamos de
vuelta, pero mis hijos recién empiezan”.
El
hombre se pregunta en voz alta: “Nos trajeron Gendarmería y
Policía, ¿para qué?, somos gente tranquila”. También critica el
escaso apoyo que tuvieron del gremio Aoma en este conflicto: “Nos
vendieron atados”, cuestiona. Era fuguista: su misión era cargar
con leña los hornos donde se quemaba la piedra caliza.
Carta
a Macri
Entre
los vecinos, la ilusión colectiva es que la empresa vuelva sobre sus
pasos y reactive la fábrica. La llegada de capitales mejicanos a
asociarse con Cefas reavivó ese sueño hace unos años, cuando ya se
veía venir la decadencia. Pero el proceso de caída no se detuvo
desde entonces.
Gisela
Tapia, esposa de uno de los obreros despedidos, lleva de la mano a su
hija Catalina por la calle que separa a las casitas de La Cuesta. En
la otra mano porta una carta que los vecinos escribieron para que
llegara al presidente Mauricio Macri. “Por su digno intermedio le
solicitamos nos ayude a que nos devuelvan nuestras fuentes de trabajo
ya que dependemos de la misma para llevar el pan de cada día a
nuestras familias”, dicen ahí. En la verja de Gisela, una amiga
pintó un pequeño mural con una bandera donde se lee “Fuerza,
Quilpo”.
Laica
Ochoa se fue de aquí el año pasado. A su marido lo echaron de la
cantera y partieron hacia Cruz del Eje, adonde han ido casi todos los
quilpeños desalojados. Hace unos meses se separó y volvió al
pueblo a vivir con su suegra, Petrona Almeida. Sobre las ruinas de la
que fue su casa, dice: “Viví cosas muy lindas aquí y me da mucha
pena ver que hoy no hay más nada”. Quilpo fue.
"Problemas
de mercado"
Tras
el cierre de la planta de Quilpo, la empresa Cefas no desaparece. Se
quedará con emprendimientos similares en San Juan y en Olavarría. A
través de un comunicado, la firma, que en 2016 se fusionó con el
mejicano Grupo Calidra, sostuvo que los cambios en el mercado de los
materiales de la construcción “revelan una fuerte reducción del
consumo de cal hidratada y, como contrapartida, una importante
demanda de agregados pétreos”.
Los
rumores que circulan en Quilpo es que hay piedra para 200 años y que
en el futuro se potenciará la explotación de las canteras pero para
el procesamiento de áridos.
“Esta
adaptación al mercado permitirá preservar parte de los puestos de
trabajo actuales. Se trata de una decisión que involucra a las
personas que trabajan en la empresa. Por ello, Cefas ha dado y
continuará brindando un trato cuidadoso a los empleados afectados”,
marcó un comunicado difundido por el diario La Nación días atrás.
Cefas
se hizo cargo de la cantera y de la empresa en 1994, cuando quebró
El Sauce. En 2002 cerró la planta, que reabrió un año después,
hasta ahora.
De
Cerro Áspero a “Pueblo Escondido”
En
1969, la mina cerró y el pueblo construido a su alrededor se quedó
sin pobladores, completamente abandonado.
Cerro
Áspero es el yacimiento minero abandonado más impresionante de
Córdoba.
En lo
alto de las Sierras, al sur de Calamuchita, fue una villa que llegó
a contar con hasta 800 obreros, con viviendas y generación eléctrica
propia.
Dejó
de ser explotado hace casi medio siglo. Décadas después del
abandono, se transformó en una meca del turismo de aventura serrano.
La gente llega para apreciar, en un muy atractivo paisaje, la villa
abandonada, rebautizada como “Pueblo Escondido” para fines
turísticos.
En
Cerro Áspero se extraía wolframio (o tungsteno), un metal
especialmente duro que tenía por principal destino la industria
militar. La explotación surgió en 1895, pero tuvo su apogeo durante
las dos guerras mundiales, de la mano de capitales ingleses y
alemanes. Casi toda su producción se exportaba.
Con
el tiempo, yacimientos chinos coparon el mercado mundial. Ese mismo
mineral chino llegaba a Buenos Aires a menor precio que el que
suponía explotarlo en Córdoba.
En
1969, la mina cerró y el pueblo construido a su alrededor se quedó
sin pobladores, completamente abandonado.
Lo
mismo que vivió Malagueño en los ’90
Al
igual que en Quilpo, una zona del pueblo y un barrio entero eran
propiedad de la empresa y los nuevos dueños decidieron trasladar a
los vecinos de Montevideo, que estaba en la zona de canteras, a otro
sector de Malagueño.
El
proceso que hoy vive Quilpo es casi un calco de lo que se vivió en
la década de 1990 con el cierre de Canteras Malagueño, la empresa
que le dio origen a la ciudad que lleva el mismo nombre.
La
fusión de las cementeras Corcemar y Minetti, a partir de la
intervención de capitales suizos de Holdenbank, absorbió a la que
fue la primera de todas, la calera fundada por Martín Ferreyra (el
empresario que en Córdoba construyó el palacio del mismo nombre,
hoy museo provincial). Sus obreros fueron despedidos y los más
jóvenes buscaron seguir su destino laboral en la misma cementera, en
empresas más pequeñas o en Córdoba y en Carlos Paz.
Al
igual que en Quilpo, una zona del pueblo y un barrio entero eran
propiedad de la empresa y los nuevos dueños decidieron trasladar a
los vecinos de Montevideo, que estaba en la zona de canteras, a otro
sector de Malagueño. La empresa construyó viviendas y le adjudicó
una a cada empleado despedido. En paralelo, se voltearon todas las
casas del barrio y hasta la capillita que también se reconstruyó en
el nuevo asentamiento, en la zona baja de la ciudad.
Fuentes:
Fernando Agüero, Quilpo, el pueblo en demolición, 02/07/17, La Voz del Interior.
La desaparición de un pueblo: adiós al Quilpo, 02/07/17, La Voz del Interior.
De Cerro Áspero a “Pueblo Escondido”, 02/07/17, La Voz del Interior.
Lo mismo que vivió Malagueño en los ’90, 02/07/17, La Voz del Interior.
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