por David Hidalgo
Lima. Esta
ciudad se ha vuelto un lugar donde muchas cosas se traslucen con el
fuego: hace poco se quemó un barrio pobre y quedaron al descubierto extrañas maniobras políticas del actual alcalde sobre el manejo de
la ciudad; días antes se quemó una fábrica de zapatos en un
distrito popular y la muerte de tres bomberos fue otra muestra de
heroísmo en la precariedad; a mediados de año se quemó una galería
de tiendas en el Centro Histórico y el siniestro aumentó la secuela
de edificios consumidos en uno de los sitios patrimoniales más
amenazados del mundo.
El último
episodio de esta racha calcinante ha sido el incendio el 16 de
noviembre en Larcomar, un centro comercial que por épocas puede
recibir más visitas que Machu Picchu. Hasta hace unos días era un
símbolo del Perú cosmopolita. Ahora es evidencia de un crimen que
podría involucrar a empresarios y autoridades: cuatro personas
murieron porque este lugar exclusivo escondía una trampa sin salida.
La tragedia
ocurrió de mañana, en el distrito turístico de Miraflores, una
zona que alberga a los mejores hoteles de la ciudad. Larcomar es una
ostentación de la ingeniería al borde de unos acantilados frente al
mar. El complejo reúne varios restaurantes gourmet, discotecas,
boutiques de moda y un cine con varias salas subterráneas que hasta
hace poco lucían muy modernas y ahora parecen de una flagrante
imprudencia.
Aunque todavía
se espera el informe final sobre el origen del fuego, los medios han dado detalles escalofriantes: el lugar no tenía aspersores, los
pasillos estaban bloqueados por puertas y rejas, y la estructura de
las instalaciones interiores había sido modificada sin autorización
previa. Según ha contado el propio alcalde del distrito, los
vestidores para los empleados habían sido transformados en oficinas
administrativas. Allí serían encontrados los cuerpos de tres de las
víctimas. Entraron para refugiarse y terminaron asfixiados.
Pocos días
antes, en un sector opuesto de Lima, otro incendio había arrasado con más de 400 casas de materiales rústicos en Cantagallo, la
primera comunidad indígena urbana de Perú. El fuego de una vela
caída acabó de manera fulminante con ese asentamiento, construido
sobre un antiguo relleno sanitario, no muy lejos del Palacio de
Gobierno. Pronto se supo que los damnificados no debían estar allí:
si los planes de la gestión municipal anterior se hubieran cumplido,
ahora debían estar en un conjunto habitacional especialmente
construido con parte de un fideicomiso; pero la nueva gestión
municipal decidió usar el dinero para construir un paso de vehículos
que muchos consideran innecesario. Un niño que terminó con medio
cuerpo quemado murió a los pocos días. Para entonces la atención
nacional ya estaba en la tragedia de Larcomar.
En un país donde
se producen unos diez mil incendios al año, la tragedia es un
termómetro social: solo causa alarma cuando llega a los niveles más
altos. En las redes sociales, y aun en los medios, el incendio de
Cantagallo no dejaba de parecer una desgracia dolorosa pero marginal,
casi en las periferias del progreso, hasta que otra desdicha golpeó
un buque insignia de la prosperidad y de pronto la amenaza capturó
el imaginario general: la agenda de los noticieros ha pasado de los
asaltos callejeros a los incendios, los municipios organizan inspecciones mediáticas a sus mercados, y los congresistas y
políticos hacen llamados a revisar las normas de seguridad para los
establecimientos comerciales y los espacios públicos.
Lima es víctima
de sus espejismos: en el 2012, un diario económico lanzó la noticia
de que en Perú había más de 25 mil personas con más de un millón
de dólares en sus cuentas bancarias; en el 2013, un portal de
noticias celebró que en el país había más de dos mil millonarios;
en el 2014, cuando ya se advertía que la prosperidad podría no
durar tanto, tal vez al gobierno le pareció razonable emitir un decreto para moderar la burocracia en favor del libre mercado: la
medida liberó a los comercios y negocios de la obligación de
renovar cada dos años su certificado de defensa civil, que garantiza
el cumplimiento de las normas de seguridad. Una vez obtenido, el
documento no caduca a menos que el negocio haga cambios que supongan
riesgo para desplazarse ante una emergencia, como un incendio.
El entusiasmo
económico conspira contra el instinto de supervivencia: tan solo en
el centro de Lima hay catorce mil locales que funcionan sin este certificado y más de nueve mil que ya no están obligados a renovar
el que tienen. Esto, en la misma ciudad donde el incendio de un mercado popular en el 2001 dejó 300 muertos y cientos de
desaparecidos; en la misma ciudad donde un año después la palabra
Utopía quedó fundida con la muerte de 29 jóvenes en el incendio de
una discoteca de lujo; el mismo país donde el poder judicial
compensó a los deudos del incendio en el mercado con el equivalente
a unos 200 dólares por víctima y a los del segundo con un monto
cien veces mayor.
En octubre, con
una diferencia de pocos días, se quemó un almacén del Ministerio
de Salud y luego otro del Ministerio de la Mujer. En noviembre, dos
días después del incendio de Larcomar y mientras Lima estaba en
alerta máxima por la cumbre del Foro de Cooperación Económica
Asia-Pacífico (APEC), otro fuego destruyó un local de empleados de
la Fuerza Aérea. En lo que va del año, los bomberos han atendido
casi cinco mil incendios solo entre la capital peruana y las regiones
vecinas de Callao e Ica.
Después de que
se incendiara el asentamiento Cantagallo, el alcalde de Lima dijo que
los planes de vivienda social de la gestión anterior eran una
ilusión y mandó a montar un campamento de carpas de lona para los
damnificados; en el caso Larcomar, el alcalde de Miraflores ha
acusado a la cadena de cines de haber tugurizado sus salas, mientras
que los representantes del centro comercial, como los del cine, han
dicho que cumplieron con todo lo que les exigía la ley.
“Para nosotros
sí contábamos con medidas de seguridad”, declaró a la prensa
Mónica Ubillús, gerenta general de UVK Multicines: “En marzo
estuvo la municipalidad en Larcomar y entraron a los cines y a varios
locales y no dijeron nada”.
La respuesta
oficial de la cadena de cines “explica por qué murieron 4
personas”, señaló en un tuit el psicoanalista y columnista Jorge
Bruce: “A ellos les importa la vida del negocio, no la de la
gente”.
Fuente:
David Hidalgo, Dos incendios en Lima revelan los espejismos del crecimiento, 23/11/16, The New York Times.
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