A pesar de
algunos modestos avances en el frente nuclear después de la Guerra
Fría, el período posterior al 11 de septiembre de 2001 muestra
varias tendencias inquietantes y que tienden a empeorarse. El
histórico acuerdo convenido entre los Estados con y sin armas
nucleares, mediante el cual los Estados carentes de armamento nuclear
se comprometieron a que éste no proliferara, las potencias nucleares
se comprometieron al desarme efectivo y se avaló el uso pacífico de
la tecnología nuclear, se ha ido erosionando. En esencia, el pacto
original ha sido horadado por los países que poseen armas nucleares.
Para aproximarse al tema es bueno analizar tres planos: la
distribución del poder global, el balance de la amenaza mundial y la
dinámica de las instituciones internacionales.
En términos de
la distribución del poder hay un gradual desplazamiento del centro
de gravitación e influencia desde Occidente hacia Oriente; en ese
contexto, el continente asiático ha sido la región en la que la
proliferación abierta o encubierta, consentida o cuestionada, ha
sido más elocuente. Los cuatro nuevos países con armas nucleares
provienen de allí: India, Israel, Paquistán y Corea del Norte.
Algunos países de Medio Oriente y del sudeste de Asia parecen estar
listos para desarrollar su propio programa, encubierto o asistido, de
armas nucleares en caso de un drástico deterioro de su entorno
regional o del ambiente internacional. Además, la beligerancia
desplegada contra países que ya no tenían o han abandonado
programas nucleares con propósitos militares envía señales
equívocas; es decir, si un país renuncia, por incapacidad o
voluntariamente, a la proliferación nuclear, puede convertirse en un
objetivo para el uso de la fuerza. Los casos de Irak y Libia en la
última década han sido turbadores.
Con respecto al
balance de las amenazas, es evidente que persisten y se agudizan
señales amenazadoras. A pesar de las reiteradas promesas de desarme,
hoy existen unas 15.395 ojivas nucleares distribuidas entre nueve
países. Las tensiones crecientes entre Occidente y Rusia están
generando conjeturas alarmantes. En marzo de 2016 el ex ministro de
Relaciones Exteriores de Rusia Igor Ivanov señaló que hoy "el
riesgo de una confrontación en Europa con el uso de armas nucleares
es mayor que en los años ochenta". A su vez, en el prólogo de
un muy reciente libro crítico de Moscú (War with Russia, de sir
Richard Shirreff), el almirante James Stavridis, quien fue comandante
supremo aliado de la OTAN y jefe del Mando Europeo de Estados Unidos,
asevera que "bajo la presidencia de Putin Rusia ha optado por un
curso de acción que, si se permite que continúe, puede llevar a un
choque inexorable con la OTAN. Y eso significará una guerra que
fácilmente se volverá nuclear".
A su turno, la
administración del presidente Barack Obama ha sido, según el
especialista de la Federación de Científicos Estadounidenses, Hans
M. Kristensen, "la que menos ha reducido la reserva de armas
nucleares en comparación con otros gobiernos (estadounidenses) de la
Posguerra Fría y que el desmantelamiento de ojivas nucleares en 2015
fue el más bajo de su presidencia". En un último informe
publicado por la Union of Concerned Scientists, de Estados Unidos, se
subraya que "la posibilidad de que Estados Unidos y la República
Popular China se vean envueltos en una guerra nuclear está
aumentando". Paralelamente, el posible uso de armas nucleares
contra Estados sin armas nucleares no ha sido clarificado aún. Por
años los países del Sur han reclamado, sin éxito, que sea
explícito el que Estados con armas nucleares no pueden utilizar ese
poder contra Estados que no lo poseen. Finalmente, la creciente
militarización y el eventual emplazamiento de armas de destrucción
masiva en el espacio también contribuyen a la expansión de los
peligros que enfrenta la comunidad internacional.
En términos de
la dinámica de las instituciones, las revisiones quinquenales del
Tratado de No Proliferación Nuclear (NPT en su sigla en inglés), en
especial desde la finalización de la Guerra Fría, han mostrado
escasos progresos. Un caso emblemático ha sido la resolución del
NPT de 1995, que llamó a la creación de una zona libre de armas
nucleares en Medio Oriente y que no ha podido concretarse.
Adicionalmente, entre 2010 y 2016, se han llevado a cabo cuatro
cumbres sobre seguridad nuclear orientadas a evitar el terrorismo
nuclear, pero tampoco sus resultados han sido tan promisorios. De
hecho, en la última cumbre de abril en Washington no asistieron
Rusia, ni Bielorrusia, ni Irán ni Corea del Norte. En realidad, este
proceso de cumbres tiene límites y lo fundamental es algo que se
promete e incumple: robustecer el Organismo Internacional de Energía
Atómica. En los últimos años no se logró el fortalecimiento de
los ámbitos multilaterales en torno a la cuestión nuclear, ha
prevalecido una fuerte politización en el tratamiento del tema y ha
perdido fuerza el propósito del desarme.
Es quizás en
este contexto geopolítico más amplio en el que haya que localizar
el potencial efecto internacional del Brexit. Un Occidente que se
resiste a perder su preeminencia histórica y que está fuertemente
agrietado en el seno de cada país y una Rusia resurgente pero
también muy debilitada en lo interno pueden ensayar posturas
provocadoras y cometer errores de cálculo que los conduzcan a un
callejón pavoroso; un callejón en el que ambos crean que es tiempo
de cruzar un umbral y se dispongan a agitar la amenaza nuclear.
Director del
Departamento de Ciencia Política y Estudios Internacionales de la
Universidad Di Tella
Fuentes:
Juan Gabriel Tokatlian, El riesgo de una confrontación nuclearEl riesgo de una confrontación nuclear, 25/07/16, La Nación.
La obra de arte que ilustra esta entrada es "Castle Bravo", del artista Martin Breedlove. La Operación Castle fue una serie de pruebas nucleares de alta energía, que Estados Unidos realizó en el atolón de Bikini en marzo de 1954.
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