sábado, 6 de abril de 2013

Una década de gestión bajo el agua

por Francisco Olivera

Dos o tres golpes violentos sacudieron y abollaron el baúl del auto que llevaba a Daniel Scioli. Era la mañana del jueves y el gobernador acababa de subir al vehículo oficial. Adelante, un camión bloqueaba el paso. Con diplomacia de policía bonaerense, un agente ordenó al conductor apurarse y liberar la salida. Arrancaron. Fue un momento tenso en La Plata. Metáfora de una hendija en la invulnerabilidad popular del ex motonauta: la situación es demasiado grave como para que vuelva a quedar exento de costos. Es cierto que, a pocos metros, Alicia Kirchner, su compañera en el recorrido de inundaciones, la estaba pasando peor en el repudio de los vecinos.

Scioli ya venía de malhumor el miércoles. La visita de Cristina Kirchner a Tolosa lo había sorprendido sin aviso. Se sumó, entonces, como siempre, por cuenta propia a la iniciativa. Por la noche, llamó a José Ignacio de Mendiguren, presidente de la Unión Industrial Argentina (UIA), y le pidió colaboración. Temía saqueos a locales y supermercados. El textil contactó a funcionarios bonaerenses con Carlos de la Vega, líder de la Cámara Argentina de Comercio, y se comprometió a convencer en la UIA de coordinar, a través de la alimenticia Copal, algunas donaciones.

La desgracia volvió a sorprender a la política argentina en un feriado, esta vez con una certeza casi generalizada: se está frente a una sociedad menos tolerante que hace un año, tras las muertes de Once. Un líder comunal lo analizó ante este diario así: "La gente estaba de vacaciones. En diez días, cuando todo haya pasado, se aplaquen las donaciones y sigan los daños, ¿quiere saber cómo nos van a putear a los políticos?".

La presunción se suma al convencimiento empresarial de que, aun sin inundaciones, la recuperación económica venía ya con menos bríos que los imaginados a fines del año pasado. Este pensamiento podría incluir una dudosa y módica tregua. Por unos días, la gestión pública quedaría en el centro de la discusión y alejaría las embestidas de siempre desde el poder: amenazas con romper la UIA, pedidos de sumarse a cámaras afines, acusaciones por ser formadores de precios, congelamiento infinito.

No fue así. Ya el miércoles, en medio de la convulsión y los muertos, empezaron los pedidos y los señalamientos. Julio De Vido arremetió contra las telefónicas por algo bastante anterior a la inundación: problemas en las redes. Siempre celoso de la liturgia peronista, Guillermo Moreno buscó emular a la Fundación Eva Perón: llamó a automotrices y exigió fondos para los damnificados. Pidió no escatimar. Entre 200.000 y 300.000 pesos por empresa, especificó, que deben depositar en cuentas del Banco Nación. Es cierto que un pulcro de la administración habría elegido alguna ONG como canal de esos gestos de generosidad. Pero él no está en los detalles. Tal vez por eso Débora Giorgi, ministra de Industria, quedó a mitad de camino: su orden fue 100 colchones por cámara y llevarlos al Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI). "Ya imagino a nuestros colchones repartidos con remeras de La Cámpora: qué fácil es hacer caridad con lo ajeno", se quejaron en una firma.

La tragedia descolocó todavía más al peronismo, desde cuyas filas se empieza a percibir que los alcances y las consecuencias del cambio de humor pueden ser impredecibles. "No discutamos con quién, discutamos cómo vamos a enfrentar al kirchnerismo", lo apuró días atrás el gobernador José Manuel de la Sota a Sergio Massa en Tigre. Fue un almuerzo privado. El intendente hizo silencio.

En sectores del conurbano temen que, por ejemplo, se cancelen las internas abiertas y, por consiguiente, se extienda la fecha del cierre de las alianzas electorales, prevista para el 13 del mes próximo. Un paso jugado para el kirchnerismo: su suerte pasará en ese caso a depender de los apoderados del PJ, infinitamente menos afines a la Casa Rosada, en la confección de las listas de octubre. Si el Gobierno no logra incluir en las candidaturas mayoría de gente 100 % propia, de esa que realmente cree en el proyecto nacional y popular y que en Santa Cruz acaba de ser derrotada por Daniel Peralta, se expondrá a una estampida general el 11 de diciembre. Es la historia misma del PJ.

El problema es también administrativo. ¿Quién pagará los daños si hace apenas una semana, la Nación y la provincia discutían por los sueldos? "Con emisión, ¿cómo cree?", se apuraron en una cámara empresarial ante la consulta de este diario.

La inquietud debería ser en realidad más de fondo. En la Capital Federal, según admite el macrismo, los desbordes del agua se produjeron por falta de obras. El presupuesto del Programa de Gestión de Riesgo Hídrico porteño fue ejecutado en sólo 170,6 millones de pesos el año pasado (un 74,1% de lo previsto) y, si se atiende a lo que decían los especialistas meses atrás, se requerirían no menos de diez reformas a un valor de 500 millones de dólares de inversión. Será, en adelante, el centro de la discusión entre Macri y la Presidenta. Pero la provincia de Buenos Aires está incluso en un estadio más precario: allí, hasta el momento, el único diagnóstico oficial del diluvio es que llovió como nunca en la historia. La certeza de Noé. ¿Por dónde empezar, entonces?

De Vido sorprendió el jueves en el programa 6,7,8 con un anticipo. Se hará una auditoría de la situación de La Plata. No es la primera vez que el ministro de Planificación, responsable del área de Recursos Hídricos de la Nación, es sometido a esta especie de desdoblamiento de conciencia en el que deberá auscultar su propia gestión. Lo viene haciendo en los últimos años con la energía y el transporte. Todo parece ahora más prolijo: hasta fines de 2007, la única encargada de hacerlo era su mujer, Alessandra Minnicelli, entonces síndica general adjunta de la Sigen.

Es verdad que en política todo cambia muy rápidamente. Tal vez algún día la Argentina pueda plantearse si supo aprovechar los 300.000 millones de dólares que, según cálculos de la consultora Economía & Regiones, obtuvo en recursos por la presión tributaria adicional a 2002, en valores corrientes (incluyen la inflación), durante la última década.

El escenario no escapa a una tendencia regional y algunos vecinos han cumplido cabalmente. Por ejemplo, Rafael Correa, presidente de Ecuador, que se repuso de los apagones energéticos de 2009 con un plan de inversiones que le permitirá a ese país convertirse en 2016, por primera vez en su historia, en exportador de electricidad, insumo que años atrás le compraba a Colombia. Una asignatura pendiente aquí. Economista con doctorado en Illinois, Correa podrá además celebrar el año próximo la conclusión del gran plan de construcción de rutas nacionales que empezó en 2007 y que elogian incluso sus opositores. Serán 1286 kilómetros, casi lo mismo que los 1300 km de autopistas logrados aquí desde 2003, pero allá con un PBI seis veces más pequeño.

Son sólo comparaciones. Abstractas y arbitrarias por definición. Una inundación demoledora o un choque de trenes resultan siempre infinitamente más pedagógicos para entender cualquier pérdida de oportunidad.

Fuente:
Francisco Olivera, Una década de gestión bajo el agua, 06/04/13, La Nación.

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