por Fernanda Sandez
"¿Dónde están las autoridades?" "Acá no vino
nadie". "Nosotros caceroleamos, pero nadie escucha". Martes a la
tarde, sobre la avenida Rivadavia al 8000. Cae la noche de un día fantasmal, no
sólo porque arrancó en plena madrugada y con tormenta, ni por el cielo
cerradamente gris ni por la ausencia de autos (los vecinos de los edificios de
los alrededores, sin luz ni agua desde hacía horas, habían decidido cortar la
avenida), sino por la extraña impresión de estar escuchando, a cada paso, a
Buenos Aires hablando en voz alta. Confesando por boca de sus habitantes su
historia de amor: la habían dejado sola, mojada y a la deriva.
Sin calles (ya eran ríos), sin semáforos, sin luz. Sin
palabras. Porque si para algo sirve a veces semejante corcovo de la naturaleza,
es precisamente para ver lo que casi nunca se nota. Lo que queda escondido en
el runrún de una ciudad a la que siempre le gustó pensarse agitada y
primermundista, pero cuyo vetusto miriñaque asoma cada vez que pasa
"algo": una lluvia enorme, una nube venenosa, un choque. Emerge
entonces la verdad al desnudo.
Y lo que decía la ciudad el martes pasado -y lo que diría la
vecina La Plata ,
castigada horas después por una tormenta y una tragedia aún peor- era
precisamente eso: que ni reina, ni de plata. Apenas una vieja sola, temblando
de frío y mostrando a quien quisiera verlo la fragilidad de sus huesos. Porque
todo eso que debía estar, no estuvo. Porque no hubo otro plan que el muy
argentino "sálvese quien pueda".
Esto tiene que ver, al menos en parte, con un fenómeno que
el experto en desarrollo territorial Fabio Quetglas, en declaraciones al sitio
www.plazademayo.com, caracterizó como "el crecimiento aluvional de las
ciudades". ¿Qué significa esto? "Que hay una muy baja tasa de
gobierno sobre las dinámicas urbanas y las ciudades no crecen hacia donde los
poderes públicos quieren sino hacia donde ellas mismas pueden". Según
Quetglas, "la Argentina
tiene el 40 % de su población viviendo en el 1 % de su territorio. Evidentemente,
el país no ha tenido una estrategia territorial adecuada, no hay una política
de ordenamiento metropolitano".
Pero no fue sólo eso. Fue, sobre la base cierta de un
desarrollo descontrolado y antojadizo, todo lo otro que también falló. Porque
cuando los teléfonos de emergencia fueron respondidos las llamadas se
estrellaron contra una promesa de asistencia que nunca llegó. O llegó tarde.
Porque cuando a las calles las ganó la correntada y no menos de catorce de los
cien barrios porteños quedaron ciegos y escupiendo agua, algo se volvió más que
evidente: que el Estado (ese Dios enorme y sin cara al que se suele invocar en
esta clase de circunstancias) no pensaba presentarse a la cita. Que sus
avatares (la policía, los bomberos, la cuadrilla o tan siquiera el famoso
"alguien que haga algo") brillaron por su ausencia en esos primeros
momentos de desconcierto. Y cuando finalmente aparecieron, asombraron por su
insignificancia. La vicejefa de gobierno, primero, y el jefe de gobierno,
después, recitaron la misma letanía: 600 agentes en la calle, 100 ambulancias,
5 grúas. Pero, ¿qué puede eso frente a 350.000 personas en apuros? ¿Qué puede
eso cuando, además, aparece mal y tarde, cuando ya el desastre estaba
consumado?
Hubo más declaraciones que coordinación, más justificaciones
que planes de emergencia. Y todo llegó cuando ya había cortes, muertos y
manzanas enteras sumergidas por una masa líquida y gris dispuesta a devorárselo
todo. Cuando ya nada de lo que se dijera (que se invirtió como nunca antes, que
se hicieron obras, que la culpa fue de ellos y no nuestra) podría disimular lo
obvio, que es que aquí el futuro no llega a pasado mañana.
Así también lo entiende Fernando Straface, director
ejecutivo del Centro para la
Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento
(Cippec), para quien "el horizonte de planeamiento y de acción de una
parte de la política argentina se acortó al próximo mes, a la semana que viene,
a mañana. La política se convierte en la administración de la imagen del día a
día, y -ocurrida la emergencia- la falta de coordinación mostró que la
polarización de la política argentina permanece. No hubo quien representara a
un Estado que se pone al hombro la tragedia", sostiene.
Aguas turbias
Que Buenos Aires -edificada sobre una zona cuyo nombre lo
dice todo: "pampa deprimida"- se inunde no es casualidad. Desde hace
centurias, los terceros (unos arroyos que la atravesaban entera y en los que
los vecinos arrojan basura desde la época de la colonia) y los cursos de agua
que lo complican todo son historia conocida. Según Antonio Elio Brailovsky,
docente universitario y autor de Buenos Aires, ciudad inundable (Editorial
Capital Intelectual), "la ciudad viene dando señales de posibles tragedias
como ésta desde hace décadas. Ha tenido montones de situaciones de inundaciones
y lo que ha habido ha sido una política de jugarse a la obra mágica que va a
solucionarlo todo. Lo que se vio en la inundación del martes es que la gran
obra mágica del Maldonado disminuyo el nivel de la inundación en esa zona, pero
no terminó con la inundación. Tenemos que asumir que tenemos una ciudad con
terrenos bajos y que ha metido a parte de su población sobre zonas inundables.
Encima de los arroyos Maldonado, Medrano, Vega, White. Es decir, las avenidas
Juan B. Justo, Ruiz Huidobro, Blanco Encalada y sus adyacencias".
Quizá lo que más asombre -e indigne- es la sorpresa frente a
las profecías cumplidas. La inundación en presente continuo, las
"tragedias" en calesita, el mismo choque repetido infinidad de veces,
hablan en definitiva de un ninguneo deliberado de la realidad que se empeña en
gritar lo que nadie quiere oír, pero también del "sálvese quien
pueda" como filosofía de gobierno. Esto es, de una provisionalidad que
nada tiene que ver con la idea de Estado.
Tres políticos con galochas y un funcionario de altísimo rango
pasando raudo en gomón frente la casa de la madre de la Presidenta
definitivamente no bastan para hablar de Estado presente cuando una de las
ideas fuerza del concepto de Estado (la planificación) a menudo no pasa de
expresión de deseos. Daniel Arroyo, presidente de Poder Ciudadano y ex
viceministro de Desarrollo Social de la Nación , apunta al respecto que "pese a la
tan declamada recuperación del Estado, hay una ausencia de ese Estado muy
evidente en el sentido de que hay un déficit en la elaboración de políticas
públicas". Para sortear eso, añade, "hay que redefinir con claridad
las prioridades y volcar los recursos en función de esas prioridades.
Evidentemente, los presupuestos hoy asignados a las estructuras de respuesta a
las emergencias no alcanzan, y la situación va a seguir siendo crítica porque
el cambio climático llego para quedarse", alerta.
Quizá por eso, ya con el agua algo más baja, quepa
preguntarse de qué clase de "Estado presente" se habla cuando una
lluvia descomunal bastó para jaquear una ciudad y gran parte de una provincia.
Cuando, sin mirar afiliación alguna, la tormenta pudo más que un aparato
estatal que -según se vocifera- ya no es aquel alfeñique desvalijado de los 90,
pero que ni siquiera así logra amparar a todos. Una vez más, el ciudadano de a
pie sintió que las prioridades del poder no eran las suyas cuando hasta el agua
pareció teñirse de color político y ni siquiera en medio del recuento de
cadáveres unos y otros pudieron dejar de pasarse facturas. Una vez más, el
soliloquio de la política miniatura haciéndose trizas contra una realidad
literalmente desbordada. Y, en el medio, ciudadanos a la deriva y preguntándose
-casi como en los mejores tiempos del "que se vayan todos"- a dónde
fue a parar el dinero de sus impuestos. O cuál es la lógica que lleva a
preferir "aggiornamientos" más o menos fotografiables por sobre la
clase de obras invisibles que suelen hacer toda la diferencia en momentos como
estos. ¿Hay, hoy y en lugares de real decisión, personas pensando la ciudad,
las ciudades, el país? ¿Se puede atribuir todavía hoy -a 20 años del menemismo
y tras una década de kirchnerismo- la ausencia del Estado a episodios sucedidos
hace dos décadas? ¿No era que el Estado estaba de vuelta, y más poderoso y
activo que nunca?
Según el legislador y economista Claudio Lozano, también
aquí reina el espejismo porque "que haya cambiado cierta lógica de
funcionamiento político no necesariamente quiere decir que haya habido un
cambio de fondo. Porque aquí se sigue apostando a un modelo de desarrollo que
va en contra de la naturaleza, y la naturaleza siempre se cobra la cuenta. Así,
un modelo de sojización extrema, deforestación y megaminería a cielo abierto
acompañado por un boom inmobiliario y automotriz, no es algo ambientalmente
neutro. Produce desastres, cambios en las cuencas hídricas y catástrofes
importantes. A esto se suma el despliegue de torres, shoppings y autopistas sin
evaluación de impacto ambiental que termina generando una gran imposibilidad de
absorber el agua", apunta.
Ausente con aviso
Para quien quiera verla, la escritura está ahí. En las
veredas rotas antes del agua y hundidas luego del vendaval, en las bocacalles
que en barrios como Villa Urquiza los mismos vecinos debieron limpiar, en los
containers que -días después de la tormenta- rebasaban de muebles y cosas
estropeadas por el agua que nadie se dignaba pasar a retirar. Falta de
previsión antes, improvisación durante, desidia después: tal la fórmula de cada
nueva "tragedia" que de esto último tiene poco y nada. Porque se
construye donde no se debe y se hacen negocios formidables. Porque mágicamente
se levanta una torre donde antes había una casa, sin pensar antes que ahora -en
esa misma superficie- funcionarán 40 baños en vez de uno, 40 cocinas en vez de
una. Porque no hubo gobierno que no "barriera" a los pobres a las
márgenes de los ríos y arroyos, o a zonas imposibles de ser habitadas por ser
inundables. En este sentido, el contador de muertos en la zona de Tolosa y
Ringuelet es preciso: el agua llevó la vida de los más marginales en el más
literal de los sentidos.
Y es entonces cuando se comienza a entender que la ausencia
del Estado -si a alguien perjudica- es a quien menos tiene. ¿Entonces? Quizá ya
sea hora de comenzar a aceptar que, al cabo de todos estos años, al Estado nulo
de los 90 lo ha reemplazado uno que todavía no ha logrado repatriar aquella
idea de lo público, de lo de todos como lo verdaderamente importante, más allá
de toda coyuntura. Dice al respecto Straface que "un bien de
infraestructura estructural es el tipo de bien estatal que más calidad del
proceso político requiere, porque demanda que quienes gobiernan renuncien al
usufructo directo, ya que necesariamente lo va a inaugurar otro. Plantear
soluciones más estructurales en temas que requieren de planificación son
objetivos que una parte de la política entiende como inalcanzables, dada la
necesidad de atender la urgencia de ganar la próxima elección".
Todavía, lamentablemente, nuestra clase política no ha dado
el paso decisivo. Pasamos pues de un Estado "bobo" a un Estado
"vivo" en el peor de los sentidos, porque es el mecanismo a través
del cual lo de muchos queda en manos de unos pocos a los que el agua ni
siquiera los roza. Tal el Estado atomizado, contradictorio, hecho de parcelas
de poder y de soluciones fragmentarias. Justamente esas que vuelan por los
aires no bien se desata la primera tormenta
Poca reacción
Una dirigencia que actuó a destiempo
Mauricio Macri
De vacaciones
El jefe de gobierno estaba en Brasil cuando se desató la
tragedia. "Soy un servidor público y necesito descansar unos días por
año", se defendió
Pablo Bruera
La recorrida que no fue
"Desde ayer a la noche recorriendo los centros de
evacuados", se tuiteó desde su cuenta. Pero el intendente de La Plata volvió de Brasil un
día después.
Alicia Kirchner
De viaje por Europa
Aunque en medios oficiales se dijo que regresó el lunes al
país, recién el jueves la ministra de Desarrollo Social apareció en escena.
Cristina Kirchner
Reacción tardía
El 2 de abril, la Presidenta no mencionó los muertos en la ciudad
de Buenos Aires, pero al día siguiente reparó en La Plata el paso en falso.
Fuente:
Fernanda Sandez, Un Estado siempre ausente, 07/04/13, La Nación.
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