No alcanzan los 100 años de archivo de La Gaceta para documentar los
estragos que la industria viene causando sobre el medio ambiente de la
provincia y la región. Existen antecedentes de fines del siglo XIX, durante la
gobernación de Próspero García (1890-1893) que dan cuenta de que los ingenios
azucareros ya tenían prohibido arrojar sus desechos a los cursos naturales de
agua.
Setenta y cinco gobernaciones después de García, la cuenca
Salí-Dulce -que abarca desde Salta hasta Córdoba- ha sido devastada.
Distintos gobiernos han dictado exhortos y advertencias, han
firmado decretos y han aprobado leyes para la conservación del hábitat. Su
cumplimiento ha sido casi nulo y sólo en tan escasas excepciones que carece de
sentido nombrarlas. Los resultados hablan por sí solos y contradicen cualquier
argumentación que con rostros de piedra esgrimen los funcionarios de turno.
Esta última administración, la de José Alperovich, que
transita su tercer mandato y está próxima a cumplir nueve años en el poder,
carga sobre sus espaldas con más leyes, decretos, advertencias y resoluciones
judiciales que todas las anteriores juntas y, paradójicamente, es la que ha
roto todos los récords de contaminación ambiental.
"El año pasado exhortamos a la Secretaría de Medio
Ambiente a intensificar los controles porque creemos que el problema se acentúa
todos los años", afirmó el 23 de julio pasado Hugo Cabral, defensor del
Pueblo de la provincia, en referencia a la quema ilegal de cañaverales y al
enorme daño que causa todos los años, entre junio y diciembre.
Mientras el gobernador y sus funcionarios ambientales
insisten en que están trabajando fuerte, Cabral, quien lejos de ser opositor es
un fiel alperovichista, les dijo no. No se está cumpliendo con la ley 6.253
(1991) que en su artículo 38 prohíbe la quema de cañaverales, norma ampliada
por las leyes 7.459 (2004) y 7.873 (2006), por las cuales los ingenios además
no pueden recibir caña quemada y obliga al ejecutivo a erradicar esta práctica
de todo el territorio provincial.
La quema de caña está además tipificada como delito en el
artículo 186 del Código Penal, castigando con prisión o reclusión a los
responsables.
Las cenizas ensucian casas, patios, plazas, ropa tendida
recién lavada, ingresan a los ojos y a los pulmones, triplican las enfermedades
respiratorias y duplican los accidentes de tránsito por falta de visibilidad en
las rutas. Generan entre 20 y 60 cortes de luz por temporada por incendios bajo
los tendidos de alta tensión, los que en algunos casos afectaron a varias
provincias. Las aguas envenenadas, no sólo por los ingenios, sino por decenas
de industrias y hasta por la estatal SAT que arroja a los ríos aguas servidas
sin tratar de varias ciudades, asesinan miles de peces, degradan el suelo y
cada año extinguen especies de flora y fauna y modifican para siempre el
ecosistema.
Es cierto que las industrias generan fuentes de trabajo y
millones en ganancias, pero habría que ver si no son más los millones que gasta
el Estado (nosotros) y la población en salud, limpieza, accidentes y daños
irreversibles. Poco más de un siglo nos ha bastado para arrasar con riquezas
naturales que han tardado millones de años en desarrollarse. Tal vez nos queden
100 años más (según algunos científicos bastante menos) para seguir saqueando
los recursos naturales sin devolver nada a cambio y sin cuidarlos.
Dentro de un siglo, cuando habitemos el "Desierto
pútrido de la República ",
al menos nos quedarán los archivos del diario y la memoria para recordar
quiénes fueron los responsables del exterminio.
Fuente:
- No habrá otro siglo, 28/07/12, La Gaceta.
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