por Keiko N. y Miguel
Muñiz
A medida que pasa
el tiempo se van cumpliendo las expectativas de la industria nuclear.
Los siete años transcurridos desde el comienzo de la catástrofe
nuclear de Fukushima son una prueba evidente.
Mejor unos breves
apuntes, exteriores e interiores, que permitan un acercamiento a lo
que ha supuesto este séptimo aniversario; en lugar de un balance
global, unos cuantos botones de muestra de la situación. Botones
que, pese a sus limitaciones o precisamente por ellas, permiten
imaginar todo lo que se mueve detrás.
Comencemos por el
exterior de Japón. En primer lugar hay que apuntar la reducción de
la cantidad de las informaciones. Una simple búsqueda en internet
con las palabras “2018 Fukushima”, muestra que el número de
referencias estrictas no llega al centenar y que, como sucedió en el
caso de Chernóbil, esas referencias cristalizan en una serie de
tópicos que se repiten con variantes mínimas. Luego hay que
mencionar el discurso dominante de presentar la catástrofe en
términos de cosa pasada, es decir se silencia el dato de que la
reacción nuclear continúa activa y que las secuelas de dicha
situación se multiplican a todos a los niveles (sanitarios,
ambientales y sociales). Lógicamente aparecen las anécdotas que
ocultan la ausencia de la información significativa del alcance
global de lo que pasa. Por ejemplo, el 7 de marzo, cuatro días antes
del aniversario, circuló profusamente la noticia de que los
restaurantes de sushi de Tailandia se enfrentaban a una crisis por la
llegada de partidas de pescado de Japón que provenían de aguas
cercanas a Fukushima, y que la organización de consumidores de
Tailandia exigía medidas al gobierno. En cambio, sobre la creciente
contaminación radiactiva del océano Pacífico y sus consecuencias
globales poco o nada. Las informaciones más críticas se han
centrado en la constatación de nuevos vertidos de radiación, pero
sin situarlos en el contexto de una catástrofe global y de alcance
planetario.
Si nos referimos
a la situación dentro de Japón la palabra clave es “censura” o,
en lenguaje políticamente correcto, las “restricciones a la
libertad de información”, lo que da por supuesto que la tal
“libertad de información” está plenamente vigente, cosa
altamente dudosa: el informe de Reporteros Sin Fronteras ha vuelto a
situar Japón, en 2017, en el número 72 de la escala de países
clasificados por la libertad de prensa, el mismo lugar que ocupaba en
2016, lo que supone un retroceso, o una estabilidad, teniendo en
cuenta que en 2015 estaba en el puesto 61 y que en 2010, antes de que
comenzase el desastre, estaba en el 11.
Aquí también
podemos reseñar otro botón: el 1 de marzo la rama japonesa de la
organización Greenpeace hizo público un informe que mostraba que en
zonas que el gobierno japonés ha ido desclasificando como “zonas
de exclusión”, es decir, zonas a las que se anima a regresar a la
población, las medidas de radiactividad continuaban siendo altas,
superiores a las que el gobierno declaraba oficialmente. Pues bien,
dicha información, que tuvo una cierta repercusión mediática en
medios europeos, norteamericanos y latinoamericanos, sólo apareció
de manera mínima en escasos medios japoneses.
Si en 2017 las
imágenes de millones de bolsas negras llenas de tierra contaminada
apiladas cubriendo áreas extensas, o dispersas a los lados de las
carreteras o en medio de los bosques, aún proporcionaban una
referencia de impacto global, este año no han existido imágenes de
ese tipo, lo que puede vincularse a la política que aplica el
gobierno japonés de “diluir” los residuos radiactivos
mezclándolos con otros materiales y promoviendo su uso en diversas
obras de construcción o restauración de terrenos. Han predominado
las asépticas imágenes descontextualizadas de trabajadores con
monos blancos.
Cabe prever que a
medida que se acerque el año 2020, la fecha de celebración de los
Juegos Olímpicos de Tokio, la información sobre Fukushima pasará
de discreto murmullo a leve susurro, y que la mayoría de la sociedad
japonesa se volverá aún más de espaldas al conocimiento de la
realidad. Ello no supone ninguna contradicción con que se mantenga
la lucha silenciosa, tenaz, llena de escaramuzas políticas y
judiciales, de determinados municipios o prefecturas para bloquear
los intentos del gobierno y las compañías eléctricas de poner en
funcionamiento reactores nucleares que están parados desde 2011.
Pero dada la enorme magnitud de la catástrofe sanitaria, ambiental y
económica que Fukushima supone para Japón, la negativa a saber sea
tan rechazable como humanamente comprensible.
[Keiko N. es una
ciudadana japonesa residente en Barcelona. Miguel Muñiz Gutiérrez
es miembro de Tanquem Les Nuclears–100 % RENOVABLES, del Col·lectiu
2020 LLIURE DE NUCLEARS y del Moviment Ibèric Antinuclear a
Catalunya. Mantiene la página de divulgación energética
www.sirenovablesnuclearno.org.]
Fuentes:
Keiko N., Miguel Muñiz, Fukushima, siete años, 30/03/18, Mientras Tanto.
La obra de arte que ilustra esta entrada es "Nuclear Disaster in Japan", del artista Wim Carrette.
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