martes, 23 de enero de 2024

Vivir en zonas contaminadas por la radiactividad es fatal

Girasoles marchitos en campos irradiados de Fukushima. Foto: Maxime Polleri.


Las consecuencias se advierten mucho tiempo después. Lo malo es que no se suele advertir cuando una zona está contaminada. El cuerpo humano no dispone ningún sentido que le permita detectarla, no la siente.

Por Juan Vernieri

Cuando la caída de un avión norteamericano cargado de bombas atómicas en Palmares, España, tanto el embajador estadounidense como el ministro Fraga Iribarne se bañaron en las aguas del mediterráneo para demostrar ante público y periodismo que las aguas no estaban contaminadas.

Se han visto otras demostraciones que no demostraron nada, pues lo fatal no es tomar contacto con la contaminación sino es vivir en zonas contaminadas por la radiactividad durante varios años, ello implica graves riesgos para la salud.

Tomar un vaso de agua levemente contaminada puede que no traiga ningún efecto a corto plazo, pero vivir en zonas con agua contaminada en las canillas, terminará siendo letal.

Un reciente estudio llevado a cabo por cinco científicos reconocidos, muestra una mayor frecuencia de anomalías congénitas entre las personas que viven en la región rusa de Bryansk, contaminada por el accidente de Chernóbil en 1986. Es decir que, aún hoy, después de 37 años, la zona continúa contaminada.

Aumentan las evidencias de una triste realidad, en particular durante el embarazo. Han nacido “niños medusa”, niños sin huesos que, por supuesto, no sobrevivieron.

El lobby nuclear y los gobiernos ocultan la realidad: no se puede rehabilitar una zona contaminada.

El anterior gobierno de Japón, bajo el primer ministro Shinzo Abe, ha intentado engañar al pueblo japonés tergiversando la eficacia del programa de descontaminación, así como los riesgos radiológicos generales.

Como demuestran los últimos estudios, la contaminación en Japón está muy extendida, y sigue siendo una amenaza muy real para la salud humana y el medio ambiente a largo plazo.

El actual gobierno de Japón del primer ministro es Fumio Kishida, quien gobierna desde el 4 de octubre de 2021, pretende por razones políticas, obligar a las personas a que regresen a los lugares que residían cuando el accidente de Fukushima, asegurando que no hay riesgos sobre la salud. La gran mayoría se niega, desconfían de su gobierno.

Varias instituciones que deberían proteger la salud y regular la industria nuclear, como la Agencia de Protección Ambiental estadounidense, la Comisión Reguladora Nuclear y la Comisión Internacional de Protección Radiológica, están subiendo los límites de exposición pública recomendados, para reducir la cantidad de evacuados ante emisiones de radiactividad por accidente. Animan a la gente a seguir viviendo, y comiendo de la tierra afectada.

Las consecuencias de la contaminación radiactiva no se advierten en corto plazo, el cáncer, principal pernicioso efecto, se genera lentamente y aparece su fatal consecuencia por lo menos después de meses de exposición, sino años.

Así ocurrió con todos los que trabajaron en la filmación de la película maldita en el desierto de Utah. Todos murieron de cáncer. Los que la ponzoña se les ubicó en el cerebro, fallecieron antes.

También le ocurrió así a Luis Prieto, un trabajador de la planta de enriquecimiento de uranio de Pilcaniyeu, Río Negro, el cáncer le produjo incapacidad total, permanente y definitiva.

Había cumplido tareas durante seis años en dicha planta, desde 1982. Contrajo cáncer de riñón con metástasis en el pulmón tras mantener contacto regular y prolongado con sustancias de alta toxicidad.

Judicialmente se consideró probada “la relación de causalidad” entre las tareas que desempeñó el demandante, y la patología que contrajo y que obligó a extirparle el riñón izquierdo, además de someterse a largos tratamientos de quimioterapia.

Vivir en zonas contaminadas por la radiactividad es fatal.


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