por Manuel Fontenla
Cuando cursaba la materia “Movimientos sociales y acción colectiva” en el doctorado de la UNC, tuvimos la suerte de tener de invitado ese año al reconocidísimo sociólogo Fernando Calderón (expresidente de CLACSO), junto a un grupo de estudiantes integrado por investigadores de Chile, Ecuador, Venezuela, Uruguay y varias partes del país. Siempre recuerdo de esas clases el entusiasmo, la casi admiración que se generaba entre todes, cuando se hablaba de dos movimientos sociales de factura argentina, únicos en latinoamérica.
Primero, el movimiento piquetero que surgió como respuesta a la pobreza estructural del neoliberalismo de los 90, y segundo, el movimiento socio-ambiental “NO A LA MINA” del año 2003, en Esquel en la provincia de Chubut.
En los últimos 20 años, ambos movimientos han sido muy estudiados y analizados. Se han escrito tesis sobre ellos, artículos, se han filmado películas, entrevistas, y sobre todo, han circulado por la memoria y la experiencia social de nuestro país, de asamblea en asamblea, de pueblo en pueblo y lucha en lucha.
El caso de Chubut es único y maravilloso por muchas razones y sin dudas es difícil de resumir. Explicar cómo un pequeño pueblo, sumido en niveles enormes de pobreza y desempleo, se negó categóricamente y por una enorme mayoría (el 81 % votó no) a un proyecto lleno de (falsas) promesas de trabajo y riqueza, es sin duda algo entre mágico, misterioso e increíble, pero, real.
Del otro lado del país, a 2.300 Km de Esquel se encuentra el departamento de Belén, en la provincia de Catamarca. Aquí, en esta provincia desde la cual escribo, la megamineria ya tiene más de 20 años y nunca hubo un plebiscito. Si hubo resistencias, si hubo disputas por la licencia social, si hubo pueblos que dijeron NO. Pero las condiciones fueron otras y la megamineria se instaló, y se arraigó, se quedó y se política oficial y privilegiada del gobierno.
Preguntarse porqué Catamarca no pudo decir No, porqué Catamarca no pudo ser Chubut, implicaría mucho, pero mucho más que una nota, un análisis, una o cien tesis. Implicaría recuperar toda la historia de las resistencias sociales de esta provincia, desde las de Chelemin hasta las del presente , todas las memorias de la violencia estatal y la violencia capitalista extractivista desde Potosí a hoy, las historias de racismos y desprecios, y tantas otras historias que hacen a la tan particular y difícil realidad catamarqueña de hoy.
Imposible de abordar todo eso, quisiera compartir dos ideas menores. Dos ideas, pensadas NO para los que creemos que la megamineria es igual a muerte y contaminación. Sino, dos ideas para los que dudan, para los que miran con desconfianza a las asambleas, los que piensan que sin minería no se puede vivir, los que piensan que, tal como afirma el gobierno, “Catamarca es minera” y no puede ser otra cosa que “minera”.
Ana Mariel Weinstock, autora del libro “Si a la vida, no a la mina”, escribió en alguno de sus tantos trabajos sobre la lucha de Esquel, que uno de los inicios de la Asamblea de Autoconvocados y de la organización que luego devino en el “NO a la mina”, fue la desconfianza que se generó cuando la gente se empezó a enterar que la empresa había ocultado información sobre el proyecto y sus consecuencias.
Específicamente, la empresa (situémonos en el año 2002 y en un contexto donde popularmente se sabía muy poco sobre megaminería) había, en primer lugar, ocultado que en el proceso de extracción se utilizaba cianuro. Este fue uno de los principales puntos, el segundo, derivado, fue el riesgo de contaminación de agua.
Esta desconfianza, empezó a crecer a partir de una fuerte difusión, motorizada desde docentes universitarios y docentes de escuela media. Este es un punto clave de esta reflexión. Luego de grandes campañas asamblearias, la empresa reconoció el uso de cianuro y también, de alguna manera, que no se había difundido el Informe de Impacto Ambiental. Reconoció a su vez (aunque años después) que no habían explicitado qué pasaba con el agua, cómo sería el impacto y la posible contaminación, y tampoco cuáles eran los beneficios para la comunidad.
Es decir, en el proceso de instalación del proyecto minero, en el contexto de su discusión pública (por ejemplo, el que se da actualmente en Agua Rica o el que se da con los nuevos proyectos de litio como Galaxy) la gente de Esquel, volcó mayoritariamente su confianza y sus criterios de verdad en la información que le proveían los docentes y los propios asambleístas, antes que la información que otorgaba el gobierno y la empresa.
Este primer punto de nuestra reflexión, podríamos reescribirlo así. ¿Por qué Catamarca no puede ser Chubut?
Porque en Chubut se confía más en la información de la asamblea que en la empresa. Se confía más en la información de los docentes, que en la del gobierno. Si acordamos sobre este punto, habría que seguir a la siguiente pregunta: ¿Por qué el gobierno/empresa tiene más credibilidad que una asamblea de vecinxs?
He aquí mi respuesta. Porque en Catamarca somos un pueblo muy ignorante sobre megaminería. Y no ignorantes en su significado cotidiano, mal asociado a “faltos de inteligencia” u “tontos”. No, en el sentido etimológico. Tenemos una profunda ignorancia sobre qué pasa con los proyectos megamineros.
¿O acaso, alguien sabe sobre el estado del dique de cola de alumbrera? ¿Alguien sabe qué paso en Vis-Vis? ¿Alguien sabe el estado de los ríos y el agua en Belén? (esa agua que “no está contaminada”, pero que ningún vecino toma) ¿Alguien sabe qué paso con la plata de estos 25 años de megaminería?
¿Acaso no ignoramos profundamente todas las consecuencias que dejará el pasivo ambiental de Alumbrera? ¿No somos conscientes de nuestra ignorancia sobre los niveles de cáncer en Andalgalá?
No digo que TODOS lo seamos. Seguro hay quienes saben mucho, quienes han difundido cantidades enormes de información. Abogado/as ambientalistas, investigadore/as, docentes, y sobre todo, familias que viven en cada localidad y saben de primera mano las consecuencias de estos proyectos.
Lo que digo, es que nuestro comportamiento colectivo es de ignorantes. Votamos ignorando, aceptamos ignorando, negamos ignorando, aplaudimos ignorando, y sobre todo, miramos al costado…ignorando.
El pueblo de Chubut lo que hizo, estos días en la calle, fue demostrar que ellos NO IGNORAN. Que ellos no ceden al poder que se construye sobre la ignorancia. No ignoraron que el gobernador les mintió abiertamente, que sus legisladores traicionaron sus campañas y su propia palabra. No ignoraron que la empresa oculta información y que la empresa falsea información. No ignoraron, contra una enorme campaña mediática de poder (del gobierno-empresa), que la ley de zonificación es una ley de riesgo para el agua de Chubut.
Por todo ello, un primer paso para que nuestra Catamarca pueda ser Chubut, sería empezar a cortar la ignorancia. Decidirnos colectivamente por empezar a poner al menos un signo de pregunta, allí donde siempre hubo una afirmación: Catamarca, ¿Es minera? ¿Necesita ser minera? ¿Puede ser minera sin poner en riesgo nuestro futuro de agua y salud? ¿Son confiables las empresas? ¿Es cierto que serán todos beneficios y ningun riesgo? ¿Es verdad que gracias a la minera estamos mejor?
Manuel Fontenla: Licenciado en Filosofía y Dr. en Estudios Sociales de América Latina (CEA-CONICET)
Fuente:
Manuel Fontenla, El poder de la ignorancia, 5 enero 2022, El Ancasti.
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