por Maureen Dowd
WASHINGTON - Donde hay humo, hay fuego.
Parece que estamos viviendo los primeros quince minutos vertiginosos de una película de catástrofes... quizá una titulada “El día después de mañana fue ayer”.
Las olas de calor son cada vez más intensas.
Los bosques arden.
Las inundaciones arrasan.
Un iceberg casi del tamaño de la mitad de Puerto Rico se desprendió de la Antártida.
Las “fleurs du mal” de Florida, floraciones de hongos conocidas como marea roja, se han vuelto más tóxicas debido a la contaminación y al cambio climático.
Son responsables de la muerte de 600 toneladas de vida marina y han provocado que las playas queden llenas de apestosos peces muertos.
Es el apocalipsis de Mad Max.
Las locas tormentas que solían azotar cada siglo ahora parecen cotidianas y abruman los sistemas que no pueden soportar semejante azote.
La ola de calor que impactó al noroeste del Pacífico, matando a casi 200 personas, estuvo acompañada por un rayo que incendió la tierra seca en Oregón.
El incendio de Bootleg ha devorado 161,874 hectáreas, con llamas tan intensas que están creando su propio patrón meteorológico capaz de provocar nuevos incendios.
El humo ha viajado desde el oeste hasta la costa este, contaminando el aire.
Mientras Angela Merkel y el presidente Joe Biden anunciaban una colaboración en materia de clima y energía en la reciente visita de la mandataria alemana a este país, la naturaleza se burló de ellos.
Cuando ambos líderes cenaban, las lluvias sumergieron enormes franjas de Alemania, incluidas ciudades medievales.
El diluvio en la provincia de Henan, en el centro de China, fue tan intenso que paralizó un gran hospital, dejó a los usuarios del metro con el agua hasta el cuello, afectó a tres millones de personas, desplazó a 250.000 de sus hogares y mató al menos a 33.
Las inundaciones repentinas hicieron que los británicos tuvieran que vadear el agua hasta la cintura en el metro de Londres.
Más escenas de devastación se están produciendo en India, donde al menos 112 personas han muerto después de que el monzón provocara deslaves.
Como señaló un artículo de The New York Times, no importaba si los sistemas estaban remodelados, como el metro de Nueva York tras el huracán Sandy, o si funcionaban con materiales de la época victoriana, como el sistema de drenaje de Londres.
Las tormentas abrumaron tanto lo nuevo como lo viejo.
Hay incendios forestales en Siberia, y California se está convirtiendo en un crematorio.
Después de que Jeff Bezos se elevara 104,6 kilómetros sobre Texas en su cohete fálico, el terrícola más rico se maravilló de nuestra atmósfera:
“Cuando te elevas por encima de ella, ves que en realidad es increíblemente delgada. Es una cosa diminuta y frágil, y a medida que nos movemos por el planeta, la estamos dañando. Eso es muy profundo: una cosa es reconocerlo intelectualmente, y otra muy distinta es ver directamente lo frágil que es en realidad”.
¿Recuerdas cuando el clima era solo una conversación trivial, o una letra genial para una canción de Cole Porter, “Too Darn Hot”, o un gran título de doble sentido para una comedia de Billy Wilder, “Some Like It Hot”?
Ahora, lo que más miedo da en la televisión es el canal del clima.
Llevamos mucho tiempo viviendo en una cultura del miedo.
Los republicanos han estado usando el miedo como arma, tratando de asustarnos sobre las personas homosexuales, los derechos de las personas transexuales, las mujeres ambiciosas y las personas con piel más oscura.
Cuando el miedo no se basa en la realidad, usarlo es profundamente irresponsable y causa un gran daño social.
Los republicanos inventan cosas para provocar paranoia.
Sin embargo, cuando se trata del clima, el miedo tiene fundamento en la realidad.
Deberíamos estar aterrados viendo cómo el clima se descontrola.
“Todo lo que nos preocupaba está ocurriendo, y todo está pasando en el extremo superior de las proyecciones, incluso más rápido que las estimaciones anteriores más pesimistas”, afirmó John Holdren, profesor de Política Medioambiental de la Escuela de Gobierno Kennedy de Harvard, en una entrevista con Los Angeles Times.
Tal vez sea demasiado tarde para negociar un cambio gradual.
Acabamos de pasar por cuatro años del gobierno de Donald Trump, un hombre orgullosamente acientífico, que una vez me dijo:
“No creo en el cambio climático provocado por el hombre”.
¿Quién puede olvidar cuando atacó a Greta Thunberg y le dijo: “¡Cállate!”.
Mientras el planeta chisporrotea, muchos estadounidenses han pasado de la falta de interés a la despreocupación, de la indiferencia a la fatiga.
Ha habido destellos de progreso. Los republicanos antediluvianos ya no pueden destruir a los opositores que se preocupan por el cambio climático burlándose de ellos como abrazadores de árboles con sandalias.
En enero, GM sacudió a la industria automovilística al revelar sus planes de eliminar gradualmente los automóviles y camiones que funcionan con nafta para dar paso a los vehículos de emisiones cero para 2035.
El artículo del Times al respecto fue un obituario adelantado para los vehículos consumidores de nafta:
Los días del motor de combustión interna están contados”.
Sin embargo, todavía hay muchos republicanos que apoyan a las grandes petroleras y se oponen a las disposiciones sobre el cambio climático en la gran legislación que está ante el Congreso.
Mientras pasamos por la debilitante política de COVID-19, tenemos que pasar por la debilitante política del medio ambiente.
Plagas aterradoras están devastando el planeta mientras los charlatanes se dedican a parlotear.
Algunos esperan que la tecnología pueda salvarnos.
En Dubái, los científicos están planeando combatir las olas de calor de varias maneras: enviando aviones para disparar productos químicos como yoduro de plata en las nubes para estimular las precipitaciones, y enviando drones para lanzar una carga eléctrica en las nubes con el fin de provocar lluvia.
Hacer cascadas en el desierto suena bien hasta que se reflexiona al respecto.
Torturar a la Madre Naturaleza para que limpie nuestros desórdenes no puede acabar bien.
Après moi, le déluge. (NdR: Después de mí [nosotros] el diluvio, es una frase atribuida a Luis XV)
Fuente:
Maureen Dowd, Apocalypse Right Now, 24 julio 2021, The New York Times.
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