El 26 de abril de 1986, uno de los reactores de la central de Chernóbil, en Ucrania, explotó y liberó una nube radiactiva sobre Europa. Pero sólo dos días después, gracias a un empleado de una central nuclear sueca, a 1.100 km de distancia, se dio la alarma.
por Anne-Françoise Hivert
Cada cumpleaños de los últimos 35 años, Clifford Robinson recuerda aquel día de abril de 1986. Ahora, con 64 años, enseña matemáticas y física en un instituto de Uppsala, al norte de Estocolmo. Hace años que no pisa una central nuclear y no se queja. Para él, el uranio no es una solución para facilitar la transición energética, diga lo que diga una parte de la derecha sueca, que lamenta el cierre de la mitad de los 12 reactores del país desde 1999 y querría abrir otros nuevos.
En su instituto, los alumnos saben que es una celebridad. El 28 de abril de 1986, Clifford Robinson fue el primero en descubrir la catástrofe de Chernóbil en Ucrania (entonces parte de la URSS). Fue “por casualidad”, dice. Era químico en la central eléctrica de Forsmark, en la costa este de Suecia, a unos 150 kilómetros de Estocolmo y a más de 1.100 kilómetros de la central ucraniana.
Cuando llegó al trabajo esa mañana, desayunó y luego fue a lavarse los dientes en un baño adyacente a la zona de seguridad de la planta. Al salir, tuvo que pasar un control de seguridad: “La máquina, que estaba allí para comprobar que los empleados no estaban contaminados antes de salir, empezó a sonar, lo que no tenía sentido, ya que yo venía de fuera”.
Es el malentendido
Al principio pensó que el equipo era defectuoso y fue a su laboratorio a analizar los filtros que había tomado de las chimeneas: todo era normal. “Pero un poco más tarde, por la mañana, cuando salí a tomar un café, había una larga cola delante del control de seguridad. Sonaba cada vez que pasaba. Era incomprensible”.
El químico sólo ve una explicación: una fuga de radiactividad, inadvertida, que habría contaminado los alrededores de la planta. Para comprobarlo, toma prestados los zapatos de un empleado que acaba de fichar. En ese momento, se dio la orden de evacuación. Clifford Robinson se quedó para analizar las muestras tomadas de los zapatos del trabajador.
Los resultados le dejaron atónito: “Nunca había visto tanta radiactividad. Incluso comparado con los niveles de las piscinas de refrigeración de la planta, era enorme”. En Forsmark, es incomprensible porque no se activó ningún sistema de alerta. Los tres reactores funcionan a pleno rendimiento, sin el menor signo de anomalía. Pero fuera de la planta, algo va mal.
Janne Nordling, periodista de Radio Uppland, también recuerda aquel 28 de abril de 1986, que quedará grabado para siempre en los anales de la redacción. “Sin saberlo, fuimos el primer medio de comunicación del mundo en informar sobre la catástrofe de Chernóbil”, afirma. A las 10.30 horas, la emisora de radio local interrumpe sus programas para informar al público sobre la situación en Forsmark. Dos periodistas fueron enviados al lugar, lo que, “en retrospectiva, podría haber sido dramático si hubiera habido un accidente”, dice Janne Nordling. Recuerda haber llamado a la escuela de sus hijos, “para decirles que mantengan a los alumnos dentro”.
A las 19:00 horas, Moscú confirma el accidente
En Estocolmo, Gunnar Bengtsson, director del Instituto Sueco de Protección Radiológica (SSI), desembarcó en el aeropuerto. Regresa de un viaje de negocios a Brasil y Arabia Saudí. Nada más llegar, se le informó de la situación en Forsmark. En pocas horas, otras centrales eléctricas de Suecia y Finlandia dieron la voz de alarma. “Cuando hice cálculos basados en la dirección del viento, quedó claro que venía de fuera. Todo apuntaba a un accidente ocurrido unos días antes en Ucrania o Bielorrusia”, explica Gunnar Bengtsson.
La ministra sueca de Energía y Medio Ambiente, Birgitta Dahl, se pone entonces en contacto con el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), así como con las embajadas del reino, incluida la de Moscú. El episodio se evoca rápidamente en la miniserie Chernobyl (2019), dirigida por el sueco Johan Renck, nacido en 1966 en Uppsala, a una hora de camino de Forsmark.
A las 19 horas del 28 de abril, dos días después de la explosión del cuarto reactor de Chernóbil, Moscú confirma finalmente el accidente. Clifford Robinson recuerda lo asustados que estaban los empleados de Forsmark, pensando en lo que habían sufrido sus colegas en Ucrania. Miró al cielo: “Durante la noche, llovió y los niveles de radiactividad volvieron a subir”.
En Europa, el norte de Suecia fue una de las zonas más afectadas por la lluvia radioactiva de finales de abril. “Sólo cuando la dirección del viento cambió el 8 de mayo pudimos empezar a respirar”, dice Gunnar Bengtsson. Para los agricultores y los pastores de renos, miles de cuyos animales fueron considerados no aptos para el consumo, fue un trauma.
Incluso hoy, en algunas partes de Suecia, las setas y la caza muestran niveles de cesio 137 superiores a los normales, señala Klas Rosén, investigador de la Universidad Sueca de Ciencias Agrícolas (SLU). En 2011, investigadores de la Universidad de Tokio se pusieron en contacto con la SLU tras el accidente de Fukushima por su experiencia en la lluvia radiactiva. La cuestión, según Klas Rosén, no es “si habrá otra catástrofe, sino cuándo ocurrirá”.
Fuente:
Anne-Françoise Hivert, Le jour où la Suède a découvert la catastrophe de Tchernobyl, 26 abril 2021, Le Monde.
Este artículo fue adaptado al castellano por Cristian Basualdo.
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