Una historiadora relaciona las consecuencias sanitarias con las acciones humanas.
por Steve Nadis
La pandemia de coronavirus no es un desastre puramente natural. Según Kate Brown, profesora del Programa de Ciencia, Tecnología y Sociedad del MIT, las enfermedades zoonóticas -las que se transmiten inicialmente de los animales a los seres humanos, como el Covid-19- pueden aparecer con más frecuencia y golpear con más fuerza como consecuencia directa de las tensiones que el ser humano ejerce sobre el medio ambiente.
A la pandemia actual y a otros brotes de enfermedades infecciosas de las últimas décadas ha contribuido el hecho de que los animales y los seres humanos vivan cada vez más cerca, con poblaciones humanas que invaden cada vez más las zonas de vida silvestre, sostiene Brown. La agricultura moderna a escala industrial es otra de las responsables: decenas de miles de pollos, por ejemplo, pueden criarse en un solo establo en sólo seis semanas, un plazo acelerado que favorece que los patógenos pasen de ser residentes subletales a invasores mortales.
Aunque el autoaislamiento es una estrategia preventiva clave, el cuerpo humano no está herméticamente cerrado, señala Brown. “Vadeamos una atmósfera llena de virus y bacterias, microbios resistentes a los antibióticos y contaminantes radiactivos, y nuestros cuerpos actúan como redes en el océano, atrapando y filtrando casi todo lo que pasa”. Protegernos cuando somos tan porosos es un reto enorme, agravado por el hecho de que nos enfrentamos a una amplia gama de toxinas ambientales de origen predominantemente antropogénico, además de las amenazas que suponen los agentes biológicos virulentos.
Brown ha catalogado muchos casos en los que el comportamiento humano ha comprometido el medio ambiente, poniendo así en peligro la salud y el bienestar humanos, en una serie de libros premiados.
El primero, A Biography of No Place: From Ethnic Borderland to Soviet Heartland (Harvard University Press, 2004), describe una región a lo largo de la frontera entre Ucrania y Polonia asediada crónicamente por la guerra, el hambre y la limpieza étnica. Para éste y sus otros libros eligió la voz en primera persona, algo poco habitual en las obras históricas, con el fin de “acercar a los lectores y ayudarles a visualizar estos lugares”.
En Plutopia: Nuclear Families in Atomic Cities and the Great Soviet and American Plutonium Disasters (Oxford University Press, 2013), Brown trazó un perfil de dos ciudades que se construyeron alrededor de las primeras plantas nucleares del mundo para producir plutonio apto para armamento, una en Hanford (Washington) y la otra en Ozersk (Rusia). Durante décadas, cada planta liberó unos 350 millones de curies de radiactividad con repercusiones devastadoras. Historias similares se desarrollan en Dispatches from Dystopia: Histories of Places Not Yet Forgotten (University of Chicago Press, 2015), en el que Brown explora “páramos modernistas” como el mayor emplazamiento del Superfondo de Estados Unidos, una antigua mina de cobre cerca de Butte (Montana), despojada por el arsénico, metales pesados y suelo contaminado, y su contrapartida, una ciudad minera devastada en Kazajistán. Por su parte, Manual para la supervivencia (W. W. Norton & Company, 2019) examina de cerca las consecuencias médicas y medioambientales de la lluvia radiactiva del desastre nuclear de Chernóbil de 1986. Los radionucleidos de larga vida liberados en ese accidente siguen circulando, con altos niveles de radiación emitidos este mismo año durante los incendios forestales cerca del complejo del reactor.
Una de las lecciones que se desprenden del trabajo de Brown es que las catástrofes naturales y las provocadas por el hombre están tan estrechamente relacionadas que puede ser difícil separarlas. Sin embargo, ve algunos motivos de esperanza, aunque de una fuente poco probable. “La pandemia [del coronavirus] nos está enseñando mucho”, dice. “Hemos aprendido a ir más despacio, a comunicarnos por teléfono e Internet en lugar de coger un avión cada dos días. Y la gente ha demostrado que está dispuesta a hacer sacrificios económicos para salvar vidas”. Gracias a estos cambios, la producción de CO2 ha disminuido, lo que significa que menos personas morirán por la contaminación del aire y las enfermedades respiratorias, afirma Brown.
“Las proyecciones económicas sugieren que no será fácil volver a donde estábamos”, añade. “Parte del restablecimiento, que espero que ya esté en marcha, debería implicar pensar en formas más sostenibles, justas y equitativas de reanudar nuestra actividad económica”.
La investigación actual de Brown, que explora un cambio hacia modos de agricultura más eficientes desde el punto de vista energético y respetuosos con el medio ambiente, se alinea con ese tema. Mientras la gente se centra hoy en el crecimiento de los indicadores financieros, dice, “ignoramos el fenomenal crecimiento que nos rodea: la capacidad de las plantas para crear biomasa, convertir el dióxido de carbono en oxígeno y llenar nuestros suelos de nutrientes. Ese es el tipo de crecimiento que es realmente radical, y ese es el tipo de crecimiento que deberíamos promover”.
Steve Nadis, 1997-98 MIT Knight Science Journalism Fellow.
Fuentes:
Steve Nadis, Unnatural Disasters, 2020, Spectrum.
Este artículo fue adaptado al castellano por Cristian Basualdo.
La obra de arte que ilustra esta entrada es “Kwietniowy marsz”, 2011, acrílico sobre lienzo 92 × 73 cm, de Katja Lindblom.
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