Detectada en Estados Unidos. El Cesio 137 generado en los ensayos de armas nucleares sigue presente -asimilado por algunas plantas- incluso en zonas alejadas de las históricas explosiones.
por Joaquim Elcacho
Las lluvias de barro y polvo del pasado mes de marzo permitieron descubrir que la arena del Sáhara conserva restos de la radiactividad extendida por las pruebas de bombas atómicas realizadas por Francia en el sur de Argelia en la década de 1960 (ver en La Vanguardia). La radiactividad fue detectada en el polvo y barro caído en Francia pero es evidente que debería ocurrir prácticamente lo mismo en las muchas zonas de España afectadas por este tipo de precipitaciones, aunque no han sido publicados datos científicos al respecto.
La radiactividad detectada en esta lluvia de polvo y barro -en cualquier caso- se situaba muy por debajo de las que se consideran peligrosas para la salud humana. La relativa importancia del caso, eso sí, se encuentra en el hecho de que este caso es un indicador de la persistencia y ubicuidad de elementos como el Cesio-137, generado por las bombas nucleares y también en la actividad de buena parte de las centrales nucleares.
Gracias a los modernos y muy precisos sistemas de detección, el isótopo Cs-137 ha sido detectado en los últimos años en diversas zonas del planeta y una lista cada vez mayor de elementos de la naturaleza, seres vivos y alimentos.
Datos más recientes
Un estudio publicado en la revista Nature Communications (versión on line 20 de marzo de 2021) documenta, en esta misma línea, la detección de CS-137 en miel producida en el este de Estados Unidos, principalmente en Carolina del Norte y Florida.
Uno de los apartados más destacados de este nuevo estudio es el hecho de que las áreas en las que ha sido detectada esta variante no natural del cesio en la miel -en niveles extremadamente bajos, sin ningún efecto sobre la salud humana- se encuentran muy lejos de Nuevo México o Nevada, donde Estados Unidos llevó a cabo la mayor parte de sus pruebas con bombas atómicas entre 1950 y l992.
Los autores recuerdan, en este sentido, que los isótopos generados en procesos de fisión nuclear mantienen su radiactividad durante largos periodos de tiempo. En el caso del Cs-137, en concreto, pese a ser uno de los menos persistentes, el periodo de semidesintegración es de 30,23 años. Es decir, el Cs-137 no pierde la mitad de la radiactividad hasta pasados algo más de 30 años desde su generación.
Los elementos generados por los ensayos atómicos a cielo abierto (no tanto los subterráneos) se dispersan en la atmósfera y pueden ser transportados a largas distancias, hasta que precipitan sobre el terreno, el mar, ríos o lagos.
Un isótopo que engaña a la plantas
En un segundo apartado destacado en este nuevo estudio -cuyos resultados preliminares fueron presentados hace un año-, el equipo encabezado por Jim Kaste, profesor del departamento de Geología de la universidad William & Mary (Williamsburg, Estados Unidos), muestra que en algunas condiciones -como las detectadas temporalmente en la costa Este de Estados Unidos- algunos vegetales asimilan este isótopo radiactivo del Cesio en sustitución del que sería su nutriente (fertilizante) natural, el potasio.
Cuando esto ocurre, las plantas afectadas trasladan el C-137 a sus flores, las abejas se alimentan de su néctar y pequeñas cantidades del elemento radioactivo acaban formando parte de la miel.
Coincidiendo con la presentación preliminar de resultados, la universidad pública en la que trabaja el profesor Kaste publicó un artículo divulgativo en el que, además del valor científico de la investigación, se destabaca que la miel producida en las zonas analizadas sigue siendo segura. En este sentido, Kaste explicaba que los resultados de su estudio no ponen en cuestión la calidad de la miel -la radiactividad detectada es muy baja para afectar a la salud humana- y que él y su familia consumen ahora más miel que antes de empezar el estudio.
Cuestión aparte, no aclarada en este estudio ("se requieren más estudios sobre este apartado", indican los científicos, como siempre ocurre en estos casos), es la posibilidad de que las abejas -y otros insectos polinizadores como las mariposas- que consumen néctar con Cs-137 pueden quedar afectadas por esta radiactividad a baja escala.
El equipo de Jim Kaste, en este apartado, recuerda que Estados Unidos vive la herencia de los ensayos con bombas nucleares pero Europa no debe olvidar que tiene un legado más cercano en el accidente de Chernóbil (en que también se liberaron a la atmósfera isótopos radiactivos como el cesio 137).
También existen estudios sobre la detección en alimentos -incluida la miel- de elementos radiactivos procedentes del accidente de la central nuclear japonesa de Fukushima.
Fuente:
Joaquim Elcacho, Miel con radiactividad: herencia de las bombas atómicas de hace 60 años, 21 abril 2021, La Vanguardia.
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