jueves, 19 de noviembre de 2020

Hidrógeno: muchas dudas y ninguna certeza

La Unión Europea busca el incremento de potencia instalada para la electrolización del hidrógeno: de los 60 MW actuales pasaría a los 40.000 MW en 2030. La fabricación y almacenamiento del hidrógeno tiene importantes pérdidas que podrían reducir la eficiencia del proceso al 20 % en muchas de sus aplicaciones, aunque, a diferencia de los sistemas de baterías, es menos dependientes de procesos mineros y su durabilidad es mucho mayor. Nos encontramos ante una fuente de almacenamiento de energía de difícil categorización. Es necesario descender caso por caso para averiguar su viabilidad económica, energética y ambiental.

En los últimos días resuena con fuerza el tema del hidrógeno verde, un gas que se obtiene de la separación del agua por la acción de electricidad proveniente de una fuente de energía renovable. Esto se debe, entre otras razones, a la presentación de un proyecto europeo que es un auténtico plan de promoción industrial a gran escala con inversiones multimillonarias para las próximas décadas. Prevé el incremento de los 60 MW de potencia instalada de electrolización del hidrógeno a unos 40.000 MW en 2030, lo que conllevaría un desarrollo adicional de renovables de 80 a 120 GW, con una inversión estimada entre los 320 a 458 billones de euros, de los que parte vendrán del ‘Green Deal’ de la UE. Unos planes que han contado con el impulso publicitario proporcionado por el Ministerio de Transición Ecológica y Reto Demográfico y por la Secretaría de Estado de Energía. En ella se anuncia esta tecnología de almacenamiento energético como una gran panacea, que no solo conseguirá reducir nuestras emisiones sino solucionar enormes problemas estructurales. Afirmaciones que obvian las limitaciones y las necesarias prevenciones ante el desarrollo de la tecnología.

La estrategia del hidrógeno de la UE establece el objetivo de producir 10 millones de toneladas de hidrógeno verde para 2030, lo que representa tan solo un 11 % del consumo de hidrógeno total actual. Según la Agencia Internacional de la Energía, la demanda de hidrógeno para diversos usos industriales en 2018 se situó en 73,9 millones de toneladas. Un hidrógeno que, dicho sea de paso, hoy está lejísimos de ser verde a nivel global, representando menos del 0,1 %. Estos datos nos muestran el desafío que suponen las expectativas de generación de hidrógeno verde y alerta contra planes sobredimensionados que pueden frustrar la transición energética siguiendo el modelo del crecimiento verde.

La producción del hidrógeno

Las dudas ambientales, sociales y económicas tras este sector son numerosas. Conviene diferenciar con claridad los distintos colores con los que se viene categorizando al hidrógeno. Entre ellos están el hidrógeno gris (marrón o negro), producido a partir de combustibles fósiles, y el hidrógeno azul, proveniente de yacimientos de gas natural, con una habitual aportación de carbón y con captura y almacenamiento de carbono (CAC). Esta CAC es aún, a día de hoy, una quimera tecnológica que no puede contribuir a la descarbonización energética. En la lucha contra el cambio climático las apuestas como el hidrógeno gris y azul, basadas en prolongar la vida de los combustibles fósiles, son completamente descartables, cuestión que la UE no ha abordado con claridad. Sigue sin incluir estas tecnologías en las listas de exclusión de sus planes climáticos.

La producción de hidrógeno por electrólisis del agua es una tecnología que viene estudiándose desde hace más de medio siglo. El elevado coste de la producción de este gas, así como otros problemas técnicos como la necesidad de comprimirlo a altas presiones en alguna de sus aplicaciones, han estado detrás de su falta de desarrollo. Pero hoy, ante la necesaria descarbonización de la economía, resurge esta tecnología, al ser una de las pocas soluciones de almacenamiento energético que podrían ser muy bajas en las emisiones de dióxido de carbono. En concreto, podría dar solución como vector energético, ya que su mayor densidad energética podría llegar a usos como el transporte pesado de larga distancia donde las baterías actuales no llegan. También podría servir como almacenamiento del exceso de energía producido con renovables y, sobre todo, como material para algunas industrias y productos de manufacturación, que requieren el uso de este gas por sus características físicas o químicas.

Los dilemas del hidrógeno

Los dilemas de la transición ecológica se visibilizan como nunca en el hidrógeno verde, que no es ni de lejos el proceso más eficiente. Su fabricación y almacenamiento tiene importantes pérdidas, que podrían reducir la eficiencia del proceso al 20 % en muchas de sus aplicaciones. Aunque a diferencia de los sistemas de baterías de respaldo de red actuales, este gas es menos dependiente de procesos mineros y su durabilidad es mucho mayor.

Un papel en la descarbonización que solamente es válido tras lograr una correcta planificación del sector, de forma que se base exclusivamente en aprovechar la energía sobrante de los picos de producción de un adecuado despliegue de energías renovables en base a las necesidades y disponibilidades reales de los recursos. Este diseño de red eléctrica necesita considerar el almacenamiento, pero también establecer una jerarquía de diferentes criterios de gestión, donde la gestión de la demanda o el acoplamiento de los diferentes tipos de energía deberían ser prioritarios. Como el hidrógeno no puede ser almacenado indefinidamente sin grandes pérdidas, parece que, a priori, solo podrá cubrir la variabilidad a corto y medio plazo.

Aunque podría constituir una propuesta para dar una alternativa a los territorios donde se produce el cierre de centrales térmicas y nucleares, ahorrando con ello la construcción de nuevas líneas y subestaciones eléctricas, supone a su vez una amenaza a muchos territorios por la construcción de los miles de kilómetros de hidroductos que las empresas y gobiernos quieren impulsar. Por ello se debe de ir estudiando caso a caso y garantizando, entre otras cuestiones, que exista en la zona capacidad suficiente para un despliegue ordenado de las energías renovables asociadas.

El elevado coste de las inversiones y del producto sigue siendo el gran problema para el sector, razón por la que se intenta incentivar, ya que tras décadas de desarrollo apenas existen aplicaciones realmente viables. De hecho, los proyectos actualmente más relevantes son en su mayor medida proyectos piloto, de investigación o para analizar la potencialidad del mismo. En estos momentos, y al hilo de las promesas anunciadas sobre las bondades del sector, con los consiguientes movimientos especulativos, se hace necesario alertar nuevamente de las querencias de la economía española por las burbujas económicas, las cuales suelen estallarnos en la cara, especialmente a las personas más vulnerables.

El panorama energético español es un gran alumno de estos procesos especulativos. Basta recordar el proceso de burbuja gasista que sufrimos a principios de este siglo, cuando temerariamente los gobiernos provocaron una apuesta de las grandes energéticas por centrales de ciclo combinado de gas y terminales de regasificación siendo las renovables las que a la postre acabaron pagando la fiesta en forma de moratorias y paralización de ayudas.

La urgente necesidad de planificación de la transición energética

En Ecologistas en Acción, de manera insistente, hemos subrayado la necesidad de “planificación, planificación y planificación” en todos las partes del sistema energético, evitando una visión miope que no contemple la constante relación y conexión que existe entre los distintos componentes del sistema y la biosfera. No solo es necesaria una sustitución tecnológica, sino que hay que delimitar con claridad dónde y qué usos son viables en esta transición ecológica en un marco de reducción de los consumos energéticos netos.

Como sucede ahora, la falta de estas definiciones claras provoca que sean los agentes económicos y las grandes empresas energéticas, las que determinen dónde y para qué se instala una u otra energía. Esto es lo que está sucediendo ahora en el hidrógeno, donde empresas como Enagas o Repsol se están posicionando los primeros de la fila para recibir ingentes millones de euros públicos para mantener sus obsoletos sectores y, de paso, teñirse de verde. Sin embargo, nadie ha planteado si sus proyectos son ecológica y económicamente viables, si suponen por ejemplo una competencia con la descarbonización del sector eléctrico o los impactos de la ocupación territorial que están planteando.

Es especialmente relevante reclamar también que no sea nuevamente la ciudadanía la que financie las inversiones del oligopolio energético que lleva años recibiendo beneficios caídos del cielo, así como seguir reclamando la mayor descentralización posible de las nuevas tecnologías renovables y el control ciudadano en la gestión de la energía.

El gran olvido en la transición energética es la necesidad de ordenar los usos y las tecnologías, lo que favorece a un sistema de producción capitalista y depredador que busca en la desregulación maximizar sus beneficios. Esta es una de las cuestiones fundamentales para alcanzar una correcta descarbonización. Deberíamos empezar a aplicar un principio de jerarquía de usos de forma que quede claro hacia dónde dirigir cada uno de estos sectores.

Un buen ejemplo lo constituye el vehículo privado (el coche), un sector en el que vemos proliferar la aplicación de todas las tecnologías, desde las baterías hasta el hidrógeno, a pesar de que sabemos que sus requerimientos energéticos, en términos netos, son insostenibles. No merece la pena seguir empeñándonos en caminos imposibles, tenemos que hacer los cálculos para ver qué cantidad de energía tenemos disponible y sobre qué tecnologías, adecuando esta cantidad y distribuyéndola desde los usos prioritarios, como por ejemplo la alimentación, la fabricación de determinados bienes, o los debidos esfuerzos en la adaptación al cambio climático, antes de lanzar señales a sectores como el vehículo privado.

Nuevamente nos encontramos ante una fuente de almacenamiento de energía de difícil categorización. Es necesario descender caso por caso para conocer su viabilidad económica, energética y ambiental, valorando no solo las cuestiones más inmediatas sino las interrelaciones que se establecen con otros recursos. Aunque sean muchas las dudas que persisten, parece que existe cierta certeza de que difícilmente este sector será la solución para la descarbonización de la economía. Más bien parece que su papel energético será limitado y muy asociado a usos no electrificables.

Fuente:

Hidrógeno: muchas dudas y ninguna certeza, 13 noviembre 2020, Área de Energía de Ecologistas en Acción. Consultado 19 noviembre 2020.

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