En la imagen, vista aérea de una zona de selva virgen junto a otro quemado recientemente cerca de Porto Velho, el 23 de agosto de 2019. Foto: Víctor R. Caivano / AP. |
La superficie deforestada detectada entre agosto de 2019 y julio de 2020 en la Amazonia brasileña es 101 % mayor que hace dos años, lo que significa que el gobierno de Jair Bolsonaro casi duplicó el ritmo de destrucción de la selva.
por Laura Rocha
La pandemia no detiene el desmonte ni los fuegos. Esto quedó muy claro la semana pasada cuando en la ciudad de Buenos Aires sólo se podía ver el sol tras el humo que el viento traía y repartía casi hasta Bahía Blanca. Esta verdadera cortina no sólo era producto de las quemas que ocurren en el Delta del Paraná hace dos meses sino también el arrastre de los fuegos que avanzan sobre la Amazonia.
Para darse una idea de la magnitud del problema, ayer se conocieron cifras alarmantes: la tasa de deforestación en la Amazonia brasileña sumó 9.205 km2, un crecimiento del 34 %, según los datos oficiales publicados ayer. La superficie deforestada detectada entre agosto de 2019 y julio de 2020 es 101 % mayor que hace dos años, lo que significa que el gobierno de Jair Bolsonaro casi duplicó el ritmo de destrucción de la selva amazónica brasileña.
La Argentina tampoco muestra datos alentadores: según informó el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible, la Argentina perdió 6,5 millones de hectáreas de bosques nativos entre 1998 y 2018: el 87 % en el parque chaqueño, el segundo foco de deforestación de Sudamérica después del Amazonas. Y, durante la pandemia, arrasaron con otras 21.000 ha de bosque nativo.
En las islas del Delta del Paraná los incendios cubrieron, en dos meses, tres veces la superficie de Rosario, 525 km2. Todavía no se sabe quién es el responsable de los fuegos, en una región donde históricamente se usó este método de quemar pastizales antes de la primavera para que luego se regenere una vegetación que es el alimento del ganado. Se habla de focos multicausales, entre los que figuran la ganadería y los desarrollo inmobiliarios, que generaron la semana pasada una nube de 60 km.
“Es un verdadero ecocidio lo que está sucediendo con los incendios en las islas. El impacto sobre la biodiversidad va a ser demoledor para esta región, donde se han perdido miles de hectáreas de flora autóctona que tiene un alto valor en el ecosistema del delta”, explicó Jorgelina Hiba, periodista editora del portal Dos Ambientes.
Patricia Kandus, profesora, bióloga, y ecóloga argentina que trabaja en el Instituto de Investigación e Ingeniería Ambiental de la Universidad Nacional de General San Martín, explicó a Infobae en los últimos días que la dinámica medioambiental de una región clave de Argentina como es el Delta del Paraná.
“La parte final de la planicie fluvial del Paraná, el delta, son 19.000 kilómetros cuadrados. Es uno de los principales humedales del mundo, por su tamaño y posición estratégica. Está al final de la segunda cuenca más grande de Sudamérica. Y está a la vera del principal cinturón industrial del país. Es un sistema joven, que tiene menos de 5.000 años de antigüedad. Es un mosaico de humedales. Es un sistema de varios humedales distintos, en donde el paisaje está dominado por praderas y pastizales inundables. De bosques solamente hay un 4% de la superficie. Este humedal tiene una importancia enorme para la biodiversidad. Y para amortiguar las crecientes del Paraná”.
Fue precisamente el miércoles que comenzó el debate en la Comisión de Ambiente de Diputados de varios proyectos de ley de protección de humedales. Será el tercer intento del Congreso Nacional de que estos “riñones del planeta” puedan tener un manejo sustentable en el país. “Este año tenemos que tener la Ley si o si, no hay más tiempo. Cada día que pasa es un día perdido”, aseguró Leonardo Grosso, presidente de la Comisión de Recursos Naturales y Conservación del Ambiente Humano. Y agregó: “Todo lo que podamos hacer llega tarde, es hora que el Estado regule lo que el mercado destruye”.
Los humedales son ecosistemas clave para la supervivencia de todas las formas de vida en el planeta. El 40 % de las especies animales y vegetales del planeta viven o se reproducen en esos entornos. La Argentina cuenta, según el inventario nacional en proceso, con 11 regiones en donde estas aguas superficiales o subterráneas tienen vital importancia.
En el país, donde el 22 % de la superficie cuenta con estos ecosistemas, rige el derecho internacional que otorga categoría de protección a estas áreas. Precisamente el Delta del Paraná consiguió el status de ser protegido por la Convención Ramsar en 2016. Sin embargo, muchas de las actividades que allí se desarrollan no respetan aquella normativa. Y, a pesar de que aún no hay responsables, los incendios son intencionales y se potencian con la extrema sequía y bajante extraordinaria del Paraná que afecta la zona desde el año pasado.
En la Amazonia los focos también son intencionales. Agosto es el mes donde históricamente se registran la mayor cantidad de fuegos. Pero este año, dadas las condiciones confinamiento que provoca la pandemia de Covid-19 llama la atención. Por tratarse de un bosque húmedo, estos incendios no pueden atribuirse a la autocombustión estacional y sólo pueden ser provocados por la acción humana. La quema de tierras después de la tala del bosque es la forma más rápida y barata de limpiar los árboles, ramas y hojas muertas. Por lo tanto, es la última etapa de la deforestación, seguida de la conversión de la tierra en pasto o plantación.
Según el Instituto de Investigación Ambiental del Amazonas (IPAM), este tipo de fuego representó el 34 % de los más de 87.000 puntos calientes capturados por los satélites en el Amazonas el año pasado. En 2018, el índice fue del 25 % y, en los dos años anteriores, del 15 %. La madera, la soja, los pastos para la ganadería y las zonas mineras son los tres principales vectores de destrucción en la Amazonia.
Un informe de Greenpeace publicado esta semana muestra cómo las empresas encuentran lagunas para incluir en sus cadenas de suministro los productos generados en las zonas de deforestación del Amazonas. El documento también advierte que en el Amazonas se puede llegar a un punto de inflexión en menos de 20 años, cambiando permanentemente los patrones climáticos regionales, convirtiendo la selva tropical superviviente en una sabana seca y liberando miles de millones de toneladas de carbono en la atmósfera.
“Los números muestran, una vez más, la verdad que el gobierno trabaja para ocultar. La lucha contra la deforestación se hace con transparencia, ciencia, áreas protegidas, organismos especializados eficientes y control social. Todo lo que el Bolsonaro odia. La política de destrucción promovida por el gobierno brasileño empodera a los que se benefician de la selva en el suelo y amenaza a los que luchan por mantenerla en pie, arrastrando a Brasil hacia atrás. Al ignorar la importancia de conservar nuestras riquezas naturales, el gobierno de Bolsonaro impacta negativamente a los brasileños, a la economía del país y al clima global”, sostiene Mariana Mota, Coordinadora de Políticas Públicas de Greenpeace Brasil.
Raul Do Valle, director de Justicia Social y Ambiental de WWF-Brasil indicó: “La deforestación no disminuirá con la pirotecnia y los eslóganes. Mientras la sensación de impunidad siga siendo alta, seguirá aumentando. La gente ve claramente la contradicción entre el discurso y la práctica”.
Fuente:
Laura Rocha, América cubierta de humo: la pandemia no detiene el desmonte ni los incendios, 10 agosto 2020, Infobae.
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