A
partir de un trabajo junto a la Comunidad del Pueblo de La Toma para
su tesis doctoral en antropología, Lucas Palladino analiza cómo los
mapas oficiales de la ciudad apoyan la memoria oral del pueblo
comechingón sobre su pasado. Y, sobre todo, cómo marcan una línea
de continuidad que les devuelve su existencia en esta ciudad desde
tiempos inmemoriales hasta el presente.
Un
mapa previo al año 1573. Registra lo que fue el territorio ancestral
indígena sobre el cual se erige la actual ciudad de Córdoba.
Chiliznas, Cantacaras, Suquías y Siquiman, entre otros poblados que
ocupaban principalmente las márgenes del río Suquía. Pastoreo,
bosque nativo, vida en comunidad. Son las comarcas indígenas previas
a la reducción del Pueblo de La Toma.
Mientras
que la historia relatada en los libros habla de Jerónimo Luis de
Cabrera y la fundación de Córdoba en 1573, para quienes vivían en
estas tierras desde tiempos inmemoriables los hechos de ese año
marcaron el comienzo de una etapa distinta: la primera reducción del
Pueblo de La Toma, esclavización indígena y delimitación de su
territorio.
1880
llegó con la Segunda Reducción del Pueblo de La Toma. Expropiación.
Ya no hay gente, ni pastoreo, ni monte. El territorio comunitario se
divide en lotes y calles. La Ley de Desarticulación de Comunidades
de 1885 legaliza el desalojo de los residentes del Pueblo de La Toma
y en 1910 se crea el Pueblo de Alberdi. Ese año se festeja el
centenario de la patria, blanca y europea. Sin rastros de quienes han
vivido allí, los originarios de estas tierras.
Apoyados
en la memoria oral que sobrevivió a casi un siglo de
invisibilización y estigma, quienes en la actualidad adscriben a la
comunidad comechingona van dibujando otros mapas para contar la
historia.
Interpretando
en clave de despojo los mapas catastrales de la ciudad confeccionados
durante la última década del siglo XIX y la primera del siglo XX,
recuperan una historia que cuenta de la expropiación, reducción y
desarticulación de la comunidad originaria en el siglo XIX, pero
también de la pertenencia de los comechingones a su territorio.
Esos
mapas surgieron del mapeo colectivo que Lucas Palladino, profesor de
la Facultad de Filosofía y Humanidades (UNC), realizó junto a los
comechingones de La Toma, como parte de su tesis doctoral en
antropología.
“Los
mapeos colectivos y la cartografía social permiten representar y
poner en tensión la concepción hegemónica del territorio como
propiedad privada y superficial, para abrir a un proceso colectivo y
creativo que da cuenta de una diversidad de experiencias, sentidos y
símbolos del territorio como entidad viva y comunitaria”, explica
Palladino.
Parte
de su trabajo estuvo centrado en construir el pasado territorial
indígena en la ciudad. Busca, de esa manera, interrogar y poner en
disputa las miradas hegemónicas sobre nuestra identidad y el
territorio que ocupamos hoy. Y también dar testimonio –a través
de fuentes documentales y catastrales oficiales– del pasado
territorial comechingón, para colaborar en la construcción de la
historia de este pueblo.
La
tesis utiliza puntos de vistas y metodologías de las dos disciplinas
en las que se formó Palladino: geografía (en su licenciatura) y
antropología (en el doctorado). “La geografía aporta en la
cuestión espacial, específicamente sobre el territorio y el
análisis de los procesos de territorialización. Y la antropología
con la cuestión cultural, especialmente en el análisis de los
procesos de identificación y comunalización”.
El
enfoque etnográfico de la ciencia antropológica aporta una manera
de ver y comprender la realidad sociocultural. El análisis de planos
catastrales y los mapeos colectivos -propio del trabajo de la
geografía- atraviesan todo el trabajo y demuestran la riqueza que
generan los diálogos interdisciplinarios.
“El
posestructuralismo es un común denominador en ambas; esta
perspectiva entiende a la realidad social construida y atravesada por
relaciones históricas y de poder. En este marco me muevo y transito
por ambas disciplinas”, plantea el investigador.
Mapas
para la contrahegemonía
“Los
mapas tienen y han tenido una importancia fundamental en el proceso
de comunalización, adscripción identitaria y reivindicación
política del territorio comechingón en la ciudad de Córdoba. Por
un lado, en los mapas catastrales del Departamento Topográfico
elaborados a finales del siglo XIX, aparecen las propiedades con
apellidos de los comuneros. Hoy, varios comuneros utilizan esos
mismos mapas para señalar que sus familias vivieron dentro de ese
territorio”, explica Palladino.
“Además,
los mapas muestran efectivamente el área geográfica de La Toma y
los límites reconocidos por el gobierno. Por otro lado, existe toda
una lectura entre líneas que la comunidad hace de este material”,
completa.
Esa
lectura habla de expropiación, mensura, división y partición de
las tierras de los comuneros, que trasluce elementos de un
“dispositivo de control más amplio” sobre el territorio.
En
ello participan una serie de políticas y estrategias judiciales,
jurídicas, económicas y técnicas que acaban en la expropiación
del territorio indígena y su apropiación por parte de la ciudad de
Córdoba, según explica el investigador.
“En
esa diversidad de prácticas uno puede encontrar diferentes fuentes:
cartas o correspondencias históricas, diarios de época, ordenanzas
o normativas de regulación del suelo, que son evidencias de la
existencia y territorialidad de La Toma, y también de las
estrategias de una sociedad blanca por apropiarse de las tierras
comunales”, describe.
La
cartografía catastral histórica comenzó a ser un elemento
fundamental para el proceso de identificación indígena y
construcción de su pasado.
“La
búsqueda de fuentes documentales surge por la demanda de la
comunidad de apoyar su lucha en documentos. A su vez, precisaban
buscar una evidencia empírica a su indigeneidad. Y ello conduce a lo
que en antropología se analizan como las relaciones de
identificación étnica, el papel ‘del otro’ en la conformación
de la identidad, el acceso al pasado y la lucha por la definición de
ese pasado”, cuenta Palladino.
En
ese sentido, recuerda que la comunidad venía indagando fuentes del
Archivo Histórico Provincial y Arzobispado, como los registros de
nacimientos.
“Sin
embargo, al empezar a participar en las reuniones y observar que
había desconocimiento de los mapas, intenté profundizar esa
dimensión y ello contribuyó a reafirmar los relatos del pasado
territorial que los y las comuneras expresaban por memoria oral”,
apunta el especialista.
Según
se describe en la investigación, los comuneros apelaron a un acervo
documental conformado por títulos de tierras de parientes, informes
de diarios y planos de catastro.
Entre
los más utilizados se encuentran: el “Plano de los terrenos de ‘La
comunidad de La Toma’” de 1882, que ha permitido identificar
algunos sectores que, desde la perspectiva de los comuneros, pueden
haber sido entendidos como los límites jurisdiccionales del antiguo
Pueblo de La Toma; así también como la localización de algunas
familias dueñas de las tierras y la cantidad de hectáreas que
poseían.
También
se encuentra el mapa “División de terrenos del Pueblito” de
1888, que marca la reducción de la cuadrícula urbana y algunos
lotes titulados con los apellidos de comuneros. Y el plano oficial
“Córdoba y las villas que la rodean”, que muestra la división
del Pueblo de La Toma sobre la base de la cuadrícula de lotes y
manzanas en una villa titulada como “La Toma”. Su importancia
radica en que permite constatar la expropiación y el loteamiento de
las tierras comunales del siglo XIX.
De
esta manera, como analiza Palladino, la cartografía que en el siglo
XIX habría sido útil al accionar del aparato estatal para defender
los intereses de la burguesía local, ahora es usada en sentido
inverso.
Pasa
de ser una evidencia de la mensura de tierras –que luego serían
apropiadas por funcionarios políticos y propietarios privados–,
del crecimiento urbanístico de la ciudad de Córdoba y un
dispositivo que habría contribuido a la invisibilización de los
comechingones, a ser una herramienta de legitimación en el proceso
de comunalización contemporáneo de los pueblos originarios.
El
mapa sirve para constatar la presencia y posesión de tierras de las
familias del Pueblo de la Toma, y permite verificar que en el siglo
XIX el Estado efectivamente reconocía la existencia del Pueblo de La
Toma en dicho territorio, en un principio como “comunidad”.
Nunca
nos fuimos, siempre estuvimos acá
A
lo largo del siglo XX en el relato oficial, los comechingones solo
existían en los libros de historia, como una “cultura extinta”.
La
colonización hispánica, el trabajo forzoso al que fueron sometidos
por su incorporación como mano de obra a las encomiendas, y luego
por la desaparición de las “comunidades” o pueblos de indios en
el periodo de consolidación del Estado-Nación argentino (1810-1880)
habrían aniquilado a los originarios.
Tal
como analiza Palladino en su trabajo: “Los pueblos indígenas de
esta provincia quedaron sujeto a una literatura académica que
sostenía dicha extinción, reforzando los imaginarios que
preterizaron a estos pueblos, ubicando la posibilidad de su
existencia solo en el pasado y en los espacios rurales de la
provincia”.
Sin
embargo, a finales del siglo XX y a comienzos del siglo XXI se
hicieron públicos los procesos de adscripción de comechingones y la
formación de comunidades indígenas en diferentes zonas,
predominantemente rurales, del territorio provincial.
Una
de las primeras en reorganizarse fue la comunidad Comechingón del
Pueblo de La Toma, a finales del 2007 y comienzo del 2008. Esta
comunidad ha tenido la particularidad de ser la única que se
reivindicó en un espacio urbano, como indígenas preexistentes a la
fundación de la ciudad de Córdoba (1573).
“Las
familias que se identifican indígenas-comechingones del Pueblo de La
Toma no siempre lo hicieron público por una cuestión de
estigmatización negativa que ocurrió durante varios siglos en
nuestra ciudad, en sintonía con el país. No todos decidieron
identificarse como indígenas y, de hecho, en varias familias la
adscripción se pierde porque manifestarse como indígena cargaba el
costo de la humillación social”, cuenta el investigador.
Desde
que la Toma se invisibiliza como comunidad indígena a finales del
siglo XIX y comienzos del XX y pasa a denominarse barrio Alberdi,
quienes mantuvieron esa pertenencia lo hicieron a partir de la
transmisión oral en el espacio privado.
“Absolutamente
todas las familias que hoy se reconocen como comechingones o
comuneros expresan haber mantenido en el espacio familiar la
identidad indígena. Un comunero actual me manifestó varias veces
que su madre no le permitía adscribirse como una forma de
resguardarlo. Para algunxs, no enunciar la identidad indígena les
permitía también salvar su existencia social frente a la condición
peyorativa que significó ser indígena en una Córdoba orgullosa del
hispanismo”, explica Palladino.
Su
resurgimiento en la esfera pública, a partir de 2007, tuvo y tiene
reverberancia en toda la historia de la ciudad y llega hasta el
presente para poner en cuestión los imaginarios de la identidad
local y nacional que, tal como plantea el investigador “han
sostenido la extinción de las comunidades y al mismo tiempo
europeizado a la población local”.
Este
relato, arraigado en la invisibilización de las identidades
aborígenes y en un imaginario que los situaba en una lejanía en
términos espaciales y temporales, provocaron que la comunidad sea
muchas veces cuestionada en su “autenticidad indígena”. Ante
este cuestionamiento, la comunidad fortaleció el relato de
continuidad territorial con el pasado.
De
esta manera comenzaron a reconstruir una narrativa histórica
territorial que instituye un relato cronológico y lineal del
presente. “Esto es factible a partir del cruce de memorias orales
con fuentes de archivos documentales y catastrales. Mientras las
fuentes orales articulan episodios del siglo XIX y XX recurriendo a
la transmisión oral de padres o abuelos de los comuneros; las
fuentes de archivo permiten rescatar acontecimientos desde los
tiempos inmemoriales. Las fuentes históricas, entendidas como
herramientas de las clases hegemónicas que historiaron en clave
“invisibilizadora” son utilizadas, manipuladas, leídas a
contrapelo”, tal como se describe en el trabajo de Palladino.
De
esa manera, la sistematización de documentos históricos en el
proceso de comunalización ha contribuido a fortalecer la posición
de que existe un pasado que no solo se hace presente en la memoria
oral, sino que también se encuentra registrada en fuentes oficiales.
Se convierten en “evidencia empírica” sobre la existencia de la
comunidad en el pasado.
“Atender
a los sentidos disputados por las comunidades aborígenes en sus
procesos de comunalización nos permite también dar cuenta que los
imaginarios hegemónicos sobre la nación y lo nacional se perpetúan.
Analizar la reconstrucción del pasado en contextos de disputas de
autenticidad, nos permite revisar y desnaturalizar estos imaginarios
sociales hegemónicos”, concluye Palladino.
El territorio originario en disputa
Para su tesis, Palladino también trabajó con comunidades que habitan la serranía de la provincia. El territorio y la lucha por su reconocimiento como pueblos preexistentes, es el común denominador.
Un caso especial que, según el investigador, permite reconocer la mirada indígena sobre el territorio es el de la comunidad Ticas, ya que su reivindicación es multiterritorial: reivindican y ocupan un territorio en Bialet Massé –el territorio de Cochatalasacate– pero su origen es el territorio ancestral del pueblo de Sancala, San Carlos Minas. Sus tierras cruzan los departamentos de Minas, Cruz del Eje y Punilla.
“Si lo pensamos desde la perspectiva indígena, el territorio ancestral Ticas es ese flujo entre las localidades, flujo que se daba por actividades culturales y económicas y, sobre todo, por una diáspora que ocurrió luego de la conquista cuando los trasladan como fuerza de trabajo desde la zona de Traslasierra hacia Punilla. Lo que nos enseña esta experiencia, es esa construcción de territorios como zona más amplia que las estáticas divisiones jurídico-administrativas occidentales”, explica Palladino.
En la actualidad, como muchas otras comunidades, se enfrentan a la ocupación ilegal de sus tierras por parte de empresas inmobiliarias. Es una zona de gran valor paisajístico ubicada en zona roja de monte nativo, en la que se avanza hacia la construcción de un emprendimiento privado.
Por otro lado, hace cinco años que Palladino trabaja con la comunidad Tulián de San Marcos Sierras, donde se lleva a cabo un proyecto de extensión universitaria. La problemática en el sector es el avance sobre sitios ceremoniales y sagrados indígenas por el capital inmobiliario, el turismo y la minería.
A partir del proyecto extensionista se busca aportar información sobre las tierras indígenas de San Marcos, relevando historias de comuneros de la zona y apoyando la investigación en fuentes documentales. Por otro lado, se realiza la georreferenciación de sitios indígenas que se cruza con los mapeos colectivos y la cartografía social con enfoque etnográfico.
La provincia de Córdoba reconoce algunos sitios como “reserva arqueológica” o “patrimonio”, pero –tal como expresa el investigador– las comunidades consideran que es importante incorporar su perspectiva sobre los sitios y complejizar la mirada arqueológica actual.
“En la serranía, las comunidades se enfrentan a problemas de orden económico, legal y biogeográfico: el desmonte en zonas rojas de bosque nativo ocasionado por la actividad inmobiliaria; la invasión de lugares y sitios ancestrales por diferentes actividades económicas y por una falta de política de tierras indígenas a nivel provincial que reivindique los territorios ancestrales indígenas. Debería firmarse y acordarse la ley nacional 26.160 sobre emergencia de la propiedad y posesión territorial indígena indígena”, manifiesta Palladino.
La
publicación académica:
“Construyendo el pasado territorial indígena. Comunalización y sentidos depertenencia comechingón del Pueblo de La Toma (Ciudad de Córdoba)“, de Lucas Palladino. Revista de geografía Norte Grande, número 75, mayo de 2020.
Fuente:
Josefina Cordera josefinacordera@unc.edu.ar, Comechingones de Córdoba: fuentes históricas para contar el pasado silenciado, 1 julio 2020, UNCiencia.
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