por
Javier Lillo Ramos y Paula Lillo Aparici
MADRID,
19 jun 2020 (IPS) - Según las previsiones demográficas mundiales de 2019 de las Naciones Unidas, la población mundial aumentará de 7700
millones de personas en 2020 a 9700 millones en 2050.
La
superpoblación, unida a la sobreexplotación de los recursos
naturales y a la contaminación y los residuos generados en la
producción de bienes de consumo, está causando importantes
externalidades ambientales negativas. Además, amenaza gravemente la
sostenibilidad de dichos recursos.
Es
tanto el impacto de la humanidad sobre el planeta que los científicos
han acuñado el término Antropoceno para describir este periodo en
el que el hombre es la nueva fuerza que impulsa el cambio global.
La
población no solo está experimentando un gran crecimiento, sino que
también están variando significativamente sus características. Se
trata de una población cada vez más urbana, con una desigual
distribución de la riqueza, pero a la vez con un creciente y
exacerbado consumismo propiciado por el sistema económico, que da
lugar a patrones de consumo y producción insostenibles.
Los
países más desarrollados son capaces, mediante la tecnología y
manteniendo o reduciendo la producción, de disminuir -o al menos, no
incrementar- el impacto ambiental en su territorio. Sin embargo, los
países en desarrollo, ante la elevada demanda mundial de recursos e
impulsados por el crecimiento económico en que se ven inmersos,
están ejerciendo una extraordinaria presión sobre los recursos
naturales.
La
(insostenible) pérdida del recurso edáfico
Uno
de las consecuencias del crecimiento exponencial de la población mundial es la correspondiente demanda de alimento. Se estima que aumente 50 % hasta 2050, lo que se traduce en la expansión del área
cultivada y la intensificación del uso del territorio para la
obtención de alimento.
La
Comisión Europea considera que, en la actualidad, la agricultura
utiliza el 11 % de la superficie terrestre del mundo para la
producción de cultivos y el 70 % de toda el agua extraída de los
acuíferos, arroyos y lagos. Estas cifras pueden dar idea de la
dimensión futura de la explotación de estos recursos.
Además,
a medida que la población humana aumenta, una gran parte del planeta
es vulnerable a la desertificación, entendida como la degradación
permanente de la tierra en zonas áridas. Según Naciones Unidas, en
torno a 12 millones de hectáreas de tierra se pierden al año a
causa de la sequía y la desertificación.
Para
la Convención de las Naciones Unidas de Lucha contra la Desertificación, esta degradación es una acción combinada de las
condiciones y variaciones climáticas y las actividades humanas
responsables de la sobreexplotación de la tierra, como la
deforestación, la intensificación agrícola y el sobrepastoreo.
Todo
ello da lugar a una serie de procesos -erosión, deterioro de las
propiedades físicas, químicas y biológicas del suelo y pérdida
duradera de la cubierta vegetal- que inducen a la pérdida de
productividad de las tierras.
Actualmente,
las tierras áridas son el hogar de 38 % de la población mundial.
Ocupan en torno a 40 % de la superficie terrestre y cuentan con las
tasas de crecimiento de población humana más altas del planeta.
Nos
encontramos, por tanto, ante el paradigma de la desertificación: el
mayor crecimiento demográfico se producirá en los países con las
tierras menos productivas y fértiles -como África Occidental-, lo
que conducirá a un aumento de la desertificación y con ello, de la
pobreza y la falta de alimentos.
El
suelo también es un recurso
El
Centro Internacional de Referencia e Información en Suelos (ISRIC)
estima que, en la actualidad, el suelo es un recurso natural
gravemente amenazado. Alrededor de 17 % de la superficie terrestre
está fuertemente degradada.
Sus
principales amenazas mundiales son la erosión, la pérdida de
materia orgánica y el desequilibrio de nutrientes. Son consecuencia
no solo del cambio climático como se podría imaginar en primera
instancia, sino también de la creciente presión demográfica y económica.
La
Organización para de las Naciones Unidas para la Alimentación y la
Agricultura (FAO), en su Informe sobre el Estado Mundial de los Recursos del Suelo, también ha identificado la contaminación del suelo como la principal amenaza mundial para el recurso edáfico.
La
considera un “peligro oculto”. Un suelo está contaminado cuando
la presencia de ciertos componentes químicos procedentes de la
actividad humana altera sus características, pudiendo presentar un
riesgo para salud humana y el medio ambiente.
Por
una gestión sostenible de los recursos
Con
el fin de proteger el suelo como recurso necesario para el
mantenimiento de los ecosistemas terrestres y la biodiversidad, una
de las metas del 15 de los 17 Objetivos Desarrollo Sostenible (ODS)
es impulsar, para 2030, la lucha contra la desertificación y
degradación del suelo.
Indefectiblemente,
el uso del territorio va ligado a la sostenibilidad del recurso
edáfico. Así, la conversión permanente de bosques a un uso de la
tierra diferente al forestal (la deforestación) es una de las
principales causas de la desertificación.
Según las últimas estimaciones, 27 % de la pérdida de bosques a nivel
global se atribuye al cambio permanente de uso del territorio para la
producción de productos básicos, como la agricultura o la minería.
Pero
la pérdida de bosques no se está dando de manera homogénea por
todo el planeta. Las regiones tropicales (en especial, América
Latina y el Sudeste Asiático) son las más afectadas, mientras que
los bosques templados y boreales del hemisferio norte cuentan con una
tasa casi nula.
El
Objetivo 15 de los ODS incluye la necesidad de poner fin a la
deforestación, haciendo una gestión sostenible de los bosques y
recuperando aquellos que han sido degradados.
Sumado
a la pérdida del recurso edáfico, y también como resultado del
desarrollo insostenible y factores como la intensificación agrícola
y la desertificación, cada vez más personas sufren escasez de agua,
vista como la falta de acceso de la población a la cantidad
necesaria de agua de calidad aceptable.
Una
de las metas del Objetivo 6 de los ODS es aumentar el uso eficiente
de los recursos hídricos -a la vez que disminuye la huella hídrica-
para poder hacer frente a los problemas futuros causados por la falta
de agua.
Aunque
aquí nos hemos centrado, fundamentalmente, en los suelos, el
escenario es más complejo y preocupante. Hay otros recursos
gravemente amenazados por la degradación y contaminación, además
del cambio climático: están los océanos y la atmósfera. Estos,
como ocurre con los suelos y el agua continental, son igualmente
necesarios para el mantenimiento de la vida.
Hemos
superado la capacidad autorregeneradora del planeta. En este
escenario de agotamiento progresivo de los recursos naturales, que
-si se consideran las amenazas sobre ellos- se agravará en las
próximas décadas, se hace apremiante la necesidad de usar y
gestionar nuestros recursos naturales de una manera sostenible.
De
esa manera podremos conseguir el equilibrio ineludible entre el
crecimiento económico y demográfico, por un lado, y el bienestar
social de la población y el mantenimiento de los ecosistemas, por el
otro.
Este
artículo fue publicado originalmente por The Conversation.
RV:
EG
Este es un artículo de opinión de Javier Lillo Ramos, profesor de Geodinámica e investigador en geología y cambio global de la Universidad Rey Juan Carlos, y de Paula Lillo Aparici, investigadora predoctoral del mismo centro de estudios.
Fuente:
Javier Lillo Ramos, Paula Lillo Aparici, Crecimiento demográfico de las regiones menos fértiles, motor de la desertificación, 19 junio 2020, Inter Press Service. Consultado 24 junio 2020.
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